Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Mañana
—hoy, cuando lea esto— Egipto estará empezando a escribir otra página extraña
en su historia reciente, el comienzo del juicio del presidente depuesto Mohamed
Morsi. No creo que existan ningún precedente de la situación egipcia: el enjuiciamiento
de dos presidentes, Mubarak y Morsi, el primero tras treinta años de mantenerse
en el poder y el segundo tras apenas un año de ejercicio, derrocado por la fuerza
combinada de la protesta popular y el Ejército.
Los
problemas en Egipto no acaban con los hechos, se lucha por los nombres mismos, un verdadero
debate nacional, haciendo
bueno aquello de que quien controla el significado de las palabras se hace con
el mundo. Se lucha por las palabras, sin duda, como se lucha en las calles. También la semántica se cobra sus víctimas. Es el
empecinamiento de todos por controlar las palabras claves —"revolución"
y "pueblo"— intentando atribuirse la hegemonía de su uso. Incluso por
la ocupación de los espacios simbólicos se lucha, pues ese centro místico es Tahrir, el
lugar de la Revolución, allí donde los islamistas desean asentarse tomando la plaza, haciéndose con espacio y palabras, rehaciendo los gestos de la "revolución", constituyéndose en "pueblo". Palabras, espacios, mártires... El juicio es la transformación simbólica de Morsi, de presidente a "mártir" para unos y "reo" para otros.
Lo sorprendente
de la Revolución egipcia —desde el punto de vista exterior— es que muchas cosas
permanecen intocables desde la caída de Mubarak. Pese a que ha habido una o dos
"revoluciones" en este tiempo o uno o dos golpes de estados, con las
combinaciones posibles, según el gusto del que lo explique, lo más importante
sigue en pie, que son las leyes por las que se hace pasar a unos y otros aunque
sea por causas contrarias. Las leyes de Mubarak las siguió utilizando Morsi e
incluso alguna la amplió asumiendo más poderes que los que ya tenía el
presidente anterior derrocado. Gran parte de los problemas de Egipto viene
precisamente de esa indefinición de los acontecimientos de ese ocurrir
fantasmal de las cosas, que se dan por hechas, para desvelarse después que eran
más ilusión, ganas de que ocurrieran, que otra cosa. Es como la carrera de Aquiles
con la tortuga cuyo final no llega en una infinita división del tiempo de la
Historia. Queda el pueblo, eso sí, aunque también se disputen su nombre y
sentimientos, con sus ganas de libertades un día y de islamismo otro, según quién
hable en su nombre.
Cuesta
explicar a la gente que te pide aclaraciones lo que ocurre en Egipto porque es
como entrar en un laberinto de despropósitos políticos e históricos que muchos
egipcios simplifican como "rectificaciones" o "dar continuidad"
a la Revolución y otros como ejemplo de su agotamiento, sin que se llegue a
finales visibles que no sean cruentos. Pero no es fácil de entender incluso
teniendo datos que te permitan construir alguna respuesta coherente. No es
fácil entender un proceso con una parte visible confusa y una parte sumergida
en los fangos de la historia. Es un caso prolijo y cambiante, como es propio de
una situación en la que no se ha logrado la unanimidad suficiente como para
enterrar un régimen ni la fuerza necesaria como para imponer un sustituto poco
agraciado, como fue el propuesto por los islamistas, que pensaron que se
trataba de llegar y besar el santo. Fue esa mezcla imperfecta precipitación y
premeditación lo que supuso el rechazo de millones de egipcios que manifestaron
no estar dispuestos a salir de una dictadura laica para entrar en una beatífica
dictadura religiosa llevada a cabo a través de todos los recursos
institucionales, tomados al asalto por la Hermandad, que lejos de gobernar para
todos los egipcios trató de hacer a todos los egipcios de la Hermandad. Pocas
veces ha habido un desembarco en el poder tan descarado y abusivo.
Mañana
se producirá un episodio más de la historia cuyo final es tan imprevisible como
su comienzo. Los Hermanos Musulmanes no están dispuestos a ceder y puede que la
visita ayer de John Kerry haya acabado de enfurecerles. Probablemente, la
diplomacia norteamericana trataba de hacer un gesto para lo contrario, un
visita que diera a entender que la situación entraba en fase de normalización con el avance de la
"hoja de ruta" planeada por el gobierno interino. Sin embargo, nada
desquicia a los islamistas más que esa posibilidad, el "olvido
traidor" de la comunidad internacional —especialmente de su
"aliado" Estados Unidos— que va cicatrizando la herida que se les
abrió con la destitución de Morsi, la violencia de los 800 muertos de la
sentada, y las detenciones masivas de sus dirigentes, catorce de los cuales se
sentarán junto a Morsi en el banquillo.
