Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Mucho
me temo que Barack Obama tiene un serio problema con el espionaje. El peor
problema que un dirigente político puede tener con el espionaje es dejar de
controlarlo, medida que, por otro lado, tiene un componente fariseo, que en
términos del refranero viene a decir que "ojos que no ven corazón, que no
siente". Interpretar este refrán en términos de espionaje equivale a correr
el riesgo de su reverso, que es lo que le pasó a Edward Snowden, que de tanto ver, se le partió el corazón.
Una
cosa es que la gente se manifieste delante de una embajada, que quemen tu
bandera, que abandonen la sala cuando intervienes en la Asamblea de la ONU, que
te insulten a la entrada de cualquier reunión del G8 y cosas por el estilo, y
otra muy distinta que los amigos te llamen a casa a pedirte explicaciones de
por qué les espías el móvil. Y es eso lo que le está pasando a Barack Obama,
que queda como tonto —no se entera de lo que hacen sus servicios secretos— o que
queda como hipócrita y mal amigo —lo sabe, pero lo niega—. Ninguna de las dos
posturas es presentable o se pueden mantener mucho tiempo.
En la
reciente película El mayordomo (The Butler
2013), que nos muestra el recorrido vital de un afronorteamericano desde los
campos de algodón esclavistas hasta llegar a trabajar para los presidentes de
los Estados Unidos con recorrido final en Barack Obama, se eluden probablemente
esos episodios en los que el servicio de la Casa Blanca tuvo que dar excusas
telefónicas: "—El señorito está en la ducha. ¿Desea dejar algún recado,
Frau Merkel?".
Hemos
pasado del ciberespionaje masivo, que tenía a todo el mundo preocupado, a algo
muy distinto: el espionaje selectivo de los amigos o socios. Las escuchas a los
mandatarios de Brasil, México y ahora de Alemania es algo más que rutina, algo
más que un barrido de millones de llamadas entre las que —¡oh, casualidad!— se
encuentran los teléfonos móviles de personas muy concretas.
Estados
Unidos no puede negar que espía como en la mejor época de la Guerra Fría a todo
el que puede. Y como puede a muchos —porque domina la tecnología que se ve y la
que no se ve, porque controla las principales empresas mundiales de
telecomunicaciones y de redes sociales mundiales, etc.—, pues lo hace. Hay
cierto determinismo de las causas: lo que puede ser espiado, es espiado. Ya lo
dijo Obama: que podamos obtener
información no significa que debamos obtenerla. Pero alguien tiene
problemas en la casa para entenderlo, aunque el presidente lo entremezclara con
fórmulas retóricas confusas.
El
problema —para Obama— es que a los que está espiando ahora el mayordomo no
puede decirles muchas veces que se encuentra en la ducha, duerme la siesta o ha
sacado al perro a pasear por los jardines de la Casa Blanca. Tiene que ponerse
en algún momento y soltar alguna de esas frases confusas consoladoras —es más
importante lo que nos une que los problemas ocasionales, viene a decir— o
negarlo "todo" —aunque tampoco está claro qué es "todo", si
lo que es o lo que él sabe—, como ha hecho con Angela Merkel.
Recoge
el diario El País las declaraciones del portavoz de la casa Blanca sobre esta
cuestión:
Tras confirmar en Washington la conversación
entre Merkel y Obama, Carney dijo que los líderes de Alemania y Estados Unidos
habían acordado “colaborar más estrechamente” en asuntos de seguridad. No entró
el portavoz, sin embargo, en aclaraciones sobre las actividades concretas de la
NSA. Alemania insiste en que “entre amigos y aliados” debería poder descartarse
este tipo de vigilancia.
Hay que
reconocer que la vaciedad del lenguaje de los portavoces es cada vez más
irritante. Pero su función es precisamente esa, el equivalente al
"señorito está en la ducha", servir de freno a las preguntas, que no
se pueden ignorar pero sí eludir a través de prácticas retóricas y formularias.
Ese es el arte del portavoz, desarrollar un lenguaje tal que el que ha
preguntado se sienta respondido aunque no tarde en descubrir que no le han
dicho o aclarado nada.
Los
periodistas, en ocasiones, quedan sorprendidos por este tipo de manifestaciones
en las que parece que nadie acusa de nada
a nadie y nadie responde nada en
concreto, y se llenan de cautelas redactoras. Estas reservas se traducen en
titulares un tanto absurdos y cuidadosos: "Merkel sospecha..." (El
País), "Descubren indicios..." (El Mundo) "Sospechas de
espionaje..." (ABC), etc. Pero lo cierto es que nadie llama al presidente
de los Estados Unidos si no tiene evidencias o tampoco se convoca al embajador
norteamericano en Berlín por meras sospechas. Sin embargo, el lenguaje sigue
trabajando sobre "posibles" más que sobre hechos, no porque no sean
reales, sino porque la diplomacia es el arte de mirar hacia otro lado ante un
interés superior, que es mantenimiento obligado de las relaciones.
