Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Me lo
enseñaron y tradujeron. Era un vídeo de YouTube con manifestaciones de
presentadores de las televisiones egipcias. Las primeras son palabras sobre la
caída de Hosni Mubarak tras la revolución del 25 de enero de 2011. En ellas se
explayan a gusto contra el ex presidente, ya desplazado del poder. Los hay que
piden la horca. Entre los planos de los gritos irritados y agitaciones
expresivas de las manos, un joven espectador levanta sus cejas sorprendido por
la virulencia de los ataques contra Mubarak. Inmediatamente pasamos a ver a los
mismos presentadores de las cadenas televisivas hoy, tras la absolución de los
cargos por las muertes de los manifestantes y las acusaciones de corrupción
felicitando al presidente y congratulándose por la actuación de la justicia.
Esta vez, el joven espectador se revuelve, entre carcajadas, en su sofá
mientras les escucha.
Donde
había valiente exaltación de la revolución y condena del dictador, ahora todo
son cantos de alegría. Uno de ellos, incluso, dice que si alguien le enseña el
vídeo en el que se le vea felicitarse por la caída de Mubarak, se plantará
desnudo en la Plaza de Tahrir. El joven espectador del vídeo de YouTube se cae del sillón del ataque
de risa.
El
sentido del humor egipcio permite los desahogos de algunos, pero no todos. Como
señalábamos hace unos días, la propuesta de prohibir por ley las críticas o
insultos a las revoluciones del 25 de enero y del 30 de junio ha tenido una recepción
variada porque es un arma de dos filos. Se presenta como una forma de respeto a
la voluntad popular, que se
identifica con las revoluciones, pero interfiere en las críticas derivadas a
las acciones posteriores, que se entienden que las prolongan,
Al unir
ambas revoluciones, se anula la primera y se justifica la segunda, cuyas
consecuencias son mucho más discutibles. En la primera se abominaba de 30 años
de Mubarak; en la segunda de un año de Morsi, que había sido elegido. Es cierto
que el año islamista fue nefasto, pero también es cierto que lo que la gente
pedía a Morsi es que renunciara y convocara unas nuevas elecciones ante los
incumplimientos de sus promesas electorales de gobernar para todo y ante la
irrupción inmediata de la "agenda islamista" en sus acciones. Es
igualmente cierto que nadie pidió la intervención del Ejército, que se apunto a
hacerse con el poder, de la misma forma que dejó en manos de la policía la
represión de la revolución del 25 de enero para después, cuando vio la
evolución de los acontecimientos, salir a ser besado a las calles. El Ejército
es la base de la represión en Egipto, pero siempre se las arregla para ser el
deseado y recibir los besos.
Si la sociedad
egipcia no estaba bastante dividida ya con todas estas cuestiones, el anuncio
de la ley contra las críticas a las "revoluciones" lo ha hecho
todavía más. Así lo recoge Egypt
Independent, que nos ofrece diversas protestas contra el borrador de la ley
que vendrá. Para unos la revolución no es "sagrada", para otros se
hicieron para tener libertad y es absurdo atentar contra la libertad de
expresión al prohibir las críticas o insultos.
Todo
esto no es más que el intento de racionalizar la fractura esencial entre las
dos revoluciones o, para ser más exacto, entre las dos intervenciones militares
que acabaron cerrándolas. Los ataques de los partidarios de los resultados (no
necesariamente del origen) de la revolución del 30 de junio han movilizado su
maquinaria de rumores y afirmaciones insidiosas haciendo ver que los muertos
que hubo (esos de los que se acaba de exonerar a Mubarak y los suyos) fueron
víctimas de francotiradores de los Hermanos Musulmanes, que son la víctima
perfecta a la que adjudicarles todo lo negativo. Es la forma absurda de tratar
de dejar "limpio" al actualmente idolatrado Ejército de sus responsabilidades
por la represión en la etapa del 25 de enero y en la siguiente en la que
Tantawi asumió el poder como Junta Militar hasta la realización de las
elecciones que llevaron a Morsi al poder.
