Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Lo malo de la política española es su didactismo. El político español —no es el único— basa su carrera en dar explicaciones, algo que se pasa el día haciendo para aburrimiento de la ciudadanía. Es como vivir en un documental de David Attenborough, como si el célebre naturalista fuera visitando en canoa, camello o caballo los hábitats de la oposición —especies en claro peligro de extinción— y nos lo fuera contando.
Nuestra "programación" político-televisiva está llena de estos programas. Cada político cuenta el mundo desde su perspectiva e intentan convencernos de algo, que suelen ser sus bondades frente a un mundo salvaje, lleno de peligros. Estos programas estrella son completados por unas manadas de comentaristas que discuten y discuten sobre lo que ha pasado y lo que va a pasar; que repiten sus argumentos de manera cubista, intentando introducir perspectivas interesantes que acaban siendo cansinas, aunque hayan sido planteadas con vigor. Pero acaban cayendo en lo mismo, el aburrimiento.
Durante meses nos han explicado, unos y otros, lo que se debería hacer, lo que han intentado, lo que no ha salido y lo que ocurrirá por todo lo anterior. Más de lo mismo.
La palabra que más se repetía ayer, esta misma mañana, es "abocados", que según la segunda acepción del diccionario es "Hacer que una persona se aproxime a alguna cosa, especialmente a algo que es peligroso." La cosa peligrosa son las elecciones, que todos decían no querer, pero que al final están ahí porque ellos lo han querido, aunque eso no se explica bien. La "cosa peligrosa", claro está, son las "elecciones".
A ser posible, de las elecciones deben salir gobiernos y si no salen es porque no se puede o porque no quieren que salga, pero en modo alguno se deben presentar las elecciones, por unos y otros, como "peligrosas", como un destino fatídico. No es una circunstancia deseable, pero eso no significa que votar sea un infierno, tal como nos han contado para meterse presión unos a otros.
Los medios, esa realidad paralela, arremeten contra Pedro Sánchez; él arremete contra todos. Uno a uno van levantando su dedo en dirección a La Moncloa, donde el quimérico inquilino acusa a todos los demás de haber frustrado su sueño de gobernar con aires de mayoría desde un gobierno en minoría. ¿No aprendió Sánchez de lo que pasó con Mariano Rajoy? O quizá, por el contrario, allí lo aprendió todo, cómo se las gastan sus socios recomendados.
El diario El País, siempre tan institucional, hace encaje de bolillos para responsabilizar a Sánchez sin que lo parezca, para separar los políticos (culpables) de las instituciones (inocentes); ABC y El Mundo señalan sin tapujos a Sánchez como responsable. La Vanguardia, siempre tan mesurada, culpa a todos y hace un bonito juego de titulares —un mosaico variado— en donde todos se culpan unos a otros en función de sus estrategias. El diario Público hace ejercicios retóricos contra Sánchez y el fracaso de la legislatura advirtiendo sobre la dureza de la campaña que se avecina contra Sánchez, la víctima perfecta.
En los próximos días y hasta que lleguemos de nuevo a las urnas, Sánchez vivirá el "vía crucis" político de tener que poner todos los días varias veces la otra mejilla, que en su caso serán reversibles, como las viejas gabardinas y abrigos, y perderá la cuenta.
Ya algunos lo etiquetan como "el hombre que solo convenció a Revilla", que ya es triste, y más le hubiera valido no convencer a nadie.
Ya se acabaron las especulaciones sobre el sí o no de las elecciones. Ganó el sí. Todos los argumentos que se pusieron en la mesas y platós sobre porqué eran imposibles, indeseables, etc. son modificados por los de a quién beneficiarán. Esto es el meollo del asunto y del que menos se hablaba tras las explicaciones institucionales que eran cortinas de humo. En realidad, Sánchez tenía muchas posibilidades pero casi todas para quitar el sueño. Son las consecuencias de aplaudir tanto el fraccionamiento de la política. Ahora no hay forma de crear mayorías estables más a golpe de fracaso épico, es decir, que se produzcan traslados de votos por "utilidad" o como dicen ahora en Rusia "voto inteligente", votas a quien haga más daño al poderoso. El problema (bendito sea) es que aquí hay mucho político y muy poco poder. Y me temo que seguirá siendo así.
Convencidos de que existen dos Españas, los ataques se multiplican contra el "enemigo" (los otros) y los próximos (los nuestros), en donde esa "nuestredad" es de boquilla y solo sale cuando interesa al más débil para acercarse al más fuerte o al más fuerte para debilitar al más débil.
Algunos dicen que han sido problemas de "liderazgo", ¿pero es que hay otros en la política española? Hemos ido a la progresiva personalización de la política, de la derecha a la izquierda, y eso tiene consecuencias.
Todos están ya en los puestos de salida. Un todos contra Sánchez y un Sánchez contra todos. Todos piden mayoría. A ver qué les dan. Los argumentos han cambiado de lo "todavía posible" a "lo que no pudo ser". Lo que escuchamos hoy, lo seguiremos escuchando hasta el día de las elecciones, a las que nos "vemos abocados", como dicen.
El "abocados" es más bien "a bocados", un pequeño espacio —¡maravillas del lenguaje!— nos da una imagen más cercana a lo sucedido.
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