Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Sin
tiempo para recuperarse todavía de los 49 asesinatos del bar gay de Orlando, la
sociedad norteamericana en su conjunto se ha enfrentado a nuevas y documentadas
muestras de violencia policial y cuando se manifestaba contra ellas llega el
asesinato de cinco agentes de policía blancos en Dallas. Parece ser que la
violencia es el lenguaje que la sociedad norteamericana ha encontrado para
expresar sus tensiones internas, sus paradojas y contradicciones.
Con un
presidente negro durante ocho años en la presidencia y con la deseable —dado la
alternativa Trump— llegada de una
mujer a la Casa Blanca, Estados Unidos se enfrenta a un fuerte incremento del
racismo y a una lucha abierta por los derechos de las mujeres, en retroceso en
determinados estados, que han desencadenado la guerra contra los logros de los
movimientos feministas.
El
asesinato de cinco policías en Dallas es un hecho absolutamente condenable,
como lo son todas las manifestaciones de brutalidad policial, con fondo racista
o simple brutalidad. Los intentos del presidente por regular las armas de fuego
han sido en vano. La sociedad estadounidense quiere permanecer armada, más allá
del gigantesco negocio que ello supone.
Previo
a las armas, está el conflicto que lleva a tomarlas. El debate sobre las armas
elude el debate sobre la violencia subyacente y el odio que se está acumulando
en la sociedad norteamericana. Su manifestación explosiva son estos crímenes y
matanzas.
No fue
casual que Donald Trump buscara el apoyo explícito de la Asamblea Nacional del
Rifle, el máximo exponente de la defensa de las armas, para su candidatura.
Allí fue recibido como el máximo paladín de la tenencia de armas. Tener armas
es la concreción del miedo; es un acto que revela muchas cosas: la falta de confianza
en las instituciones, en el vecindario, en los que pasan por tu calle... o en
los de otro color.
La
América de Trump es la de las armas, pero también la de los "perfiles
étnicos", que son la criminalización de los demás en función del
etiquetado que les hacemos. Aquí hemos tratado en estos años de escritura de
casos como el de Trayvon, el chico asesinado por un vigilante por llevar
"capucha". Dio lugar a una campaña nacional mediante la que se
trataba de quitar el estigma de la capucha. Pero los jueces lo dieron por
bueno: llevar capucha es un "signo" de criminalidad probable,
algo capaz de levantar sospechas razonables. Lo suficiente como para que te
tiroteen en la noche al percibirte en la distancia.
El
asesino de Dallas quería "matar blancos". Esto hace enfrentarse a una
forma de violencia clara y precisa: es una respuesta.
Implica que no se confía en la Ley ni en quien la representa. Y eso es muy
peligroso para una sociedad que se ve obligada a elegir bando por motivos poco
racionales, como es "sistema" frente a "raza".
El
pesimismo cunde entre las personas que no quieren verse en una elección absurda
como esa. La violencia de las armas expresa otra violencia subyacente, una
violencia profunda. En el fondo no es tanto el color lo que está separando a la
sociedad norteamericana sino la pérdida del sentido de la igualdad, la más
profunda de sus raíces.
Desde
su constitución —y así lo fueron manifestando muchos de sus intelectuales desde
su fundación—, el Nuevo Mundo presumía de haberse construido superando los
problemas del viejo, Europa. La utopía americana sería una república igualitaria, alejada de las autoritarias e intransigentes
monarquías europeas. Este sueño era un sueño "blanco". El papel
discordante de la esclavitud en este sueño no se percibía como una
contradicción al amparo de una cultura blanca que aceptaba esa situación como
"natural". El blanco estaba sobre el negro, fuerza de trabajo
importada. Para justificarlo, se les deshumanizó. Ese mal, que muchos
intelectuales consideran el pecado original americano, seguía viviendo como una
contradicción. Incluso muchas personas contrarias a la esclavitud pedían la
vuelta de los esclavos liberados a África. Querían una república blanca. También fue el sueño que en muchos liberados
prendió, el regreso, y que dio lugar a Liberia, un nuevo país creado por los
que abandonaban los Estados Unidos. Su bandera es como la norteamericana pero
con una sola estrella.
El
eslogan que se ha repetido estos días, "Black Lives matter", no es nuevo. Es un movimiento con el que se busca frenar los abusos de policías y
vigilantes, una vieja realidad. En otras circunstancias la afirmación resultaría absurda por
evidente, ¿por qué no iban a importar?
