Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Uno de
los mecanismos que Michel Foucault establecía en el control del poder en las
sociedades era la distinción, junto a otros mecanismos controladores (como las
distintas formas de "lo prohibido", por ejemplo), era el establecimiento
de la distinción entre "lo verdadero" y "lo falso". Se
crean instituciones que lo determinan en cada caso. La verdad, que dependía de
la "autoridad" se institucionaliza
quedando en manos, según los sectores, de científicos, jueces o críticos, que
tienden a establecer lo que es verdadero, justo y bello. Todas estas
instituciones que producen "discursos de verdad". Foucault se consideraba sobre todo un
estudioso de la brecha que se produce
en Occidente en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando es precisamente el
concepto de autoridad en que se viene abajo con las revoluciones, el
iluminismo, etc. dejando abierta la remodelación de las viejas instituciones y
la creación de otras que alientan sus propios discursos.
Hasta
la Poesía quiere ser "verdad", como testimonia la autobiografía de
Goethe Dichtung und Wahrheit o el
juego poético de John Keats en la Oda a
una urna griega: “Beauty is truth, truth beauty” — that is all / Ye
know on earth, and all ye need to know. La sociedad se organiza o es organizada
a través de estas formas de verdad que los discursos ponen en circulación.
La Prensa es un fenómeno de la misma época, como lo es la
Historia. Se hace necesario dar forma al presente y al pasado, que es lo que se
configura como nacionalismo. La Historia surge precisamente para constituir una
nueva "verdad", la de la "nación", como bien señalaron entre otros Renan,
capaz de articular la nueva condición devenida del cambio de régimen: la
ciudadanía. Las personas ya no son propiedades de los señores, sino que se
deben a una nueva institución, los estados modernos, que es necesario
articular sobre la idea de "nación" con nuevos discursos institucionales, que van del himno a la bandera,
de los cantos a los grandes cuadros y estatuas que saludan a los nuevos ciudadanos
desde sus plazas o les cantan, como Wilhelm Tell, desde los escenarios
operísticos.
La nueva verdad está en marcha. Sobre ella se edifica.
La prensa juega un papel decisivo en una realidad cada vez
más compleja en la que los ciudadanos, a los que nadie escuchó más que en las
revueltas durante siglos, ahora configuran la "opinión pública" y
participan en la vida política.
El Periodismo se acaba profesionalizando y comprendiendo la
importancia del papel que tiene en una sociedad democrática, la necesidad de
una información veraz para poder tener un buen funcionamiento. La idea de que el
"poder" reside en los ciudadanos, que se informan y actúan en función
de su libertad de decisión es poderosa y constituye la base de lo que algunos
llamaron el "cuarto poder", tratando de resaltar su papel esencial en
las sociedades democráticas.
La relación de la Prensa con los otros poderes siempre es
conflictiva pues es a ella a quien compete dar forma discursiva a algo
complicado llamado "realidad". La Prensa se ocupa de fijar y explicar
algo que se llaman "hechos", que son determinados conforme a unos
criterios de pertinencia y relevancia que pueden depender de los intereses de
unos y otros. Por eso las buenas escuelas de Periodismo tratan de enseñar la
importancia de la conciencia profesional, de su defensa frente a los cantos de
sirena que representan los intereses de unos y otros. Ellos, se dice habitualmente,
se deben al público, a los ciudadanos,
que deben saber y conocer sobre lo que acontece en su mundo inmediato y más
allá de él.
El siglo XX asiste a un movimiento deconstructivo en el que
se analizan el papel de los discursos institucionales desnaturalizando lo que se nos presentaba como evidente. Se dejan
al descubierto los mecanismos del poder social en un gran movimiento que había
comenzado, por citar un nombre señero, con la genealogía de Nietzsche y que es
seguido por otros críticos e investigadores sociales. El poder se hace humano,
demasiado humano, y quedan al descubierto sus formas de enmascaramiento.
