Joaquín Mª Aguirre (UCM)
No es
nuevo, pero se intensifica cuando nos llegan momentos como este del llamado
"caso Aldama". La clase política española ha generado algo parecido a
una imagen especular mediática cuya función es interpretarles, hablar de ellos,
que estén en permanente actualización. Son los "rumiantes", aquellos
que dedican largos programas —mañana, tarde y noche— a masticar lo político
para nuestra alimentación.
A los políticos les vemos discutir, un escándalo tras otro. Los rumiantes debaten con intensidad, a veces repiten lo que los políticos de un signo u otro dicen, refrendando las tesis y estrategias. Otras veces discrepan.
Los
rumiantes políticos suelen estar equilibrados en los canales que buscan no
identificarse demasiado, políticamente hablando. Se traducen las líneas
políticas a líneas periodísticas y se discute tan acaloradamente como en los
pasillos de las Cortes, en el interior del hemiciclo o en cualquier tipo de
manifestación acalorada o discreta que la política use para atraer la atención.
No veo
en los canales internacionales de noticias este formato, que va a resultar algo
muy español, la traducción mediática de las tradicionales discusiones de casino, de mesa de
café, pero con cámaras delante.
Los
rumiantes son una simulación de "opinión pública" intentado que se
mantenga en las audiencias algo que cada vez está más lejos, el interés real de
la ciudadanía. En realidad estos largos programas destinados a fijar la
atención en la clase política, provocan lo contrario: saturación, aburrimiento, desilusión, hartazgo.
Escucho
hasta el límite de lo soportable las "opiniones" confusas,
descalificadoras, sobrevenidas... de un conjunto de profesionales de la
información que dedican sus vidas a repetir lo que los políticos de uno u otro
signo dicen. A veces hay continuidad, repetición; en otras, fuego cruzado.
No
saben lo que hay de verdad en lo dicho por Aldama, pero todos parecen saber que
es mentira. Repiten que no es "fiable" sin saber por qué, pero lo
repiten. Los rumiantes son conscientes que se trata de llenar un tiempo de
programación y lo llenan con opiniones, solo con lo que han escuchado, aunque
luego tengan que conectar con un magistrado que les corrige sobre lo que supone realmente el hecho de las manifestaciones.
Deben tener muchas informaciones que se callan por la seguridad que manifiestan en lo que dicen. En cualquier caso no se trata de saber la verdad, sino de "rumiar" lo que hay, por poco que sea. Se trata de transmitir una sensación—"aquí hay tomate" o "aquí no hay tomate"— a las audiencias que resisten, de hacer ver que son los intermediarios entre una clase privilegiada, un mundo en el que suceden cosas, y un mundo plebeyo e ignorante, el nuestro, el de los boquiabiertos espectadores al otro lado de la pantalla.
Debo
confesar que cada vez me resulta más difícil asistir al pobre espectáculo de una
política española cada vez más rastrera y degradada, cada vez más un patio de
vecindad en el que tirarse trastos a la cabeza, una verdulería constante. Por
eso entiendo que el espectáculo de exprimidores, el de los rumiantes, es cada vez más
difícil, imposible. Obligados a ciertas formas de cortesía que no vemos en la
propia política, que tiende a ser insultante, el espectáculo televisivo se
vuelve anodino.
Esta
imagen especular, mediática de la política solo puede interesar a personas a
las que no les interese la propia política, algo cada vez más frecuente. El
espectáculo político en que se ha convertido el desastre de la dana deja pocas
salidas, es difícil de superar. Pero lo harán. Ahora nos llega en caliente el llamado
"caso Aldana", una secuela/precuela del "caso Koldo", etc.
un episodio más del culebrón español.
Ellos creen que están por encima de la política, en una atalaya olímpica, pero es justo lo contrario. Son la herramienta que la política usa para atraer la atención, para mantenerse en el foco permanentemente. Sus alimentos provienen de una cocina muy profesionalizada que redirige las lecturas posteriores hacia la rumia ante nosotros.
Los rumiantes intentan seguir rumiando lo suyo, que es la política española, la antipolítica, en un infinito e improductivo estiramiento del chicle de la actualidad, del que, pegado a nuestra suela, nos es difícil separarnos.
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