martes, 30 de junio de 2020

El futuro es lo que está más allá del verano

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El mayor invento humano es el futuro. La pandemia del COVID-19, como cualquier crisis profunda (si es que ha habido alguna así antes), nos obliga a replantearnos el futuro de forma intensa, inesperada y urgente. En estos momentos, decir que "no sabemos qué va a pasar mañana" es algo literal, con un día de mañana apuntado en nuestras agendas con varios signos de interrogación. Una simple cita ha dejado de ser "simple" y requiere de una elaborada formulación, incluso de un cierto protocolo, además de la incertidumbre por cómo será la situación.
Nuestro mundo se ha dividido en dos grandes bloques "este verano" y "después del verano". Existe en este país de turismo la tendencia a pensar en términos de "temporada". Temporadas altas, temporadas bajas. Hasta el momento le cedemos el espacio informativo a las voces preocupadas del sector turístico, el aeronáutico, la automoción, la hostelería, etc. Son los de temporada veraniega: mucho movimiento, mucho viaje, mucho consumo, mucho ocio.
Desde el principio hubo la idea, luego la esperanza, de que esto del coronavirus se acabaría en unas pocas semanas, después en unos pocos meses, después "antes del verano". El "verano" es una frontera psicológica, económica y vital en nuestro país.


En estos días, vemos la impaciencia de las personas del sector, las que esperan que cada fin de semana antes de julio se les llenen terrazas, discotecas, chiringuitos, playas, piscinas y todo ese paquete de espacios y acciones que se supone que deben tener lugar entre mediados de junio y mediados de septiembre. Después se cuenta en términos de "puentes" y "vacaciones". Todos ellos manifiestan su preocupación por el inmediato presente y, cómo no, por el futuro.
No veo mucha reflexión sobre los alarmantes datos internacionales que apuntan a España como el país más afectado por esta crisis. No sé si es que nos tienen manía, como dicen los niños, o si es que realmente nuestra economía es una gigantesca ficción morena de soles.
Del "¡como en España no se vive en ningún sitio!" hemos pasado al más atenuado, con sordina y goteo al "¡en España no se puede vivir!". Estamos descubriendo que el modelo que tanto nos gustaba, pese a producir un empleo de bajísima calidad, precario y estacional, de no resolver las cifras enormes del paro español respecto a Europa, no es de futuro. O, si se prefiere, que no es un buen futuro. Bonito, sí; bueno, no.


Nos damos cuenta ahora, además, que hemos ido recortando en cuestiones que ahora nos vendrían muy bien, como la ciencia, la sanidad o la educación. Y lo pagamos todo a la vez de forma implacable. Este escrito no es contra el turismo, lo que sería absurdo, sino contra el profundo desequilibrio que nos ha creado.
Hablamos mucho del futuro, pero de forma engañosa. Seguimos preocupados por la temporada y no por cómo deberíamos aprovechar para rediseñarnos. Otros países lo hicieron hace tiempo, apostando por un futuro digno de ese nombre y no por el modelo más pobre de todos, el que nos convierte en el chiringuito de los hacendosos países del norte, que nunca han tenido demasiado interés en tener un sur competitivo. Ellos "trabajan", según su propia percepción, y nosotros somos su lugar de esparcimiento;  nuestro trabajo es que estén entretenidos y regresen contentos, bailados y morenos.


Hay otra España más allá del turismo. Pero, según nos muestran los medios audiovisuales, lo único que parece importante es llenar terrazas, bares, restaurantes, hoteles y playas. Es deprimente ver esta centralidad en nuestra vida, esa falta de modelos de referencia para el futuro, que se debe pensar en términos nuevos.
Pero carecemos de ilusionantes y tenemos demasiados ilusionistas. Se echa de menos una clase política con menos mal ejemplo, más educada e ilustrada, comprometida con la educación como motor,  que esta sirva de algo, que se traduzca en un bien para el país. Su ejemplo, en cambio, es nefasto, de una pobreza de alma que espanta, de una enorme falta de miras.
Se echa de menos una clase intelectual realmente comprometida con el país y su futuro, que le diga las verdades, se enfrente a sus vicios y proponga sueños colectivos, que nos levante el ánimo y el ego. Pero nuestras universidades e instituciones se han empeñado en cortar la comunicación con la sociedad. Hoy solo se valora en la universidad la comunicación entre pares; lo demás se penaliza. Hace falta más luz sobre la Cultura, sobre el conocimiento, sobre la Ciencia.


