Joaquín Mª
Aguirre (UCM)
Fue hace
muchos, muchos años. Un niño se metió dentro del recinto de los osos en
un zoológico de los Estados Unidos con la intención de abrazarlo al igual que
probablemente lo hacía con su peluche. Evidentemente nadie regala peluches de
niños a los osos y el animal no entendió el gesto del niño, que falleció como
consecuencia de aquel malentendido. Recuerdo haberlo leído de manos del ilustre
semiólogo Umberto Eco, que era el más apropiado para explicar cómo nuestra
civilización ha perdido la perspectiva de lo que es la amistad y el amor
universales extendiéndola más allá de donde la saben apreciar.
La cuestión se plantea periódicamente cuando algunas
personas confunden la visión de los animales que nos transmite los diferentes
tipos de discursos que se ocupan de ellos, que se han ido ampliando. Con motivo
del estreno de la nueva versión de El libro de la selva, repasamos la vieja
versión de Zoltan Korda. En la nueva película de Disney, el único ser real es
el niño que encarna magistralmente a Mowgli. Todos los animales son digitales,
expresivos y parlanchines, es más, de un comunicativo que abruma.
En la vieja y estupenda versión de Korda, con Sabú, todos
los animales son reales y no habla ninguno, con la excepción de la serpiente,
que tiene licencia bíblica para hacerlo por aquello de la seducción. Todos los
demás son animales a los que —incluso a los más amigables— no se le ocurriría a
uno abrazar, achuchar o cantarles algo.
Si alineamos las tres versiones, nos muestran cierta
evolución hacia la personalización completa. Una etapa realista, una etapa
intermedia de bajo grado de iconicidad
—diría un semiólogo— con el dibujo, que es menos realista, y finalmente el
intento de crear animales realistas con personalidad y características humanas.
En esta tercera versión, pues, se pretende llegar al realismo de la primera con
la humanización de la segunda. Incluso es probable —es una especulación— que se
renunciara a hacerla "musical", como la de dibujos, por ser
incompatible con el realismo de los
animales digitalizados. Con que todos los animales hablaran ya parecía
demasiado.
Todo esto, de una forma u otra y ya avisaba Eco, está
cambiando nuestra concepción de la "otredad" de la Naturaleza, algo
que ha ido ocurriendo progresivamente en los tiempos. Las viejas fábulas hacían
hablar a los animales, pero no por ello a la gente le daba por conversar con
zorros, cuervos o leones, aunque lo hicieran entre ellos o con algún viajero
ocasional, como nos cuentan Esopo, La Fontaine o Samaniego. Las fábulas no
tenían, evidentemente, pretensión de realismo, todo lo más de realismo moral. El imposible
malentendido lo evitaba el lenguaje con las expresiones colaterales:
"astuto como un zorro", etc. que dejaba claro que se trataba de transmitir
las enseñanzas a través de un universo conocido. No conozco ningún caso en el
que ocurriera algo similar a lo del niño que se metió en el zoológico a abrazar
el oso.
Pero los nuevos tiempos tecnológicos permiten ampliar el
malentendido. The Washington Post nos
trae un reportaje, con el título "People love watching nature on nest cams
— until it gets grisly"*, en el que se nos cuentan las nuevas relaciones
que los medios posibilitan con la naturaleza y nuestra reacción de
observadores:
The osprey cam at the Woods Hole Oceanographic
Institution is trained on a nest near the Massachusetts seaside, and the pair
that call it home are now waiting for three eggs to hatch. But for the first
spring in a decade, the camera is dark, and a note on the institute’s website
offers only a two-sentence explanation.
“Regrettably, the cam will not be operating
this season due to the increasingly aggressive actions of certain viewers the
last two years,” it begins.
That is a staid reference to cam fans whose
emotions about the nest morphed into vitriol — and fighting words. When the
osprey mother began neglecting and attacking her chicks in 2014, anxiety
exploded among some viewers, as did demands that the institution intervene to
save the baby birds. When the same thing happened in 2015, the public passions
took a more personal turn.
“It is absolutely disgusting that you will not
take those chicks away from that demented witch of a parent!!!!!” one viewer
emailed to Jeffrey Brodeur, the communications specialist who ran the camera.
Another wrote: “I realize this is nature, but once you put up a cam to view
into their worlds it is no longer nature. You have a responsibility to help n
save when in need.”*
La agresividad de la gente ante la no intervención en la naturaleza es extensible a muchas otras
situaciones. La elección de dejar apagadas las cámaras ante el
"espectáculo" natural es una forma de defensa ante estas complejas
reacciones de angustia primero e irritación después causadas por las imágenes realistas.
Tenemos las personas que reaccionan con violencia ante el
espectáculo de la crueldad y decimos que no entienden el funcionamiento de la
naturaleza y esa idea de la "no intervención". Sin embargo, yo me
mostraría quizá más preocupado por los que disfruten de esa amoralidad natural.
