Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Casi nunca
es fácil seguir la pista al odio. En ocasiones se da en entornos claros en los
que se ha aprendido a odiar, pero en muchas otras no llegamos a saber cómo se
ha ido formando en la mente de quienes llevan a cabo masacres racistas como la
de la iglesia de Charleston. Un joven que lleva una hora sentado en el interior
del templo se levanta y comienza a disparar a los presentes hasta matar a nueve
personas. Ha ido a "matar negros". The Washington Post se pregunta por la "deriva
silenciosa" de la vida del asesino, Dylann Roof, de 21años, en la primera
de las revisiones biográficas que van apareciendo, pero en la que ya hay síntomas
de lo que finalmente acabará en una masacre de odio, un crimen racista.
El
discurso del presidente Obama al respecto incide en las armas, pero las armas
son solo el instrumento elegido para realizar el crimen. Son las mentes y su
evolución las que deberían analizarse y estas son el reflejo de su entorno. Quizá
no sea casual que esta intensificación del racismo y la violencia, que
indudablemente padece una parte de los Estados Unidos, sea una reacción ante la
presidencia de Obama, que ven como una humillación.
Los ataques y críticas contra Obama no han sido solo políticos y muchos fueron
de corte claramente racista. No se trata de que haya una relación directa;
basta con la creación de un clima
para que se intensifique la idea de que la "supremacía blanca"
está en juego en aquellos que ya tienen esas ideas dentro. Las denuncias de racismo contra los ataques a Obama han estado presentes de forma constante y no solo por los "trolls" o chistosos en las redes. Con 21 años, Dylann Roof, lleva viviendo los últimos ocho años de su vida en este clima malsano, respirando racismo.
En mayo, The Hill, publicaba un artículo titulado "Anti-Obama
trolls fuel questions about online hate, racism" sobre la naturaleza de
los ataques recibidos por el presidente en su cuenta de Twitter, vigilada por
los servicios secretos ante la virulencia de los ataques:
The president has faced racist attacks since
long before he got to the White House. More generally, online environments have
been hotbeds of harassment since the inception of the Web. But this week
underscored how technology can amplify deeply personal slurs, even against the
leader of the free world.*
Los límites de la libertad de expresión eran rebasados por
la naturaleza racista de los mensajes. No se trata de crítica o discrepancia,
sino de simple odio racial. Tendemos a pensar siempre en los entornos
familiares, pero eso es una mentalidad naif del asunto. Nuestro entorno es toda
la información a la que estamos expuestos, que nos va modelando con mayor o
menor intensidad. Las redes sociales han dado un sentido nuevo, llevando al
límite, la idea de libertad de expresión fundándose en la ausencia de
responsabilidad que ofrece el anonimato. Y eso actúa como un intensificador de
este tipo de sentimientos extremos que comienzan a encontrar entornos
favorables en las comunidades virtuales.
Señalan en The
Washington Post las reacciones de algunos miembros de la familia:
“The whole world is going to be looking at his
family who raised this monster,” Roof’s uncle, Carson Cowles, said Thursday as
he wiped away tears outside his mobile home here. While Roof was quiet and “did
stay a lot to himself,” Cowles said, his mother “never raised him to be like
this.”**
Nuestro sentido de lo controlable es demasiado optimista. El
clima que se vive en Estados Unidos desde hace algún tiempo, con
enfrentamientos por las muertes de distintas personas a manos de miembros de
los cuerpos de Policía o de "vigilantes", tiene indudablemente un efecto social y psicológico. Esas
reacciones son diversas y sirven para ir reforzando los caminos que cada uno
pueda tener marcados por otros
condicionantes de la experiencia.
Puede que el asesino nazca, pero el racista se hace. El asesino puede tener un deseo criminal, pero la
elección del objeto de su odio toma forma gracias a las presiones exteriores;
es canalizado hacia sus víctimas. Su
mente lo acaba justificando en un sentido de inevitabilidad al que no puede
sustraerse. Tiene que hacerlo.
