Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Lo
ocurrido en Nueva Zelanda, la matanza de cincuenta musulmanes que oficiaban los
ritos del viernes en sus mezquitas añade más datos a un fenómeno que va
creciendo, el del narcisismo criminal.
A los
motivos ideológicos que se esgrimen se les añaden las personalidades
narcisistas de los que necesitan de un público para perpetrar sus crímenes,
necesitan, por decirlo así, un público en el que contemplar las reacciones a
sus crímenes.
Los
detalles de la retransmisión vía Facebook de la matanza que se van sabiendo no
hacen sino mostrarnos esa patología individual y social. El espejo social del
narcisista son los otros, actúa para llamar su atención y sentirse el centro.
En un mundo en el que se compite por la atención (economía de la atención),
conseguirla solo logra superando a los otros en sus atrocidades.
La
necesidad patológica de que se observe lo que se observe lo que se hace
conlleva unos enormes riesgos con lo que se ha denominados
"viralidad". A sabiendas de que hoy existen foros con audiencias de
millones, prestas a lanzarse sobre cualquier cosa que les saque de su vida
aburrida, los criminales las buscan con el poder de la tecnología de las
comunicaciones.
El
diario El País titula "Una matanza de 17 minutos planeada para ser viral" y escribe:
La búsqueda no dura más de 30 segundos. Son
las siete de la tarde de ayer, esto es, 17 horas después del atentado contra
dos mezquitas de Christchurch, en Nueva Zelanda. Uno de los hashtags de Twitter
con más mensajes de la matanza de al menos 49 personas es #ChristchurchAttack.
La cuenta @malikshahzaib94 incluye algo más de un minuto de la retransmisión en
directo del ataque sobre la mezquita de Al Noor. El perfil es lo de menos;
expresa sus condolencias y cuelga una grabación que otro ha subido antes. Lo
que no tiene parangón es el éxito de este terrorista al difundir en un directo
de la red social Facebook una de las mayores masacres terroristas islamófobas.
El nombre del tipo que difunde el ataque, Brenton Tarrant, coincide con la
identidad del pistolero difundida por las autoridades australianas.
El terrorista, según se puede ver en la parte
superior derecha de la retransmisión, usa LIVE4, una aplicación muy sencilla.
Vincula una cámara GoPro al teléfono móvil y de ahí a Facebook para que lo
grabado salga al aire de forma inmediata.
El impacto es extraordinario e imparable. Una
vez que un vídeo está en la Red, aunque la web que lo aloja lo elimine, en este
caso Facebook, cualquier tiempo de emisión es suficiente para que cientos de
usuarios lo graben y difundan en otras plataformas. Pero la intención de este
atacante no es novedosa. En junio de 2016, el francés de origen marroquí
Larossi Abballa mató a un agente de policía y su pareja a las afueras de París.
Después de acuchillarlos hasta la muerte, retuvo a su hijo y se conectó a
Facebook Live, el servicio de la red para retransmisiones en directo. Allí,
mostró a las víctimas y juró lealtad al Estado Islámico. Posteriormente fue
abatido por las fuerzas de seguridad francesas.*
A la patología individual se suma la
colectiva, la cultural. El sociólogo norteamericano lo estudió en su obra
"La cultura del narcisismo", publicada al final del milenio. Lasch no
se equivocaba.
Lo que
el periodista llama "éxito" es lo que se busca. ¿Por qué llamarlo con
otra palabra? "Éxito" implica reconocimiento por encima de la aceptación.
Es la fascinación del mal.
Durante
siglos, moralistas, religiosos, escritores y psicólogos han tratado la cuestión
del mal. Pero el mal ya no es una cuestión individual, una cuestión de
conciencias y pecados. El mal forma parte de la "sociedad del espectáculo",
Debord.
La
grabación-clonación de la información crea sus propias realidades, que son
consumidas por los adictos como parte morbosa y fantasmática de su propia
existencia.
