Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Normalidad,
sí o sí; nueva o vieja, sí o sí. El panorama de un mundo que quiere ser normal
y no le dejan tiene un punto de fábula. "La zorra, la uvas y la normalidad"
es buena para explicar la postura de algunos. Ya saben, la zorra, que no puede
llegar a comerse las apetitosas uvas, exclama "¡No están maduras!". "La
liebre, la tortuga y la nueva normalidad" sobre dos países, uno muy rápido y
otro muy lento en querer establecer la "normalidad". La sabiduría de Esopo
vale para todos los tiempos porque retrata nuestros vicios, que apenas cambian
en su fondo y solo lo hacen en su forma. Ahora nos ha dado por ser liebres que
dejan atrás a las precavidas tortugas en esta carrera por llegar a la "nueva normalidad" o lo que sea.
Todo
nuestro gozo normalizador se puede venir abajo por un salmón congelado llegado
de no se sabe muy bien donde (¡qué raro!), dicen que de Estados Unidos, Europa
o Rusia, y que acaba en la tabla de un pescadero en un mercado de Beijín. Cómo
se contagia un salmón congelado será motivo de todo tipo de explicaciones científicas,
pero más allá de cualquier conocimiento, nos advierten sobre la vanidad de
nuestras pretensiones y sobre lo efímero de nuestra seguridad. ¡Un maldito
salmón! Sí, tiene algo de fábula digna de Esopo, "El salmón y el pescadero
de Beijín" o de pequeña pieza para teatro a lo Bertolt Brecht. Pocas veces
la muerte se puede elegir cocida o a la plancha.
La
historia del salmón llegado a Pekín por cualquier vía tiene mucho de ilustración,
de ejemplo o moraleja, sobre lo que podemos o no hacer. Podemos tomarla como
una fábula irónico fatalista en la que nuestros esfuerzos son vanos o podemos
tomarla como una fábula sobre la necesidad de la prevención y de no cantar
victoria en ningún idioma. Los europeos, rápidamente, han dicho que no creen que sus salmones sean fuente de nada que no sea saludable. Los españoles nos acordamos del pepino de Rajoy, de su acto heroico desafiando rumores. Mañana los dirigentes europeos deberías tomar salmón a la plancha para despejar dudas. Dicen los expertos que no saben si fue el humano quien infecto al salmón o si fue al revés, el salmón el que infectó al humano. Y esto, querido Esopo, da para otra fábula. Me recuerda aquel dicho periodístico sobre que no es noticia que un perro muerda a un hombre, pero sí que un hombre muerda a un perro.
Lo que
los telediarios me muestran esta mañana a hora temprana es que cuanto menos
sabes más ligero te sientes. ¡Nada de ofender a los turistas haciéndoles un
test! Como acaba de decir el doctor Simón, ¿de qué sirve hacerles test hoy si
pueden estar infectados mañana? ¡Ay, frágil memoria la del ser humanos! ¡Qué
lejos queda aquel despilfarrador "¡test, test, test!"!, digno de ser
una canción de Alaska en tiempos de la "movida". ¡Parece que han
pasado cientos de años desde que alguien dijo que en casa se estaba más seguro!
Por toda España resuena el grito consumista y reanimador de "¡A las
mariscadas, a las mariscadas!" Resuena en Italia, en Grecia, en
Portugal... en la Francia del Louvre, Montparnasse, la Torre Eiffel y los
Miserables.
Cuando
alguien tenga que reescribir las fábulas actualizándolas para la era del
COVID-19 tendrá que emplazarlas en playas y chiringuitos, en museos tentadores,
en maratones por cualquier buena causa. Parafraseando a Nietzsche, hemos
definido la nueva normalidad y metemos en ella la realidad a martillazos. Así,
a golpes, hasta que nos encaje.
Se ha
despertado el furor envidioso de las ayudas, en las que nadie quiere quedarse atrás
porque lo suyo es esencial. Y como todo es importante, incluido lo más trivial,
nos dicen que se recorta lo innecesario, que en este país es la Ciencia. De
nuevo se recuerdan la sucesión de recortes en financiación de la Ciencia desde
2009, algo que finalmente se paga en moneda comprensible.
Las
noticias de rebrotes y reaperturas se alternan en nuestros medios. Es la nueva
esquizofrenia, el estado mental en el que sentimos miedo por lo que nos cuentan, pero alegría por lo que nos espera, un mundo feliz, playero, movido a golpe de
clásicos de Georgie Dann, al que hay que volver de inmediato y sumergirse en él con The Doors en un río vietnamita; sí, Dann cantando, esto es el final, mi único amigo. Apocalypse Wow! ¡Buena canción del verano!
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