En el periódico se señala que, pese al asombro de su tío por
los asesinatos, sí había algunas marcas claras de racismo en su comportamiento
y exteriorización de sus ideas:
His Facebook profile shows a picture of Roof in
the woods, wearing a jacket with two conspicuous patches — old flags of former
regimes in South Africa and Rhodesia, now Zimbabwe, where white minorities
governed majority-black populations through racist laws and brutality. For
American white supremacists, apartheid South Africa and renegade Rhodesia have
often stood as cautionary tales of what happens when whites relinquish their
political power.
When viewed early Thursday, the profile
indicated that roughly half of Roof’s Facebook friends are African Americans.
Roof invoked his own country’s racial history
with the emblems he chose to display. His car featured a license plate
decorated with the Confederate flag, according to a law enforcement official
and one of Roof’s friends.
Roof, who lived in Eastover, S.C., not far from
Columbia, also had an apparent affinity for guns. Law enforcement officials
said his father recently had either bought him a gun as a present or given him
money that he used to buy one.**
Puede que muchos de los que le rodeaban no supieran de dónde
eran esas banderas ni de lo que sucedió allí, pero seguro que otros sí. Esas
banderas son, como todas ellas, señas de identidad personal y comunitaria. No
son ya banderas de un espacio geográfico, sino mental, de una forma de ver el mundo que lleva implícita el racismo
y la idea de "supremacía blanca". La bandera confederada tiene
también un sentido simbólico sobre el "viejo Sur" y la "rebeldía"
frente al "norte", que conlleva también una postura reivindicativa sobre
la esclavitud y la superioridad de la "raza blanca". Es el regreso
del "white power".
Ha coincidido la matanza de Charleston con la polémica sobre
la "negritud" de la activista, blanca de nacimiento, Rachel Dolezal.
Mientras escribíamos las últimas líneas ayer, nos llegaba la noticia de la
masacre en la iglesia. La polémica decisión de Dolezal adquiere un sentido
diferente bajo la luz de la matanza. También lo adquiere la polémica y el tono
empleado contra ella por muchos, negros y blancos. El crimen de Charleston no
es como otras matanzas en escuelas —odio a las personas con las que se ha
convivido— o aleatorias —un odio general y aleatorio— realizadas en ciudades de
los Estados Unidos. Es un "crimen de odio", como ha sido calificado,
porque se dirige hacia personas escogidas por ser negras. Ese es motivo, en su
visión del mundo, suficiente para matarlas.
El odio racial tiene su equivalente en otros tipos de odio,
como el que practica el Estado Islámico en lo religioso. No son individuales
sino que se crean mediante la adhesión a esquemas justificativos preexistentes.
Se van modelando hasta hacerlos propios. En esto los individuos se
retroalimentan con sus propias frustraciones. Los esquemas externos llegan a
concordar con sus circunstancias propias, por lo que el mundo llega a ser
"coherente" y la acción criminal "necesaria".
Las preguntas, como siempre, llegan tarde. El odio tiene
muchas formas de pasar desapercibido, pero no así sus fundamentos, que suelen
estar a la vista. El problema, como decíamos, no comienza en las armas. Son
solo la herramienta que lleva a satisfacer un deseo de muerte que el odio ha
provocado. El asesino ha seleccionado de su entorno los elementos que se
ajustan a su deseo.
Hay muchos indicadores de que están volviendo ideas que no
deberían volver. O nunca se
fueron.
*
"Anti-Obama trolls fuel questions about online hate, racism" The Hill
23/05/2015
http://thehill.com/policy/technology/243013-anti-obama-trolls-fuel-questions-about-online-hate
**
"For accused killer Dylann Roof, a life that had quietly drifted off
track" The Washington Post 18/06/2015
http://www.washingtonpost.com/politics/accused-killer-in-sc-slayings-described-as-a-quiet-loner/2015/06/18/a4127390-15d0-11e5-89f3-61410da94eb1_story.html?hpid=z2
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