Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El caso
de la Radiotelevisión valenciana y la decisión del ejecutivo autonómico de
cerrarla tras el fracaso del ERE por decisión en contra de los Tribunales, que
lo han considerado poco ajustado a lo que debería ser, es una muestra más de la
degeneración a la que nuestros políticos ha sometido todas aquellas instituciones
que han quedado en sus manos. El ejecutivo de Fabra ha decidido tirar por la
calle de en medio y cerrar antes que readmitir por falta de recursos para pagar
los despidos. La "alegría" por la decisión de los tribunales, de
obligar a readmitir, ha durado poco por la decisión política del cierre. La
Radiotelevisión de la comunidad valenciana muere por falta de recursos con los
que afrontar los elevadísimos gastos de personal.
Más de
veinte años después de que se comenzara en España el modelo autonómico
televisivo, no se ha encontrado una forma de encontrar, ni en lo financiero ni
en sus programaciones, una manera ajustada y lógica de afrontar un servicio
público que se ciñera a funciones y necesidades reales, y no a la megalomanía
con la que algunos han elevado estas pirámides mediáticas de paja.
Hoy el
espectáculo televisivo está en la propia televisión que nos muestra un
protagonismo indeseado con su propio cierre. Para unos cuestión política, para
otros la crisis que todo lo barre. Lo uno no excluye lo otro y más bien parece víctima
de errores de planteamiento y gestión, entre los que se incluye el propio
tratamiento de lo político.
Los
partidos y políticos son una especie de Japón paleto, de islotes superpoblados
que necesitan expandirse colonizando sus alrededores ante las ansias
reproductoras que les animan. Peor que conejos, lo políticos se anexionan e
invaden, institución tras institución, todo aquello con lo que pueden pagar
favores y comprar lealtades. Lo han hecho en donde les han dejado y han podido.
No hay televisión pública que se libre de esto. Los partidos han inundado todo
sin importarles crecimientos de plantillas, sueldos o sobresueldos.
En
julio del pasado año, Andreu Buenafuente escribía en El Periódico:
Los gobiernos solo ven a sus medios públicos
como aparatos propagandísticos enmascarados de servicio público o, por lo
contrario, como monstruos imaginarios que perjudican al país. Como si la gente
fuera tonta, ¿sabes? Céntrate en la honestidad de tu gestión y deja a los demás
que hagan su trabajo. Ven fantasmas donde no los hay, desprecian a sus
profesionales ignorando su trabajo por luchar en un escenario depravado de
medios comerciales.
Profesionales que se esfuerzan día a día por
conseguir fiabilidad, audiencia y un prestigio. No importa. A la calle y que
pase el siguiente. Y cuando cambie el partido en el poder, otra vez a la calle.
Y, para hacerlo más complicado, consejos de administración con representación
política, miniparlamentos inoperativos, comisarios más que dirigentes, todo hay
que pactarlo, todo hay que supervisarlo. Los medios públicos son continuos
avisperos donde, por cierto, no hay manera de que la industria audiovisual española
pueda hacer algo con regularidad. Entras y te llueven hostias por todos lados,
como si nosotros fuéramos el problema.*
Eso es
solo una parte, la oficial de la profesión, la teoría de que no les dejan trabajar. Pero no es por
esto por lo que se producen los cierres, aunque se aproveche en ocasiones para
eliminar molestias, sino por el gasto
que suponen debido a plantillas enormes para las necesidades "reales".
Son los políticos los que aprueban sus presupuestos, los responsables —últimos
en un sentido y primeros, en otro— del gasto cuantioso que suponen.
Las
televisiones autonómicas, como lo han sido las Cajas de Ahorro, son buenos
ejemplos de la voracidad pródiga de los partidos. Son los principales
responsables de que todos los órganos institucionales se dividan,
convirtiéndolos en inútiles, en jaulas de grillos de eficacia poco menos que
nula, como bien señalaba Buenafuente.
Estos
servidores de lo público no han sido
capaces de entender y desarrollar un modelo de televisión pública
verdaderamente social, cultural, ciudadana, que sirviera para aproximar a los
habitantes a sus entornos, para mejora general. Es la mediocridad política la
que ha dirigido estos "entes", en los que los profesionales se han
visto obligados a practicar la chabacanería y el servilismo como vías de
progreso interno. Convertidas en escaparates sectarios, las televisiones
autonómicas han sido ejemplo de caudillismo y desarrollo de políticas paletas
de romanticismo catódico, ligadas a la tierra con fines promocionales y
diferenciales.
