Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En plena campaña por conseguir la nominación para la carrera
presidencial en los Estados Unidos en ambos bandos, republicano y demócrata,
The Economist saca de sus archivos un artículo que solicitó en 1988 a Sir Karl
Popper, el afamado científico y filósofo de la Ciencia, y autor de La sociedad
abierta y sus enemigos, obra publicada en 1945 y "accepted for publication
in London while Hitler’s bombs were falling", como se señala en la
cabecera.
La pérdida de tejido intelectual, el reinado de la
trivialidad manifiesta, hace especialmente valiosa la recuperación del artículo
de Karl Popper y su puesta en circulación. Aunque el momento en el que se
recupera es en plena campaña electoral norteamericana, creo que el interés de
lo que se plantea es más importante teniendo en mente otras partes del mundo en
las que las circunstancias se asemejan más a lo que Popper tenía delante en
plena guerra mundial.
Popper divide el artículo solicitado en varias partes,
ocupándose la primera de lo que considera la teoría clásica de la democracia,
cuyo eje nos dice es "quién debe gobernar", un tipo de teoría que se
alimenta con las grandes palabras e ideas. La mentalidad del
filósofo científico aparece en la forma de plantearse la cuestión como un
problema. Una teoría es un problema y una solución a ese problema, por lo que
el problema parte de una pregunta en busca de la mejor respuesta posible en
función de los fines. La teoría clásica, dice Popper, parte de esa pregunta
sobre el "quién" para responder "el pueblo". En el momento histórico
en el que hace estas reflexiones —la II Guerra Mundial, con la caída de las
democracias en manos de los fascismos— le
llevan a establecer su propia teoría, es decir, sus propias preguntas para
intentar redefinir el problema. Señala Popper en su introducción:
MY THEORY of democracy is very simple and easy
for everybody to understand. But its fundamental problem is so different from
the age-old theory of democracy which everybody takes for granted that it seems
that this difference has not been grasped, just because of the simplicity of
the theory. It avoids high-sounding, abstract words like “rule”, “freedom” and
“reason”. I do believe in freedom and reason, but I do not think that one can
construct a simple, practical and fruitful theory in these terms. They are too
abstract, and too prone to be misused; and, of course, nothing whatever can be
gained by their definition.*
Las preguntas y respuestas "clásicas", tal como
las denomina Popper, han sido insuficientes a la vista del estado del mundo y
de las propuestas intelectuales que han socavado palabras como
"libertad" y "razón" dándoles sentidos perversos. Han
llevado al mundo a ese estado conflictivo, han arremetido contra la libertad de
sus ciudadanos y atacado países próximos y lejanos convirtiendo el planeta en un
espacio de violencia y destrucción, de pérdida de libertades. Lo han hecho con
el asentimiento de muchos pueblos que han jaleado y seguido a sus líderes.
En los últimos tiempos asistimos a espectáculos
preocupantes. Vemos situaciones en las que se establecen extrañas alianzas
entre los países que defienden las libertades —las "sociedades
abiertas"— y los que no lo hacen. Si Popper tituló su capital obra sobre
política "La sociedad abierta y sus enemigos", hoy habría que hablar
de la "sociedad abierta" y de su s"falsos amigos", encuadrando
en este término aquellos países en los que no hay libertades pero que en
función de los intereses de unos y otros son consentidos por la comunidad
internacional aunque pisen cada día los derechos humanos, ejerzan represión y crueldad
extremas. Regímenes despreciables por su trato a millones de personas se ven
recibidos como "socios", antes que "amigos" si llegan con
carteras llenas de contratos por firmar. Esto implica olvidar la situación de
los Derechos Humanos e ignorar a muchas personas que los defienden en esos
países, personas a las que los dictadores exigen que se les ignore y aísle.
Lo preocupante es que esos ejemplos van cundiendo y
socavando lo que parecía el efecto benéfico de la democracia sobre países en
los que parecía asentada y querida. Es aquí en donde el artículo de Popper pasa
a tener posibilidades de nuevas lecturas.
