Joaquín Mª Aguirre (UCM)
—¿Te gustan las canciones antiguas o las modernas?
O también la variante:
—¿Qué películas te gustan más, las antiguas o las nuevas?
En realidad, la pregunta es un test sencillo de gran alcance por lo que representa de cuestionamiento permanente. Yo siempre les contesto lo mismo: “Me gustan las viejas canciones cuando son buenas y las modernas también si son buenas. Lo importante es que sean buenas”. Y les añado:
—También antes había canciones malas, pero solo nos acordamos de las buenas. Así parece que todas las viejas canciones fueron buenas. Pero es que nos olvidamos de las malas.
Captan rápido lo que les quiero decir y asienten. El argumento les parece convincente. Por mi parte es sincero, no hay ningún juego retórico para escapar por la tangente. Es lo que pienso. En un país que lucha por mantener su revolución, la preocupación por lo nuevo y lo viejo es normal. Es el reflejo de una inquietud profunda por su propio futuro, una intranquilidad por lo que han de quitar y mantener. Es es "fifty-fifty" con el que te contestan los taxistas cairotas cuando preguntas sobre la situación. Es ese estar en el filo, entre lo viejo y lo nuevo, entre dictadura y libertad, como funambulistas sobre el alambre en el circo de la Historia.
Su curiosidad es sana. Mientras comemos, en el monitor que hay en alto en la esquina ponen vídeos de esos cantantes árabes híper masculinos, con sus gafas oscuras, sus camisas abiertas, y con mujeres que les esperan junto a brillantes coches descapotables.
—-¿Te gusta Tamer Hosni?
—-¿Te gusta Tamer Hosni?
—Solo cuando canta con Sherine –les contesto. Se ríen. No me olvido de la metedura de pata de Tamer, convencido por el régimen, de que usara su influencia con los jóvenes para decirle a los egipcios que ya habían tenido bastantes mejoras y que levantaran sus reales y reivindicativas posaderas y se fueran del Tahrir a su casa. Luego, el llanto desconsolado del cantante al ver cómo le habían utilizado. No sé si estos vídeos son antiguos o nuevos. Al menos, los siguen escuchando. Bromeo sobre su entrecejo, que ejerce una gran fascinación. Cuando me preguntan si lo conozco, me llevo un dedo a la frente y uno con él mis cejas. Se ríen y me dicen que sí, que es ese. Los clips se suceden como fondo de nuestra comida. Deliciosa comida en la mejor compañía.
—Los chicos egipcios van al gimnasio, pero van las chicas a la universidad –les digo-. Eso está bien.
—Sí, pero a las chicas nos gustan que vayan al gimnasio.
—Ya… Y las chicas que van a la universidad suspenden por pensar demasiado en los chicos que van al gimnasio…
—Sí… Eso sí.
Hace dos años me preguntaban por la música en español que escuchaban, por Juanes, por Enrique Iglesias, Alejandro Sanz…, los ídolos pop hispánicos. Ahora me examinan de la música árabe y se ríen cuando les doy mis opiniones sobre sus ídolos pop y les digo cuáles me gustan. Les hace gracias ver que estoy al tanto. El que se conozcan sus cosas les resulta gratificante.
Les sorprende que me lleve viejas películas egipcias y a veces tratan de adivinar las que he conseguido. Finalmente, las identificamos. El cine egipcio fue un vehículo importante, valorado en todo el mundo árabe. Sus actores y cantantes se convirtieron en figuras muy populares.
La época de Mubarak ha sido de estancamiento y regresión en casi todo. El cine clásico sigue siendo muy valorado y sus figuras muy familiares. Mucho más que en España, en donde ese viejo “cine de barrio” ha desaparecido prácticamente y es ignorado por las nuevas generaciones de forma absoluta. Les animo al subtitulado de películas para que los españoles no tengamos que verlas con subtítulos ingleses o franceses. ¡Queda tanto por hacer! Les encanta el español y les digo que me emociona ver cuánto les interesa conocer la cultura española, cómo se han tomado lo nuestro.
—Tenéis la responsabilidad de enseñar todo lo bueno que tenéis aquí a los que hablan español –le digo- y también de traer todo lo que os pueda interesar para mejorar vuestro país. Nunca tenemos todo. Cuando aprendéis una lengua, sois un puente. Cuando leáis un libro que os guste, un poema, cuando escuchéis una canción, veáis una película…, pensad: los españoles no conocen esto. Enseñádselo. Y si encontráis algo en español que os gusta, que os interesa a vosotros, a Egipto, traducidlo al árabe para que lo podáis disfrutar, aprovechar y conocer todos.
El futuro de Egipto y de la zona está en estos jóvenes que aman lo suyo y lo ajeno, que no son sectarios, que han logrado vencer enormes barreras de errores y malentendidos, que entran a formar parte del mundo después de que las dictaduras los dejaran reducidos al aburrimiento cultural y a la inoperancia política.
Es mi primera visita tras la revolución, deseo frustrado varias veces de compartir con ellos esa ilusión que percibí la primera vez que pisé aquel país. Y se lo repito siempre a ellos: “¡Sois el futuro; el cambio es vuestro! ¡Decid lo que pensáis porque si no otros los harán por vosotros!” Necesitan canalizar su propio liderazgo, salir de la espiral del respeto que les arrastra hacia el silencio. Se han ganado ese derecho.
Tienen que darse cuenta de que las canciones, viejas o nuevas, son importantes; pero que lo realmente importante es que sean ellos quienes las canten. Es su voz la que hay que escuchar.
Cuando estoy en el aeropuerto, junto a la sala de embarque, un grupo de turistas japonesas se hacen retratos frente a una enorme fotografía de cientos de jóvenes manifestándose por su libertad. Lleva un texto del presidente de Austria valorando extraordinariamente lo hecho por los jóvenes egipcios y pidiendo un Nobel para ellos. Las turistas saben bien lo que están haciendo, por qué se hacen esas fotografías con los jóvenes de fondo. La revolución es un monumento más del que se pueden sentir orgullosos. Yo, por mi parte, fotografío a las japonesas para enseñárselo a ellos.
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