Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Recuerdo
que nos explicaron por activa y por pasiva la llamada "Ley D'Hondt",
que era la que se empleó desde las primeras elecciones. Nos hacían unos
gráficos muy bonitos y en unas columnas nos mostraban cómo se iban adjudicando
los escaños según los votos. Entendías el proceso mejor o peor cuyo beneficio,
te decían era precisamente garantizar una mayor estabilidad del gobierno
presentando unos partidos fuertes, unas mayorías que permitieran gobernar. La
gente hasta el momento había pedido "democracia" a secas, tener su
voto, que parece lo razonable. Pero luego nos explicaron que esto no era una
igualdad (una persona, un voto) sino que
había toda una ingeniería que trataba de encontrar mayores equilibrios allí
donde había desequilibrios. Nos dijeron que entre todos los sistemas que se
aplicaban en el mundo, el de D'Hont era el menos malo y el más adecuado.
Quizá
la gente no recuerde que a las primeras elecciones tras la muerte de Franco
concurrieron unos 500 partidos políticos. En memoria quedó, por ejemplo, el
llamado "Partido Proverista", que según con nos cuentan en la
Wikipedia obtuvo los siguientes resultados: 1977 (4590 votos), 1979 (4939
votos), 1982 (168 votos), 1986 (756 votos) y 1989 (245 votos). No es mucho,
desde luego en lo que era una extraña lista de partidos a cual más insólito. El
proceso de fusiones y alianzas acabó dando un panorama más unitario pese a la
diversidad. Tanto en la derecha como en la izquierda y el centro, los partidos
trataban de compensar la tendencia a la desaparición de los minoritarios
respecto a los mayoritarios por medio de fusiones. Todos los partidos
existentes, con la excepción de Ciudadanos por reciente y algunos nacionalistas,
son el resultado de la absorción de los partidos pequeños para evitar
desaparecer. El hoy Partido Popular de hoy, por ejemplo, es el resultado de
tres procesos de fusión desde los 7
partidos iniciales que dieron forma a la "Alianza Popular". El PSOE
absorbió a los socialistas alrededor y acabó dándole a Enrique Tierno la
presidencia. Izquierda Unida también aglutinó partidos alrededor de un PCE en decadencia.
Hoy nos
planteamos la insuficiencia de D'Hont cuando, como ha ocurrido en Estados
Unidos con Trump (Clinton sacó casi tres millones de votos más), comprobamos
que tener más votos no significa ganar una elecciones. Nos hemos pasado al
corregir desequilibrios, según parece, y hemos creado un equilibrio
desequilibrado. Lo ocurrido en Cataluña es lo más evidente. Los mecanismos de
compensación pueden tener un efecto desestabilizador al "estabilizar"
el poder de los que no tienen la mayoría social. Es un hecho demasiado evidente
como para ignorarlo. Pero, como en todo sistema complejo —y el electoral lo es—
nada resulta muy sencillo y cualquier retoque puede causar una alteración de
más de lo que se quiere corregir.
En El
País, Pablo Simón escribe el artículo titulado "D´Hondt ha muerto, larga
vida a Sainte-Laguë" y nos explica estas peculiaridades (no más que en
otros lugares) electorales españolas:
El sistema español se caracteriza por
combinar tres sistemas en uno. Tenemos las provincias de menos de cinco
diputados, en las cuales nuestro modelo opera con efectos muy mayoritarios y
donde la “España vacía” vale un potosí. La mitad de esas circunscripciones
están en las Castillas. Hay una España intermedia en las provincias entre los
seis y los nueve escaños. Aunque ahí el sistema mejora su proporcionalidad, la
fórmula d´Hondt se afana y sigue primando a los dos más votados. Y, finalmente,
una España proporcional con más de diez diputados donde cada partido saca más o
menos cada lo que le toca.