Los primeros, al menos, tienen la capacidad de la compasión aunque sea hacia
los animales. En ocasiones, esta también cae en una extraña indiferencia ante
lo humano y una fascinación emocional con la naturaleza. El hombre es un lobo para el hombre y el lobo es un animal de compañía.
Mientras la naturaleza era agresión continuada, peligro
constante, la marcábamos de una manera. Hoy tenemos acceso a parcelas a través
de los medios que nos permiten la identificación. Podemos recorrer el mundo a
lomos de una gaviota o vivir la vida cotidiana de las hormigas o conejos en sus
respectivas casas. Puedo elegir entre el reality
humano de las Kardashian o Gran Hermano o el reality natural de conejos, leones
o águilas en sus nidos. La función de estos realities es la misma: recortar
nuestra vida insulsa con otra más interesante
a la que nos adscribimos emocionalmente.
La reacción del último párrafo es interesante y está en el
centro del problema: una vez que pones una cámara, eres responsable. El
principio tiene muchas consecuencias en este y otros campos. ¿Cuántas imágenes
terribles se nos muestran para recaudar fondos? Se nos dice que podemos cambiar
el destino de esas personas (o de ballenas, leones...) mediante nuestra acción.
Pero después están estos otros casos: ¿para qué mirar si no se puede cambiar el
destino? Cuando no sabíamos, podíamos vivir indiferentes, pero ¿ahora, qué
estado es el correcto: la aceptación, la indiferencia?
Si el mundo se nos ha vuelto "aldea", como decía
con acierto McLuhan, se comprueba en estas reacciones emocionales ante lo que
antes era desconocido y ahora es "próximo mediatizado". Con esta idea
quiero expresar que muchas veces ignoramos o no nos importa lo que tenemos a
cien metros mientras que mantenemos unos vínculos emocionales intensos con los
elementos más distantes gracias a los medios. El mundo se nos ha hecho pequeño
no solo por los trenes y aviones, que nos permiten darle la vuelta cuando
queramos, sino por la proximidad que
los medios procuran. Esta proximidad es altamente emocional. Por decirlo directamente:
nos resulta más intenso emocionalmente el contacto mediado que el directo.
Lloramos con más intensidad ante una pantalla
que ante la realidad misma; la representación, el signo, es más intenso que la
realidad misma.
Ese efecto lo consigue también el propio lenguaje y su
retórica y era el oficio del poeta, emocionarnos al contar a través de la palabra.
Hoy esa emoción se consigue mediante las comunicaciones mediadas y su capacidad
de producir emociones. Empezamos a llorar
en el siglo XVIII y no hemos parado desde entonces. La novela sentimental, burguesa o lacrimógena
abrió la espita del llanto. Como decía Goethe en las primeras páginas del
Werther, no neguemos nuestras lágrimas
a los nuevos héroes.
Goethe fue responsable, en gran medida, de la sentimentalización
de Naturaleza al establecer las intensas correspondencias emocionales entre el
joven sufriente y el mundo rural que le rodeaba que se convertía en eco de su
hijo predilecto. Con ellos, con los románticos, el mundo se veía a través del
sentimiento, es decir, de las emociones ante montañas, valles, flores, árboles,
etc. a los que dotaban de una fuerza especial y de un papel en la vida de
quienes los contemplaban. Ya no había distancia en la mirada, solo intensidad
emocional creciente, signo de la bondad de corazón.
Los medios nuevos nos sitúan en el centro de muchas cosas,
de muchos espacios y situaciones que vivimos desde dentro, provocando sentimientos intensos y confusos, en muchas
ocasiones:
The Woods Hole experience isn’t unusual, and
it’s the reason most nest cam operators publish policies on when they’ll
intervene. One Montana osprey cam reminds viewers that it “is not a Disney
movie.” The Cornell Lab of Ornithology, which views its many cams as key tools
to recruit new bird-lovers, occasionally puts a warning on the screen when
things get gruesome, along with a little context, said Charles Eldermire, who
manages the cams.
“It’s like watching ‘Game of Thrones.’ You know
somebody is going to die, but you don’t know who or how or why. You know one
possibility is someone’s not going to die,” Eldermire said.
But, he added: “For people that want us to
intervene, all they’re focused on is, ‘We watched this egg get laid, we watched
it hatch, and we didn’t come here to watch it die.’”
Primero: ¿qué es un "bird-lover"? ¿Un observador
distante e indiferente? Su mirada no es "científica", sino lo
contrario; el término no engaña "lover". Se le busca y estimula en su
capacidad de amar y ese amor no es —como ninguno— racional sino emocional.
Segundo: es interesante que aunque se diga que no es una
película de Disney (it “is not a Disney movie.”) no por ello se dejen de
establecer las analogías con el medio audiovisual. Se nos pide que no se vea "a
la Disney", sino "a la Game of Thrones". El problema, por lo que
parece, es el género, un problema sobre
cómo leer esas imágenes, un problema de recepción, por decirlo así. Los
documentales, por ejemplo, tampoco respetan las distancias del género, sino que
buscan el contacto emocional poniendo nombre a lobos, osos o jabalíes. Nadie
quiere ser distante porque eso no gusta a un público que busca emocionarse,
sentirse del lado bueno de la naturaleza. Puede que seamos los reyes de la
naturaleza, pero nos gusta vernos como monarcas bondadosos que cuidamos de
nuestros súbditos.
