Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
alegría con la que se habla en este país de "bipartidismo" resulta sorprendente.
Si se analizara la expresión cada vez que algunos la utilizan y se verificará
su campo semántico, se podría comprobar que no todos quieren decir lo mismo.
Unos hablan del sistema y otros le ponen nombre y apellidos, según lo que le
interese al que habla de su muerte, vida o resurrección. Es un tema constante y no es circunstancial que se hable de él. Basta con darse un paseo documental para darse cuenta de los torrentes de tinta y colores que ha generado en poco tiempo.
Decía el
lingüista, crítico y filósofo ruso Mijaíl Bajtin que la palabra puede
considerarse en tres dimensiones superpuestas: la neutra, la ajena y la propia.
La primera tiene un sentido que sería el teórico: la segunda refleja el sentido
con que los otros usan y ha usado históricamente, y el tercero el que uno le
quiere dar cuando la usa. Son tres sentidos que juegan y que abren la palabra a
sus usos sociales y personales.
La
palabra "bipartidismo" tiene esa dimensión de diccionario, neutra;
pero tiene también el sentido que se le esté dando socialmente y
aquel que yo trato de darle. No significa lo mismo
"bipartidismo" en boca de Mariano Rajoy que en la de Cayo Lara; no
significa lo mismo en la de Pedro Sánchez que en la de Pablo Iglesias. Cuando
algunos salen hablando de la "muerte del bipartidismo" quieren decir
otra cosa también, de la misma forma que los que dicen que "el bipartidismo
está vivo" se refieren a otra.
El
diario El Mundo recogía ayer las opiniones al respecto de grandes empresarios
españoles a los que se les había preguntado. Su titular era este: «Alierta: 'El bipartidismo ha funcionado en España, está clarísimo'»,
para inmediatamente señalar «El presidente de Telefónica se pronuncia a favor
de que PP y PSOE sigan en el poder». Para el señor Alierta,
"bipartidismo" no significa "dos partidos" (los que sean),
sino "PP y PSOE". Cuando el señor Cayo Lara afirma que el
"bipartidismo ha muerto" y se congratula por ello, seguramente
hablaría bien del bipartidismo si esos dos partidos fueran, por ejemplo, el
Partido Popular e Izquierda Unida. El señor Lara se mostraría encantado de que
el "bipartidismo" fuera una sólida realidad.
Acabamos de escuchar la disolución del gobierno de
Israel, compuesto por una coalición de cinco partidos, desde centristas a ultraderechistas,
en lo que Netanyahu ha calificado de un "golpe de estado" por parte
de sus socios. A nadie le gusta tener que discutir con cuatro socias, además de
tener que discutir con la oposición. Acabamos de escuchar también que Ucrania
acaba de nacionalizar por vía urgente a tres extranjeros para poder nombrarlos
ministros en su nuevo gabinete. Poroshenko ha buscado fuera lo que no tenía
dentro. La oposición, los que dejó Yanukovich en su marcha, se ha quejado.
Un partido puede tener la mayoría absoluta, en cuyo
caso le da igual tener enfrente a uno o cincuenta partidos. Sus decisiones no
se ven afectadas por el número de grupos que representen su oposición. Podrá
aburrirse más o menos, pero no le afecta en su acción de gobierno.
El bipartidismo es tener dos partidos fuertes que se
alternan en el poder. Eso no significa que haya solo dos partidos. En España
nuestro bipartidismo no ha sido tal en muchas ocasiones, teniendo que tener
apoyos en las legislaturas en las que no tenía fuerza suficiente como para
tener gobiernos en solitario. Eso ha ocurrido siempre que no ha habido mayorías
absolutas. Y es frecuente en algunas comunidades autónomas.
Es interesante la ceguera con la que se suele tratar
el verdadero reparto de poder en España. Al hablar de "bipartidismo"
se excluye que las relaciones gobierno-oposición se han trasladado en muchas
ocasiones a otro eje de la política española: el enfrentamiento entre estado y
autonomías. Tenemos constantes y preocupantes muestras de ello.
Cuando el señor Alierta identifica el
"bipartidismo" con el PP y el PSOE se está refiriendo a que ambos han
canalizado la moderación social en un número de votantes suficientes como para
primero garantizar la gobernabilidad y después la alternancia dentro de un
marco constitucional respetado por ambos partidos. Esos dos partidos que tenían
carácter nacional han sido históricamente, PP y PSOE.