In “The Open Society and its Enemies” I
suggested that an entirely new problem should be recognised as the fundamental
problem of a rational political theory. The new problem, as distinct from the
old “Who should rule?”, can be formulated as follows: how is the state to be
constituted so that bad rulers can be got rid of without bloodshed, without
violence?
This, in contrast to the old question, is a
thoroughly practical, almost technical, problem. And the modern so-called
democracies are all good examples of practical solutions to this problem, even
though they were not consciously designed with this problem in mind. For they
all adopt what is the simplest solution to the new problem—that is, the
principle that the government can be dismissed by a majority vote.
Que el problema central de las democracias pasa a ser cómo
librarse de los malos gobernantes sin un baño de sangre no es un problema
teórico. Lo hemos visto en sistemas en los que, como ocurrió en los países que
Popper tenía en mente y que llevaron a la guerra, la democracia se ha ido
deteriorando. Lo vemos cada vez que un presidente elegido en las urnas mueve
los hilos para prolongar su mandato más allá de las veces que la constitución
lo permite. Lo estamos viendo con preocupación en determinados países de la
Unión Europea en la que se están pervirtiendo principios básicos de la
democracia gracias al uso de la fuerza de las mayorías para crear nuevas reglas
de juego.
Como teórico, Popper plantea un problema existente y su
redefinición. Eso es una forma de enfoque, pero la realidad es la realidad, no un experimento de laboratorio, lo
que supone que nosotros no realizamos experimentos
sociales, sino que experimentamos directamente sus consecuencias en la vida. Los
únicos experimentos que podemos realizar los hacemos a través de la imaginación
y el arte, a través de novelas que como las de Orwell, Huxley o tantos otros
especulan sobre las posibles consecuencias de lo que hacemos hoy.
Señala Karl Popper después de abordar las teorías que llama
clásicas:
All these theoretical difficulties are avoided
if one abandons the question “Who should rule?” and replaces it by the new and
practical problem: how can we best avoid situations in which a bad ruler causes
too much harm? When we say that the best solution known to us is a constitution
that allows a majority vote to dismiss the government, then we do not say the
majority vote will always be right. We do not even say that it will usually be
right. We say only that this very imperfect procedure is the best so far
invented. Winston Churchill once said, jokingly, that democracy is the worst
form of government—with the exception of all other known forms of government.
And this is the point: anybody who has ever
lived under another form of government—that is, under a dictatorship which
cannot be removed without bloodshed—will know that a democracy, imperfect
though it is, is worth fighting for and, I believe, worth dying for. This,
however, is only my personal conviction. I should regard it as wrong to try to
persuade others of it.
We could base our whole theory on this, that
there are only two alternatives known to us: either a dictatorship or some form
of democracy. And we do not base our choice on the goodness of democracy, which
may be doubtful, but solely on the evilness of a dictatorship, which is
certain. Not only because the dictator is bound to make bad use of his power,
but because a dictator, even if he were benevolent, would rob all others of
their responsibility, and thus of their human rights and duties. This is a
sufficient basis for deciding in favour of democracy—that is, a rule of law
that enables us to get rid of the government. No majority, however large, ought
to be qualified to abandon this rule of law.*
Pero, pese a lo señalado, las formas de seducción y
perversión del pensamiento que desarrollaron los fascismos se quedan en poca
cosa respecto a las maquinarias de que hoy se dispone para lograr los objetivos
de rechazo de la propia democracia. El fundamento de la defensa de la
democracia es su superioridad respecto a la dictadura, pero eso puede
modificarse cuando se modifican los propios valores que la sustentan. Hay una
circularidad del problema: la democracia la valoran aquellos que tienen valores
democráticos. La dictadura es un estado insoportable para aquel que tiene esos
valores democráticos, pero puede ser aceptable para el que carece de ellos. La pregunta
que surge entonces es ¿puede alguien preferir la dictadura a la democracia? Y
la respuesta es, sin duda, sí. Sí si se crean las condiciones necesarias, si se
invocan los fantasmas adecuados, si se olvidan los principios básicos.
