Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
matanza de estudiantes en la universidad Garissa de Kenia por parte del grupo
terrorista Al Shabab vuelve a poner en claro el objetivo de la
educación como el principal enemigo. Junto a otros objetivos (económicos,
turísticos o políticos), cada vez es más evidente que los ataques a escuelas y
universidades tienen un especial interés para ellos. Lo hemos visto desde el
Pakistán de Malala, con sus escuelas tiroteadas por los talibanes, o con las
escolares secuestradas por Boko Haram y convertidas en mercancía vendible en
los siniestros zocos en los que es posible el tráfico humano. Ahora lo vemos en
el ataque a la universidad keniata en un intento de acabar con lo que es su
auténtico enemigo: el conocimiento.
La
guerra que está en marcha no es solo material; es sobre todo intelectual.
Tratan de frenar la penetración de una forma de pensamiento que supone su
desintegración a largo plazo. La educación, tal como la consideran, es un
peligro para su control de la sociedad. Para ellos no hay más educación que la
que enseña que todo está dicho, que no hay enseñanza más allá de lo enseñado.
Es el conflicto entre el pensamiento dogmático y el pensamiento crítico; entre
el conocimiento cerrado y la búsqueda constante de respuestas a preguntas que
se acumulan. El integrismo da por terminado el proceso de conocimiento mediante
una revelación incuestionable con lo que solo puede dirigirse hacia pasados
idealizados. El progreso es su enemigo porque el concepto de progreso solo
surge en un entorno que considera el mundo perfectible.
Se
enfrentan dos visiones de la educación y del conocimiento. Los dos reflejan al
ser humano en su esencia. La educación, a la que nos hemos acostumbrado, es un
proceso abierto que libera a las personas de los propios entornos cerrados de
las mismas familias, que tienden a reproducir sus propias visiones del mundo en
sus miembros. El énfasis puesto por los grupos fundamentalistas (incluidos los
norteamericanos) de todo el mundo en la "educación en casa" es precisamente
el poder controlar el proceso de adquisición del conocimiento de sus miembros.
La tecnología les ayuda gracias a las redes que crean para evitar que los niños
tengan un contacto más allá de lo que ellos puedan controlar. Es un creciente
negocio por todo el mundo. No deja de ser interesante —lo hemos comentado en
ocasiones—, que los fundamentalismos de distintas religiones coincidan en la
educación segregada, en la separación por sexos. En unos lugares se amparan en
la mejora de los resultados o en la libertad religiosa; en otros en las
prohibiciones tradicionales. El efecto es el mismo: el control de la educación.
La "educación en casa" es una forma patriarcal, pues nos son otros que los padres los que deciden la
forma futura del hijo. El debate sobre quién decide la educación de los
"hijos" está ya marcado por la semántica y varía si hablamos de las "personas".
No es un problema sencillo, evidentemente, pero tiene mejor resolución cuanto más abierta
sea una sociedad, es decir, cuando menos prejuicios se introduzcan en las
personas que sean un lastre posteriormente. No es solo cuestión de quién decide, si los padres o el estado, sino qué capacidad le queda a la persona para poder elegir en su propia vida. Hay estados fanáticos como hay padres fanáticos. Las víctimas siempre serán las mismas; lo que están en sus manos. Por eso la única garantía son sociedades abiertas y dialogantes, donde pensar de otra manera no sea un estigma, sea visto como un deshonor o un peligro.
El odio
de los islamistas a la educación que no controlan ha llevado hasta ser el
elemento distintivo de los Boko Haram, que significa "la pretenciosidad es
anatema" o metafóricamente la "educación occidental está
prohibida". "Pretenciosidad" se considera querer saber más de lo que ya está dicho, que
es lo único que se debe enseñar. El que pretende saber es
"pretencioso", frente al que ya sabe, que es el piadoso, el que se
limita a repetir lo dicho y transmitirlo sin ningún tipo de revisión. Esa
transmisión sin crítica es la que mantiene la ilusión de la unidad, basada en
última instancia en el miedo a la marginación, la violencia o la expulsión.
La
verdadera guerra es la de las mentes. La destrucción que causan trata de
conseguir el control para asegurarse la sumisión a la palabra y a aquellos que la administran. Se trata de evitar
cualquier tipo de disidencia que pudiera desmembrar el conjunto. El terror es
el arma de la sumisión.
Mucho
me temo que no se comprende demasiado en fenómeno de estos grupos y el respaldo
y atractivo con el que cuentan para algunos. Uno tras otro se van desmontando
los mitos de la pobreza y la ignorancia con el que tendemos a reducir
habitualmente el fenómeno, que es de una gran complejidad histórica y cultural.
