Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
De vez
en cuando nos saltan casos así: los que deberían ayudar se quedan mirando. Con
cierta frecuencia la gente se queda con el móvil en la mano, enfocado, viendo
la vida pasar. Ha ocurrido de nuevo, esta vez en Nueva York y mirando sin intentar
remediar lo que estaba ocurriendo. Nos lo cuenta el diario El Mundo: «El
adolescente fue atacado por un grupo de unas seis personas por un supuesto lío
de faldas. A la pelea asistieron otros 50 o 70 jóvenes a modo de espectadores.
Muchos de ellos optaron por grabar la agresión y cómo agonizaba Khassen para
subirlo a las redes sociales, en lugar de socorrerlo y de pedir ayuda.»*
El
fenómeno no es nuevo y es frecuente, pero no hay intención de explicarlo. En otros
casos de comportamiento anómalo, hay ciertos tipos de indagaciones, opinan los
expertos, etc., pero esto se deja pasar como si fuera un fenómeno "normal".
Esta
forma de pasividad tiene una mezcla de voyerismo y de fascinación peligrosa por
el mal. La pantalla del móvil actúa como un filtro, como una cerradura a través
de la que se mira, algo que produce dos mundos, el que se ve en la pantalla y
el que queda de nuestro lado. Hay morbosidad en la mirada.
Junto a
fenómenos como el ciberacoso, esta pasividad es terriblemente peligrosa. El
poner por delante la pantalla del teléfono implica una especie de ritual
enfermizo que actúa como un exorcismo. El ojo mira y la mente queda
capturada, fascinada ante la agresión que se capta en la pantalla.
El
fenómeno encubre la perversión de dejar que el mal siga su curso, que el crimen
no sea interrumpido, que quede registrado. Hay algo que debemos explorar en los
que graban las violaciones en grupo; los que graban a los suicidas, a los
atacados en un patio; a los idiotas que registran sus delitos de tráfico y los
suben a las redes sociales para admirarse y ser admirados.
La
imagen la podemos clasificar en la que nos incluye a través de selfies en los
que aparecemos junto al hecho registrable, y aquellas otras en las que somos
"solo" perversos observadores. Ya sea dentro o fuera, estamos ante un
tipo de epidemia que nos roba algo y nos empuja a nuevas perversiones.
La
última perversión de la mirada es la que nos ha contado en el fin de semana el
diario El País, con el titular "Detenido un hombre en Barcelona que grabó
y dejó morir a su pareja cuando sufrió una bajada de azúcar". La crueldad
del crimen se hace más intensa e inhumana por la grabación de la agonía de su
pareja:
Los Mossos d'Esquadra han detenido a un
hombre de 49 años acusado de dejar morir en junio a su pareja en Viladecans
(Barcelona), después de que ella sufriera una bajada de azúcar (hipoglucemia).
La policía autonómica descubrió que, además de la presunta omisión de socorro,
el hombre grabó la agonía de su pareja en video. El arrestado está investigado
por homicidio, malos tratos y omisión de socorro. Con ella son 43 las
asesinadas por violencia de género en España en 2019, 1.018 desde que hay datos
oficiales.**
Necesitamos
comprender esta patología social, esta conversión de una herramienta útil, el
teléfono móvil, en una herramienta de tortura, como en este caso. La prueba
contra este monstruo de frialdad es su propia grabación, como la de tantos
otros a los que pierde encontrar en sus teléfonos o en otros dispositivos el
horror de sus acciones y la indiferencia ante el dolor ajeno. La agonía grabada
nos deja sin duda ante una mente enferma.
¿Pero
qué enfermedad es esta que nos va invadiendo y contagiando de indiferencia ante
el dolor? La imagen sirve para despertar muchas veces nuestra solidaridad o
empatía con el sufrimiento ajeno, como muestran la fotografía o el arte del
cine y la pintura. Mirar es una forma de comprender el mundo y de ser
solidarios. ¿Se nos están acabando las miradas, se nos agota la compasión y ya
solo nos excita lo morboso y perverso que fluye ante nosotros?
Hoy el
mal necesita de nuestras miradas. Ya el 11/S fue un ejercicio de terrorismo
visual para que quedara en nuestras retinas, grabado a fuego. La elección del
objetivo necesitaba de las miradas para ser eficaz. Después lo han sido las
decapitaciones, para las que creaban su propia escenografía. Había que mirar.
Pero
esos elementos que fueron sirviéndose de nuestros dispositivos han afectado a
nuestra mente. Hoy hacemos sufrir para poder grabarlo y reproducirlo. Matamos,
torturamos, violamos para dejarlo grabado y verlo. El sexo igualmente se ha
convertido en porno grabado. Las fugas de los teléfonos, las fotos y vídeos
privados que salen a la luz con frecuencia, muestran que la práctica de grabar se
ha convertido en una norma. Seguimos pervirtiendo la mirada. Las violaciones en
grupo lo atestiguan. El hecho de grabarse unos a otros durante la violación lo
confirma.
Ahora,
la grabación de la agonía de la esposa. Verla sufrir sin que tiemble el pulso
al grabarlo, ver cómo su vida se escapa. Ha habido varios asesinatos de mujeres
que se han realizado delante de los hijos. No creo que se haya llegado a grabar
—al menos no se ha dicho—, pero sí se buscaba la destrucción a través de la
contemplación del asesinato, una perversión más.
Nuestra
mirada está enferma. La extensión de los dispositivos de grabación —teléfonos,
videocámaras, cámaras fotográficas...— ha hecho emerger esta patología clara
que se extiende como un tsunami.
La
fotografía de muchos artistas ha buscado la empatía, la solidaridad de los otros. Hemos
convertido en epidemia lo que aquella vieja película, "El fotógrafo del
pánico" (Peepin Tom, Michael
Powell 1960), nos anticipó. En nuestros días, una nueva variante
"Nightcrawler" (Dan Gilroy, 2014), otra magnífica película, indaga en
esta enfermedad social, moral. Necesitamos ver el sufrimiento, las agonías; todo esto provoca pasividad. Y es adictivo. Mirar y producir imágenes, hasta llegar a no saber de qué lado de la imagen estamos. Estamos entrando en un mundo en el que no nos entendemos a nosotros mismos, nuestras reacciones, en un espacio cultural nuevo que saca de nosotros actitudes negativas insospechadas.
Más allá del arte, de la estética, sería bueno empezar a tirar de este hilo macabro. Necesitamos saber qué extraña indiferencia es la que nos envuelve, de dónde nos viene esta apatía y la fascinación por mirar el mal con un teléfono en la mano. Algo falla.
*
"Muere un adolescente en una pelea en Nueva York ante medio centenar de
espectadores que prefirieron grabar la escena a ayudarlo" El Mundo
19/09/2019
https://www.elmundo.es/f5/2019/09/19/5d836ab921efa0ec1f8b4620.html
**
"Detenido un hombre en Barcelona que grabó y dejó morir a su pareja cuando
sufrió una bajada de azúcar" El País 21/09/2019
https://elpais.com/ccaa/2019/09/21/catalunya/1569057105_564911.html
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