Carecemos, salvo excepciones honrosas, de programas de cultura, de literatura, de teatro, de historia. La cultura ha desaparecido en medio de la zafiedad mediática más irritante. Los debates de altura han sido sustituidos por las grescas políticas en todos los niveles. Las industrial culturales son cada vez más industrial y menos culturales. Vender, no educar, formar. Pero la educación es infravalorada en un país que cree no necesitarla para lo que hace. Así nos va.
El empobrecimiento cultural es preocupante desde hace muchos años, pero ¿para qué hacer pensar a la gente, no ya en el "futuro", sino simplemente "pensar"? Es en las crisis cuando se deben dar respuestas. Nosotros solo respondemos con algún eslogan desarrollado por los nuevos comunicadores, inventores de frases ingeniosas o discursos aceptables.
El futuro más allá del verano es un gran agujero. No sabemos qué va a ocurrir con muchos sectores, uno esencial, la enseñanza. No sabemos cómo nos van a dejar de expuestos y debilitados los excesos consentidos del verano, que ya se contabilizan con rebrotes y que vivirá una prueba de fuego. Hemos pasado de contagiarnos en los funerales a contagiarnos en los cumpleaños y barbacoas. Las buenas causas cambian cuando ya todo es esencial.
Pero habrá que pensar en el futuro. Es lo que hay después del verano.


lunes, 29 de junio de 2020

Trump será recordado (o difícilmente olvidado)

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En estados Unidos ya no saben qué hacer para obtener un mínimo sentido de la realidad por parte del presidente Trump. Pero cuanto más se le dice a Trump, mayor es su negación, sus promesas de próximas "sorpresas" o manifestación de milagros.
Trump ha usado la visita del presidente polaco y sus recepción en la Casa Blanca como un "acto de normalidad", para hacer creer que todo ha pasado. Sin embargo lo que los norteamericanos se encuentran cada día es algo muy distinto, con cifras crecientes en más de treinta estados, manteniéndose en 10 y descendiendo solo en dos. Es un panorama muy distinto al que el dúo Trump Pence quiere mostrar a los ciudadanos.
Las mentiras de Trump siempre son dañinas, pero en este caso la situación está desbordando los límites de la cordura. Un presidente acostumbrado a falsear lo que hiciera falta se enfrenta ahora a uno de los peores casos de negligencia criminal vistos en la historia de los Estados Unidos. Llamar negligente a Trump es quedarse corto. Todas sus maniobras han fallado y se han mostrado contraproducentes para frenar la expansión del virus. Alentados por sus políticas, los gobernadores de muchos estados le han creído y ahora se encuentran enfrentados a una realidad que no pueden esconder ni disfrazar.
En la CNN leemos a Stephen Collinson:

Health experts, whose predictions about the course of the virus and the consequences of reopening states have proven to be far more accurate than those of the White House, increasingly appear to be despairing about what is about to unfold.
Dr. Leana Wen, an emergency physician and visiting professor at George Washington University's Milken School of Public Health, warned that the sacrifices made by millions of Americans who lost jobs in lockdowns designed to flatten the curve of infections and ease pressure on hospitals were being squandered.
"Unfortunately, we reopened too soon," Wen told CNN's Don Lemon on Tuesday night. "We also reopened also in not the safest way possible and now we are seeing these surges all across the country. We are basically back to where New York was back in March except that this time I don't think there is the political will and the public support to have these shutdowns to be able to control this virus from really surging out of control."*