Muchos de los que están decapitando o inmolándose en mercados o escuelas han salido
de buenas familias y de modernas escuelas en países alejados de los centros de
los conflictos. Pero lo primero que no acabamos de entender en este caso es el
"conflicto" en sí, que también tiene su desarrollo en las mentes. No
se pelea por la independencia de un territorio o por reivindicaciones
políticas. Pelean por el control absoluto,
pues solo con ese control absoluto pueden invertir la dirección de la Historia
y el deseo de la mente por conocer más allá de lo que conoce. El colapso de la
civilización árabe islámica estuvo en sus propias raíces, no fuera de ellas. Ya
alejaron de sí a las mejores mentes para quedarse con el poder de controlar, reduciendo
la capacidad de pensamiento, cercándolo en un sendero repetitivo cada vez más
estrecho. La primera víctima del dogmatismo es la curiosidad y de la curiosidad
sale la renovación crítica y la ciencia misma. La lucha que dentro del islam
mismo hay sobre el papel de la razón es un indicador del problema y su origen.
Por
encima de los fenómenos locales, está un problema que se ha agravado con la
circulación masiva de ideas en la Sociedad de la Información. El control que a
través de las censuras clásicas se había ejercido ya no es tan eficaz, por lo
que se compensa con el aumento del fanatismo, que ve en la innovación el
enemigo. Todo son amenazas al orden interior que resquebraja el exterior. Los
intentos de cerrar los accesos a las redes sociales y las fuentes de
información no son más que las muestras de que la batalla se da en el terreno
del conocimiento. El control patriarcal de la sociedad no es suficiente; las
instituciones que hasta el momento permitían controlar el pensamiento ya no son
tan eficaces. Por eso aumenta la necesidad de mostrar el poder y los riesgos
que tiene enfrentarse a él. Los visionarios del terrorismo ven un mundo que se
les desmorona en el que todo son amenazas y miedos. La única arma de que
disponen para evitar que esto ocurra es el terror y el aislamiento de las
poblaciones enteras.
No
estamos en una fase de terrorismo, sino de ocupación de espacios y mentes. La
diferencia entre Al Qaeda y el Estado Islámico es clara: la ocupación de un
terreno en donde comenzar a reconstruir el espacio perdido por la falta de
control, unos espacios en los que mostrar su fuerza y establecer la ley. En esos espacios
"reconquistados" quedará proscrita toda enseñanza que haga que se
dude o se desobedezca. Los terrorista de Al Shabab se lo dijeron a los estudiantes antes de comenzar la matanza: esto solo acaba de empezar.
A
diferencia de otros grupos terroristas o situaciones de violencia, esto no
tiene un fin claro. No es fácil erradicar de las mentes el fanatismo, que se
realimenta fácilmente en el martirio y la derrota. Se puede recuperar
físicamente las poblaciones ocupadas, pero eso no parará a los que están
acostumbrados a crecer en la sombra. Solo se puede combatir abriendo las
mentes. Y eso no les interesa a todos.
Las
guerras del siglo XIX y del XX no son ya las del siglo XXI, aunque algunos
piensen que se ganan de la misma manera. Los enemigos de hoy crecieron regados
por las aguas de muchas y variadas fuentes. Muchas de esas fuentes siguen
abiertas.
Si el
objetivo es acabar con la educación e imponer el adoctrinamiento, se hace
necesario reformar nuestro sentido de la educación y de la formación de la
persona. Quizá, tan pendientes de la eficacia y al excelencia, estemos
olvidando que se forma a personas y no a meras piezas del sistema productivo.
Quizá esos jóvenes que han salido de nuestras escuelas carecen de lo que más
necesitaban: un sentido crítico de la vida, una capacidad de autonomía suficiente
como para enfrentarse a la sinrazón. No necesitamos más fanatismo de signo
contrario, sino un pensamiento menos dogmático pero no por apatía sino por
razonamiento. Hemos ido arrinconando durante décadas las materias que dan
sentido a la vida, que explican la Historia, que nos adentran en nuestras
propias complejidades y contradicciones. El pasado es aburrido, pero es donde está nuestra capacidad de no repetir
errores y sacar consecuencias para el futuro.
Los que
venden fundamentalismo repiten que nuestra civilización está en decadencia y
exhiben el dogmatismo como superioridad. Puede que no lo esté, pero sí hemos
perdido nuestras propias referencias. La superioridad frente al fanatismo es la que da la inteligencia del pensamiento crítico, capaz de evolucionar, firme en sus convicciones y abierto a su propia evolución para mejorar. La superioridad tecnológica no nos libra de la propia ignorancia que genera.
Es una guerra declarada al pensamiento, esté donde esté. Por esos sus víctimas están allí donde se abre un libro, donde se construye una escuela, donde se eleva una universidad. Por eso los primeros en caer son los disidentes, los que son capaces de dirigirse a ellos en su propio lenguaje, disputarles el control de las mentes. Maestros, estudiantes, escritores, periodistas... son sus víctimas, todo el que eleve su voz para decirles que solo son barbarie.
Nuestra solidaridad con toda la comunidad universitaria de Kenya, con todos los que realizan el heroico acto de abrir un libro y empezar a pensar.
Estudiantes de distintas universidades de Kenia |
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.