Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
De
nuevo otro escándalo con los currículos académicos de los políticos. A diferencia de otros escándalos de corrupción,
cuyos efectos son exclusivos sobre quienes cometen los delitos, estos arrastran
tras de sí a las instituciones y personas implicadas creando un efecto sísmico.
Si un político roba, es el responsable. Si un político plagia, recibe trato de
favor o copia un examen, los efectos sobre muchas personas que no tienen nada
que ver son grandes: la institución —de los profesores implicados al conjunto
de la Universidad y de esta al sistema educativo— y todos aquellos que haya
cursado los mismos estudios o similares quedan bajo sospecha extensiva y se
devalúan sus estudios. Y esto es tremendamente injusto.
Forma
parte de la psicología social extender la parte al todo, la creación de
estereotipos negativos y meter en el mismo saco a todos sin necesidad de
juicio. Los que hayan estudiado esos cuestionados másteres se han visto
perjudicados por el comportamiento de sus ilustres colegas, ahora caídos en
desgracia. De orgulloso "yo he estudiado el mismo máster que Cristina o
Pablo" al avergonzado esconderse para no aguantar sarcasmos por haber ido
a un nido de defraudadores.
El
argumento de la ahora ya exministra de Sanidad sobre que al entregar el Trabajo
de Fin de Máster se le aprobaba lo que le faltaba de forma automática es de una
ingenuidad pasmosa. La revisión línea por línea de los trabajos entregados no perdona
a muchos, dejando al descubierto las carencias de conocimientos y las alegrías
metodológicas en las realizaciones de las investigaciones.
Desde
que saltó el caso de Cristina Cifuentes, las consecuencias psicológicas sobre
la comunidad universitaria han sido enormes, superiores a las consecuencias
reales, que han afectado a las personas involucradas en las falsificaciones. A
diferencia de lo que ocurre en un proceso legal, aquí se transforman todos en
culpables mientras no se demuestre lo contrario. Se produce una auténtica
psicosis en la que se recela de todo y cosas perfectamente legales son
sometidas, por efecto del miedo, a negativas absurdas. Es el efecto terrible
del miedo a no saber lo que tienes entre manos; es la parálisis del que teme
que le estén engañando y verse involucrado. Da igual que sea una persona o
grupo que se conozca de siempre; da igual que sea una actividad que se realiza
con total transparencia desde hace años. Todo queda bajo sospecha, presa del
miedo.
Desde
el punto de vista de los acusados, se desata un tremendo furor. Todos quieren
que su caso sea distinto al de los otros. Cifuentes fue la primera, con todos
los agravantes se soberbia y descaro. Casado quería distanciarse de Cifuentes y
mostrar que los suyo es diferente; en manos de los jueces está. Ahora Montón
también quería distanciarse de los anteriores, marcar la diferencia. "No
todos somos iguales", repite. Pero ha acabado dimitiendo cuando los
resultados han ido señalando otra cosa.
Montón
se despide y al menos le queda el consuelo de haber sido bien valorada por
muchos en su tarea de los 100 días. Ahora los analistas tratan de ver si esto
deja "tocado" al gobierno de Sánchez o no. Tonterías. Al que le
preocupe eso, pues muy bien. Lo importante son los efectos colaterales más allá
de la política. A unos les interesa que Sánchez lleva dos sustituciones; a
otros que el caso de Casado quede al margen. Incluso le ha dado a Casado la
posibilidad de decir que no hará lo que otros le han hecho a él. Por su parte
Cifuentes sigue en las sombras tratando de blindar lo que se diga ante los
jueces y evitar convertirse en espectáculo. Pero el show está en marcha.
Lo que
ocurra con ellos me da igual. Me preocupa, en cambio, el precio que todo esto
tiene, pagado en diversas monedas, para todos aquellos que cumplen y las
instituciones. La histeria de las direcciones de algunas universidades por ver
arrastrado su nombre, los estudiantes y profesores deprimidos por tener que
aguantar sarcasmos sobre su trabajo o que una inversión importante realizada en
educación se ve "devaluada" en el currículum académico. Y todo por
los privilegios que los políticos han conseguido por parte de aquellos que han
consentido o se han visto obligados a ello por sus superiores como parte de un
plan de relaciones públicas con el poder o de consecución de amistades
poderosas.