Podríamos decir quizá que es el olvido de las teorías
clásicas, por usar la terminología de Popper, lo que hace comenzar la senda
peligrosa. Las actitudes despertadas en ciertos países, incluidas las
reacciones a las propuestas de Donald Trump en los Estados Unidos, lo que
ocurre en Polonia, Hungría, Turquía, Egipto...— son preocupantes porque
demuestran que, si se manipula de forma adecuada, la gente acepta de buen grado
el recorte de sus propias libertades. Los ejemplos pueden ser muchos.
La democracia debe conllevar sus propios ideales de "felicidad" y no de mera supervivencia. El concepto de "felicidad", como tantos otros, ha sido pervertido, trivializado, hasta vaciarlo de su hondo sentido de proyecto vital y social, de aspiración humana que nos lleva a buscar caminos. Su perversión ya la mostró Huxley. Hoy nuestra felicidad es cuestión de autoayuda y de satisfacer triviales necesidades justificadas para la "feliz" marcha de la economía.
Lo preocupante es que cuando se olvidan esas primeras
preguntas, las preguntas clásicas sobre los fundamentos de los valores de la
democracia, las preguntas del tipo de las propuestas por Popper dejan de tener
sentido. Hemos comprobado como una democracia convertida solo en forma de
estadística deja de tener sentido de sus propios valores.
La reflexión que desde hace unas décadas se viene
produciendo sobre la "gobernanza" o sobre la "eficiencia"
de los sistemas políticos es en gran parte una consecuencia de los problemas
que se plantean cuando los valores democráticos dejan de tenerse en cuenta como
algo de lo que partir y tenerlos firmemente como suelo. Los países democráticos
están sometidos a permanentes tentaciones que van dejando aparcadas cuestiones
básicas.
Una de esas tentaciones la hemos comentado anteriormente. La
globalización no ha servido para la extensión de los valores democráticos, como
se teorizó. Por el contrario ha hecho que se formen alianzas económicas entre
dictaduras y regímenes autoritarios y los países democráticos. El reciente caso
del tapado de las estatuas italianas por el paso de los pudorosos ayatolas por
los museos es algo más que una anécdota. Es una
constatación que la premura en recibir a regímenes afectuosamente con
los que se pueden hacer negocios deberían acompañarse, al menos, de gestos de
otra naturaleza porque más allá de la circunstancia concreta, el mensaje que se
expresa es la carencia peso de la democracia en la balanza de relaciones. Lo
mismo ocurre con otros países que reciben tratamientos similares. A Italia ya
le ocurrió con la Libia de Gadafi. Gran parte de la sorpresa de la Primavera
árabe para los países occidentales eran las buenas relaciones que tenían con
los dictadores, de Estados Unidos, Francia o Italia.
La concepción empresarial
del mundo hace que nuestros políticos se hagan acompañar de los empresarios en
sus delegaciones y no de intelectuales, artistas, etc. que podrían establecer
conexiones con los que existen en esos países. Por el contrario, solo se pone
en contactos a aquellos que buscan negocios por encima de cualquier otra
consideración. Esa misma concepción acaba convirtiendo el manejo del estado en
una cuestión fabril de rendimiento, la educación en una forma de inversión más
o menos rentable en las personas en función de lo que vayan a producir. Lo
mismo pasa a ocurrir con los demás sectores, de la sanidad a la cultura. Son
convertidos en materia de mercado en un sentido peyorativo ya que los
jerarquiza en función de su rentabilidad o falta de ella.
En el libro recientemente publicado en España del fallecido Peter
Mair, "Gobernando el vacío. La banalización de la democracia
occidental" (2013, trad. 2015), se habla precisamente del abandono del
interés por la democracia tradicional y de la crisis profunda de los partidos
políticos, dos problemas que se unen. A diferencia de Popper, que escribe su
obra sobre los enemigos de la democracia cuando estos han estado a punto de
conquistar el mundo, arrastrando a países cultos (Alemania, Japón, Italia...)
hacia formas de barbarie antidemocrática bien organizada y sustentada en
pilares emocionales convincentes, el mundo que Mair describe es el de la apatía
actual, el de la indiferencia ante una democracia que ha reducido los
principios a eslóganes para pines y banderolas, de discursos vacíos escritos
por asesores de comunicación, líderes formados en escuelas de verano desde los 15 años y disputas por
sentarse en las primeras filas de los bancos parlamentarias. Nos describe el
resultado de una democracia, mediática, de audiencias y estudios de mercado. Es
la democracia que, como las series televisivas, se encuentra en su enésima
temporada y solo se plantea cambiar a los protagonistas para recuperar las
audiencias.
