Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Regreso
a casa y me encuentro con la buena noticia de la entrega del premio Donostia al
director japonés Hirokazu Kore-eda, un autor con mundo propio, algo difícil de
lograr hoy, reservado a los que piensan el
arte como una forma de indagación en lo humano, individual o
socialmente. De Kore-eda me gustó especialmente su "De tal padre, tal
hijo", un interesante recorrido por algo que está quedando en el olvido,
la paternidad.
La indagación en la identidad femenina es necesaria. Pero no debemos olvidar
la necesidad de reflexionar en paralelo sobre los cambios conjuntos. Y es indudable que se están produciendo cambios en las definiciones de
la paternidad como fruto de los cambios sociales producidos en las últimas
décadas, es especial los cambios que se produjeron en la percepción de la
pareja y de cada elemento tras los años 60, no tan lejanos pues son los que
marcaron el inicio de las transformaciones que hoy vivimos.
Feminidad
y masculinidad están hoy bajo revisión, bajo meticuloso escrutinio de psicólogos
y sociólogos, pero también de guionistas y directores, que dejan constancia de
los cambios sociales y personales producidos en los últimos tiempos.
El
siglo XIX nos dejó monumentos para el estudio de la paternidad, obras como Goriot el padre, de Balzac, Los hermanos Karamazov, de Dostoievski,
o Padres e hijos, de Iván Turgeniev,
por citar solo algunos muy destacados. La visión de hijos e hijas se recogía en
otras como La Heredera, de Henry
James o Eugenia Grandet, de nuevo de
Balzac, o Grandes Esperanzas, de Charles
Dickens. El XIX se planteó la novela como el campo en el que estudiar las
relaciones familiares, las "escenas", como las tituló Balzac y que le
sirvieron, según su foco, para clasificar su monumental Comedia Humana, del que
las novelas eran piezas.
En el
XX, tenemos un documento excepcional, la Carta al padre, escrita por Franz
Kafka, un intento de sacar los demonios familiares. El XX nos muestra la
erosión del modelo familiar y el ascenso de la rebeldía que se establece como
una revolución contra la figura paterna. Son dos frentes, la crítica desde la
perspectiva del feminismo, que ve en el padre y esposo patriarcado, machismo. Pero
también es la época del enfrentamiento juvenil ante el padre, como muestra la
obra de Kafka y mucha literatura y cine se centra en el debilitamiento de la
figura paterna frente a la ascendente de la juventud. Los sesenta y setenta
serán los inicios de esta revuelta con películas y novelas como "Rebelde
sin causa", "Al este del Edén" o "El graduado", por
citar ejemplos que cubren una década. No se puede dejar de mencionar una obra
decisiva, las Opiniones de un payaso, de Heinrich Böll, el premio Nobel alemán.
La obra es un diálogo con el padre y con la generación anterior, la que hizo la
guerra, a la que se responsabiliza de los desmanes y destrozos. Es un ajuste de
cuentas generacional, como vivirán los norteamericanos en los 70 tras Vietnam,
Francia tras el 68, etc.
No me
extraña que Kore-eda haya encontrado su inspiración para ahondar en la paternidad
en la sociedad japonesa. Es un espacio adecuado, pues los efectos de las
revoluciones en la paternidad se han ido desplazando hacia Oriente. De allí han
llegado las manifestaciones más interesantes de estos años.
Un
director como Ang Lee ha indagado en los conflictos de la paternidad en su
trilogía familiar, centrada en la relación vertical paterno filial, tanto con
hijos como con hijas, ya que la diferenciación sexual todavía es muy marcada en
cuanto a los roles tradicionales en Oriente, que sigue siendo mayoritariamente
"masculino" en sus preferencias. Pero eso desplaza el conflicto hacia
la relación entre el padre que representa la autoridad y el hijo que la
desafía, ya sea por enfrentarse directamente o, como es el caso, de El banquete de boda (Ang Lee), por la
homosexualidad del hijo.
Una obra esencial en este terreno es la magnífica Mil años de oración, película de Wayne Wang, que nos muestra el conflicto entre el padre tradicional chino y la hija que vive en los Estados Unidos. La llegada del padre cambia radicalmente su vida y debe volver al modelo de autoridad que impide el diálogo, sencillamente imposible dentro de esas relaciones codificadas fuertemente.
Tanto
la obra de Lee como la de Kore-eda abundan en la trampa de la paternidad para
el propio padre, que se ve encerrado en una figura que le constriñe y puede
acabar siendo una cárcel impidiendo una relación más igualitaria con los hijos. La "autoridad" deshumaniza, establece una barrera que condena los afectos.
Esto es especialmente cierto en aquellas cultura con una fuerte definición de la figura paterna o, si se prefiere, con un definición fuerte del padre. Ambas implican la incapacidad de abrirse más que de forma parcial, supeditando el rol al deseo de diálogo más próximo.
La
evolución de las relaciones familiares está determinada por la mayor o menor
regulación de los roles que representan cada uno de los sujetos familiares. Un
regulación muy estricta deja poco margen de maniobra y convierte la vida en una
contradicción para quien no desea representar un papel y se ve presionado a
ello.
El
psicoanálisis de los 50 echaba la culpa de todo a las "madres autoritarias"
y a los "padres débiles", como se veía perfectamente reflejado en Rebelde sin causa. Eran ellas las que
producían los conflictos en los hijos, que vivían en perpetua contradicción
ante la ausencia de figuras claras. Era la doctrina de la época. Hoy no tenemos
todo tan claro ni maniqueo.
El gran
interés actual por ahondar en los caminos de la feminidad debe tener contrapartida
en los de la masculinidad y en los de la paternidad en paralelo a los de la
maternidad. No hay aislamiento de unos y otros y los que se está produciendo es
una sociedad más abierta y rica en posibilidades. Los viejos modelos patriarcales
no son ya muy útiles para casi nada en una sociedad que tiende mucho más a
vivir dentro de una afectividad rica y gratificante y no en la ocultación tras
de un uniforme que nos impide crecer, individual y familiarmente.
La más
valiosas indagaciones en las cuestiones de identidad son las que prescinden del
maniqueísmo y de los estereotipos. Películas como las de Ang Lee o las de
Kore-eda nos ayudan a comprendernos mejor y a comprender cómo se pueden vivir
mejores experiencias de la vida y cómo no repetir errores que nos alejan de
nosotros mismos y de los demás.
Sin la
voluntad de indagación, corremos el riesgo de sembrar de nuevo el mundo de
estereotipos, de tópicos sobre la masculinidad o la paternidad que se convierten en rígidos corsés.
Basta
con pasear y mirar para ver que los viejos modelos ya no sirven para encajar
nuestras emociones o sentimientos, para establecer las relaciones adecuadas.
Pero sin una voluntad de comprendernos, solo cambiaremos de traje y no de
problemas. Hace falta sinceridad y valor, imaginación y capacidad de diálogo.
Enhorabuena
a Hirokazu Kore-eda por su premio y que, como él mismo dice, siga haciendo
películas para que le llamen a San Sebastián.
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