Si
vamos a la razón profunda para que esto ocurra, entiendo que es una
manifestación del desinterés social por el conocimiento más allá de las líneas
curriculares que nos posibiliten un acceso a algo, a un trabajo mejor, un
ascenso, un mérito evaluable. Mucha gente no estudia por aprender, sino para
completar el diseño de su Currículum Vitae, que es el espejo del alma en estos
tiempos. Los "títulos" son la nueva ideología, la que sustituye a las
ideas en un mundo de "eficiencias" y "expertos" en algo. El
título se concibe como una tarjeta de visita, una confirmación indirecta de los
conocimientos, del cosmopolitismo cuando se ha conseguido en el extranjero. Unos
lo hacen para aprender realmente y algunos como un signo de que saben, que son
competentes en algo.
Vivimos
en un mundo de evaluación continuada de los méritos, lo que ha generados
instituciones que se dedican a medirlos y otros a producirlos. ¿Su función? La
clasificación de las personas, convertirlas en un valor con dos decimales. El
fraude es la respuesta a esta presión constante, en la que el "valor"
concedido te hace pasar por encima de unos y estar por debajo de otros.
En el
caso de los políticos tiene sobre todo un valor propagandístico. Sus partidos
les hacen mostrar sus estados de competencia. No es presentable un político al
que le faltan unas asignaturas para acabar una carrera o que solo tiene un
grado. Hace falta presentarse como un "joven brillante y bien
preparado". Lo que funciona para el mundo laboral se convierte en fachada
para la política.
Antes a
la política llegaba los expertos en determinados campos, personas con una
trayectoria profesional indudable. Hoy, por el contrario, la gente ingresa en
los partidos para hacer carrera. Y es una carrera muy difícil: tienen que
buscar padrinos que les amparen, dar codazos, ofrecer servicios y sacrificios
para ser vistos como delfines de alguien que un día les promocionará. En estas
circunstancias, como en el caso de Pablo Casado, se te acumulan las asignaturas
sin aprobar cuando te salen ya algunas canas. Tus padrinos o madrinas políticos
te quieren a su lado; no vale decir que estás de exámenes y pronto alguien se
ofrece a hacer una llamada a alguien que conoce en esa universidad y vas a
hablar con ellos. Y ellos hablan contigo. Y te dicen.
Cada
uno tiene su responsabilidad en estos casos. Y debe llevarla. El problema son
aquellas personas, grupos e instituciones que deben vivir bajo sospecha por
culpa de los desaprensivos, los inmorales o los corruptos.
Los
partidos políticos tienen desde hace tiempo unos serios problemas de "comportamiento".
Que la bandera de los "nuevos partidos" fuera la de la "honestidad"
es algo más que una estrategia; resulta de la percepción de los políticos como
contaminantes de la vida pública y así lo atestiguan las visitas constantes a
los tribunales. En sus acciones arrastran a los que se dejan arrastrar.
No hay
que quitar responsabilidad a nadie que la tenga. Lo que no es justo es que
paguen unos por los privilegios concedidos a otros. Las universidades no pueden
reaccionar de forma histérica ni es aceptable que se extienda la sospecha a
todos.
Los que
han aceptado o pedido privilegios, desprecian profundamente el aprendizaje,
pues si lo respetaran y consideraran que los méritos son el resultado del
esfuerzo no se habrían comportado así y abrían trabajado adecuadamente porque
ese conocimiento debe redundar en benéfico de los ciudadanos que les eligen
para que desempeñen sus cargos honestamente y con competencias adecuadas. Hemos
pasado de políticos que eran expertos en diversos campos a políticos que
necesitan una ayudita extra para completar sus estudios.
Deberíamos
reflexionar todos sobre cómo hemos llegado a esta situación. A estas alturas no me extraño de que existan este tipo de casos. Me preocupa el efecto desmoralizador sobre quienes sí cumplen: políticos, profesores y alumnos.
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