Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Como si
se tratara de una vieja canción de Charles Trenet, la directora de cine y
feminista tunecina Nadia El Fani se pregunta desde las páginas del diario El Mundo: "¿Qué queda de nuestra
revolución? ¿Qué nos queda de ese coraje increíble que nos hizo sublevarnos
para lanzar ese famoso dégage! a Ben
Ali? ¿Qué queda de esa euforia vivida solidariamente entre todas las clases
sociales que entusiasmó a los pueblos del mundo?"* Todas estas preguntas y
algunas más surgen al hilo de la detención de la activista tunecina de Femen,
Amina Tyler, y el caso abierto contra ella que puede acabar con varios años de
cárcel.
En una
entrevista televisiva que le realizaron en 2011, Nadia El Fani rechazaba el
concepto de "islamismo moderado". Cualquiera que imponga a otro su
visión del mundo, no puede considerarse "moderado", era su postura.
El "islamismo" lo hace; impone su postura, efectivamente, sea
"moderado" o no. El concepto de "islamismo moderado" es tan
peligroso como el de "dictadura moderada" o peor porque sirve de
tapadera para camuflar la radicalidad del pensamiento y obtener respaldos. Para ser
"moderado" tiene que existir alguien más "radical" que
sirva para justificarte como "mal menor". Y eso tiene el peligro de
necesitar a los radicales para parecer moderado y los radicales van creciendo.
Las
preguntas de Nadia El Fani se cierran con un lamento melancólico de las
ocasiones perdidas: "Todos nos miraban con admiración, todos soñaban con
un contagio mundial del virus de la revolución. Egipto nos seguía el paso. El
mundo hablaba de Primavera Árabe." Este mismo pensamiento ha pasado por la
mente de muchos miles de personas que han visto frustradas sus esperanzas de
salir del oscurantismo dictatorial para entrar en otro oscurantismo, el
fundamentalista, que va cerrando los caminos de libertad emprendidos en todos
los países que se lanzaron a las calles a que les pisotearan por unas
aspiraciones y sueños. Al menos, algunos tenían sueños de otra forma, de otros
caminos.
Nadia El Fani |
Los
acontecimientos nos han demostrado que la partida que se jugaba no era la de la
libertad, sino la de las dos caras del autoritarismo: el laico y el religioso. Cuando
se lanza la moneda patriarcal, caiga del lado que caiga, se sale perdiendo. Con
unos argumentos u otros, pero se sale perdiendo porque el patriarcado es la
negación de la individualidad en el nombre de la tribu, una tribu guiada por
mano masculina que puede ser benevolente si se la besa o brutal si se la
ignora. Ante el patriarca, solo cabe la sumisión o la huida. La rebeldía se
aplasta.
En la
novela "El retorno", del marroquí Tahar Ben Jelloun, se analiza
con maestría la personalidad de un
emigrado a Francia con la familia y su resistencia ante unos hijos que se
dispersan, que no le obedecen ya. Él, por el contrario, permanece aferrado a su
forma de vida hasta que la jubilación le devuelve a su mundo agrario, al de su
tribu, en el que reina el orden "natural" de la obediencia filial.
Yamila, la hija mayor, sin tener en cuenta la
oposición de sus padres, se había casado con un italiano. Mohamed ya no la
veía. Fue doloroso que un no musulmán entrase en su familia. Para él, ella ya
no era su hija. Al principio intentó convencerla, pero Yamila estaba enamorada,
se negaba a cualquier discusión, se enfadaba de un modo inhabitual en ella. Es
mi vida, no la tuya, no me vas a impedir que viva, porque seamos musulmanes. Y,
además, ¿qué religión es esa que permite a un hombre casarse con una cristiana
o una judía y se lo prohíbe a las
chicas? ¿Qué significa eso? ¿Crees que será más feliz con un tipo de nuestra
tierra, uno de esos miserables campesinos que me va a encerrar mientras él va a
emborracharse con sus amigotes? No, gracias, papá, despierta de una vez, mi
vida la decido yo, tú puedes darme tu bendición, si quieres, y, si no estás
conforme, no podré hacer nada contra esa estupidez.**
Mohamed
es un "patriarca blando", "moderado". No entiende que haya que recurrir a la
violencia para imponerse; no entiende por qué se rebelan, si él ha sido
benevolente con todos, ¿de qué se quejan? En el orden natural está ser obedecido sin tener que
hacer el esfuerzo de castigar a los hijos. Cuando le dicen que su hija está enamorada, se pregunta ¿qué significa eso de estar enamorada? y le pregunta retóricamente a su esposa: "¿Acaso tú, yo, nosotros, estábamos enamorados? (p. 128). Francia se los ha cambiado, esa
Francia en la que simplemente está realizando su trabajo hasta que regrese al mundo verdadero, al orden natural, el que Dios quiere.