El
asesino no se ha suicidado, como hacen otros con la expectativa poco razonable
de recibir su premio en el paraíso. Necesita seguir vivo porque su premio es
contemplar y ser contemplado. Ya no le vale el recuerdo que se pueda tener de él: necesita verlo.
Esto es lo que caracteriza las matanzas de estos tarados ultraderechistas,
supremacistas, racistas. Es lo mismo que ocurrió con la matanza de Utoya, donde
Anders Breivik recorrió la isla matando a los jóvenes socialistas para llamar
la atención del mundo, para convertir en un circo mediático su juicio, lanzando
soflamas y alzando el puño.
Los nuevos
medios están transformando nuestras mentalidades y haciendo aflorar
comportamientos dormidos que toman la energía para cometer sus actos a través
de ellos. Así ha sido siempre. Las sociedades —es la hipótesis central de la
Escuela Canadiense, con Marshall McLuhan, Paul Zumthor, Walter Ong...— se
vertebran a través de sus formas de comunicación, es decir, de los medios que
usan, de la oralidad a la escritura, de la imprenta a las redes sociales. Esto
tiene su propia lógica económica: se trata de favorecer las comunicaciones, por
lo que se acaban creando las adaptaciones que facilitan la comunicación.
No se
ha estudiado tanto, en cambio, los efectos psicológicos de los medios de
comunicación y de cómo afectan a las relaciones sociales e interpersonales.
¿Crean patologías específicas o, por el contrario, hacen aflorar las existentes
selectivamente? Es indudable que cada forma de comunicación favorece algún tipo
de modelo.
Christopher
Lasch vio que el mundo de la comunicación moderna favorecía el narcisismo por
encima de otros rasgos.
La
única duda que existe es, como es frecuente en el campo social, la relación
entre efecto y causa. Es decir, crean el narcisismo o solo dan salida a los que
ya lo son. El fenómeno del supremacismo se ajusta al narcisismo y las
tecnologías actuales permiten la visibilidad completa y casi automática.
Cualquier punto del globo se convierte en escenario, en el punto de salida de
información hacia millones de espectadores de nuestra representación, sea una
canción o un crimen horrendo.
No
evolucionamos. Cambiamos individualmente y producimos cambios en nuestro
entorno que generan nuevos cambios. Has no hace mucho, los cambios eran lentos.
Hoy la aceleración de los tiempos es un hecho. Las brechas generacionales se
agrandan porque el mundo en el que crecemos está cambiando continuamente y el
mundo en el que creces pronto se te hace irreconocible. Por eso los que venden
ideas eternas, inmutables, dogmáticas, etc. ofrecen el resguardo frente a la
tormenta de la vorágine. El cambio constante produce tensión y desequilibrio.
No todos se adaptan de la misma manera. Lo que antes solo se percibía en
centurias ahora se muestra en un lustro o menos.
Hasta
la educación, que era lo que daba forma a las personas, se ha vuelto un
elemento inestable que nos ofrece solo la capacidad de aprender a cambiar.
Desde todos los puntos se nos dice que nuestros anclajes deben ser ligeros para
no ofrecer resistencia y dejarnos caer en brazos del cambio. Lo llaman "formación
continua", "aprender a aprender", etc. Vivo en un entorno educativo en el que se
atacan las Humanidades en beneficio de la tecnología cambiante. Nadie quiere
entender el pasado, solo vivir un presente que se asemeja al paisaje desde un
tren de alta velocidad, un exterior irreconocible por el que viajamos privados
del paisaje.
Lo ves
en las nuevas generaciones, que se distancian de un pasado que les resulta
irreconocible y con el que no mantienen lazos. Son ya la segunda generación que
vive delante de una pantalla para conectar con el mundo, que no necesita
bibliotecas, que no entiende el concepto de privacidad en beneficio del
exhibicionismo y el compartir sus datos. En este contexto es fácil anclarse en
aquello que nos promete coherencia, sentido, frente a la velocidad. Ya sea la
"raza", la "tierra", el "pueblo", la
"clase", "Dios", es el retorno de aquello que nos ata
emocionalmente y en cuyo nombre somos capaces de matar o morir. Es el regreso
de los mitos que nos transforman de espectadores en protagonistas.