Pero la diplomacia, como la paciencia, tiene sus límites. La reacción de la presidenta brasileña fue mucho más contundente y desconvocó la agenda de encuentros como protesta. Pero allí donde Dilma Rousseff se negó a ir, Angela Merkel es capaz de presentarse en la Casa Blanca y sentarse esperar a que Obama salga de la ducha, por continuar con el símil anterior. En términos de realidad supone sacarle los colores públicamente en la siguiente rueda de prensa que tengan que dar conjuntamente en cualquier foro en el que coincidan. Ocasiones no le van a faltar.
El
diario El Mundo hace una descripción
de la reacción de Angela Merkel que va más allá de la de una persona con
"sospechas":
Según fuentes de 'Der Spiegel', "Merkel
se puso hecha un basilisco" y "llamó enfurecida".
"Semejantes prácticas serían totalmente inaceptables" y "en caso
de resultar probadas serían desaprobadas y tendrían consecuencias" por
parte del gobierno de Berlín, le habría dicho la canciller, según ha informado
el portavoz de gobierno alemán, Steffen Seibert.**
Merkel
no es persona que se arriesgue a tener pedir disculpas por un patinazo, por
algo que después resulte no ser cierto. Las medidas tomadas ayer mismo por el Parlamento
Europeo, sobre las suspensión del programa de "Seguimiento de la Financiación
del Terrorismo (TFTP)", información bancaria europea para que puedan
rastrear la información bancaria para mantener "su seguridad", es
algo más contundente que la llamada de Merkel "hecha un basilisco",
como la calificaba el diario El Mundo. Es una votación que expresa, más que el
malestar, la indignación porque Estados Unidos esté abusando, literalmente, de
la buena fe de los socios, aliados y amigos que han transformado una parte
importante de sus actividades —por ejemplo la seguridad en los aeropuertos, los
sistemas de pasaportes, etc. para adecuarlo a las necesidades de los Estados
Unidos— y que ven ahora que se utilizan para otros fines las informaciones que
se suministran o que se cae en el delito —que es lo que es—, con la excusa de
la seguridad.
El
espionaje a Merkel no puede ser por "seguridad" de Estados Unidos.
Nos hemos acostumbrado —¿será por Hollywood?— a identificar, como ellos hacen,
la seguridad de los Estados Unidos con la seguridad del planeta. Y no es así.
Puede que ellos lo vean de esta manera, pero los demás no, evidentemente, no
tienen porqué aceptarlo.
El
"usacentrismo" describe una mentalidad que no es nueva, pero que se
agravó con los ataques terroristas del 11 de septiembre. Pero el tratar como posibles terroristas al resto del mundo —ya sea por uso de drones, comandos o escuchas—
no es la solución porque lo único que crea es más inseguridad en la medida en
que crece el sentimiento de enemistad y repulsa por una forma egocéntrica de
actuar. Comentamos en su momento la poco afortunada —visto desde fuera— explicación dada por Obama a sus votantes señalando que con el espionaje no se habían vulnerado los derechos de los
ciudadanos estadounidenses. Es de una gran hipocresía, además de un insulto
generalizado, pensar que los demás ciudadanos del mundo no tenemos derechos o
que quedan reducidos ante la prioridad de la seguridad de USA.
Lo
irritante del caso es la justificación del espionaje como "seguridad
nacional", una especie de salvoconducto que Estados Unidos se ha
acostumbrado a usar como justificante de lo muchas veces injustificable. Ni Merkel, ni Rousseff
ni Peña Nieto son enemigos de los Estados Unidos. Ahora, en cambio, son amigos irritados por un comportamiento
agresivo y vigilante, cuya finalidad se nos escapa, pero que tiene que tener
unas autorizaciones en algún punto de la cadena invisible de mando. En algún punto
están los saben por qué lo hacen, dónde va la información, quién lo ordena y
quién la recibe, quién la analiza y ante quién se presenta. Los mayordomos acaban conociendo la casa mejor que sus dueños. Y cuando los dueños lo saben, como le ocurrió a Nixon, acaban mal. Richard Nixon es el mal presidente prototípico —hasta en la película El mayordomo es el pero parado— porque espió a sus compatriotas, único delito que parece ser considerado en los Estados Unidos. No otra cosa fue Watergate.
Nosotros
nos contentamos con esas respuestas tópicas y absurdas en las que el presidente
de los Estados Unidos promete que investigará qué pasa si es que ha pasado algo.
No podemos pretender que el presidente Obama sepa qué ocurre en todos los
despachos de la administración norteamericana —para eso están sus mayordomos—, pero sí que, una vez advertido
lo que ocurre en su casa, tome medidas con
el servicio para evitar que siga ocurriendo o corre el riesgo de que le
saquen los colores en cada rueda de prensa o visita al extranjero que realice,
allí donde no se pueda enviar a los portavoces a divagar.
El paso
dado por el Parlamento Europeo ayer es un serio aviso a los Estados Unidos. En
algún momento el presidente tendrá que salir de la ducha y atender las
llamadas.
*
"Merkel sospecha que fue espiada" El País 24/10/2013
http://internacional.elpais.com/internacional/2013/10/23/actualidad/1382550257_674811.html
**
"Descubren indicios de que EEUU pinchó el teléfono de Merkel" El
Mundo 24/10/2013
http://www.elmundo.es/mundo/2013/10/23/52680d1a63fd3dae408b457b.html?a=918f472cdc2ff8954cf47feb75901969&t=1382605188
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