Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
En la
BBC, Mike Hills se preguntaba desde los titulares "Coronavirus: Is the
pandemic getting worse in the US?", algo que parece que algunos siguen discutiendo
pese a las evidencias de ser así. No hay duda razonable: la situación en los
Estados Unidos empeora. Y lo extraño sería que mejorara con las medidas tomadas
y las que se han dejado sin tomar.
En
Estados Unidos ha ocurrido —probablemente— lo peor que podía ocurrir en el
momento menos oportuno: la politización del coronavirus desde el inicio. El
responsable —¡cómo no!— ha sido el presidente Trump, cuyo narcisismo le llevó a
enfatizar primero que el virus nunca llegaría a Estados Unidos, después que si
llegaba estaría controlado, para más tarde decir que era un invento de la prensa liberal e
izquierdista con los traidores demócratas, y finalmente responsabilizar a
China, al igual que la había felicitado al inicio.
La
politización del coronavirus ha tenido dos momentos clave. El primero ha sido
poner al frente a su propio vicepresidente, una jugada con la que pretendía
controlar políticamente la gestión y después pensar ingenuamente que si el
asunto estallaba él estaría protegido. Pero, como era previsible, la gente se
preguntó "¿qué diablos sabe el pulcro Mike Pence de esto del coronavirus y
las pandemias?" Y tenían razón. Por eso el impaciente Trump decidió dar el
salto protagonista confiando en su "carisma" ante sus seguidores. Las
declaraciones sobre la ingestión de desinfectantes o el uso de luces internamente
para la desinfección como geniales intuiciones expresadas en público por el
incontinente Trump mostraron al mundo lo poco bueno que podían esperar del
presidente.
El
segundo aspecto importante desde la perspectiva política han sido los ataques a
la Organización Mundial de la Salud, a la que acusó de estar "vendida a
China" y amenazó con cortar las subvenciones a la organización y salir de
ella. Cuando más se necesitaba la coordinación mundial Trump deshacía los
organismos capaces de dejarle en evidencia señalando lo nefastas (cuando no
ridículas) políticas seguidas.
Muchos
norteamericanos —y no han sido los únicos— han confundido las libertades con la
supervivencia. Contagiarse o no, no es una cuestión de libertad. Podemos
debatir el derecho al suicidio, el tema más interesante según Camus, pero el
hecho de que se trate de contagiar a los demás elimina mi capacidad (o derecho)
de infectar a otros, voluntaria o involuntariamente. Estoy obligado moralmente
a proteger a los demás porque mi decisión les afecta.
Sin
embargo, si no se quiere ver este principio, se organiza el caos que ahora mismo
tienen los Estados Unidos, con liderazgo o con su falta de ellos en todos los
órdenes. Desde el "Jesús es mi vacuna" hasta "los viejos debemos
sacrificarnos por el futuro de los jóvenes", pasando por "es mi libre
decisión", cada uno ha mantenido sus principios en algo que no puede ser
llamo "individualismo" sino más bien estupidez fragmentada.
Lo
sorprendente es cómo la visión política se ha seguido manteniendo por encima de
los hechos básicos como es la salud y la supervivencia. Todo está híper politizado
y en gran medida lo está por la acción de Donald Trump desde la Casa Blanca a
lo largo de todo su mandato.
Mike
Hills señala en su artículo que el crecimiento de los casos en los Estados
Unidos, el empeoramiento de la situación, es un hecho, que los números no
engañan. Señala algo
más:
[...] the top US health official for infectious
diseases, Anthony Fauci, sees the current situation as a continuation of the
initial outbreaks.
"People keep talking about a second
wave," he told a reporter recently. "We're still in a first wave."*
Esto es
importante porque estamos aplicando a los fenómenos naturales metáforas
conceptuales que es probable que nos están impidiendo ver la verdadera realidad
de la situación al estructurar nuestra percepción de los fenómenos y nuestras
interpretaciones sobre estas.
Pensar
en términos de "segunda ola" puede hacer creer que se detuvo una
primera. Sin embargo, eso no es más que una forma de estructurar la realidad.
"Curvas", "olas", "aplanamientos",
"escaladas", "desescaladas"... y la favorita, "nueva
normalidad", pueden convertirse en formas de ocultación o de malas
interpretaciones.
Ahora
insisten muchos expertos en que el virus no se había ido a ninguna parte, que
ha estado ahí, simplemente esperando a que se le acercara más gente que lo
transportara. Un solo contagiado es suficiente para que se inicie la expansión.
Hay que tener cuidado con las metáforas porque si no se afina bien, ocultan
tanto como revelan. Y muchos las han interpretado de forma muy propicia a sus
intereses o deseos. La cruda realidad de los nuevos contagios está ahí, los
llamemos como los queramos llamar.