Sin embargo el hecho de que se formule representa que el absurdo está en las
calles, en las instituciones, en las resoluciones judiciales, en las
comisarías... La afirmación constata una realidad: violencia, racismo e
impunidad.
"Toda vida importa", señalan algunos. Y es cierto. Pero la queja de los afroamericanos es por la impunidad, la falta de castigo. La violencia policial o de los vigilantes es solo la primera etapa. La segunda es la que disculpa, considera poco probado o justifica el asesinato en los tribunales. Toda vida importa, pero no es así para los que matan y miran para otro lado.
La soledad de Barack
Obama cada vez que una situación así se produce se percibe en su cara. Tiene
que ser especialmente duro para el primer presidente negro comprobar que tras
ocho años en la Casa Blanca la situación empeora.
Aquí
hemos expuesto en varias ocasiones un hecho: las campañas contra Barack Obama
han sido racistas, algo que no
tendría sentido si hubiera sido un presidente blanco, en cuyo caso los ataques
habrían ido por otros derroteros. Eso ha hecho aflorar con más intensidad los
discursos racistas contra él. Basta con darse un paseo por las imágenes de la
red elaboradas durante estos años para comprobar que esta forma burda de ataque
se ha usado con intensidad. Trump lo sabe y ha sabido utilizar esto para su
beneficio canalizando desde el principio el tema de la xenofobia (los hispanos,
musulmanes, chinos...) y el racismo (the
good old days).
La situación
es tan extraña que hasta suenan raras
las condolencias que algunos países, incluido España, han hecho manifestado al
"pueblo americano" por el asesinato de cinco policías en respuesta a
la violencia policial. ¿Quién es el pueblo
americano en esta división social profunda basada en el color de la piel? El
pueblo americano solo pueden ser los
que sienten por igual las muertes, independiente del color de quien muera o
quien las provoque, los ciudadanos de buena voluntad. La muerte de los policías
es injusta, como han sido injustas las de las personas que han muerto
indefensas a manos de otros.
2014, nada nuevo |
La
tragedia de Texas ha dejado al descubierto otras tragedias previas, el tejido
del dolor. Ha servido para sacar a la luz la historia del Jefe de la Policía de
Dallas, David Brown, que The Washington
Post nos cuenta:
Few people understand loss better than David
Brown, the Dallas police chief who stood before television cameras Friday
morning and said, “We are heartbroken.”
Even before five police officers were killed
Thursday at the site of a Black Lives Matter protest where seven other people
were wounded, Brown had become all-too familiar with grief, pummeled by it
again and again in his career and personal life.
Before this week, violence had already taken
from him a former partner, a brother, a son.
“There are some people who would just shut
down, and they would have others conducting the interviews,” said Keith
Humphrey, the police chief of Norman, Okla. “But that is not David. He realized
the community wants to hear from him. The nation wants to hear from him.”
It wasn’t the first time Humphrey, who was once
the police chief in Lancaster, a suburb of Dallas, had seen Brown step up under
painful circumstances. In June 2010, Brown was only seven weeks into his new
position as chief when the son who bore his name killed a Lancaster police
officer and another man before being fatally shot more than a dozen times.*
Estas situaciones, como señalan muchos, están presentes en
la vida de la mayoría de la comunidad afroamericana: hijos, hermanos, amigos,
compañeros... Pocos escapan de ellas.
"Can Americans hold ourselves together as a people?", se preguntan desde un titular de The Washington Post; "Divided by Race, United by Pain", expresa otro de The New York Times. Preguntas y respuestas que la sociedad se hace.
La violencia acaba comiéndose las palabras. Al final, solo
dialogan los que están de acuerdo. La sociedad norteamericana tiene que enfrentarse
valientemente a sus fantasmas o condenarse a vivir entre dolores e injusticias,
irracionalmente, llena de odios. Esa sociedad produce individuos enfermos que
seguirán los caminos abiertos creando más y más dolor.
*
"Dallas Police Chief David Brown lost his son, former partner and brother
to violence" The Washington 08/07/2016Post
https://www.washingtonpost.com/local/dallas-police-chief-david-brown-has-lost-his-son-former-partner-and-brother-to-violence/2016/07/08/01419ea8-451c-11e6-8856-f26de2537a9d_story.html
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