En
Egypt Independent se cita una versión que coincide con la idea general que
expresamos hace unos días:
Revolutionary Socialitst activist Haitham
Mohamedain accused the current regime of leading a military coup against the 25
January revolution and being enemies to it. “You, Mubarak's military men, have
fought the revolution since the first day and you have been guards of a corrupt
criminal regime that insulted the dignity of the Egyptians on streets, in
police stations and in prisons,” he wrote on his Facebook page.
“Military
men have been partners in plundering the wealth of the country,” Mohamedain
added. “Placing the so-called 30 June revolution along with the 25 January
revolution is in fact intended to give legitimacy to the bloody military coup
on January revolution and even the demands of 30 June.”*
La idea de Mohamedian es la más natural si evitas caer en la seducción militar que consiste en
creer que son siempre los buenos de la
película, los que les salvan en el último momento. La necesidad mitómana de
"salvadores" que manifiesta la sociedad egipcia, al menos una parte
amplia de ella, impide finalmente que pueda tomar el destino en sus manos. Los
militares son la referencia y les basta dejar que la situación degenere lo
suficiente para que sean aclamados en su regreso imponiendo brutalmente la paz
que el pueblo les pide.
Durante la etapa de Morsi, los militares se guardaron de
evitar que se pudiera controlar al Ejército. El modelo que los islamistas
debían tener en mente supongo que debía ser el turco. La forma de ir
desmantelando el poder del ejército turco, laico con tradición golpista, frente
a un ejecutivo que va islamizando la sociedad poco a poco, es probable que
estuviera en la mente de los Hermanos Musulmanes. Los ataques constantes de
Erdogan hacia Egipto y su presidente vienen de la rabia del islamista al que se
le han frustrado sus planes. Erdogan jugó a ser el "hermano mayor" de
los Hermanos Musulmanes, la referencia para el camino: controla al ejército y
demás instituciones básicas, haz negocios con el exterior, hazte indispensable fuera
para la defensa e islamiza la sociedad. Ya habrá tiempo para todo después,
cuando tengas el control total.
No es casual que Erdogan muestre su rostro autoritario (la
famosa "deriva autoritaria", coletilla periodística) ahora que tiene
el poder total. Es el momento de imponer sus ideas retrógradas, cuando ya hay
poco riesgo de que se le pueda escapar de las manos el poder. Sus peroratas
integristas, sus tristes consejos a las mujeres, etc. son el momento relajado
en el que ve cómo ha ido calando la islamización en una sociedad con instituciones laicas. La religión no había
desaparecido de Turquía, pero sí de sus instituciones. Con Erdogan, ha vuelto
al control social, excluyendo a los que no sean de su cuerda. Ya no es un
político: es el guardián de la ortodoxia, de las buenas costumbres, de la fe.
Es juez, fiscal y jurado. Eso es lo que Morsi perdió cuando su soberbia
islamista egipcia le hizo acelerar el programa según llegó al palacio
presidencial. Les puso a los militares en bandeja el regreso con su
precipitación. Confiaba demasiado en sus milicias y en los votos que habían
recibido, 12 millones. Pero en Egipto hay 80 millones de habitantes y muchos de
los que le votaron no eran sus seguidores. Simplemente le votaron, sin saber
que lo hicieran por quien lo hicieran, Morsi o Shafiq, acabarían volviendo los
militares y que los presentadores de la televisión que había llorado de emoción
con su salida y reclamado la horca para él y los suyos, llorarían de nuevo,
pero esta vez de felicidad por su regreso.
El chiste, siempre acertado de la caricaturista Doaa Eladl
nos muestra a un enorme Mubarak pisoteando la revolución. Creo que el mostrarlo
en camilla durante los juicios es una estrategia para que no se le vea en él
una amenaza, sino a un ser débil, un peligro imposible y despertar el proverbial
respeto de los egipcios por las personas ancianas. El argumento ya sonó en los
primeros juicios: es un anciano y hay que respetarlos. Sí, pero hace tres años,
Mubarak era el padre que daba consejos a sus hijos e hijas del pueblo egipcio.