Mair señala dos desafíos de la política democrática, Por un
lado, escribe, se encuentran ideas y políticas que "giran en torno a
expresiones comunes de xenofobia, racismo y defensa cultural, y en su mayor
parte surgen de la derecha del espectro político"; por otro, el abandono "se
percibe en la creciente aceptabilidad y legitimación de formas no políticas o
despolitizadas de toma de decisiones" (37). Si se ven unidas las dos
tendencias —aumento del componente emocional dirigido contra otros y
sustracción de decisiones en favor de expertos e instituciones no políticas— el
efecto es no solo la apatía, sino la creación de situaciones explosivas en las
sociedades en las que se tira en direcciones opuestas de esas dos cuerdas. Tanto
una como otra van causan un efecto común: la pérdida de valores democráticos.
Las propuestas que
escuchamos a los candidatos republicanos en Estados Unidos y, sobre todo, las
respuesta que reciben por parte de algunos; las leyes aprobadas en países como
Polonia y Hungría; las derivas en algunos países democráticos ante la crisis de
los refugiados, etc. no son un panorama demasiado positivo para el futuro.
Creo que se ha perdido por el camino lo que Popper daba por
descontado que era evidente: cualquiera que haya vivido en una democracia no
soporta vivir en una dictadura. Pero para ello hay que percibirlo como una
pérdida. El interés de los populistas en que se rebaje la edad de votar en
muchos países es que son mucho más fáciles de seducir con promesas irreales.
Los brotes antidemocráticos que se detectan en las encuestas en las jóvenes generaciones
son muy preocupantes porque no tenemos muchas garantías de que el tiempo lo
corrija.
No es necesario haber leído a Dostoievski para que las
palabras del "Gran Inquisidor", el relato inserto en Los hermanos Karamazov, resuenen en
muchos espacios. Ante la inestabilidad, la gente prefiere la seguridad a la
libertad. Lo malo es que esa situación puede ser irreversible y se pueden crear
los enemigos gracias a una sociedad mediática, manipuladora de la opinión. Esto
está encima de la mesa desde Walter Lippman en adelante y se puede rastrear en
el siglo anterior, el XIX, como un peligro de la democracia.
Quizá deberíamos empezar a plantarnos que la democracia no
es solo cuestión de ir a votar, sino un estado de la mente y una construcción
social. No viene en los genes y necesita de aprendizaje, ejercicios, reflexión
y buenos ejemplos. Se alimenta de ideas y crece con el deseo de que otros
alcancen los mismos derechos, con lo que se pueda compartir el mundo como
iguales.
Parte del problema es que nadie lee a Dostoievski, a Popper
o a muchos otros que consideramos cosa de expertos o todo lo más partes de
asignaturas desligadas de la vida. La mentalidad fabril nos considera piezas útiles para fines de rentabilidad. Nos acostumbramos a ver a los demás
de la misma manera. Y así todo va a peor. Vamos eficazmente hacia ese abandono
señalado por Mair, a repetir los desastres que se padecieron y que vemos crecer de
nuevo ante nuestros ojos. Parte de la eficacia del sistema es
convencernos —como se dice del diablo— que lo
imposible no ocurrirá. Sin embargo, ocurre.
* "Karl
Popper on democracy. From the archives: the open society and its enemies
revisited (1988)" The Economist 31/01/2016
http://www.economist.com/blogs/democracyinamerica/2016/01/karl-popper-democracy
** Peter Mair (2013): Gobernando el vacío. La banalización
de la democracia occidental (ed. esp. 2015). Alianza editorial, Madrid.
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