Tal
como se ha informado en general en Occidente, pareciera que solo ha habido
víctimas de un lado y que los Hermanos lo eran de la Caridad, pero no es ese el
caso. Desgraciadamente conozco suficientes personas que han padecido las iras
islamistas, pagándolas algunos o sus familiares con la vida. Tienen los
Hermanos un buen manejo de los aparatos propagandísticos por la experiencia de
años y sus propias redes internacionales capaces de responsabilizar a los demás
de los males que muchas veces ellos mismos han causado. Poseen la habilidad de
usar bien a los grupos periféricos para parecer moderados cuando deben, dejando
a otros la tarea sucia, y radicalizarse cuando les interesa. Muchos de los más
violentos han pasado por la Hermandad antes; los moderados, la abandonan.
Pueden presumir de cualquier cosa menos de democracia, ni interna ni externa.
De eso no hay duda y durante un año se pudo ver de forma clara y manifiesta.
La
Unión Europea advirtió a Morsi sobre el incumplimientos del respeto a los Derechos
Humanos, especialmente los que tenían que ver con la libertad religiosa y con
la mujer, y le exigió que entablara diálogo con la oposición, a la que había
arrinconado para la constitución y el diseño del Estado. Y Morsi, en su altivez
islamista iluminada, le dijo a Angela Merkel —y a todos nosotros en su cara—
que aquello eran "asuntos internos de Egipto" en los nadie debía
meterse. Tan "internos" fueron que acabaron en el "coup"
que no es un "coup" seis meses después. Morsi no solo desatendió la
advertencia de la Unión Europea sino que, lo que es peor, desatendió a su
pueblo —esta vez sí— que reunió casi 23 millones de firmas y se manifestó para
que rectificara en su desprecio, que dimitiera y convocara elecciones
generales. No lo hizo y se rió de los demás. Tres días después estaba bajo
arresto. Pocas veces en la Historia se ha visto tanta soberbia disfrazada de "legitimidad",
tan poco sentido político, tanto apego al poder sin importar las consecuencias.
Recoge
el diario El Mundo, en su información
previa al juicio, la opinión de los seguidores de Morsi: «Los Hermanos Musulmanes consideran que Mursi "ya no es un hombre
común", sino que se ha convertido en un "símbolo de los principios y
valores" que la humanidad ha establecido a lo largo de decenas de
generaciones.»* Parece que ya no tiene suficiente Morsi con ser el ídolo de
aquellos que le eligieron en segunda opción, como sustituto de su líder
inicial, sino que ha de ser espejo de
toda la Humanidad. Es una forma de verlo. Es sorprendente el inmenso amor que
los egipcios desperdician con líderes que luego les defraudan tanto y son
incapaces de resolver cualquier problema que la realidad les pone por delante.
Mañana
se sentará en el banquillo —si no ocurre nada— en un juicio extraño, kafkiano, casi
surrealista, porque no será posible
dilucidar nada, solo el ejercicio simbólico del juzgar y sus implicaciones visibles: el cierre de una etapa o la
apertura de otra o ambas cosas o ninguna, porque la Historia solo está en las
mentes de los que la juzgan. Se le acusará de muchas cosas, de incitación a la
violencia, de responsabilidad en las muertes de manifestantes —como a Hosni
Mubarak—, de espionaje o de haber actuado en connivencia con los enemigos de
Egipto. Unos dirán que es una farsa, otros el triunfo de la legalidad.
Y en
las calles habrá seguidores y detractores. Lo único importante es que no haya
más muertes porque cada muerto es una piedra en el alto muro que impide a
Egipto acercarse a su futuro.
No es
fácil encontrar una salida política para el islamismo porque el islamismo
tampoco las da cuando llega al poder y tiende a creerse irreversible —según su
propia visión de la Historia— utilizando los mecanismos del Estado para
completar su obra de transformación social y religiosa, construyendo el mundo a
su imagen y semejanza, pues no hay mayor perfección. La urgencia de encontrar
fórmulas para que la gente pueda vivir su fe religiosa sin hacérsela vivir a
los demás de forma impuesta y restrictiva es grande porque no solo afecta a
Egipto; es un problema —profundo— que se ha abierto tras las revueltas en los
países árabes.
El
sentido integrista, totalitario, se encuentra en las raíces del islamismo al no
dejar evolucionar sus principios de forma acorde con la Historia, más bien
negándola. No es fácil convencer a la gente que debe vivir de forma estancada. Esa
forma de fe se convierte en una trampa para quienes la practican y la hacen
practicar forzosamente a otros. En un mundo intercomunicado ya no es posible
levantar las murallas necesarias para que no se vea el progreso o se vean más
allá espacios de libertades y derechos. Solo queda entonces el aislamiento, el
adoctrinamiento social y llamar mentirosos e impíos al resto del mundo,
convertirlos en tentación pecaminosa. Una salida muy pobre.
* "Los islamistas advierten sobre una
'gran' protesta por el juicio a Mursi" El Mundo 3/11/2013
http://www.elmundo.es/internacional/2013/11/03/527683060ab74099458b4574.html
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