Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La cara de Hilary Clinton lo decía todo. Ha tenido que salir
a comentar la propuesta rusa de acuerdo para Siria, un órdago propagandístico
que solo puede entenderse como una contraofensiva después de las presiones
internacionales por el fraude electoral.
La política rusa es lo contrario de la sutileza. Putin
apareció en un programa en la televisión de su país. Entró como le gusta entran
a él, con ese ligero bamboleo que los comunicadores considerarían como
confianza en sí mismo. El público, puesto en pie, le aplaude. No sabemos si lo
hacen siguiendo instrucciones del regidor del plató, de un instructor de extras
o por voluntad propia. El caso es que lo hacen. Entre el público, las cámaras
nos muestran uniformes militares. Es la misma escenografía que montan nuestros
(y todos) los políticos, el mismo reparto por cuotas de la sociedad que te
apoya, allí están todos, el pueblo. Todos están representados junto a
su líder. Solo que Putin no los necesita detrás, como suele ocurrir; prefiere mirarles de frente.
Lo sabemos por los westerns: siempre
es mejor tener a la gente de frente. La mirada de Putin es su arma más veloz.
También sus manos son veloces y enérgicas. No hace falta entender ruso; lo
transmite por los poros. Allí manda él. Y ha dicho que pongan cámaras web en
todas las urnas de Rusia para vigilar las próximas votaciones. Putin ha convertido las
próximas elecciones en un show de David Copperfield en un casino de Las Vegas, en la quinta
parte de Mission: imposible, en Gran Votante, en un
espectáculo con miles de personas mirando fijamente las pantallas para ver si
descubren cómo lo hacen…
Mientras tanto su compañero alterno, Medvédev, asistía al
Consejo de Europa y ante Herman van Rompuy y Barroso, quienes le dijeron que
estaban preocupados por las denuncias de los observadores internacionales y la oposición sobre cómo se
han realizado las elecciones, el presidente ha señalado —literalmente— que le
trae al fresco, que el Consejo se meta en lo que le importa, que esto es cosa
suya, que ya tiene Europa —por lo que él ha oído— bastantes problemas en los que
ocuparse como para meterse en los rusos. Eso tiene estar mucho tiempo en el
gobierno. Al final es cosa tuya.
Como las malas prácticas son difíciles de perder, Putin y Medvédev
han echado las culpas de todo a las conspiraciones
internacionales, que están empeñadas en desestabilizar Rusia (Rusia es él). La comunidad internacional
se queda perpleja ante tal desfachatez. Y especialmente perpleja se queda
Hillary Clinton, una de las primeras en decir las urnas rusas huelen a rancio y
en la que han personalizado el ataque. Ella, ha dicho Putin, es la que ha dado la señal de las protestas, las que las ha animado. ¡Enorme Hillary!
Estamos viviendo una época complicada. Hay avances
democráticos en muchos lugares, los pueblos quieren ser libres porque han sido
llevados a extremos de pobreza, indignidad o ambas cosas a la vez, difícilmente
soportables. Pero da la impresión que el poder se sigue repartiendo conforme a
ciertas reglas, que los que lo abandonan no lo hacen realmente, solo se
metamorfosean, se quitan sus uniformes, se cuelgan las sonrisas y si es
necesario hacer algunas elecciones de vez en cuando, que se encargue alguien de eso.
La desfachatez de la pareja Putin-Medvédev es de tal calibre
que su lenguaje y comportamiento vuelve a ser el de las dictaduras. La
vergüenza del plan presentado para Siria, igualando a los muertos con los
que los matan, es uno de los mayores ejercicios de cinismo político que se ha
visto en décadas. Y se ha visto mucho. Cuando unos señores consideran que los
5.000 muertos de Siria son “asuntos internos” de Bashar Al Assad, ¿cómo no lo
van a pensar de los suyos, de los de casa?
Rusia ha movido ficha en Siria cuando ha visto que su “prestigio”
se le complicaba por el escándalo electoral. Una vez más demuestran ese estilo
peculiar, esa mentalidad que no se mueve más que por el sentido del contrapeso.
Si Occidente se mueve en un sentido, ellos —China está haciendo lo mismo— se
mueven en el contrario. Parece que, lejos de olvidar la Guerra Fría, se
intentara restaurar la vieja política de bloques. No son ahora ideológicos, sino
circunstanciales. Los aliados y las causas pueden ser muy variados y excéntricos,
pero no importa. Donde antes se buscaba el apoyo estratégico, ahora se busca
tener compradores o vendedores. Unos buscan materias primas, los otros colocar
productos. De la ideología hemos pasado al interés: Tú me apoyas y yo te compro;
yo te compro y tú me apoyas.
Mientras tanto, en algún
recóndito sótano del Kremlin, Vladimir Putin se entrena, remangado, ante una
urna de cristal. Mire esta urna fijamente…
—le dice a un guardia.
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