Recordar el estado en que se encontraba Nueva York es evocar el peor escenario alcanzado. Sin embargo, pasado el tiempo, muchos estados se dirigen directamente a escenarios de contagio y muerte cuyo tope es casi imposible imaginar. Si el corononavirus no se frena con medidas, no se parará. Los contagios seguirán aumentando y con él las muertes. De poco sirve camuflar los números con porcentajes o expresando  tecnicismos. Cada número es una muerte, esas que recogen en pantalla o en la prensa en cada actualización.
El titular de hoy mismo en la CNN, firmado por Stephen Collinson y Caitlin Wu es muy expresivo: "The world isn't laughing at America -- it's pitying us". El titular muestra una realidad ante el espanto de las cifras norteamericanas y, sobre todo, ante la visión de los efectos demoledores del partidismo, la ignorancia y la soberbia presidencial, transmitidas a una parte del pueblo norteamericano que las blande con un incomprensible orgullo. 


No, Trump no ha hecho a América "más grande", en realidad la ha hundido hasta niveles de auténtica lástima. No son los misiles ni los satélites, no son los portaaviones ni las sanciones a terceros, no son las retiradas de las instituciones o los insultos y gracietas desde un tuit. No. Trump lo ha pisoteado todo y ha hecho bueno el eslogan del 1984 de George Orwell, "la ignorancia es la fuerza". Trump es una versión liberal de la paradoja orwelliana, lo que ha permitido ver que es la ignorancia el gran peligro. Lo mismo ocurre con los otros dos principios orwellianos, "la libertad es la esclavitud" y "la guerra es la paz". Pero es la ignorancia la que nos lleva a la aceptación de los otros dos, dándolos por buenos.
Da miedo pensar en una reelección de Donald Trump. Si el pueblo norteamericano refrenda lo que ha hecho, la piedad no será la actitud que reine en el marco internacional. Dicen que todos los gobernantes sienten el deseo de ser recordados, por lo que tratan de dejar alguna obra que quede. Trump no tiene ese problema, la obra ya la ha dejado. Y será difícil que la Historia se olvide de su mandato y de sus resultados nefastos.


* Stephen Collinson "Trump is not just in denial but also indifferent to an unfolding American tragedy" CNN 25/06/2020 https://edition.cnn.com/2020/06/25/politics/donald-trump-coronavirus-indifference/index.html
** Stephen Collinson y Caitlin Wu "The world isn't laughing at America -- it's pitying us" CNN 29/06/2020 https://edition.cnn.com/2020/06/28/world/meanwhile-in-america-june-26-intl/index.html





domingo, 28 de junio de 2020

El marcado paciente cero

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Parece que algunos clasifican a los virus en función de las personas en que se alojan. Están los benditos virus de los turistas y los malditos virus de los inmigrantes, según las estimaciones de los casos.
Hace poco más de un mes, la gente de los pueblos blindaba los accesos y construían auténticas barricadas para que nadie accediera. El terror les llevó a volverse huraños y "localistas", por decirlo así. Todo lo que venía de fuera era malo, especialmente si venía de Madrid, la madre de la epidemia en España. Los temores a ser contagiados o, peor, a ser contagiados y que alguien hubiera ocupado su cama en la UCI del hospital de su provincia y no tuvieran donde ser tratados, muriendo finalmente sobre el empedrado de alguna bonita calle de su pueblo, bautizada con el nombre de algún prócer, algún producto típico, santa o santo, o quizá de alguna virtud.
Esos pueblos que se blindaron entonces, ahora ven languidecer sus terracitas a la espera de los mismos turistas que antes rechazaban. Donde había malas caras, amenazas y dedos señalando junto al agente de la Policía Municipal, ahora todos son sonrisas y campanas de la vieja iglesia románica del pueblo (¡que no hay que dejar de visitar!) al vuelo.
La llegada de la "santa normalidad" veraniega todo lo borra olvidando el salpicón de rebrotes que va cubriendo nuestra piel de toro. ¡Pelillos a la mar! ¡Willkommen, Bienvenue, Welcome!


