A la
primera etapa del desconcierto por el coronavirus, por probar medidas, hasta
llegar a las más drásticas del confinamiento por el estado de alarma, le sigue
ahora otro tipo de desconcierto al que le sigue la irritación porque ya no hay
excusa por la sorpresa. Lo que nos pilló con la guardia baja, sin reservas,
personal, sin protección, etc. ya no puede argüirse porque cuando se hace
revela la ineptitud y lo caótico de los que son incapaces de gestionar con lo
aprendido.
Es poco
aceptable, por ejemplo, que con la trágica experiencia de las residencias de
mayores vuelvan a producirse casos como los que estamos viendo estos días. No
hay excusa porque se deberían haber desarrollado unas estrategias claras desde
lo vivido para evitar que el desastre vuelva a producirse. Sin embargo, está
ocurriendo de nuevo. Y esto indica ya otro tipo de problemas, especialmente la
falta de análisis de lo experimentado hasta el momento y la falta de fluidez de
las administraciones para coordinarse e intercambiar información.
En
estos días se está hablando mucho de evaluación de la gestión, de análisis de
los problemas y carencias. No sé si los métodos propuestos son los más
adecuados o, por el contrario, harán que se cierren más los canales, que es una
reacción defensiva. Se pide más criterios para no tener que estar tomando
decisiones diferentes ante problemas similares, es decir, unidad de criterio.
Da la
impresión que desde que el gobierno devolvió a las Autonomías las funciones que
se habían centralizado, no se responde como debiera. El aumento de los rebrotes
por toda España son claros indicadores de que hay algo que no se está haciendo
como debe que, con lo que hay, no se puede funcionar correctamente, con
eficacia para atajar los problemas.
Tomemos
dos ejemplos que nos trae la prensa de hoy mismo.
El
primero es el del cuestionamiento de las decisiones tomadas en la Comunidad de
Madrid respecto a las residencia de mayores. La redacción en Madrid de La
Vanguardia explica el caso:
Lejos de controlar la situación, la gestión
del brote de Covid-19 en una residencia de ancianos de San Martín de la Vega ha
causado uno nuevo. Esta vez en Ciempozuelos. Cinco de los residentes
trasladados inicialmente con PCR negativo han dado positivo en coronavirus en
el nuevo centro donde permanecerán aislados.
La alcaldesa de Ciempozuelos, Raquel Jimeno
(PSOE), ha cargado contra el Gobierno regional y ha lamentado que la residencia
las Vegas, ubicada en el municipio y hasta ahora libre de Covid, se haya
convertido en un “nuevo foco”. La primera edil ha denunciado públicamente en un
comunicado que la política de gestión de los centros afectados sea dispersar a
los mayores a centro libres de coronavirus y ha exigido a la Comunidad de
Madrid que asuma su responsabilidad y que cumpla sus compromisos con la residencia
de Ciempozuelos.
Igual de contundente se ha mostrado el
portavoz regional del PSOE, Ángel Gabilondo, asegurando que “tendrá que ser de
otro modo. Lo sucedido en Ciempozuelos lo muestra claramente. Y las
consecuencias son graves”.
Del total de positivos detectados
inicialmente en San Martín de la Vega, 45 corresponden a residentes y siete son
trabajadores del centro. Además siete infectados han requerido ingreso
hospitalario.*
¿Es
esto posible? La chapuza es enorme en cualquiera de los punto en los que haya
fallado, tanto en la realización de las pruebas, que se suponen que aseguraban
la ausencia de contagio de los trasladados, como en las nuevas condiciones en
la residencia tras la llegada de los trasladados. No se entiende bien qué es lo
que ocurre. La residencia que estaba sin casos, se encuentra de repente con un
rebrote tras los traslados de los que presuntamente estaban bien y habían sido
separados. ¿Es posible que esto se produzca, es decir, el efecto contrario al
que se buscaba? Hemos escuchado todo tipo de explicaciones sobre las
residencias, lo que equivale a no tener ninguna. Pero estos casos son
sangrantes porque evidencian que las medidas fallan en algún lugar, no ya en el
traslado en sí, sino que estos traslados no se pueden producir sin la garantía
de que no se está esparciendo el virus con estas acciones. Es lo que se ha
hecho.
El
segundo caso, lo leemos también en La Vanguardia, esta vez en Barcelona, y se
refiere a otro aspecto esencial, la protección de los que nos protegen. No se
trata esta vez de los sanitarios, que ya han tenido lo suyo —los mayores
contagios en el sector en la Unión Europea—, sino de la Policía que está
patrullando las playas para que nuestro compromiso de "destino
seguro" sea posible, por más que inalcanzable. Señalan en el diario:
El Sindicato de Agentes de Policía Local
(SAPOL), mayoritario en la Guardia Urbana de Barcelona, se ha preguntado a qué
espera el Ayuntamiento para cerrar la unidad de playas de este cuerpo policial,
después de que en los últimos días se hayan registrado tres positivos en
coronavirus entre sus trabajadores.