Reivindicar ahora a Mubarak no creo que tenga como finalidad
darle protagonismo, pero sí exonerar en cadena su régimen y sus figuras, que
dejarán de verse vilipendiadas y escondidas. Eso queda reservado a los Hermanos
Musulmanes y a Morsi, al "año negro", sobre el que girarán todas las
conspiraciones y maldades posibles.
Morsi se comportó como un necio, antes y después del golpe.
Como un dictador en potencia, soberbio y dejando de lado a todos tras llegar al
poder. Los Hermanos Musulmanes habían hablado hasta de no presentar candidato.
Dice mucho de su forma de actuar. También de su poco seso, de haber sido los
causantes de que la revolución del 30 de junio, muy diferente a la del 25 de
enero en motivación y resultados, tuviera lugar.
Morsi inició imprudentemente su reivindicación de los
islamistas una vez llegado al poder. Quizá muchos no se acuerden del incidente
del nombramiento de gobernador de Luxor a uno de los terroristas del mayor
atentado contra turistas realizado en Egipto o de la invitación al palco
presidencia a los actos conmemorativos del "6 de octubre" a uno intervinientes
en el asesinato del presidente Sadat en esos mismos actos en 1991. Ahora le
toca al nuevo poder lavar la cara de Mubarak. Pero el lavado afecta no solo a
lo ocurrido durante los días de la revolución. También se le está exonerando de
los escándalos de corrupción, con lo que se abre la exaltación de su régimen. Pronto
Mubarak mantuvo la ley de excepción desde la muerte de Sadat hasta el último
día en el poder para proteger a Egipto. De nuevo la represión se oculta bajo el
benévolo disfraz de la protección.
Ese espectador desternillado, que apenas pueda aguantar en
el sofá y se revuelve entre carcajadas en el suelo, es un recurso retórico ante
la desvergüenza mediática y política. Afortunadamente todavía quedan algunas
voces que costará silenciar. Para hacerlo no será necesario ni usar el poder,
bastará con la presión social o las de los dueños de los medios decididos a que
sus empresas no desentonen. Hace unos días despidieron de una emisora a una
locutora que se permitió criticar públicamente el veredicto a favor de Mubarak.
La prensa se ha hecho eco de la intercesión del presiden Al-Sisi para que fuera
readmitida. Otra magnífica viñeta de Doaa Eladl deja constancia del hecho.
El tradicional "¡que le corten la cabeza!" se practica cada vez más en los medios y es mejor el silencio a arriesgarse. La ley de protección de las revoluciones no busca más que su fosilización y garantizar que los islamistas no sigan saliendo a la calle diciendo que los quitaron con un "golpe de estado". Lo que antes de discutía, ahora queda fuera de discusión. Cuando alguien realice una crítica se le llevará ante los jueces y se dirá que es en cumplimiento de la ley, que Egipto es un estado en el que se respetan las leyes. En el periódico independiente Mada Masr, con el título "Power of
arrest: Who has it, what can they do with it?"**, recogían la preocupación de los activistas de los derechos civiles por la extensión continua del poder de arrestar y, sobre todo, se amplía en sus consecuencias.
No es fácil recomponer la cabeza cortada, como se muestra en la viñeta de Doaa Eladl. Sobre todo porque
ha revelado que muchos desmemoriados —amigos serviles, arrestadores laborales— están dispuestos a cortar cabezas y seguir alimentando la
fantasía histórica sobre la que se avanza. Los chistes son manifestaciones de
la insatisfacción por ver cómo se les escapa la historia que vivieron en
sus carnes durante treinta años.
Mubarak, el padre, es ahora el abuelo. Ese es el gran cambio.
*
"Draft law criminalizing insults of revolutions sparks controversy"
Egypt Independent 4/12/2014
http://www.egyptindependent.com//news/draft-law-criminalizing-insults-revolutions-sparks-controversy
** "Power of
arrest: Who has it, what can they do with it?" Mada Masr 7/12/2014
http://www.madamasr.com/news/politics/power-arrest-who-has-it-what-can-they-do-it
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