Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Los
efectos de la candidatura de Donald Trump están siendo devastadores. Atrapado
en las garras del monstruo que han creado o que no han sabido frenar, los
republicanos están asustados por las terribles consecuencias que puede tener
para ellos, más allá de la pérdida de la Casa Blanca, derrota por la que más de
uno estará ya rogando interiormente.
La
democracia puede también crear monstruos y acabar con la democracia misma. No
es un sistema perfecto, sino una forma de participar en las decisiones sobre el
destino del país eligiendo a los que actuarán en nuestro nombre.
La
peculiaridad del sistema democrático norteamericano permite que Trump sea el
candidato republicano porque así lo han decidido los electores republicanos que
pueden hacerlo. Nadie ha podido pararlo primero y discutirlo después, más que algunas
voces que han dicho que no sostendrán con su voto o apoyo a un candidato de su
calaña.
Pero
conforme la seguridad de Trump ha ido creciendo, también lo ha hecho su osadía.
Crecido por la eliminación de sus contrarios, Trump ha jugado la baza
republicana sin considerarse sujeto al partido republicano. Eso le ha permitido
una serie de maniobras estratégicas que le han dado fruto. Ha podido ir más
lejos que los republicanos porque no siente vínculo alguno por ellos; son
simplemente el vehículo que necesitaba para llegar a una nominación a la
presidencia. Trump no es un hombre de partido, sino un candidato de sí mismo,
un ególatra que maneja los recursos del que no tiene límites en sus objetivos.
Advirtió —amenazó, si se prefiere— al partido republicano sobre intentar
cualquier maniobra que intentara contrarrestar el apoyo popular.
A
diferencia de otros políticos que pueden tener una ideología determinada, un
sentido de lo político, Trump es alguien cuyo pensamiento procede de sí mismo
o, si se prefiere, remite a sí mismo. Trump es el ejemplo de Trump; se invoca a
sí mismo como persona triunfante y capaz de aplicar las recetas de su éxito a
cualquier otro campo. Por eso su campaña, de principio a fin, ha sido una exhibición
de mal gusto y prepotencia. No eran sus defectos, sino su estrategia para
mostrarse como muchos otros se sueñan: como poderosos. Trump es el poderoso
reclamando su sitio. La base de su campaña es la misma de sus acólitos en la
"Trump University", que citábamos ayer: Trump es millonario y no
necesita vuestro dinero, solo quiere enseñaros a que podáis hacer lo mismo. Las
demandas consiguientes por estafa no se han hecho esperar. Por más dinero que
tenga, igual que poder, siempre querrá más.
The Washington Post
publicó ayer el artículo de Michael Gerson titulado "The party of Lincoln
is dying". Recoge los últimos incidentes de un Trump que tiene que seguir
mostrando su desprecio olímpico por las instituciones y personas, meras moscas
en su camino, que son espantadas con un gesto de su mano. Esta vez, de nuevo,
es un incidente de corte racista:
Why such vehemence among Republican leaders in
their condemnations of Donald Trump for questioning the objectivity of a
federal judge based on his “Mexican heritage”?
This is, in House Speaker Paul D. Ryan’s words,
“the textbook definition of a racist comment.” But it is not materially more
bigoted than the central premise of Trump’s campaign: that foreigners and
outsiders are exploiting, infiltrating and adulterating the real America. How
is attacking the impartiality of a judge worse than characterizing undocumented
Mexicans as invading predators intent on raping American women? Or pledging to
keep all Muslim migrants out of the country? Or citing the internment of Japanese
citizens during World War II as positive precedent?
Is Trump himself a racist? Who the bloody hell
cares? There is no difference in public influence between a politician who is a
racist and one who appeals to racist sentiments with racist arguments. The harm
to the country — measured in division and fear — is the same, whatever the
inner workings of Trump’s heart.*
La respuesta de Gerson a la pregunta sobre el racismo de
Trump es la correcta: lo importante es lo que hace. Y la apelación racista ha
sido una constante desde el inicio de su campaña.
Trump se está valiendo del sentimiento racista que se ha
intensificado en los Estados Unidos como resultado de los dos mandatos de
Barack Obama. Los grupos racistas han usado durante ocho años la presencia de
Obama en la Casa Blanca para avanzar socialmente estableciendo asociaciones
negativas entre sus políticas demócratas y el color de su piel. Es un mecanismo
de entrada en paralelo mediante el
cual los sentimientos primarios racistas se vinculan casi paulovianamente con políticas concretas como el Obama-care, el
levantamiento del bloqueo a Cuba, el cambio de política hacia Irán, etc. Son
conocidas las manipulaciones de las fotografías del presidente Obama oscureciendo
su piel para hacerlo parecer más "africano" o la conversión de su
imagen en una especie de talibán convirtiéndolo en un "musulmán".
La estrategia de Trump desde el principio ha sido presentar
una "América en decadencia", mensaje implícito en "hacer América
grande de nuevo". El "de nuevo" es una forma de presentar su
"degeneración" y la "perversión del gobierno" ocupado por
alguien que ha llegado "demasiado lejos". La indignación de México
—convirtiendo su figura en motivo de piñatas— o de los musulmanes, etc. no es
casual sino una provocación medida y totalmente calculada para lograr un efecto
en aquellos que han vivido como una afrenta la ocupación de la Casa Blanca por
un afroamericano. El propio Trump ha dejado caer varias veces la cuestión del
nacimiento de Obama en los Estados Unidos, un requisito necesario para la
presidencia.