Según la cuenta de Twitter del sindicato, la
unidad cuenta, además, con otros ocho agentes confinados por este motivo, del
total de 90 urbanos que la forman. El SAPOL se ha mostrado muy crítico con la
gestión de estos positivos por parte del Ayuntamiento de Barcelona y se ha preguntado:
“¿A qué esperamos para cerrar la unidad?”.
Por su parte, el sindicato CSIF ha confirmado
a Efe que denunciará ante la Inspección de Trabajo esta situación, porque
considera que no se están tomando las medidas de prevención y seguridad
necesarias para evitar los contagios. En este sentido, el sindicato ha abogado,
entre otras cosas, por que haya patrullas fijas para, si hay un caso de
contagio, no tener que aislar a tanta gente.**
Este es
otro aspecto que debería estar ya superado con las medidas adecuadas de
protección. Nos pasamos el día repitiendo una y otra vez las medidas de
seguridad para evitar que el coronavirus se propague, pero somos incapaces de
proteger a los trabajadores más expuestos, los que se deben acercar a los focos
posibles por los incumplimientos.
La
Unidad de Playas es un gesto exterior, no solo advierte sino que es en sí misma
una demostración de que se hace algo. Es importante para el público, pero
también lo es para los ayuntamientos, que muestran así que algo hacen, que sus playas están vigiladas, pero no la denuncia, como la de otros grupos de primera línea, es siempre la misma: no están suficientemente protegidos. Si
los que deben advertir de cumplir las normas van cayendo, ¿dónde está la
eficacia? Pedir cerrar la Unidad es un claro ejemplo de que no se funciona como se debe.
Son dos
ejemplos, pero se podrían multiplicar escuchando las explicaciones sobre los
rebrotes por parte de los responsables, un continuo echar balones fuera en la
misma dirección de siempre, los de arriba hacia abajo y los de abajo hacia
arriba. Se buscan culpables antes que soluciones y esto no funciona a la vista
de los resultados.
Es
evidente es que hay cosas que no se están haciendo bien, probablemente muchas.
Nuestro éxito en la contención del coronavirus se ha transformado en nuestro
fracaso en nuestra propia contención, por un lado, y en las medidas que se
deberían haber tomado una vez que ha pasado el tiempo y sabemos a qué nos
exponemos. Sin embargo, los expertos de todos los campos siguen debatiendo
obviedades frente a lo que nos espera.
Y lo
que no espera es saber si los españoles vamos a ser más conscientes en nuestro
trabajo que en nuestro ocio; saber si las administraciones, además de quejarse
son capaces de tomar decisiones correctas en el momento adecuado o solo sirven
para buscar excusas y lanzarse piedras unos a otros.
Hemos
pasado en apenas tres o cuatro semanas de ser el país más seguro a ser el que
tiene mayores contagios en toda la Unión Europea, triste récord del que nadie
se hace responsable y sobre el que piden auditoria. Todo ello no dará lugar a
soluciones, como sería deseable, sino a nuevas acusaciones entre unos y otros,
que es volver a lo de siempre.
El caso
de la residencia madrileña evidencia muchos fallos, el de las playas de
Barcelona muchas carencias. Tras las chapuzas de compras de materiales
inservibles o las denuncias de mascarillas y geles en el mercado que no
funcionan, la situación se vuelve complicada de cara a un regreso que está a
veinte días vista y de un otoño problemático en un par de meses. ¿Cómo vamos a
afrontar esto?
La
gente se queja del metro madrileño en el que, pese a lo señalado, se sigue
produciendo el hacinamiento de las personas como todos los veranos en los que
la dirección de la empresa decide reducir el número de trenes y vagones, lo que
lleva a mayores esperas en los andenes y mayores concentraciones de personas en
el interior. La fotografías que los propios sindicatos suministran (como la situada debajo) son suficientemente preocupantes. Y esos andenes no son las peores situaciones; escaleras, pasillos, ascensores, etc. son campo abonado para el contagio.
El paro de un tren en el túnel llevó casi a la histeria por parte
de las personas que se vieron de golpe encerradas y sin las distancias mínimas.
¿No se iban a controlar los accesos y el número de pasajeros en los trayectos?
¿O se trata solo, como en muchos otros sectores, de pintar de otro color
algunos asientos o etiquetarlos para que no se ocupe? ¿Con eso ya se ha
cumplido? Pues parece que sí. No da la impresión que se trate de frenar la
expansión del virus, un compromiso social, sino el mero cumplimiento de trámites
que den la apariencia de que todo está controlado, cuando la evidencia es que
nada lo está a la vista de los resultados.