El
asesino australiano necesitaba en su vida el reconocimiento de "su"
supremacía, un acto de consagración. Quería mostrar al mundo cómo se sentía
superior frente a aquellos a los que debía matar. Lo que el diario El País nos
señala es precisamente ese "éxito", la doble vida del hecho: la
barbarie del hecho real y la monstruosidad del hecho viral. Le damos aquí a
"monstruosidad" el sentido de lo enorme, de lo diferente.
Otra de
las informaciones del periódico dice "Facebook elimina más de 1,5 millones
de vídeos del ataque de Nueva Zelanda a las 24 horas del atentado"**. Jamás
llegaron tan rápido y tan lejos las hazañas de Alejandro, de Saladino, de
Gengis Khan. Cubrir el globo en unas horas forma parte de lo monstruoso, de lo
enorme, feo y diferente a una normalidad cada vez más esquiva.
Las
matanzas de este tipo van aumentando y lo hacen al ritmo de expansión de los
medios. La patología social e individual crece con ellos porque el narcisismo
es una patología de la mirada y conforme esta aumenta, se extiende por su
atractivo. Ya no se trata de que te vean los que te rodean. El mundo es tu
escenario. Tienes las cámaras, las luces, los condenados a ser los extras de tu
fantasía mortal.
Hemos
cometido el error de abrir la caja tecnológica de Pandora y no preocuparnos de
sus efectos. Nos desprotegemos al no comprender o ignorar lo que suponen
nuestra acciones. Creemos estar a salvo, pero la locura es aleatoria. Le
sacamos beneficios económicos, pero perdemos muchas cosas de enorme valor. Para
que no nos duela, dejamos de valorarlas.
Las
llamadas a la cordura no son suficientes. Hay que entender qué ocurre.
Avanzamos hacia lo peor sin hacer nada más que lamentarnos. En una sociedad
intensamente comunicada, los motivos de conflicto aumentan exponencialmente. La
retroalimentación intensifica las reacciones. Los odios se alimentan de los
odios a través del flujo viral.
Los
millones de vídeos borrados son solo una capa. De esos millones muchos han realizado
ya su cometido, la llamada del odio. El arma del asesino llevaba inscritos los
nombres de sus héroes de todos los tiempos. Ahora solo le queda esperar que su
nombre se difunda y que alguien escriba el suyo en esta siniestra expansión
viral. De Bin Laden y el 11-S en adelante la muerte es la excusa para el espectáculo. Se busca la viralidad, despertar con las imágenes el narcisismo de nuevos asesinos con los que proseguir el ritual de las matanzas. Es una macabra y brutal senda en la que seguimos sin diseñar estrategias de resistencia.
Una anécdota: el asesino nombraba a un tal PewDiePie, convertido en su héroes por haber manifestado un comportamiento racista insultante. La irresponsabilidad de individuo es recogida por el asesino, que la usa para satisfacer su necesidad de formar parte de la élite admirada. Lo que hacemos tiene trascendencia, para bien y para mal. Solo que en el mundo se dicen muchas más tonterías que cosas inteligentes al cabo del día. Los descerebrados necesitan más que las personas normales que les rían las gracias.
*
"Una matanza de 17 minutos planeada para ser viral" El País
16/03/2019
https://elpais.com/internacional/2019/03/15/actualidad/1552683762_746777.html
*
"Facebook elimina más de 1,5 millones de vídeos del ataque de Nueva
Zelanda a las 24 horas del atentado" El País 17/03/2019
https://elpais.com/internacional/2019/03/17/actualidad/1552810871_434409.html
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