La cuestión no es, por tanto, preguntarse si Trump es
racista o no, sino las consecuencias que estas políticas tienen sobre la
elección primero y sobre el país después, pues es evidente que lo que está
saliendo a la luz es la América más intransigente, la más racista, insolidaria,
aislacionista y agresiva gracias a la canalización que Trump hace de ella y haciéndola tomar cuerpo.
La multiplicación de incidentes racistas violentos por los
Estados Unidos no es casual sino el resultado de ese clima creado durante estos
años y que ahora Trump aprovecha y excita y alienta con sus mensajes y acciones.
Trump es el mensaje. Las políticas que pueda proponer no son
más que demagogia como una y otra vez demuestran los analistas dedicados a
desmontar sus argumentos. Sin embargo no es su programa lo decisivo sino su
capacidad de canalizar hacia él las frustraciones y los sentimientos negativos
haciendo que su electorado se sienta como la "verdadera América" y él
su salvador.
Su argumento, además, es fácil y se conecta con los de otros:
no se trata de hacer, sino de dejar hacer. Su misión es quitar los obstáculos
que bloquean al país. Por eso sus programas son negativos: hay que
"limpiar América". Y en esas "limpiezas" entra lo
económico, lo social, lo étnico, los compromisos internacionales, etc.
Trump ha crecido porque esa América negativa existe,
cultivada durante dos décadas, una el dominio de las políticas de Bush y otra
la de la contestación a Obama. Hace ya tiempo que se habla de esas "dos Américas" y lo que Trump está haciendo hará que tarde mucho en cerrarse si es que llega a cerrarse.
En un artículo publicado a mediados de marzo por The New
York Times con el título "$2 Billion Worth of Free Media for Donald
Trump", Nicholas Confessore y Karen Yourish analizaban la sorprendentemente
baja inversión mediática de Trump:
Of all the ways Donald Trump has shocked the
political system, one of the most significant is how he wins primary after
primary with one of the smallest campaign budgets.
He still doesn’t have a super PAC. He skimped
on ground organization and field offices. Most important, he spent less on
television advertising — typically the single biggest expenditure for a
campaign — than any other major candidate, according to an analysis by SMG
Delta, a firm that tracks television advertising.
But Mr. Trump is hardly absent from the
airwaves. Like all candidates, he benefits from what is known as earned media:
news and commentary about his campaign on television, in newspapers and
magazines, and on social media. Earned media typically dwarfs paid media in a
campaign. The big difference between Mr. Trump and other candidates is that he
is far better than any other candidate — maybe than any candidate ever — at
earning media.**
Sí, Trump es el hombre de los medios, el "hombre-mensaje".
Mientras los analistas tratan de explicar sus ideas para llegar a la conclusión
que son absurdas, racistas, demagógicas, etc. Trump crece de forma gratuita por
los comentarios que le dedican, insultos o alabanzas. Si el orden sale del desorden, los
medios "ordenan" el caos de Trump convirtiéndolo en "mensaje"
que llega a los que lo reciben con espíritu crítico o haciéndolo suyo. Nadie ha
sacado, nos dicen los analistas, tanto partido a esta "publicidad"
gratuita. Desgraciadamente no es solo "publicidad", como ocurriría en
otros casos: es la intensificación que Trump necesita para crecer. Trump se
beneficia de las alabanzas y de las críticas porque su ser es mediático, es persona y personaje. Donde otros necesitan invertir para hacer llegar
sus mensajes, Trump llega él, él es el mensaje.
Un artículo e ilustración de David Horsey en Los Angeles Times se titulaba "Si
un payaso es elegido presidente, no echen la culpa a los medios". Esto es
relativo. Trump se beneficia de la falta de rigor crítico de los medios y de la
preferencia por lo grotesco, es decir, por el payaso antes que por el discurso
serio. Trump ha sido noticia hasta cuando no ha querido ir al debate
televisivo. Trump se benefició de ser un personaje público del que se puede
esperar cualquier cosa y, por ello, debe estar rodeado siempre de cámaras. Se
ha beneficiado, en suma, de una política que busca audiencias y no relevancia
de los mensajes. Trump fue objeto de seguimiento constante no porque fuese un
peligro público como candidato, sino porque era
Donald Trump, alguien con un "capital mediático" acumulado que
puso a trabajar con eficacia.
Muchos aspiran a ser una "meta etiqueta"
en un diario; Trump lo es desde hace muchos años. Ha sobrevivido a todo tipo de
campañas de desprestigio; está vacunado contra todo. Lo malo es que nuestra sociedad
mediática beneficia a este tipo de personajes; se prefiere al payaso al erudito, al que insulta antes que al que razona. Y en eso sí que hay responsabilidad mediática, al crear el caldo de cultivo.
El temor que todos manifiestan ante un eventual triunfo de
Trump es gradual: por el partido republicano —al que lleva a la destrucción—,
por los Estados Unidos —al que llevará al caos— y por la situación
internacional en la que las políticas anunciadas por Trump serían nefastas y
abrirían una situación de incertidumbre como no se haya conocido previamente.
Trump, sí, es el mensaje, un mensaje terrorífico.
* Michael
Gerson "The party of Lincoln is dying" The Washington Post 9/06/2016
https://www.washingtonpost.com/opinions/the-party-of-lincoln-is-dying/2016/06/09/e669380a-2e6b-11e6-9de3-6e6e7a14000c_story.html
** "$2
Billion Worth of Free Media for Donald Trump" The New York Times
15/03/2016 http://www.nytimes.com/2016/03/16/upshot/measuring-donald-trumps-mammoth-advantage-in-free-media.html
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