Joaquín
Mª Aguirre Romero (UCM)
El cine
se ha ocupado varias veces de esta cuestión mostrando cómo se pervierte la
función de los medios. Se deja de recoger lo que ocurre para crear lo que debe
ser visto, que pasa a ser un objeto de consumo, una forma de alimentar a unas
masas sedientas de información morbosa, de adictos al drama.
La
tentación de fabricar la realidad, de provocarla para recogerla después ha pasado
por muchas mentes. En ocasiones hay recursos como para satisfacer este tipo de
demandas sin caer en lo delictivo. Son las vidas inventadas para el consumo
ajeno, las vidas convertidas en farsas como comida basura mediática. Es como
poner relleno a los muñecos para darles apariencia de realidad. Discuten, se
pelean para nosotros. Muestran interioridades de diseño hechas para satisfacer
la vaciedad vital en la que viven. Son pobres sustitutos de la realidad que
sirve de estímulo a personas que se han vuelto adictas a este mundo, un mundo
que llena de miles de horas de programación durante décadas, decenas de miles
de páginas en las que disputan, lloran, se reconcilian, se vuelven a odiar en
ciclos sin fin.
El
diario El País nos trae información de la conversión en serie televisiva de
algo peor que todo esto:
Era el rey de las audiencias de televisión en
una de las ciudades más peligrosas de Brasil. El público adoraba aquel
programa, un cóctel de sucesos en su versión más sensacionalista -entrevistas
con supuestos criminales, cadáveres acribillados, persecuciones policiales,
toma de rehenes…- con humor de lo más burdo y actos de beneficencia. El
periodista Wallace Souza sabía bien cómo atraer público con casquería
televisiva. La audiencia se disparó tanto que le catapultó a la política, algo
nada infrecuente en este país. Compatibilizó la tele con el escaño. Souza solía
llegar al lugar del crimen el primero, antes que la policía. Su arresto en 2009
sorprendió a la ciudad de Manaos, en plena selva amazónica. Pero eso no fue
nada. Para conmoción la que hubo al conocerse la acusación policial: ordenar
crímenes para cubrirlos luego en su programa y aumentar la audiencia. Una
historia surrealista que protagoniza la docuserie La muerte vende (Bandidos na
TV en su título original) de Netflix.*
El caso
tiene mucho de modelo del intercambio entre el crimen, los medios y la política
allí donde se deja crecer el cáncer de este mundo que se retroalimenta.
Conocemos casos de conexiones entre el crimen y la política, forman parte de
las tramas de corrupción y del asalto al poder. Igualmente casos de conexión
entre el mundo criminal y los medios, menos frecuente y con función distinta.
Pero el caso que se nos cuenta tiene la redondez del acabado perfecto para el
asalto desde los medios al poder político.
Se
habló de los medios como del "cuarto poder" dentro de un sistema de
equilibrio de fuerzas y con un sentido de vigilancia de los otros poderes en
nombre de la opinión pública. Hemos pasado del modelo en el que los medios
dejan al descubierto los vicios del poder al modelo del poder mediático
vicioso. Es lo que ocurre cuando se usan los medios para dar el salto a los
otros poderes, especialmente al político que es natural en estos casos. Cada vez es más frecuente dar el salto de
la popularidad mediática a los centros del poder. Muchos no llegan a dar el
salto, sino que quedan en un espacio intermedio, un espacio que permite
convertir a la gente en una mezcla de "público votante". Son dos categorías
distintas que se pueden convertir en una. Es la tentación del político de
apoyarse en el espectáculo mediático y la tentación del informador de
convertirse en político. En ambos casos, el nivel de integración puede tener
muchos grados. Es el fenómeno de la mediatización de la política y el aumento
de la politización de los medios.