La llegada al poder de Donald Trump ha supuesto algo más que
una conmoción política, un shock para millones de personas de todo el mundo,
más allá de los frustrados electores norteamericanos. Han tenido una primera
dosis de descubrimiento de cómo el "poder" se articula para poder
mantenerse a través del redescubrimiento con otros ojos, de cómo un señor que
consigue tres millones de votos menos que su contrincante político, puede
conseguir la presidencia. El "colegio electoral" es precisamente un
vestigio institucional con capacidad de decidir "quién es el
presidente" por encima del "voto popular" que son los
ciudadanos. ¿Por qué persiste un mecanismo que tenía su origen en los estados
esclavistas? Esa es la pregunta que se hacen muchos y que no será resuelta
porque la respuesta es obvia: todos esperan que si hay que recurrir a ella, les
favorezca. Como los que ganan son quienes tendrían que cambiarla no lo hacen. El
sistema lleva imponiendo cada cierto tiempo su "verdad", que quien
decide no es el pueblo sino los delegados que le representan.
Pero el otro descubrimiento, el que está haciendo correr
ríos de tinta real y virtual es la cuestión de la "verdad" o, para
algunos la "posverdad". Los Estados Unidos ha tenido un lema no
escrito: "la verdad es esencial en un político". Han depuesto a
políticos mentirosos, como Richard Nixon y consideran que aquel político al que
se le demuestra que miente queda acabado para la vida pública.
El papel decisivo de la confianza en la política es posible
mediante la existencia de ese "cuarto poder", la prensa que cumple
funciones de sacar la verdad a la luz, dejando en evidencia al mentiroso. Sin embargo,
lo ocurrido en esta ocasión es sorprendente para muchos: se ha elegido
directamente a un mentiroso. Esta vez, el presidente lo ha sido en medio de
mentiras. No he dicho deliberadamente "por las mentiras" para evitar
sacar consecuencias que algunos ya han sacado: la muerte de la verdad, al menos
en el sentido periodístico del término.
Sin embargo, el candidato Trump ha centrado sus afirmaciones
en ámbitos más allá de la política. Aquí dimos importante al editorial de
septiembre de la revista Scientific American, en el que se mostraba la
preocupación ante las afirmaciones de Donald Trump sobre fenómenos considerados
bajo la jurisdicción de la Ciencia, como es el "cambio climático",
entre otros. El hecho va más allá de la anécdota y ejemplificaba que Trump y
los suyos comprendían que su electorado no tenía compromiso alguno con la verdad, ni el menor deseo de escucharla.
Solo buscaba encontrar una respuesta satisfactoria a sus frustraciones de
distinto orden: del racismo a las importaciones de China, de lo políticamente
correcto al machismo explícito. Los que han empezado a desempolvar los libros
sobre los orígenes del Fascismo saben lo que buscan. Cuando los pueblos
prefieren las mentiras a la verdad se abre un camino incierto y si es en la
nación más poderosa del mundo, hay que echarse a temblar por las consecuencias.
Significa que, una vez pasado ese Rubicón, cualquier mentira
es posible, cualquier teoría se puede sostener ante la aclamación de aquellos
que ven su fuerza en la afirmación conjunta.
Los científicos, cuyas verdades institucionalizadas se han
visto atacadas por afirmaciones sobre el cambio climático o los efectos de la
vacunas tendrán que defenderse de los recortes económicos que padecerán en sus
programas. La era soviética tuvo enormes desastres por imponer desde la ideología
a la Ciencia su funcionamiento., Costó la vida de millones de personas, como
los historiadores nos recuerdan. La superioridad científica se acabó
produciendo precisamente por la autonomía de la Ciencia, que podía establecer
sus formas de trabajo, si bien recibiera de los políticos las subvenciones.
Ahora, en la era Trump, la Ciencia pagará su independencia a manos de
creacionistas y de gente que dice no
creerse lo que la Ciencia representa, que todo ello son conspiraciones
extranjeras para destruir el predominio del Imperio Americano, del que todos
predicen su ocaso, pero que ellos van a resucitar a golpe de poderío nuclear,
muros y amenazas.