Nuestro
sueño de haber vencido al virus, con toda la retórica consiguiente se ha visto
puesta en evidencia. Nuestro sueño de llegar al verano para que el turismo y el
desconfinamiento fuera la salvación reactivando la economía eran los sueños de
la Lechera de la fábula, mera especulación. Nuestro drama es depender del
turismo y del consumo más trivial, el del ocio productivo. al que se nos empuja sin disimulo. Los que van incumplen y los que
no van, sentencian. Un mal diseño del presente y del futuro.
Pero
con todo, una vez admitido que no podemos vivir sin celebrar un cumpleaños o
una despedida de soltero, que no vivimos sin la cervecita con los amigos a los
que tanto queremos y tanto contagiamos (¡cuánto une contagiarse unos a otros,
fraternalmente!); una vez que se ha superado esa irresponsabilidad que hace que
nos tengan que vigilar como a niños y hacernos sacar la mascarilla del codo, etc., siguen quedando esas circunstancias que hacen que se repitan los mismos casos
en residencias, como en el señalado.
¿Nos hemos aburrido, nos hemos apuntado al fatalismo del sea lo que Dios quiera? Esto es una carrera de fondo en un país en
el que se cuenta en puentes y festivos, en vacaciones. Nuestro horizonte era el
verano y seguimos si afrontar lo que hay al otro lado de agosto, con el sí o sí
de los trabajos y la amenaza de los confinamientos de barrios, pueblos,
ciudades o autonomías enteras. Todas nuestras especulaciones, nuestros debates
de si se podía pasar de una población a otra, de la Autonomía A a la B se han
quedado en pura imaginación ante la realidad creciente y molesta.
Nos
estamos consolando con que, como son más jóvenes los pacientes, no hay tanta
víctima y, lo que importa, no se colapsa el sistema sanitario. Pero, sí, la
verdad es que sí importa.
El caos
norteamericano debería enseñarnos algo. Deberíamos haber aprendido algo en este
espinoso camino hacia el vacío doloroso del aislamiento voluntario antes que
sea obligado; a dejar de discutir si la mascarilla es molesta, da calor o urticaria;
de contar los centímetros que nos deben separar de los otros o cuántos pueden
estar en una fiesta sin incumplir las normas. Deberíamos dejarnos de tonterías
unos y de discutir otros para alcanzar una eficacia que depende de todos. A
diferencia de otras situaciones, aquí el que incumple es un peligro para todo
el sistema. Lo que unos hacen se ve desbaratado por las conductas
irresponsables.
Es
fundamental la buena coordinación entre administraciones y estamentos, que
cumplan como equipos que comparten información y experiencia. No se puede
seguir cada uno por su cuenta en este laberinto administrativo que hemos creado.
No son
admisibles ya los casos de las residencias, mientras los responsables del
desaguisado mortal se han ido pasando la pelota en lo que ha resultado ser un
negocio para muchos. No es admisible que los que están en primera línea sigan
sin las protecciones adecuadas y se les siga toreando con promesas que apenas
se cumplen. No es, finalmente, admisible que alguien —de cualquier edad o
residencia— siga ignorando impunemente la responsabilidad hacia los demás que
tenemos en una sociedad digna de ser llamada por ese nombre.
Hay
preocupación en aquellos que son capaces de preocuparse. Los demás siguen
igual. Está claro que nuestros sueños vencedores no lo son tanto y que lo que ganas un día, lo pierdes al día siguiente en cuanto te relajas, que hay que apuntar lo que funciona y lo que no porque se nos olvida pronto.
Las playas no son las soñadas, como recuerdan los policías que deben vigilarlas; el Metro no es el espacio vacío que nos muestra su página-web, donde casi da miedo de lo vacío que está; y las residencias tampoco son ese espacio seguro, pasada la primera ola, que debieran ser. Nuestros sueños, sin inteligencia y voluntad, son solo eso, sueños, que pasan a convertirse en pesadillas, que es el nombre con el que a veces llamamos a la realidad.
* "La política de dispersión de ancianos por el Covid-19 origina un brote en otra residencia" La Vanmguardia 10/08/2020 https://www.lavanguardia.com/local/madrid/20200810/482756251984/gestion-madrid-dispersion-ancianos-segundo-brote.html
** "Piden el cierre de la unidad de playas de la Guardia Urbana tras detectar 3 positivos" La Vanguardia 10/08/2020 https://www.lavanguardia.com/local/barcelona/20200810/482753754324/cerrar-unidad-playas-guardia-urbana-barcelona-positivos-coronavirus.html
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