Pero el
caso de Wallace Souza tiene un escalón intermedio, el crimen, que fue su forma
de aumentar las audiencias que le hicieron finalmente dar el salto a la
política y afianzarse en todos los terrenos: el político, el criminal y el
mediático. No informa Naiara Galarraga en El País:
Souza era un hábil orador envuelto en un
discurso de matón que sus vecinos, hartos de la violencia de las bandas que se
disputan el narcotráfico en la región amazónica, respaldaban con entusiasmo.
“Las familias honestas de nuestra ciudad necesitan paz”, proclamaba en un
programa, mientras en otro ofrecía su solución para acabar con el problema:
“Para los traficantes solo hay una solución: bala y tumba. Punto”.
El programa empezó con medios precarios pero
la audiencia respondió bien desde el principio. Aquello atrajo a
patrocinadores, contrataron periodistas… el fenómeno Souza crecía. El
presentador acabó convertido en un auténtico héroe para los vecinos de Manaos,
la capital del estado de Amazonas, ahora la undécima ciudad brasileña con más
asesinatos. Se presentaba como un gran azote del crimen. Alguien que combatía a
unos delincuentes a los que el Estado, impotente o incapaz, no perseguía. Dos
veces fue reelegido como diputado en la Cámara estatal. Y desde esa tribuna
lanzó su defensa al ser arrestado: “Tal vez sufro la mayor persecución política
que ha habido en este estado”, proclamó.*
No hace
mucho tiempo contamos aquí el caso de la presentadora de televisión egipcia
acusada de organizar secuestros infantiles para luego usarlos en su programa.
Wallace Souza fue más allá, pero el principio es el mismo: forzar la realidad
para convertirla en producto mediático manipulable. En el caso brasileño, el
entorno le ha permitido organizar esa corriente en su favor para conseguir ser
elegido y reelegido. Una vez comprendido el mecanismo este no se puede
desperdiciar. La inversión en su propia imagen es un seguro.
Wallace
Souza es un ejemplo de una sociedad que ha pervertido los fines de las
instituciones. Ha convertido en criminal la política y los medios. La situación
brasileña es la de un escándalo tras otros, encerrar a los que encierran a los
encerrados. Las sospechas se extienden a los otros poderes como en el caso del
fiscal que llevó el caso contra Lula da Silva. Nada queda a salvo de la
perversión. Lo que se produce entonces es una especie de jungla disfrazada de
civilización, una guerra disfrazada de convivencia institucional.
Lo malo
es que ese juego ha pervertido a las propias masas, que se entregan a otro
personaje, a un Bolsonaro, otro producto de los medios, la política y el
añadido religioso, que es utilizado como garantía. Lo que un sistema sucio
produce difícilmente puede ser limpio; solo lo aparenta. No hay regeneración,
solo lucha por el poder a través de esa carretera de dos carriles, el mediático
y el político, junto con uno que es el que sirve para iniciar el camino (la
religión, el deporte, la judicatura...). Nadie salta al mundo público sin prueba de cámara.
El hecho de que Souza matara para conseguir "exclusivas" es una explicación demasiado sencilla para un fenómeno mucho más complejos. Así queda reducido a una especie de práctica desleal y criminal. Pero el fenómeno es mucho más amplio y envuelve nuestro sentido de los medios, de la política y de la propia sociedad que se ve transformada (¿o es quien transforma?) por la interacción y por sus propias elecciones manipuladas. ¿Qué lleva a convertir a un fenómeno como Souza en un héroe mediático y político? Esa es la pregunta que necesita ser respondida.
Ahora
se completa el ciclo: la serie televisiva de Netflix. Es la conclusión lógica
en la que la ficción que se ha consumido como verdad se consume ahora como serie
documental. Es la materia común con la que se hacen sueños y realidades. La realidad ya no es evidente por sí misma. Necesita ser explicada en segunda instancia. O quizá solo se trate de una ampliación del negocio.
* Naiara Galarraga "El periodista que
siempre llegaba primero a la escena del crimen" El País 24/06/2019
https://elpais.com/cultura/2019/06/22/television/1561221489_634629.html
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