Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Los medios de comunicación especulan estos días sobre la posibilidad de que el Premio Nobel de la Paz se decida este año por la denominada “primavera árabe” y, como añadido, por una mujer. Nada sería más justo, sin quitar mérito a cualquiera de los candidatos y a lo que pudieran poner encima de la mesa como aval.
Las razones para justificar esta elección son muchas y de peso. Existen razones de pasado y razones de futuro. Unas justifican lo que se ha hecho; otras por el respaldo a un proceso que está en plena evolución y con posibilidades ciertas de involución o, al menos, de estancamiento.
Las razones de pasado forman ya parte de la historia de este siglo: el levantamiento en cadena de unos pueblos hartos de las tiranías que durante décadas los han oprimido y empobrecido.
Una mezcla de tiranía, opresión ideológica, descapitalización y estancamiento ha sido lo que estos países han padecido por parte de unos gobernantes incapaces de hacer otra cosa por sus pueblos que mantenerlos en la pobreza y recortarles sus posibilidades de futuro. El estallido histórico se ha producido desde el mismo fondo, sin mediación de conspiraciones o presiones de grupos. Las explosiones populares sorprendieron a los tiranos, pero también a los opositores tradicionales, ineficaces o impotentes durante décadas. Estos pueblos han luchado, además de contra los dictadores, contra la inercia e indiferencia de Occidente, tranquilo con un estado de parálisis que convenía mantener —pensaban— para evitar cambios que, lejos de ser a mejor, podrían provocar inestabilidad en eso que se ha dado en llamar la “zona”, y que no es otra cosa que un conflicto irracional sostenido precisamente por la mezcla de tiranías e intereses políticos y económicos.
El cambio ha empezado a notarse y la situación que, como el caballo de una noria, giraba durante años sin avanzar, comienza a moverse y obliga a las partes implicadas a presentar ideas. En cualquier caso, ya no serán los tiranos los interlocutores ni los que aprieten sus manos en hipócrita satisfacción. Occidente ha aprendido que su seguridad no puede pasar por las dictaduras de otros y que debe trabajar con unas nuevas generaciones y con otras formas y maneras.
Las razones de futuro se refieren al reconocimiento de que es la juventud árabe a la que se está avalando con un premio así. El sistema patriarcal sobre el que se basaban estas dictaduras es el tradicional de una cultura que había esclerotizado el poder hasta convertir la repúblicas en hereditarias. Los tiranos traspasaban el poder a sus hijos revelando que el poder seguía siendo cuestiones de clanes y familias, que el estado se había convertido bajo su palabrería en tribu. El caso más evidente es el de Libia en el que la familia Gadafi era la verdadera estructura de poder manteniendo un régimen de tribus por sus intereses. Estos tiranos son responsables de la degradación institucional y de haber puesto sus restos retóricos al servicio de intereses particulares.
Premiar a los jóvenes es premiar su esfuerzo, su valentía y decisión al enfrentarse a esos mayores que les estaban robando su futuro como se lo habían robado durante años eternizándose en el poder, transmitiéndolo a través de herederos. Las revoluciones han cortado estas maniobras sucesorias en Egipto o en Libia, en donde los sucesores ya estaban preparados. Dar el protagonismo a los jóvenes es apostar por el futuro de los países más allá de las revoluciones, que serán una fase de su vida y de su país que les comprometa con las generaciones próximas. De esos jóvenes han de salir los líderes que eviten el pesimismo democrático y cultural en que los dictadores les han mantenido durante años. Tienen la responsabilidad de pensar su propio destino y arrancarlo de las manos de otros que han demostrado que preferían vivir en un eterno presente, en la parálisis total. Apostar por ellos es creer en ellos y darles la oportunidad de creer en sí mismos.
La otra razón de futuro, el que pudiera recaer en mujeres, también me parece de peso porque sería el reconocimiento del papel que han tenido, tienen y deben tener en el desarrollo de las sociedades que está luchando por construir. Su valor ha sido doble: no solo se han enfrentado a la tiranía en primera línea, sino que además han tenido que luchar por su derecho a luchar. La oposición de sus propias familias, en muchos casos, de los propios partidos, ha sido tan dura como la política.
El futuro del mundo árabe pasa por sus mujeres. A la revolución democrática hay que sumar la revolución cultural que les permita aprovechar el potencial creativo, el empuje de millones de mujeres dispuestas a contribuir desde todos los puestos de la sociedad a su mejora. De todas las luchas, esta es la más dura, la que supone enfrentarse a las estructuras familiares tradicionales que se han reproducido, como patriarcado político, en todas las demás. El mundo árabe es esencial y tradicionalmente masculino. La decisión de Túnez de practicar la paridad en las listas electorales, mediante sistema de cremallera, ha sido uno de los primeros hitos de estas revoluciones, el primer paso en este sentido. Pasar de un 28% de representación al 50% es un logro, pero nos indica que las mujeres tunecinas ya habían comenzado su lucha hace mucho tiempo por estar ahí. Egipto, por ejemplo, solo tuvo un 19% de mujeres en las elecciones de 2010.
Si se premia por estas razones generales o por otras más específicas a los protagonistas de uno de los hechos históricos más importantes desde las revoluciones europeas y americanas del XVIII y XIX, se estará alentando el esfuerzo, el sacrifico y, sobre todo, el compromiso en el apoyo del resto del mundo con una causa que es importante para todos, ellos y nosotros, mantener. Servirá para alentar a los que quieren seguir por este camino de libertad y para convencer de la inutilidad de intentar frenarlo a los que todavía persisten en mantener el pasado vivo.
Por estas y las restantes millones de razones que anidan en los corazones de los que han sido capaces de romper con miedos y bloqueos, costumbres y tradiciones, creo que sería un acto justo premiarlos, apostar por el futuro como ellos lo han hecho.
Por estas y las restantes millones de razones que anidan en los corazones de los que han sido capaces de romper con miedos y bloqueos, costumbres y tradiciones, creo que sería un acto justo premiarlos, apostar por el futuro como ellos lo han hecho.
Datos sobre la representación política femenina en Egipto en 2010. Proyecto Quota |
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