Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
España cíclica es terriblemente aburrida. Cuando haces el ejercicio mental e
higiénico de escribir todos los días te das cuenta de la monotonía "bovariana"
con que pasa la vida ante tu ventana de plaza pueblerina. El espectáculo vuelve,
vuelve y vuelve como si fuera la letra de una canción de estribillo fácil y
machacón. Una y otra vez regresan los temas clásicos, los de siempre. Hay noticias
y rituales. Con puntualidad regresan ciertos temas, como el paso de un cometa,
previstos milimétricamente. Ya vuelven.
Veo —otra
vez— los enfrentamientos por el Toro de la Vega y me aburro y deprimo porque
una vez más el pobre animal caiga bajo las lanzadas brutales. Eterna monotonía
del ciclo ibérico.
Lo que
más te apena de esto, además del gozo bárbaro y degradante que implica, es lo
que de espectáculo tiene. Esto no se hace solo para divertirnos nosotros, sino
para que vengan otros a divertirse de la misma forma que construimos hoteles
con piscina para que los tarados del norte se lancen por un balcón a
estrellarse y dejarse la vida, o nos tiramos tomates para que vengan a
tirárselos desde cualquier lugar del mundo. Pronto se enseñará en las clases de
arquitectura a diseñar piscinas tentadoras que atraigan imbéciles o se
estudiará el ADN del tomate para encontrar la máxima precisión en su
lanzamiento, la mejor textura para el agarre. Hacemos esto apara llamar la atención.
Lo único que toda España intentando llamar la atención es mucho llamar la atención.
Para ello necesitan de la máxima difusión y esto crea alergias, como es mi
caso, a esta continua promoción que transforma todo en reclamo.
El Toro
de la Vega regresa como barbarie y como discusión que acaba mal. Regresa como
los reportajes de cómo evitar quemarse al sol en junio y de la "vuelta al
cole" en septiembre. Todo se convierte en repetición monótona en la España
monótona, engullida por un gran bostezo. La España de pandereta se ha
multiplicado hoy por la de todos los instrumentos regionales o locales. Convertidos
en productos turísticos (destinos
turísticos, dicen), luchamos por diferenciarnos unos de otros a base de
gastronomía, castillos, paisajes, costumbres para encontrar nuestro público.
Sin denominación de origen no eres nadie.
Me ha
parecido un ejercicio gratificante de periodismo consciente —no solo hay que
mirar impasible la barbarie, sino que es más consecuente dejarla en evidencia—
lo que ha hecho Natalia Junquera en el diario El País. Que ellos se
divierten, pues ¡hala, yo también!:
Elegido, un morlaco de 596 kilos, ha vivido
media hora más gracias a los cerca de 300 detractores del torneo del Toro de la
vega que se han encadenado, abrazado y sentado en plena calle en Tordesillas
para tratar de impedir que los 45 lanceros inscritos (15 a caballo y 30 a pie)
cumplieran su objetivo. "¡Venimos a evitar un asesinato!", decía
Daniel, desplazado desde Mallorca. Más de 120 agentes de la guardia Civil y de
la policía nacional tuvieron que llevárselos por la fuerza, agarrándolos de pies
y brazos, a veces, entre cuatro. Por este motivo, el torneo comenzó con 30
minutos de retraso. Pero Elegido, pese a su prometedor nombre, cayó alanceado
hacia las 12.30 por Álvaro Martín, de 28 años, que se dejó querer por las
mujeres que le daban besos y prefirió ignorar a los lanceros que le acusaban de
haber hecho trampas.
Tras insultarse mutuamente durante una hora
larga —"¡Asesinos!¡Torturadores! ¡Cobardes!, "¡Perroflautas!",
¡Guarras!"...— protaurinos y antitaurinos se liaron a pedradas y se
amenazaban con denuncias mutuas por agresión. Cuando Elegido apuraba sus
últimos minutos, alguien incendió un paraje cercano, una zona protegida, según
el alcalde, José Antonio González, del PSOE. El autor, según el regidor, ya ha
sido detenido y pertenecía "al grupo de los que han venido a intentar
boicotear nuestra fiesta".
Antes de morir, Elegido repartió cuatro
cornadas. Los heridos fueron evacuados en ambulancia, uno de ellos grave,
aunque fuera de peligro. "Es normal. Todos los años hay cogidas",
explicaba un vecino.*
Creo
que en esta sencilla y loable pieza de la España cíclica solanesca se resume muy bien lo que es nuestra condena actual. Esas
grescas llenas de testosterona, de la España viril; esos galanes orgullosos
acosados como héroes. ¡Qué éxito matar al toro! ¡Qué historia para contar a los
nietos, ahora que ya no hay mili! El texto de Natalia Junquera se cierra
logrando una palabras para estampar en camisitas, ¡qué digo!, para que las
borden a manos madres y novias de estos recios mozos de lanza en ristre. Lo del
toro, le dice, "es un ritual de gente que ama la naturaleza"*. ¡Cuánto
daño hacen los relaciones públicas, los asesores de comunicación, ese primo de
un concejal que estudió comunicación y al que a lo mejor di clase! Estos aman
la naturaleza como el maltratador ama a su pareja. ¡Amores que matan!
