Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
elección de Donald Trump para habitar la Casa Blanca durante cuatro años produce un ejercicio interpretativo constante. Las oleadas
de preguntas y respuestas se suceden sin cesar. Tras la traumática elección,
cada uno —votantes y no votantes, norteamericanos y ciudadanos del mundo— se
preguntan por los efectos y origen de lo ocurrido.
La
prensa de todo el mundo recoge artículos sobre cómo afectará su llegada en esto
o aquello. No hay campo en el que no se hagan preguntas. A las preguntas sobre
las causas (¿quién le ha elegido, por qué está ahí?) le siguen las preguntas
sobre los efectos, el qué va a pasar, cómo nos va a afectar. Es lógico que esto
pase pues no se percibe su llegada como una alternancia sino como una ruptura.
Lo que ha llegado a la Casa Blanca es un cisma. Ahora se trata de saber su
alcance. Por eso se miden sus efectos, como se hace con un terremoto.
La
prensa generada es muy variada. La pena, el horror, las esperanzas más extrañas
provenientes de dictadores, las advertencias de aliados, etc. todo parece
invertido en esta elección que ha dejado boquiabierto al mundo.
Cuando
se ve, por ejemplo, quiénes se felicitan por su llegada, la gente se asusta,
incluido el propio Trump. No ha descalificado a muchos de sus admiradores, pero
sí a algunos que no le benefician en nada. Acaba de rechazar los saludos nazis
de la extrema, extrema derecha que
le felicitaba brazo en alto por su elección con gritos de "hail!".
Las
explicaciones periodísticas incluyen también las de aquellos que han
reaccionado rápido y se preguntan qué hay que hacer para evitar que algo así se
repita. Para ello analizan las causas con mayor o menor acierto. Unos se
centran en los errores cometidos para que Trump se hiciera primero con las
voluntades de los electores y luego con el poder. Otros, en cambio, prefieren
centrarse en los que han dado su voto, en sus expectativas variadas. Un tercer
grupo apuesta por la irrealidad de todo, señalando que los que la elección es
el resultado perverso de no creer que fuera posible. Este último fenómeno
entraría de lleno como ejemplo perfecto de algo que llamé hace muchos años en
un artículo "la ocurrencia de lo imposible". En él trataba de
explicar porqué nos ocurren estas cosas que afirmamos que no nos pasarán nunca.
Mucho del horror y la tristeza provienen de esa incapacidad de reaccionar ante
lo que es imposible que ocurra pero ocurre porque pensamos que no podría
ocurrir. No es un juego de palabras sino un desgraciado efecto de nuestras
opinantes sociedades que acaban anticipando lo posible y lo imposible, muchas
veces guiadas más por el deseo que por otra cosa.
El
mundo debe entonar el mea culpa. No creímos, no queríamos creer... que fuera
posible. Cada paso adelante que daba iba a ser el último. Pasito a pasito... la
Casa Blanca. No quiero contar la cantidad de artículos que le he dedicado a
Donald Trump en este tiempo desde que comenzó la carrera por la presidencia. No
quiero contar las horas y horas dedicadas a su persona, a sus ideas, a sus
insultos. Le dieron por muerto cuando insultó al héroe de guerra John McCain. Ahora
preparan su toma de posesión.
Tampoco
quiero pensar en lo que nos queda por delante. Ya son más las voces que piden
que no se incurra en el mismo error. Los que decían que no haría lo que decía
—incluido Al-Sisi, el presidente egipcio que dio una teórica sobre prometer y
no cumplir— ya están temblando.
En la
campaña dijimos que el problema no era Trump sino lo que estaba destapando de
la sociedad americana, los que le jaleaban. Ahora el problema ya no es el
auditorio, sino el personaje sobre la escena. Son sus acciones las que abrirán
las polémicas y las que exigirán defensas para evitar que la mentalidad autoritaria que
encarna desmonte la democracia misma y esta quede sin defensas, es decir, sin
poderse defender de Trump y de trumps
futuros.