Amina
no está en Francia; está en el territorio tunecino, en un mundo en donde ella
no es ella, sino un hilo más en un tejido con un dibujo muy claro. El título
del artículo de El Mundo de Nadia El Fani es "¡Desobedezcamos!" y reclama el "derecho
a ser" individualmente, no la obligación de "ser parte de":
Amina es insumisa. Lo paga caro porque es una
mujer joven en un país de fuerte influencia tradicional. Yo, que soy una vieja insumisa, imploro a las mujeres de
mi país y del mundo, y les digo: Hez
rassek! (expresión tunecina que significa levanta la cabeza). ¡Levántate,
sal! Los lugares públicos son tu territorio, así como las universidades. El
cuerpo de las mujeres no puede estar en manos de personas con ideologías
contrarias al progreso. Los hombres no son nuestros enemigos, salieron a las
calles con nosotras cuando los islamistas intentaron inscribirnos como «complemento de los hombres» en la futura Constitución.
Todo
Código Penal o Civil, decreto, decisión o costumbre que encierra a las mujeres
y las sitúa en un rango inferior de la sociedad es una ley inicua.
¡DESOBEDEZCAMOS!
Nadia El Fani ha mostrado su solidaridad con Amina escribiendo en árabe en su frente "libertad" y en su pecho desnudo "dignidad". En su brazo, ha escrito "por Amina". La están imitando cientos de mujeres que escriben en su cuerpo lemas similares, como apoyo. La protesta provocativa y radical de las Femen prende más allá de su Ucrania natal y lo seguirá haciendo. La respuesta islamista puede ser brutal. Lo usan como el indicador del futuro "laico" y aumentan la virulencia de sus respuestas. Ella misma lo ha dicho: no hay islamismo "moderado"; responde en función del grado de resistencia que se le muestre.
La
llegada al poder de los grupos islamistas ha supuesto un retroceso en la
mayoría de los casos en los derechos de las mujeres. El carácter masculino del
patriarcado hace que sea la desobediencia que más se teme. El hijo puede
rebelarse sin cuestionar el patriarcado; la hija no. Muchas mujeres se
encuentran desasistidas entre los partidos tradicionales porque no hay sitio
para la mujer, solo un papel que deben representar, el que está fijado como "buenas"
hijas, madres y esposas. Más allá no hay nada.
Ha
aumentado la presión sobre las mujeres que deciden organizar su propia vida. La
soltería se vuelve un problema y se rebaja la edad de los matrimonios para
evitar la disidencia. También —ya lo comentamos aquí— se vuelve a fomentar la
poligamia mediante la ayuda económica para las bodas con créditos oficiales o
se "compra" a las mujeres jóvenes que huyen de la guerra en Siria por
unas pocas monedas y se presenta como un "deber" del buen musulmán,
aunque se las repudie poco después.
Es
importante comprender que los primeros que padecen esto son los que reciben en
sus carnes estas presiones, los que allí desean vivir de otra manera diferente
a la que se les impone y la que a través de la educación se va convirtiendo en
un auténtico lavado de cerebro.
Para lograr esto se les van cerrando cada vez
más las salidas; se está elevando un muro para impedir que el exterior penetre
y haga revivir la rebeldía. Por eso se cierran los medios disidentes, se
desconecta al país de Internet, invirtiendo en censura tecnológica, o —como
está ocurriendo ahora en Egipto— se sacan adelante leyes para restringir las
ONG que pudieran servir de apoyo a los disidentes nacionales en temas de
derechos humanos acusándolas de injerencia en los asuntos nacionales. Y hay que
evitar los efectos de ese muro, volviendo a dar salida a sus deseos de libertad
para que se sientan respaldados.
Hay que
recordar cada día la Primavera, lo que quiso
ser y no le dejaron. En Egipto hay ahora un movimiento pacífico para
recoger millones de firmas pidiendo la dimisión del presidente, el islamista
Morsi. Pretenden recoger más firmas que los votos que le llevaron a la presidencia
para mostrar así su rechazo a la política islamista seguida, a su fracaso en
todos los niveles. Es su forma de resistencia. Hoy, después de tres días de suspensión de sus actividades, la Opera de El Cairo retoma su programa, Aida. Para ellos el arte forma parte de los deseos emancipadores de la Revolución y no les dejan. Todavía queda mucho de ese "coraje" por el que se preguntaba Nadia El Fani.
Al
islamismo hay que recordarle cada día que tu cuerpo es tuyo —como Amina—, que
tu vida es tuya, que tus ideas son tuyas, que tú eres tú. Tenemos que recordar a los que
resisten para evitar que ellos mismos, rodeados de olvido, terminen por
olvidarse de que un día quisieron ser libres.
* Nadia
El Fani: "¡Desobedezcamos!" El
Mundo 31/05/2013 p.30.
** Tahar
Ben Jelloun (2011): El retorno.
Alianza, Madrid, p. 127.
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