Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Como
era previsible, la aparición de cualquier informe que muestre malos resultados
en la educación se resuelve en una especie de pugna tenística, en un feroz
partidos de dobles en el que las parejas mixtas en liza están compuestas por un
político y un pedagogo. Mientras unos se ven las caras junto a la red, los
otros devuelven las pelotas desde el fondo.
Como
antesala a los enfrentamientos —no creo que merezca la pena llamarlos "debates"—
de mañana en el Congreso, las parejas mixtas han intercambiado escaramuzas
verbales a través de declaraciones y artículos para hacer ver sus puntos de
vista y acalla la de los contrarios.
Esta
vez es un informe el que ha desatado esta ficticia pasión por la educación, que
al ser algo que afecta a todos los españoles se supone que nos debería
preocupar. Unos y otros acusan de que les acusan, puesto que en esto se puede
uno remontar hasta donde quiera. Todos usan las estadísticas y los datos como
les viene en gana, unos para justificar el pasado, otros para justificar el
futuro. Así es y seguirá siendo porque si hay alguna nuestra fehaciente del
fracaso educativo son sus señorías, aquejadas de la falta de comprensión
lectora de la realidad y estrepitoso fracaso en el cálculo a tenor del nefasto
camino económico que en nos han tenido y nos tienen. Los políticos también son fruto del fracaso escolar.
Dice el
dicho famoso que cuando el sabio señala la luna el necio mira el dedo. No dice
el dicho, en cambio, que cuando el necio y el sabio miran dedos y luna acaban
precipitándose en la alcantarilla destapada que es la realidad. Políticos y
pedagogos han reducido la educación a una cuestión política, por un lado, y
tecnocrática, que no es más que un disfraz de las ideologías que siempre han
determinado una de las disciplinas más políticas de todas, la Pedagogía, que no
es una sino múltiple en función de la visión que tenga de la finalidad de la
educación y del ser humano al que se educa. La Política es política y la
Pedagogía también lo es, pero por otros cauces. Tanto una como otra pueden ser
actividades nobles, al servicio de la ciudadanía y su mejora, pero pueden caer
ambas en los mismos vicios —como ahora— cuando no son más que disfraz de
intereses e incompetencias, ámbitos productores de discursos partidistas que
sirven para taparse las vergüenzas de los unos y los otros.
Por
encima de cualquier estadística o encuesta está la realidad. Cualquier profesor
universitario puede percibir a través de sus alumnos —doscientos, trescientos o
los que sean— las carencias con las que llegan y los niveles de un año a otro.
Somos los encuestadores permanentes sin que haga falta que políticos o pedagogos
nos traigan los resultados de sus datos acompañados de interpretaciones. Como
además nuestras aulas tienen cada vez más alumnos extranjeros, incluso podemos
establecer ciertos contrastes sobre la forma en que trabajan unos y otros, qué
significa para cada uno "estudiar", sus objetivos, la base de la que
parten, etc. Y todos tendremos una "teoría" que explique lo que
tenemos delante cada año.
Los que
se empeñan en realizar una interpretación a partir del análisis de los datos
llegarán hasta donde puedan llegar con lo que sus números les permiten. Nuestro
trato diario con los alumnos nos permite, en cambio, combinar nuestros
resultados educativos con cuestiones más directas —actitudes, aspiraciones,
motivaciones, etc.—, aspectos que las cifras no revelan. Hablar de educación es hablar de sueños porque uno se educa para el futuro y el futuro, nuestra percepción anticipada de él, incide en nuestra motivación para educarnos. Lo malo es cuando los sueños son pesadillas porque el futuro es una operación propagandística, una retórica que choca con la realidad del duro presente.
Como ya
he tratado esta situación en ocasiones anteriores, no voy a extenderme en ello.
Creo que es necesario una interpretación "ecológica" del
"problema". El dato central es la desmotivación que se concentra en
las tasas de "abandono" escolar que se deben alinear con el otro gran
abandono, el verdadero escándalo
social: el de los mejores a otros países.
Nuestros
políticos y pedagogos se echan la culpa unos a otros y responsabilizan
finalmente —en eso si hay acuerdo—, a un alumno al que penalizan, en una
especie de teoría del pecador, al que responsabilizan por su debilidad,
flaqueza, etc. Todos fallan frente a un sistema que es defendido por los que
los crean, lo financian, lo evalúan, etc. Ninguno falla, todos defienden lo
atinado de sus medidas, lo ajustado de sus presupuestos, lo preciso de sus
observaciones. Solo es el que pasaba por allí, el alumnado, es el responsable
de hacerles quedar mal.
Una
perspectiva ecológica de la educación entiende que es ingenuo pensar que el
sistema educativo es el único que educa, que nuestra comprensión del mundo se
limita a lo que ponen los libros de texto y que los alumnos solo escuchan a sus
profesores. Cuando evaluamos la comprensión lectora de alguien estamos
evaluando más que la escuela, lo hacemos con la sociedad en su conjunto. Una
sociedad que permanece como telón de fondo, pero a la que nadie evalúa porque
la primera consecuencia de decir la palabra "sociedad" es establecer
una falsa distinción. Todos somos la sociedad, que no es más que la escuela
global, la súper-escuela en la que estamos todos y en la que aprendemos y
enseñamos desde que llegamos al mundo y hasta que salimos de él.