Nos olvidamos, por ejemplo, cuando hablamos de
"bipartidismo" que el PP es el resultado de una serie de múltiples
fusiones de partidos desde que se constituyera aquella originaria "Alianza
Popular" compuesta por los "siete magníficos", que luego hubo
una "Coalición Popular" y finalmente un Partido Popular. Nos olvidamos
que lo que representa el PSOE son al menos dos partidos PSOE-PSC, como nos
recuerdan los hechos desgraciadamente; puede darse la circunstancia, que
algunos han solicitado, de que llegaran a ser rivales y competir en Cataluña.
Nos olvidamos, aunque de nuevo nos lo recuerdan los acontecimientos de cada
día, que el gobierno catalán de CiU está compuesto por otros dos partidos, que
es lo que quiere decir la "i" de en medio. Nos olvidamos también de
Izquierda Unida está "unida" por algo.
Algunos no piden tanto "bipartidismo" sino
desalojar del poder a uno de los dos y ocupar el poder. Como nunca nacen
partidos por la derecha, que ha tenido un proceso de fusión mucho más eficaz
que la izquierda, que también lo ha tenido pero de otro orden, el problema del
"bipartidismo" (que no es tal) se refiere al nuevo reparto del voto
de la izquierda. Por eso las polémicas se están dando con el PSOE e Izquierda
Unida de forma mayoritaria. El fenómeno desestabilizador es, evidentemente, el
acontecido con la aparición de ese "no-partido" llamado
"Podemos", cuya ambigüedad semántica y habilidades retóricas le permiten perseguir a un electorado que se siente defraudado por los partidos
políticos.
El bipartidismo no está en crisis, ya que es una
situación deseable para la estabilidad de gobierno que puede ser compensada, en
su defecto, con terceros para alcanzar el equilibrio y la mayoría. Una
atomización a la israelí o a la italiana, como se decía antes, no es deseable y
sería de tontos desearla. Pero siempre hay tontos oportunistas. El opción no es
bipartidismo sí o no; la opción es estabilidad sí o no. Y eso es lo que los
electorados tienden a buscar. Nadie busca la inestabilidad o si se hace —que lo
hacen— es de una gran irresponsabilidad. La obligación de los partidos, si no
pierden el rumbo en el fragor de las batallas, es garantizar la estabilidad del
sistema a sus ciudadanos. Cuando lo que se quiere es cambiar el sistema,
estamos hablando ya de otra cosa.
Junto a
la opinión de César Alierta y su forma histórica de entender el
"bipartidismo" ligado a los dos partidos que ahora lo representan
porque ha representado esa estabilidad en sus alternancias, se recogen en El
Mundo las opiniones de otros dos grandes empresario (o empresario de grandes
empresas) a los que se les preguntó en el mismo foro:
Alierta no ha pedido una gran coalición, pero
sí que entiendan la renovación que pide la sociedad y alcancen
"pactos". Entre ellos, sobre educación. El presidente de Repsol,
Antonio Brufau, también ha defendido el bipartidismo, "Se asegura más la
estabilidad con el bipartidismo que con una multiplicidad de partidos", ha
manifestado. En consecuencia, ha reclamado pactos entre PP y PSOE. "Les
pido generosidad para entender la posición del otro e intentar aproximarse. El
pacto no es malo para nadie".
Por su parte, el tercer participante, el
presidente de Bankia, José Ignacio Goirigolzarri, se ha ratificado en pedir
estabilidad política como publicó EL MUNDO el pasado lunes, pero no ha querido
pronunciarse sobre el bipartidismo:"Yo más que de bipartidismo hablaría de
una serie de principios en los que hay que estar de acuerdo todos".*
Las dos
intervenciones desplazan el foco a las cuestiones reales, que no son las del
"bipartidismo" sino la estabilidad y además suponen un énfasis en una
crítica a las actuaciones de los partidos.
Me
refiero a que lo que hay implícito en las reflexiones de los tres interrogados
es que no se trata de cambiar el sistema que ha funcionado sino de cambiar las actitudes
algo que en cambio, ninguno de los dos partidos quieren cambiar y está
beneficiando a los que se presentan como "enterradores del sistema"
aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid.
Son los
errores constantes en la forma de comportarse desde poder y oposición los que
están siendo utilizados por los desalojadores para subir y ocupar posiciones
cuando la tendencia de la sociedad era a la estabilidad y a reducir las
diferencias para que las alternancias no sean traumáticas. Esa es la evolución
deseable en las sociedades modernas y democráticas. Un país es democrático y
moderno cuando los gobiernos alternantes resuelven los problemas de todos. Eso
garantiza la estabilidad y lleva a establecer acuerdos que aseguran que lo que
se construye no es destruido en cada relevo. Por eso la insistencia de todos
ellos en la importancia de los "pactos".