Los
medios de información son muy golosos
para la política, pues nada importa más al narcisismo de los políticos que un
corro de perseguidores micrófono en mano, nada les motiva más que una
grabadora, aunque sea para decir que no harán declaraciones. Las autonómicas
han cumplido ese papel adorador. No es lo único que han hecho, pero es
significativo que de lo único que se hable siempre sea de los
"informativos", señal inequívoca de que su medición es siempre
política, principio de su desastre. Parece que lo demás no importa, que las
televisiones autonómicas están para la manipulación política. Eso es cierto en
parte, pero es también injusto porque ignora a los que han trabajado de otra
forma y con otras maneras. Hoy lo pagan todos por igual.
Son
ellos, los políticos, los responsables de haber dejado llegar hasta aquí el
problema económico. El endeudamiento de las televisiones para poder pagar lo
que no se podía pagar lleva a estas situaciones en las que ahora lo sufren los
trabajadores con cierres o despidos. Unos quedarán en la calle; otros se
trasladarán a nuevos despachos desde los que seguir cantando las bondades de
los que los mantienen. Y el mundo sigue.
Las
televisiones autonómicas son ejemplo de la gestión que no se debe hacer.
Resultan víctimas llamativas de sus propios errores de planteamiento. Han sido
otra forma de vaciar arcas mediante presupuestos crecientes. El hecho de que se
consideren insostenibles no es nuevo, pero es la crisis económica la que
finalmente "obliga" a las acciones más dramáticas por no haber tomado
medidas antes. Pero ¿quién las toma en la historia de relevos electorales que se
produce en los medios púbicos? Los contratos se amontonan, como capas
geológicas, con cada elección.
Todo
esto no es más que un ejemplo de la falta de criterio y definición de lo que
deben ser las televisiones públicas, de cuáles son sus funciones sociales,
palabra que para algunos es sinónimo de "aburrimiento", un pecado
televisivo. La "huida del aburrimiento" es una más de las simplificaciones
y circularidades de la explicación televisiva sobre la forma de conseguir
audiencias que justifiquen sus desvaríos. Ahora, cuando el cierre sobrevuela las televisiones autonómicas, se recurre a la retórica y se habla de la "televisión de todos" para sacar a la gente a la calle. Lástima que no se haya pensado antes. En este país solo invocamos las "cosas de todos" en la vacas flacas; cuando van bien, solo son de algunos.
¿Los
grandes beneficiarios? Las televisiones privadas, que ven disminuir la
competencia, aumentar sus audiencias por la desaparición de los competidores, y
unas porciones mayores de la debilitada tarta de la publicidad para cada una.
¿Los
que más pierden? Los que pierden sus empleos, primero, y también los que ya lo
hacían doblemente, por el bolsillo presupuestario y por el desvío de sus
funciones de las televisiones públicas, es decir, los ciudadanos. Primero han
pagado por una televisiones caras y ahora pierden la posibilidad de información
local.
En su
repaso de algunas televisiones autonómicas de hace más de un año, Andreu
Buenafuente dedicaba un apartado especial a la radiotelevisión valenciana con el
epígrafe titulado "El dislate de Canal 9". Decía lo siguiente:
Hay más: está el faraónico desaguisado de la
televisión valenciana que han gestionado todo lo mal que han sabido en todos
los aspectos. Una vergüenza. Y, ahora, de un plumazo, todos a la calle. Más
descaro imposible. En lugar de haber hecho un plan de viabilidad hace muchos
años y mirar de encauzar la situación, han dejado que se pudra.
Lo que viene será peor. Lo dije hace muchos
años: Canal 9 no representa el espíritu, el pensamiento, la creatividad de los
valencianos y no es por culpa de los que trabajan en ella. Se enfadaron los
directivos. Antes nos copiaron un formato y nos ningunearon en reuniones
convocadas a las que no asistieron. Directivos de medio pelo, nula creatividad
y menos compromiso con la sociedad. Unos prendas, vamos.*
Dos
décadas parece que no han sido suficientes para enmendar errores; sí para
acumularlos. La fruta ya cae podrida del árbol. Ahora solo nos queda el
espectáculo de la quema.
*
"Andreu Buenafuente: "Los gobiernos no entienden qué son las teles
públicas"" El Periódico 18/07/2012 http://www.elperiodico.com/es/noticias/gente-y-tv/medios-comunicacion-publicos-2094621
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