Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La cuestión de la "identidad" se ha situado en el
centro de muchos debates y situaciones públicas y privadas, personales e
institucionales. Saber o intentar saber "quién" o "qué" se es ha pasado a configurar un eje "esencial"
necesitado de respuestas. La creencia en las "esencias" desencadena
un afán inquisidor sobre nuestro propio ser que necesita ser definido ante
nosotros mismo y ante la mirada exterior que nos reconoce. La radicalidad
maniquea del "ser o no ser" ha quedado atrás en un mundo que ha
descompuesto esos dos estados en una larga ristra de preguntas que deben ser
contestadas, como si de un cuestionario se tratara, para alcanzar ese
"espesor" esencial que nos garantice la existencia.
Al hilo de la actual reescritura de la Constitución,
aprobada por los egipcios a propuesta de los islamistas, posteriormente
desalojados del poder, se han vuelto a abrir las cajas de las preguntas que
tratan de establecer las cuestiones principales, el escritor y académico Samir Morcos vuelve
a reformularse la cuestión de la identidad y estas son sus reflexiones finales:
We should seek to answer the question, ‘who are
we?' independently of politics and
religion. We must understand that identity is a composite of multiple elements,
and not deal with the issue as if it were static throughout the ages.
Identity is a variable concept; it influences
and is influenced, and it is formed, shaped and refined by time. It is a
dynamic process.
Linking identity to a single element, such as
religion or ethnicity, is known as singular affiliation, which assumes –
through extreme reduction and perhaps intentional deception – an affiliation to
one element only.
In reality, identity incorporates many
elements, such as religion, culture, language and class.**
No es la primera vez que Morcos —un copto— se hace estas
preguntas. Si nos atenemos a sus respuestas, habrá pasado toda su vida
preguntándoselo. Definir la "identidad" como un "concepto
variable" es simultáneamente responder y no hacerlo a la cuestión. La
variabilidad de la identidad es una paradoja pues la pregunta busca una
estabilidad concluyente del ser, que es idéntico a sí mismo. Si cambiamos,
difícilmente podemos tener una identidad esencial. ¿Cómo puedo definirme si no dejo de cambiar?, puede ser el planteamiento
de la pregunta.
Definir al ser humano como un ser cambiante ha costado muchos siglos de especulaciones y malentendidos.
Por un lado, la "identidad" nos encierra y no deseamos ser
"encerrados en conceptos" que nos resten libertad; pero, por otro,
existe una presión identitaria que
nos obliga y exige mantenernos estables personal
y socialmente, incluso históricamente.
Cuando Morcos concluye finalmente que la
"identidad" incorpora muchos elementos, como la "religión",
la "cultura", el "lenguaje" y la "clase" coloca
un punto final allí donde debería haber suspensivos. Todos esos elementos que
podrían fijar nuestra identidad componiendo un complejo puzle son, a su vez, cambiantes, evolutivos, y además definidos por
los propios sujetos. En la pregunta "quién soy" están incluidas
"qué son todas y cada una de las cosas que utilizo para definirme".
La pregunta "quién soy" solo puede ser contestada si se resuelve
antes "dónde estoy", es decir, la que afecta a nuestra posición
histórica, definida por las variaciones que todos esos conceptos experimentan
en la Historia. No solo yo evoluciono,
evoluciona toda mi visión del mundo —el mundo
mismo—, que se desplaza conmigo y con los otros. Como animales hermenéuticos
estamos condenados a hacernos preguntas que nos desbordan, preguntas que
encierran preguntas cuyas respuestas se construyen con otras respuestas.
Si decido definirme a través del elemento religioso —Morcos
es copto— doy por supuesto algo que no es real: que todos lo son de la misma
manera, que la religión que uso para identificarme
es estable. Y sin embargo —las declaraciones del Papa Francisco, por ejemplo,
lo demuestran— no es así. La estabilidad —el inmovilismo— solo se alcanza
mediante una presión para mantener la ortodoxia.
La constitución islamista egipcia daba por descontado que la
identidad depende de un elemento privilegiado
que anula o relativiza todos los demás: la religión. No es casual entonces que
Morcos afirme, al hilo del debate político-constitucional, que la pregunta
"quiénes somos" se conteste al margen de lo político o religioso, ya
que esto implica una reducción de lo diverso a lo monolítico y excluyente.
Tenemos que definirnos por algo que nos una y no que nos separe. El problema se
traslada entonces a la voluntad, al deseo de encontrar lo que une o de buscar
lo que separa en los discurso identitarios.
Los discursos identitarios en el "mundo árabe y musulmán"
—que es la fórmula que más gusta a los islamistas usar, como doble vínculo— la
cuestión identitaria se resuelve sobre una serie de tensiones sobre los que
significa "ser árabe" y, especialmente, "ser musulmán". Nótese, aunque sea una
sutileza, que he incluido entre las comillas el verbo "ser" y no solo
el sustantivo. No se trata solo de saber qué es un "musulmán", sino
de saber qué significa "ser musulmán", por ejemplo.