Si
evaluáramos el entorno de la escuela tal como lo hacemos con la escuela misma,
nos daríamos cuenta —no puede ser de otra manera— que se corresponden pues son
lo mismo. Frente a los que piensan que la escuela exporta "ignorancia",
yo creo que la "importa" en la misma medida. Es un error tecnocrático
pensar que existe un límite real allí donde se establecen las líneas divisorias
de lo analizado. No existen esas líneas. Lo que se evalúa no es lo que se
recibe en clase, sino todo lo que se recibe, pues nuestra mente no discrimina
dónde aprende las cosas.
Nuestra
"escuela" se encuentra en paralelo con el deterioro chabacano de
nuestros medios de comunicación, nuestra mediocre clase política, etc., de
nuestra propia sociedad, rendida al mundo del espectáculo nacional por nuestra
transformación en un gigantesco chiringuito para disfrute de todo aquel venga y
lo pague. Es la propia sociedad la que está transmitiendo todo los días, desde
todos los puntos, que se puede llegar muy lejos sin necesidad de haber leído un
libro más allá de Harry Potter o el último bestseller, que no necesitas
escribir porque siempre habrá algún currito que te lo escriba con cargo a los
presupuestos de tu comunidad, que no es necesario destacar más que como
acompañante de algún político, que puedes vivir medianamente bien si te
encierras con cuatro idiotas en una isla y retransmiten tus peleas con ellos,
que te puedes forrar como alcalde o concejal, como presidente de la patronal,
como dirigente sindical, como tesorero de un partido, como presidente de los
autores de España, que no hay que estudiar mucho o leer, que basta con tocar
las cuerdas adecuadas.
Es
ingenuo, de nuevo, pensar que es posible tener una escuela verdaderamente formativa en ese entorno que se ha ido
deteriorando en la últimas décadas por nuestras propias decisiones y voluntad. Como
suele ocurrir en los países con un entorno poco favorable, las personas más
cultas acaban formando una élite que desconecta del conjunto o lo abandonan en
busca de entornos más favorables a sus posibilidades. En nuestros sistema
educativo se produce el abandono de los que lo dejan a mitad de camino y la
huida de los mejores que llegan al final de él. No deben desligarse ambas
situaciones. Podemos usar los argumentos defensivos de que nuestros licenciados
son tan buenos que nos los piden
desde fuera, pero eso no es más que una desvergüenza que trata de ocultar que
no hay sitio en nuestra sociedad para los mejores o que hemos abandonado
sectores enteros, incapaces de absorber lo que el sistema produce, que deben
salir de aquí para encontrar lo que se merecen. la destrucción de la industria
y la elevación del turismo como fuente de ingresos nacional y local transforma
nuestras necesidades.
El
argumento de ajustar a la oferta y la demanda el sistema educativo deja en
evidencia la absoluta carencia de un modelo deseable, ideal, de sociedad,
abandonada a la leyes de los intereses de las empresas cuyo único objetivo,
obviamente, es su enriquecimiento. Es este planteamiento el que nos está
hundiendo como sociedad y que el fracaso educativo nos muestra como un síntoma
más.
La
escuela debería ser el centro de un movimiento verdaderamente cultural, de
extensión y exigencia de la cultura en todos los ámbitos. De cultura verdadera
y no de pseudocultura elevada a la categoría de negocio festivalero y turístico.
Pero no existe debate sobre esto, solo discusiones sobre impuestos, financiaciones,
subvenciones, beneficiarios y favorecidos, etc. No digo que no sean
importantes, pero sí que no son las que solucionarán el verdadero problema de
la cultura global de un país que está inmerso en una crisis de percepción de sí
mismo.
La
soluciones que algunos apuntan, la militarización
del alumnado, no servirán de nada mientras se piense que la educación es tarea
de la "escuela" o de los "padres", que suelen ser los puntos
clásicos del debate, pero se soslayan los problemas de la propia escuela o de
la mediocridad educativa de las
propias familias, inmersas a su vez en un entorno degradado. Pero ese es
precisamente el papel de los poderes públicos, promover las iniciativas que
avancen hacia los objetivos de mejora cultural de la sociedad en su conjunto.
Pero no es eso lo que tenemos desde hace mucho tiempo. Desconozco incluso si
hemos llegado a tenerlos porque hemos dado unos saltos grandes como sociedad y
necesitamos ciertos tipos de acuerdos comunes que, hoy por hoy, parecen
imposible por el deterioro partidista de nuestra vida política y los enredos a
que ha llevado a la cultura misma, que ha tenido que vivir a su sombra y con
sus fidelidades pagadas. Falta altura de miras; sobra la gresca continua. Ante los informes negativos, nuestros políticos y pedagogos solo han desarrollado una nueva "competencia": el arte de encontrar excusas para neutralizarlos.
La
escuela es el espejo de la sociedad. Nos puede gustar mirarnos o no, pero
mientras no asimilemos que esa imagen es la nuestra, no avanzaremos; solo
evitaremos enfrentarnos a la realidad. Y eso nunca es bueno.
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