En paralelo, el sistema electoral fija un
mínimo de dos escaños por provincia lo que distorsiona el valor del voto con
relación a la población. De ahí aquello de que el lugar de nacimiento decida lo
caro o barato que sale ganar un escaño. Y encima, por si fuera poco, el sistema
también se acompaña de un sesgo conservador. La razón es que los partidos de
derechas son más exitosos donde el sistema conspira con más malicia y por eso
las mayorías absolutas del PP han sido históricamente más baratas en votos que
las del PSOE.
Este sistema electoral tiende a penalizar a
fuerzas pequeñas de voto disperso en favor de los dos principales partidos.
Ciertamente, los nacionalistas sacan lo que les toca. Ahora bien, en España los
partidos de ámbito estatal deben crecer por encima del 15% nacional o, cuando
el sistema apriete al votante, el mal llamado “voto útil” tenderá a empujarlos
hacia la irrelevancia. De ahí que sean los dos nuevos jugadores, Podemos y
Ciudadanos, tan alejados en otras cuestiones, los que quieran cambiar las
reglas.*
Con
todos estos cálculos en mente, cada partido comprueba si le interesa promover
reformas o si las actuales circunstancias les favorecen por la distribución de
sus votantes sobre el mapa. No será un cálculo fácil muchas veces, pero el
tiempo pasado (la evolución) y el estado actual (la investigación de los
sondeos) permiten hacer cálculos más o menos precisos.
Podemos
decir que, hasta el momento, hemos podido asumir las imperfecciones de D'Hondt
pues nuestro país ha pasado por largos gobiernos del PSOE y otro menos largo
del Partido Popular y el Centro. El sistema ha funcionado hasta que el
nacionalismo ha dado un paso más allá del sistema pretendiendo aprovechar las
imperfecciones para romper el juego.
Ha
habido nacionalistas que se han dado cuenta (y lo han dicho), que no se dan las
condiciones para plantear una secesión cuando se tiene dividida a la propia
sociedad sin tener mayoría de respaldo. Todos sabemos lo bonito que resulta el
ruido en las calles, las avenidas y fachadas sembradas de colores de las banderas.
Pero eso no es la realidad; es el espectáculo.
La dura
realidad es la pertinaz obcecación de los que se arriesgan a un conflicto
social real en las calles si proclaman "repúblicas" grotescas o
llevan a Cataluña y con ella a España al ridículo internacional con un payaso
mediático como Carlos Puigdemont convertido en un Trump en el exilio, mientras
la sociedad crece en su irritación.
Hasta
el momento, la civilidad de muchos lo ha enfocado con humor, como esa grotesca
Tabarnia, forma de contestar al secesionismo en sus mismos términos, un espejo
cóncavo valleinclanesco de una realidad ya retorcida. Pero nadie puede
garantizar que no empiecen a ocurrir extrañas situaciones. No se debe jugar con
fuego.
Ahora, los que quieren crecer y se ven perjudicado por la ley D'Hondt piden cambios. No sé
si el arreglo de lo que ocurre se resuelve con una solución técnico-electoral.
Puede que se corrijan las cifras en el parlamento para acercarse más a la
realidad que ahora, pero la raíz del problema es más profunda y se necesita
inteligencia y constancia para invertir una situación como la actual. También grandeza de miras, pues lo que está beneficiando a unos en el gobierno de la nación está favoreciendo a otros en los gobiernos autonómicos y es ahí donde está el problema.
Pese a
lo que ocurre cada día, esto está sirviendo para comprender la importancia de
las instituciones y su solidez en una España que apenas es consciente de sus
avances importantes en convivencia y libertades. Trasladen lo que está
ocurriendo a muchos otros países democráticos o no y valoraremos nuestro cambio
social. Pero no abusemos porque el cántaro ya no está en garantía.
*
"D´Hondt ha muerto, larga vida a Sainte-Laguë" El País 7/02/2018
https://elpais.com/elpais/2018/02/07/opinion/1518021659_807668.html
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