Llevamos
una temporada en la que los desalojadores y enterradores políticos intentan
convencer a una mayoría desmemoriada que "pactar" es un acto
delictivo y de encubrimiento. Lograr buenos pactos, pactos satisfactorios para
todos, es el arte de la política real. La insistencia en enterrar la transición
o mostrarla como una especie de engaño a la sociedad sí que es un gran engaño
histórico que puede ser contestada con los datos en la mano.
Es la
larga crisis económica y su desgaste social, que se ha vivido bajo PSOE y PP lo
que está siendo aprovechado para la erosión de ese bipartidismo. A la larga
crisis hay que añadir el gran pecado de ambos que es no haber sabido atajar la
corrupción entres sus filas (algo extensible a los demás partidos que no forman
parte de la alternancia central pero que han estado en el poder en las
Autonomías, como es el caso de IU y de CiU, por ejemplo).
Cuando
se les piden "acuerdos", "pactos" o como se quiera llamar,
lo que solicita es que sean capaces de salir de sí mismos para comprender que
la sociedad requiere una estabilidad que es el superar de forma no traumática
las alternancias de poder. Eso quiere decir que los gobiernos que ayudan a
reducir diferencias sociales están trabajando en una buena línea (los intereses
ciudadanos son menos divergentes) mientras que los que los acrecientan están
provocando desacuerdos y, por ello, menos estabilidad (los intereses son más
divergentes).
Hay que
cambiar la forma de hacer política, gobierno y oposición. Son los ineptos,
demagogos y vociferantes los que ocupan posiciones y se desplaza a los
negociadores, las personas capaces de ofrecer visiones integradoras y con
perspectivas de futuro, capaces de ofrecer soluciones que redunden en el
beneficio de todos. Sin embargo nuestra selección
natural ha favorecido a los depredadores y carroñeros. Escuchamos más
graznidos de cuervos y risas de hienas que otros cantos más melodiosos e instructivos.
Entre
la "gran coalición" que algunos asustadísimos ven como futuro, que
otros niegan porque les estropean los planes y dan alas a sus enemigos
desalojadores, y la atomización política, como desastre de un país que tiene ya
bastantes problemas para coordinar una política central con las malas maneras
de hacer oposición desde los gobiernos autonómicos, existen muchas
posibilidades de encontrar soluciones para el único objetivo posible y real: la
mejora social mediante la gestión adecuada que garantice la estabilidad.
Tenemos
pésimos estrategas políticos; están tan metidos en sus espectaculares batallas
que olvidan que lo deseable no son las tormentas sino las calmas. La política
no es un acto bélico, sino pacífico y pacifista. Por eso los acuerdos son
esenciales: crean el clima apropiado de confianza y estimulan el desarrollo de
todos. La incertidumbre no es buena en ningún orden. Es de sentido común que
Alierta pida un pacto en educación; pero se prefiere convertirla en otro campo
de batalla. Los resultados educativos están ahí.
Den
muestras de buena voluntad, de que trabajan para todos, incluidos los que no
les votan; no satanicen a los que no piensan como ustedes. No se rían cuando
hable el contrario, escúchenle; puede que diga algo interesante. Si no les escuchan
nunca, lo único que se logra es que no se molesten en preparar discursos
reales, solo soflamas para la galería, que les será más productivo. La política
en un país moderno, con una sociedad civil responsable y participativa, es
constructiva, no una forma de erosión constante que acaba afectando a todos y
al sistema mismo.
La
erosión, en cambio, es la ocupación habitual de aquellos que no tienen acceso
al poder porque la sociedad no les da mucho más, que tratan de recoger los
restos de las batallas como chatarreros aprovechados. Se pueden permitir el
apocalipsis y la demagogia, como de hecho hacen.
La crisis
económica prolongada pasa factura social y se deberían buscar soluciones
amplias, de gran respaldo. La corrupción no es un mal del bipartidismo; es un
mal. La sociedad, como señalan los empresarios preguntados, busca estabilidad.
Los manipuladores resaltarán que las pérfidas empresas están interesadas en
mantener el sistema. Es una tontería. Como cualquier persona con dos dedos de
frente, prefieren la estabilidad del marco a la aventura rumbo a lo desconocido;
prefieren llegar a un acuerdo antes que llegar a las manos, y prefieren
prevenir a curar. Es de sentido común.
Ahora
lo importante es que los partidos políticos lo tengan.
*
"Alierta: 'El bipartidismo ha funcionado en España, está clarísimo'"
El Mundo 2/12/2014 http://www.elmundo.es/economia/2014/12/02/547e12ba268e3eea308b4577.html
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