Egipto es un país especialmente sensible a las preguntas
sobre el ser de las cosas y por eso es un país en crisis identitaria que se resuelve las más de las veces en la intransigencia y el sectaris frente a la voluntad de los que desean la integración a través de otros rasgos identitarios. Al
contrario de los que piensan que las crisis identitarias se deben tapar con forzados y forzosos discursos unificadores a través de unas formas ortodoxas que se elevan al rango
de únicas y excluyentes —todos los que no
sean tal como se ha establecido, no son—, creo que existen formas
múltiples de ser y poder ser. Entre el ser y el no ser,
está el poder ser: un abanico de
posibilidades que permitan una mejor adscripción de los sujetos a las fórmulas
que se abren ante él. Frente a la identidad rígida, la flexibilidad, la
posibilidad de un irse enunciando de forma vital y secuencial.
En el fondo, la cuestión identitaria forma parte de nuestra comodidad en los discursos que se nos
ofrecen para definirnos. Hay unos más cómodos
que otros y los hay que entran en contradicción con otras dimensiones o
aspectos de los que no podemos abstraernos. Las sociedades pueden ser más o menos abiertas con los discursos que se
nos ofrecen, permitiendo una mayor comodidad de los sujetos entre las posibilidades
que se nos ofrecen.
La lucha por configurar nuestra identidad es grande.
Comienza con la selección de las posibilidades que la vida nos va ofreciendo en
función de la mayor o menor apertura del mundo en el que nos desarrollamos. En
general, son más los casos en que nos vemos envueltos en discursos autoritarios
y excluyentes, que los contrarios. Muchas veces descubrimos en la vida lo
endebles de nuestras situaciones, apuntaladas con las vigas identitarias que se nos ofrecen como refugios, como promesas
de una estabilidad engañosa que limita nuestra vida canalizándola.
Vivir es una gigantesca aventura, un colosal trayecto
existencial durante el cual nos vamos perfilando. Cargamos con demasiadas
cosas, etiquetas, rasgos de identidad, desde el inicio. Todo ello forma parte
de los mecanismos habituales de la cultura, que tiende a configurarnos
rígidamente a través de la elevación de elementos circunstanciales a
sustanciales.
Una sociedad más abierta y democrática debe rebajar sus
pretensiones de exclusividad identitaria. Si se nos impone una identidad
reducida a solo un rasgo, eso puede llegar a crear situaciones insostenibles,
dolorosas para muchos cuya tendencia es a la integración de elementos y no a su
confrontación.
Samir Morcos es copto,
pero ve que su individualidad queda reducida a muy poco si solo se valora ese
elemento diferencial. Eso no reduce la importancia que para él pueda tener ese
hecho, pero sí permite que pueda convivir con otras personas que no comparten
ese rasgo identitario. La búsqueda real es la del equilibrio entre lo que es
importante para mí pero no es importante para los demás que no lo comparten. Si
yo exijo a todos los demás lo que me exijo a mí, nadie querría estar conmigo. Y
hay gente así, a la que solo le gusta un mundo idéntico, más que de riqueza
identitaria.
Hay sociedades en las que se puede vivir y hay otras en las
que solo se puede vivir de una manera. Lo que se genera es la pérdida de
vitalidad. Cuanto más rica es una cultura o sociedad en rasgos diferenciados,
más posibilidades tiene de crecer, de evolucionar hacia entornos más armoniosos
en su diversidad. Las diferencias son enriquecedoras mientras en ellas se
mantengan los elementos de unión que permitan aprovecharlas. Si por el
contrario se elevan constantes barreras para evitar la contaminación, lo único
que se consigue es la creación de guetos.
La cuestión identitaria consiste muchas veces en la exigencia
de definición a los sujetos. Se nos
pide o exige permanentemente que marquemos las casillas de un imaginario
cuestionario que ponen ante nosotros. Una sociedad sana es aquella en la que se
equilibran los "síes" y los "noes" y especialmente aumentan
los "ni sé, ni contesto, ni te importa", una categoría que, lejos de
representar la indiferencia, refleja un sano estado de suspensión de la definición.
Eso es lo que hizo una periodista egipcia no hace mucho
tiempo y comentamos aquí: ocultó en su carnet de identidad aquellos aspectos
—religión, estado civil— que consideraba que contribuían a encerrarla en esos
rasgos y según los cuales sería tratada. Bien visto.
*
"Legislating identity in Egypt: Between monopoly and reduction"
Al-Ahram 3/10/2013
http://english.ahram.org.eg/NewsContentP/4/82802/Opinion/-Legislating-identity-in-Egypt-Between-monopoly-an.aspx
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