Hemos
escrito en otras ocasiones sobre estos momentos estelares de la vida nacional,
verdaderos "episodios nacionales", en los que España se muestra en nuestra
variante de la alfombra roja. A los concursos cosmopolitas playeros de agosto
les sucede lo nuestro. Se te tiene
que llenar la boca al decirlo: ¡lo
nuestro! En septiembre afloran todos estos ejercicios de eras anteriores a
la televisión, medievales, tiempos en que la gente se aburría y les daba por
hacer estas cosas. ¡Quién iba a decir a nuestros ilustres ilustrados que el
progreso no iba a consistir en acabar con la barbarie sino en rentabilizarla!
¡Eso sí que es amor!
Hace
unos días, no sé con motivo de qué, salía el alcalde de Santillana del Mar
diciendo poco más o menos que ¡qué era eso de tener cerradas las cuevas de
Altamira! Que entraran cinco o veinticinco, pero que aquello no se podía tener
cerrado. Como es obvio, la mitad del pueblo vive del hecho de que la cueva esté
abierta. Sin cueva no hay futuro. Que no le vengan con monsergas sobre el
deterioro. A este señor, por lo que parece, le dan igual las pinturas rupestres
que el "Ecce homo" de marras, una especie de "santo súbito"
del peregrinaje turístico. ¡Si hasta a Angela Merkel le han dado un paseo turístico
promocional, cinco kilómetros de Santiago!
El
turismo es una condena; una condena que nos da de comer, sí, pero una condena.
También en las cárceles te dan tres comidas y, a lo mejor, un yogur los
domingos. El turismo te condena a repetirte eternamente, a no ser tú sino tu marca. Es el determinismo visitante. Estas condenado a correr en julio delante
de los toros en Pamplona, a quemar fallas y ninots en marzo, a mancharte los zapatos
con alguna boñiga de caballo mientras das palmas por el Real de la Feria en
abril. Y así, a cada uno lo que le haya tocado por su ADN y código postal:
tirar tomates, comer churros, lanzar chupinazos, bendecir mascotas, una
infancia traumatizada por rematar un castellet...
Lo que toque.
El
turismo convierte a los países en decorado y la cultura en objeto en serie para
colgar en llaveros, estampar en camisetas y posavasos. Pero como produce mucho
dinero y quien paga poco manda, pues ¡a aguantar! Si no que se lo digan a esos
ciudadanos que se quejan de que los franceses, ingleses, alemanes e italianos
les inundan sus calles llenas de establecimientos dispuestos a venderles bebida
(eso es cultura) pero no toleran que nos la devuelvan en forma de orines y
vómitos (eso es barbarie). Nosotros queremos que vengan a los hoteles que pagan
impuestos, que se detengan a comer cada día en un restaurante distinto para
repartir riqueza, que compren todo tipo de artículos, salgan de noche después
de haber aprendido el lenguaje de señas para poder divertirse hasta altas horas
sin molestar a los vecinos que, dado el calor estival, duermen con las ventanas
abiertas. Queremos todo eso y que baje el paro y que Rajoy Mas se entiendan.
Bueno, y que un equipo español gane la champions.
¡Puestos a pedir!
Lo malo es que el turismo es ya lo fácil en comparación con otros países posibles y deseables. Se han perdido las aspiraciones con la obsesión turística, que tiene unos efectos deformadores profundo en la superficie (todo es vendible) y en las mentalidades. Ser potencia turística está bien para el que se beneficia de ello y son muchos, pero hay que tener otras aspiraciones que no entran, hoy por hoy, en nuestros responsables políticos, que ven en el turismo y en las celebraciones de eventos la forma de recaudar y emplear. Pero si no vamos más allá, nos condenamos a seguir dando estos espectáculos de barbarie por el simple hecho de que atraen gente a los pueblos. ¿No hay otra forma? Probablemente sí, pero esta es la más fácil.
Mucho
me temo que si los organizadores de la tortura turística del pobre Toro de la
Vega en Tordesillas descubren que acuden más visitantes a protestar y que estos
también dejan dinero al pasar por el pueblo, el año que viene se sacrifiquen
más toros para aumentar las protestas.
La
periodista de El País nos orienta en ese sentido:
El número de visitantes ha sido muy parecido
al del año pasado, según el alcalde, unos 40.000, y el de detractores ha
aumentado. González les acusó de echar aceite en parte del recorrido que iban a
hacer el toro, los caballos y los participantes en el torneo, "con el
riesgo de que se hubiera producido un accidente grave". Preguntado por si
le pedirá a su partido, el PSOE, que vote en contra de la proposición de
izquierda Plural para abolir el Toro de la Vega, el regidor ha contestado:
"Le pido que sea un partido razonable y respete la libertad del
pueblo".*
¡Libertad, lástima de palabra! El pueblo
votará al que le garantice que esos 40.000 visitantes del turismo sangriento
vendrán cada año. El que llegue al poder nunca lo hará con un programa para
prohibirlo. El político quiere votos y le da igual lo que le pase al toro. Los
toros no votan. Los visitantes tampoco, pero los que ganan dinero con ellos sí.
No elegimos a la gente de más sensibilidad, inteligencia o principios, sino a
los que van a hacer lo que nos viene mejor.
El año
que viene, más.
*
"Protaurinos y antitaurinos se lían a pedradas en el Toro de la Vega"
El País 16/09/2014
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2014/09/16/actualidad/1410853368_972805.html
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