Cometeríamos
un enorme error —otro— si pensáramos que son cosas americanas. Lo cometeríamos
de dos formas: pensando que no nos van a afectar y pensando que no se va a reproducir
entre nosotros. Cuando digo "nosotros", lo hago en un sentido español
y otro europeo.
Está
claro que la democracia necesita pedagogía. Me preocupa, por ejemplo, que en
España miremos el calendario para ver cuándo cae el día de la Constitución para
ver si hay puente o no. Me preocupa que no trabajemos nuestra
"europeidad" de una forma activa, sino solo como noticias desde Bruselas.
Me
preocupa que las libertades y derechos sean cosas de activistas, como si no
fueran con nosotros. Me preocupa incluso que a veces los propios activistas
piensen que las libertades son cosa suya y no de los demás. Me preocupa también
que ahora todos estén empeñados en jugar al quién-es-Trump
en cada país para seguir enzarzados con lo mismo y dejar que crezca lo que
realmente hace que surjan: las divisiones sociales extremas, la sensación de
que los otros son enemigos, la voluntad dogmática de verdad. Eso son los
alimentos con los que crece el Moloch Trump.
Los
Trumps surgen por la falta de sentido de la ciudadanía, por la falta de
comunidad más allá del grupo, por la falta de diálogo social real, por creer
que no pueden surgir, por consderarse olvidado de todos... Nos contentamos con reproducir el término
"populismo", pero no acabamos de entender que se produce en el caos y
la sensación de pérdida de identidad que busca un regreso a lo básico, a lo
emocional, a lo que se construye de forma extrema en lo positivo y en lo
negativo: "Nación" contra "Europa" o
"globalización"; "Religión" contra "Ciencia";
"Pueblo" contra "Estado"; "casticismo" contra
"otredad"; "liderazgo populista" contra "político
profesional"; "sincero" contra "hipócritas", etc. Es un
mundo en blanco y negro en el que le pides a la gente que se sitúe en un solo color.
Hay que
devolver los colores al mundo. Hay que ayudar a devolverle su complejidad y
diversidad. Hay que recuperar el diálogo que progresa contra la idea de que
existió una "edad de oro" a la que hay que volver. Lo mejor es el
futuro porque no hay otra cosa. Puede ser de muchas formas. Y eso está en
nuestras manos.
Teaching Tolerance, una ONG norteamericana que trabaja sobre la tolerancia en las escuelas aprovechando las campañas electorales, ha realizado un informe muy triste sobre los efectos que esta campaña ha tenido en las escuelas. Los niños estaba aterrados por lo que escuchaban. Les produjo miedo a unos, despertó deseos malsanos de excluir a otros. La democracia dejó de ser una celebración de libertad para convertirse en algo aterrador para los niños. Así comienzan su presentación en su informe de lo ocurrido:
EVERY FOUR YEARS, teachers in the United States
use the presidential election to impart valuable lessons to students about the
electoral process, democracy, government and the responsibilities of
citizenship.
But, for students and teachers alike, this
year’s primary season is starkly different from any in recent memory. The
results of an online survey conducted by Teaching Tolerance suggest that the
campaign is having a profoundly negative effect on children and classrooms.
It’s producing an alarming level of fear and
anxiety among children of color and inflaming racial and ethnic tensions in the
classroom. Many
students worry about being deported.
Other students have been emboldened by the
divisive, often juvenile rhetoric in the campaign. Teachers have noted an
increase in bullying, harassment and intimidation of students whose races,
religions or nationalities have been the verbal targets of candidates on the
campaign trail.
Educators are perplexed and conflicted about
what to do. They report being stymied by the need to remain nonpartisan but
disturbed by the anxiety in their classrooms and the lessons that children may
be absorbing from this campaign.*
Hay que
salir del shock y evitar las recaídas. La democracia debe seguir siendo un ejemplo de convivencia y no un creador de miedo y ansiedad. Ni de niños ni de adultos.
* "The Trump Effect. The impact of the presidential campaign on our nation’s schools" Southern Powerty Law Center http://www.tolerance.org/sites/default/files/general/SPLC%20The%20Trump%20Effect.pdf
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