viernes, 22 de noviembre de 2024

Los rumiantes y chicle de la actualidad política

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

No es nuevo, pero se intensifica cuando nos llegan momentos como este del llamado "caso Aldama". La clase política española ha generado algo parecido a una imagen especular mediática cuya función es interpretarles, hablar de ellos, que estén en permanente actualización. Son los "rumiantes", aquellos que dedican largos programas —mañana, tarde y noche— a masticar lo político para nuestra alimentación.

A los políticos les vemos discutir, un escándalo tras otro. Los rumiantes debaten con intensidad, a veces repiten lo que los políticos de un signo u otro dicen, refrendando las tesis y estrategias. Otras veces discrepan.

Los rumiantes políticos suelen estar equilibrados en los canales que buscan no identificarse demasiado, políticamente hablando. Se traducen las líneas políticas a líneas periodísticas y se discute tan acaloradamente como en los pasillos de las Cortes, en el interior del hemiciclo o en cualquier tipo de manifestación acalorada o discreta que la política use para atraer la atención.

No veo en los canales internacionales de noticias este formato, que va a resultar algo muy español, la traducción mediática de las tradicionales discusiones de casino, de mesa de café, pero con cámaras delante.

Los rumiantes son una simulación de "opinión pública" intentado que se mantenga en las audiencias algo que cada vez está más lejos, el interés real de la ciudadanía. En realidad estos largos programas destinados a fijar la atención en la clase política, provocan lo contrario: saturación, aburrimiento, desilusión, hartazgo.


Seguir la política española desde la ciudadanía es un ejercicio masoquista, un sufrimiento ante la discusión inútil, la presencia de mediocres aupados al poder que necesitan ser contemplados, una patología narcisista como otra cualquiera.

Escucho hasta el límite de lo soportable las "opiniones" confusas, descalificadoras, sobrevenidas... de un conjunto de profesionales de la información que dedican sus vidas a repetir lo que los políticos de uno u otro signo dicen. A veces hay continuidad, repetición; en otras, fuego cruzado.

No saben lo que hay de verdad en lo dicho por Aldama, pero todos parecen saber que es mentira. Repiten que no es "fiable" sin saber por qué, pero lo repiten. Los rumiantes son conscientes que se trata de llenar un tiempo de programación y lo llenan con opiniones, solo con lo que han escuchado, aunque luego tengan que conectar con un magistrado que les corrige sobre lo que supone realmente el hecho de las manifestaciones.

Deben tener muchas informaciones que se callan por la seguridad que manifiestan en lo que dicen. En cualquier caso no se trata de saber la verdad, sino de "rumiar" lo que hay, por poco que sea. Se trata de transmitir una sensación—"aquí hay tomate" o "aquí no hay tomate"— a las audiencias que resisten, de hacer ver que son los intermediarios entre una clase privilegiada, un mundo en el que suceden cosas, y un mundo plebeyo e ignorante, el nuestro, el de los boquiabiertos espectadores al otro lado de la pantalla.

Debo confesar que cada vez me resulta más difícil asistir al pobre espectáculo de una política española cada vez más rastrera y degradada, cada vez más un patio de vecindad en el que tirarse trastos a la cabeza, una verdulería constante. Por eso entiendo que el espectáculo de exprimidores, el de los rumiantes, es cada vez más difícil, imposible. Obligados a ciertas formas de cortesía que no vemos en la propia política, que tiende a ser insultante, el espectáculo televisivo se vuelve anodino.

Esta imagen especular, mediática de la política solo puede interesar a personas a las que no les interese la propia política, algo cada vez más frecuente. El espectáculo político en que se ha convertido el desastre de la dana deja pocas salidas, es difícil de superar. Pero lo harán. Ahora nos llega en caliente el llamado "caso Aldana", una secuela/precuela del "caso Koldo", etc. un episodio más del culebrón español.

Ellos creen que están por encima de la política, en una atalaya olímpica, pero es justo lo contrario. Son la herramienta que la política usa para atraer la atención, para mantenerse en el foco permanentemente. Sus alimentos provienen de una cocina muy profesionalizada que redirige las lecturas posteriores hacia la rumia ante nosotros.

Los rumiantes intentan seguir rumiando lo suyo, que es la política española, la antipolítica, en un infinito e improductivo estiramiento del chicle de la actualidad, del que, pegado a nuestra suela, nos es difícil separarnos.

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