Otra cosa es la cuestión de la Prensa y de las verdades
circulantes sobre el funcionamiento del mundo en su vertiente social. Aquí la
estrategia es otra pues es el mundo de la información, de los discursos como
discursos. Es en la prensa donde se fabrican y empaquetan los hechos como
discursos y en donde la confianza se revela esencial para poder admitirlos como
"verdades".
En The New
York Times podemos leer el artículo de con el titular "Wielding Claims of
‘Fake News,’ Conservatives Take Aim at Mainstream Media", en el que se expresa el temor por lo que está ocurriendo con los medios:
WASHINGTON — The C.I.A., the F.B.I. and the
White House may all agree that Russia was behind the hacking that interfered
with the election. But that was of no import to the website Breitbart News,
which dismissed reports on the intelligence assessment as “left-wing fake
news.”
Rush Limbaugh has diagnosed a more fundamental
problem. “The fake news is the everyday news” in the mainstream media, he said
on his radio show recently. “They just make it up.”
Some supporters of President-elect Donald J.
Trump have also taken up the call. As reporters were walking out of a Trump
rally this month in Orlando, Fla., a man heckled them with shouts of “Fake
news!”
Until now, that term had been widely understood
to refer to fabricated news accounts that are meant to spread virally online.
But conservative cable and radio personalities, top Republicans and even Mr.
Trump himself, incredulous about suggestions that fake stories may have helped
swing the election, have appropriated the term and turned it against any news
they see as hostile to their agenda.
In defining “fake news” so broadly and seeking
to dilute its meaning, they are capitalizing on the declining credibility of
all purveyors of information, one product of the country’s increasing political
polarization. And conservatives, seeing an opening to undermine the mainstream
media, a longtime foe, are more than happy to dig the hole deeper.*
Trump va a necesitar de dos cosas en su mandato: del
desprestigio, como se señala en el artículo, de los principales medios, que es
desde donde le llegarán las críticas más duras y de la proliferación federada
de todos esos medios "marginales", despreciados por los medios
tradicionales tratando de formar una capa protectora de sus decisiones. Son las
dos caras de la misma moneda.
Creo que no se ha visto un movimiento de este tipo hasta el
momento más que a pequeña escala. Los medios tradicionales descubren ahora
—¡oh, sorpresa!— el fenómeno de la fragmentación de las audiencias más allá de
una cuestión de mercado. Desde hace muchos años se insiste en el riesgo de que
esa fragmentación conlleve una pérdida de la "realidad común", es
decir, se produzca un desmoronamiento de lo compartido ante la proliferación de
versiones alternativas imposibles de verificar por los receptores. Es el
concepto de "autoridad" (o de "profesionalidad" si se
prefiere) el que ofrece la garantía sobre los discursos de verdad recibidos. Finalmente es un acto de fe en el que pongo mi
confianza dentro de un sistema de valores y creencias. Eso no es, como algunos
interpretan, la desaparición de la "verdad" sino precisamente la
constatación de la necesidad de los mecanismos institucionales, con sus
prácticas y protocolos (como hacen los científicos o los jueces para
argumentar).
Lo que han hecho los trumpistas es crear la confusión afirmando
sin ningún tipo de verificación o responsabilidad. ¿Cómo es posible que el
presidente electo de los Estados Unidos pueda decir que ha existido un
"fraude" de millones de votantes que ha evitado que ganara el voto
popular? Sin embargo, lo ha hecho porque no considera necesario probarlo: es un
acto de puesta en marcha de un arma
discursiva. No tiene como función comunicar
un "hecho" sino fabricarlo.
Así ha hecho con muchos otros, que cuando le han sido recriminados o exigida
una explicación ha remitido a un género discursivo ficcional, diciendo que no
debería ser entendido literalmente.
Desde el punto de vista de los medios, este hecho es
relevante. Es la constatación de que los que hizo Orson Welles con "La
guerra de los mundos" en la radio puede hacerse cada día sin más problema.
Es el discurso el que fabrica el "hecho" y no el "hecho" el
que necesita del discurso.