La
administración de los Estados Unidos se enfrentó mal al coronavirus dándole una
especie de valor simbólico. Al coronavirus le daba igual la nacionalidad del
infectado, algo que a los contagiados parece importarles mucho. Los brotes de
racismo asociado a la pandemia son muchos.
La
Vanguardia de ayer incluía un artículo titulado , en el que señalaba:
Donald Trump, según el presidente Donald
Trump, “es la persona menos racista con la que te hayas encontrado jamás”.
Los hechos no parecen darle la razón. Después
de pasarse semanas elogiando el esfuerzo y la transparencia de Xi Jinping en la
lucha contra el coronavirus, Trump descubrió que la Covid-19, enfermedad que
había ninguneado, se lo llevaba por delante y que necesitaba un enemigo al que
culpar.
A partir de ahí empezó a hablar del “virus de
China” o “el virus de Wuhan”. Ahora ha incorporado la versión más despectiva de
Kung (artes marciales chinas) Flu (gripe). Este término lo utilizó por primera
vez en un acto de campaña en su aparición el pasado sábado en Tulsa (Oklahoma)
y provocó una condena por ser considerado un insulto racista contra los
estadounidenses de origen asiático.
Tres días después, en el acto del martes ante
unos 3.000 jóvenes en Phoenix (Arizona), Trump volvió a echarle la culpa al
“virus de Chinaaaa”. Pero la concurrencia empezó a corear el Kung flu.
Trump se hizo eco de esas voces. “ Kung flu,
yeah”, repitió desde el escenario para delirio de los presentes. Esa expresión,
rechazada hace escasos tres meses por asesores de la Casa Blanca, ya se ha
convertido en el último grito de guerra para el trumpismo.
“Es escalofriante ver a una multitud
insultante”, aseguró Chris Lu, que formó parte del gobierno Obama. “Ese deseo
primitivo de obtener la afirmación de la multitud –prosiguió Lu en The Washington
Post – tiene pésimas consecuencias para los asiáticos americanos, en especial
para los niños. Es un chiste para él, pero no lo es para nosotros”.
Muchos asiáticos americanos como Lu han dado
un toque de alerta sobre este lenguaje. Desde diversos sectores se acusa a
Trump de ahondar aún más la división para su rédito electoral.
Por supuesto, el presidente no hizo ningún
gesto para frenar el uso de ese lenguaje peyorativo.**
¿Le va
a seguir funcionando la extensión del racismo vinculado al coronavirus? Pues
puede que le funcione lo del "kung flu". Es la típica metáfora
chistosa que le encanta a Trump y enloquece, como bien se describe, a sus
seguidores.
Pero,
lo más importante, es que es un gasto de ingenio que debería ser empleado en
encontrar formas eficaces de combatir lo esencial, el virus y su expansión. Se
desconoce si hay cifras sobre contagios producidos entre los asistentes a los
mítines de Trump. Sabemos que la Casa Blanca ha tenido sus contagios, pero no
sabemos nada de los seguidores del recorrido de Trump. Sí de algunos contagios
entre el personal que organiza el rally presidencial en busca de aplausos.
Con
todo esto, Estados Unidos ha mostrado al mundo su peor cara, que tiene los
rasgos del trumpismo. El deterioro de su imagen internacional ya había
comenzado antes de la pandemia, pero esta ha servido para mostrar la profunda
división de la sociedad norteamericana, su incapacidad para enfrentarse a una
amenaza que crece con sus propias acciones y omisiones. Puede afirmarse que el
peor enemigo de los Estados Unidos está en su interior. Tiene nombre y efectos.
La creación del caos político ha llevado a lo contrario de lo que se
necesitaba, unidad, confianza y sentido común. Pero es justo lo que ha brillado
por su ausencia. Los Estados Unidos son el espejo negativo en el que mirarse. Allí donde se ha imitado, como Brasil, el desastre es el mismo.
Los
intentos racistas de enmascarar esta realidad o de echar la culpa a otros, ya
sean países, partidos o instituciones internacionales, se muestran cada día más
patéticos.
* Mike
Hills "Coronavirus: Is the pandemic getting worse in the US?"
26/06/2020 https://www.bbc.com/news/world-us-canada-53088354
* Francesc Peiron "Trump arrecia la retórica racista
por efecto de la Covid-19 y las encuestas" La Vanguardia 26/06/2020
https://www.lavanguardia.com/internacional/20200626/481953021785/trump-arrecia-retorica-racista-efecto-covid-19-encuestas.html
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