La cuestión se complica cuando ya hay una generación de narrativa a la carta, es decir, que
puede interactuar con las ficciones dirigiéndolas en un sentido o en otro. Si
se vota qué nombre ponerle al recién nacido del Zoo, ¿por qué no se puede votar
si se salva el huevo o se le retira la custodia
a mamá águila? Si se movilizó a la gente al grito épico de "salvemos a las
ballenas", ¿por qué no se puede salvar un huevo, una cría, un animal herido...?
No se puede pedir a la gente que sea "bird-lover" y luego presentarle
el mundo de los "angry-birds".
El problema es que nunca se puede tener todo. La naturaleza
no es espectáculo, pero nosotros la hemos convertido en uno. Sin un mediador
que regule los sentimientos de quien contempla el espectáculo, el choque es
brutal, irresistible. En una película se puede recurrir a múltiples formas de
sublimación de la violencia, de la elipsis en adelante. ¿Pero cómo evitar el
horror del directo y sin posibilidad de cortes y con un guión desconocido?
Está muy bien que los naturalistas tengan un código ético de
no intervención en los asuntos de la
naturaleza. Pero para los espectadores es inasumible.
Hiperexcitados por el
flujo sentimental de los discursos de todo tipo (ficciones, publicidad,
política...) en los que se les pide que se impliquen, no pueden mantener la
distancia ante unas imágenes que les traen un mundo que nunca ven de forma
directa sino mediada. No pueden olvidar que esos mismos medios nos enseñan a mirar de una determinada manera, como lo hicieron pintores y poetas cuando tenía la exclusiva en la descripción sentimental del mundo. Puede que lo que nos muestran las cámara no sea una película de Disney, pero no deja de ser un discurso fílmico, otro tipo de película que el espectador consume desde su aprendizaje acumulado ante una pantalla, ante las páginas de periódicos o novelas. En mitad de la naturaleza no esperamos que llegue un salvador en los últimos segundos, pero ante una pantalla sí, mantenemos esa esperanza emocional, por absurdo que parezca. Esperamos que el débil derrote al fuerte, que el bien triunfe. Pero la naturaleza no sabe nada de la justicia poética ni de la moralidad ni ha leído La genealogía de la moral.
Se nos pide un amor
indiferente y eso es imposible. El problema viene del concepto mismo: ¿qué
significa "amar" la naturaleza? En sí mismo es absurdo porque es lo
más antinatural. El comportamiento de la naturaleza es amoral y quererla es un
riesgo. El niño que abrazó al oso no llegó a entenderlo nunca; los que asisten
a las crueldades en directo no deberían verlo si las consideran "crueldades";
y los que ponen las cámaras lo saben, pero no por ello dejan de sacarle su
fruto.
Hace unos días, la BBC reproducía, en su sección Earth, un
vídeo con el título "Chimps filmed grieving for dead friend".
Mostraba las respuestas de los chimpancés ante la muerte de un compañero. La
imágenes eran muy "emotivas" tanto por lo que veíamos allí como por
la melancólica música de piano que las acompañaba. Veíamos a los chimpances
rodear al muerto y reaccionar ante él de distintas formas, incluso limpiándole
los dientes. Cada pocos segundos, unos carteles redefinían nuestras emociones
con el lenguaje mediador. Finalmente todos veíamos allí un espectáculo de dolor
muy "humano", un funeral. Nos habíamos imaginado a aquellos
chimpances en un funeral. Pero eso es una suposición nuestra. Quizá era porque
no comprendían lo que ocurría y por eso seguían realizando acciones como
limpiarle los dientes al muerto. Pero nosotros podíamos ver y sentir lo
contrario, la limpieza de un cadáver, algún tipo de ritual.
No podemos dejar de sentir cuando vemos. Y cada vez vemos
más cosas gracias a la posibilidad de acercarnos a lo que antes permanecía
oculto o simplemente no nos interesaba. Hoy hay interesados para todo y todo
nos emociona. Somos la civilización de la mediación empática, exprimidos como
limones en el llanto, incitados a la indignación con las guindillas visuales,
seducidos con la armonía del movimiento y la palabra de la serpiente digital
que hipnotizó a Mowgli.
*
"People love watching nature on nest cams — until it gets grisly" The
Washington Post 19/05/2016
https://www.washingtonpost.com/news/animalia/wp/2016/05/19/when-nest-cams-get-gruesome-some-viewers-cant-take-it/
**
"Chimps filmed grieving for dead friend" BBC-Earth 17(05/2016
http://www.bbc.com/earth/story/20160517-chimps-grieve-for-dead-friend
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.