Desde el poder, las instituciones estarán al servicio de los
manejos de Trump para crear pronto una realidad delirante y fantasiosa en la
que los discursos no intenten reflejar lo que ocurre en la realidad, sino que
la fabriquen alrededor de los norteamericanos. A golpe de tuit, Trump se ha
convertido en un comentarista de la "realidad", modulándola ante sus
espectadores-seguidores. Las redes terminarán la labor amplificando y
robusteciendo esos discursos, deteriorando los que no les sean favorables.
La guerra está ya abierta. El final es incierto porque no
hay una solución que no pase por el deseo de recibir información cierta y no
mentiras agradables. Ya no son los tiempos de los que prometían "sangre,
sudor y lágrimas", sino los tiempos de los que gustan de fabricar enemigos
sobre los que descargar las iras; es el tiempo de las explicaciones que
refuerzan los sentimientos más primarios, que no deben ser reprimidos. Hay una
realidad a la carta.
El artículo de The New York Times se cierra así:
The market in these divided times is undeniably
ripe. “We now live in this fragmented media world where you can block people
you disagree with. You can only be exposed to stories that make you feel good
about what you want to believe,” Mr. Ziegler, the radio host, said.
“Unfortunately, the truth is unpopular a lot. And a good fairy tale beats a
harsh truth every time.”*
Sigmund Freud hablaba de una primera etapa regida por el
placer y el deseo que debía dar paso a una segunda en que aceptar que la realidad
no es placentera, que no está diseñada a nuestro gusto. En eso consistía,
pensaba, la maduración humana, en aceptar que un mundo que no nos gusta es real
y no en poblarlo de fantasías escapistas.
Trump nos lleva a un mundo de deseo, repleto de las
fantasías que se quieren escuchar, las placenteras, las que hacen concordar el
deseo con lo que vemos. Por eso ha sacado de dentro de muchas personas esa
violencia que ahora exige cumplirse en términos de deportaciones,
prohibiciones, etc.
El episodio vergonzoso, captado por un teléfono móvil, en la
caja de unos almacenes nos mostraba a una mujer insultando, despreciando, a un
par de mujeres hispanas. Lo que salía por su boca, ante la complacencia o el temor
de los presentes, no era más que una repetición de las palabras de Donald Trump
en sus discursos. El desprecio profundo, el odio que manifestaban sus palabras,
son un aviso de los efectos de esta forma impuesta de vivir la realidad.
Esa mujer se consideraba del lado de la verdad y, por fin, podía decirla frente a lo "políticamente
correcto", un eufemismo para la "mentira". Solo Trump les ha
traído la verdad, solo él ha sacado a la luz las conspiraciones, las
corrupciones, solo él se atreve a decir lo que piensa y lo que piensa es
verdadero.
Todo lo demás entra en esa categoría a la que Trump ha dado
la vuelta, las "fake news". Su amigo, el presidente egipcio Abdel
Fattah al-Sisi también advierte a los ciudadanos de las mentiras de los medios
nacionales y extranjeros. Solo se le debe escuchar a él. La verdad solo puede salir de la boca de los
elegidos, de los nuevos mesías enviados a sacarnos del error, a salvarnos de la
ignorancia.
Como están señalando los medios norteamericanos más importantes, se abre una
guerra contra ellos. Una guerra en la que se presionará para evitar que salgan
a la calle con noticias que contradigan la versión oficial. El llamado
"cuarto poder" debe someterse o morir.
Los medios pagan ahora la trivialización de la información por la que muchos se han ido deslizando, persiguiendo a unas audiencias, también ciudadanos, que deseaban ser entretenidos antes que informados. Se paga ahora la pérdida del crédito de muchos medios que no han sabido diferenciar los hechos del espectáculo. Todo eso ha sido aprovechado por aquellos que han sabido entender sus efectos.
Un problema: nadie imita a los que pierden. Todos lo hace, en cambio, a los que ganan. Hay que tomar precauciones antes de que la epidemia se siga extendiendo. A nadie le siente mejor la piel de cordero que las mentiras.
*
"Wielding Claims of ‘Fake News,’ Conservatives Take Aim at Mainstream
Media" The New York Times 25/12/2016
http://www.nytimes.com/2016/12/25/us/politics/fake-news-claims-conservatives-mainstream-media-.html
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