Pero la cosa no podía quedar en esta generosa aceptación de que los seres humanos dotados de VISA pueden ser imperfectos o estar contagiados de forma involuntaria. La contrapartida informativa la tienen aquellos casos en los que el contagiado ha llegado en patera o cualquier otro medio similar.
Entonces cambia todo. Es el caso de lo ocurrido en la población extremeña de Navalmoral, en donde se "identifica" y se responsabilizada a un "inmigrante", de cuyo "paradero desconocido" y la existencia de una "orden de busca" se lleva comentando en diferentes tonos en los medios y con preocupantes reacciones en las redes sociales.
De ello y de la percepción del pueblo extremeño nos da cuenta Pablo León en el diario El País:

“Ha habido una campaña virtual de propaganda para incitar al odio”, resume Raquel Medina, alcaldesa socialista de 47 años que renovó mandato en las últimas elecciones. Defiende que está al frente de una localidad “abierta y diversa”. Leticia Serrano, que regenta una peluquería en el municipio, apunta: “Se han dicho muchas cosas. Y se ha achacado toda la responsabilidad a este hombre, pero a Navalmoral, desde que nos desconfinamos, ha venido mucha gente”. En la localidad hay una veintena de positivos, pero solo nueve provienen del entorno del denominado paciente cero.*



Llamar a alguien "paciente cero", con cerca de diez millones de contagiados por el mundo, no deja de ser una humorada. Lo del "paciente cero", además, es una forma de estigmatización. ¿Cómo entienden muchas personas este término? Pese a su complejidad intelectual, el cero (un gran invento de la India, lugar de extraordinarios matemáticos), tiene un sentido negativo ("ser un cero a la izquierda" decimos), pero sobre todo indica que no hay "nadie" antes, algo rigurosa y escandalosamente falso. Es uno de esos términos que a los medios les gusta usar porque muestran cierta "competencia" y que se acaban volviendo peligrosos, y más en casos como estos. Ser "paciente cero" es separarte de los otros infectados y creer que es el causante de todo. Ese "todo" es variable y amplificado a todos los daños que queramos responsabilizar al señalado. Si, además, se indicas una "nacionalidad" como identificación, automáticamente convierte en sospechosos a todos los que lo sean o lo parezcan.


Tiene motivos la alcaldesa para preocuparse por el buen nombre de su pueblo y por el roto clima de convivencia. También lo tiene sobre los intereses en que esto sea así, en sembrar el odio por las calles y, más allá, usarlo como ejemplo en otros lares.
La desinformación actúa en forma cizañera, sembrando la discordia:

Ese fenómeno de dispersión de rumores que cuenta que ha ocurrido en la peluquería de Serrano se ha multiplicado en las redes sociales. “Llevo un grupo de Facebook con más de 7.000 seguidores y lo he cerrado hace dos días”, explica María Ruiz, de 37 años. De manera temporal, ha clausurado a comentarios el foro “Navalmoral qué me narras”, que creó hace seis años. “Los vecinos estaban enfrentándose entre ellos, discutiendo. Dije: no. Este grupo no se creó para generar conflictos, sino para que la gente compartiese”, explica Ruiz, que considera que hay “grupos e intereses políticos en hacer ruido con este tema”. No lo dice, pero hace referencia al entorno de la extrema derecha en la localidad.*

Pero el conflicto es ya el aire que respiramos, el agua de la pecera que nadie limpia y se va oscureciendo hasta que los peces mueren. La porquería se acumula, acaba cegándote e impidiéndote respirar.


Las minorías radicales tienen un aspecto en común: todas usan la información, un medio muy barato, para expandirse. Para ello esparcen desinformación, rumores, bulos, siembran la duda y están con la red preparada para sacar al pez medio muerto de miedo, enemistado, irritado, radicalizado a fuerza de discutir. Sabia la decisión de clausurar la página de Facebook para evitar los conflictos. Si se deja un foro abierto, estos manipuladores lo usan para sembrar la discordia. El propio sistema va expulsando así a los que se exceden y rompen la convivencia. Fuera les esperan con los brazos abiertos, para acogerlos en el nuevo rebaño, aquel en el que se realimentarán con otros como ellos. Ellos mismos se irán situando selectivamente en su nivel de ira y acción.
Cada vez se hace más difícil la convivencia ante el crecimiento de la agresividad. Los foros públicos ya no son la plaza del pueblo o el viejo casino. Son lugares en los que se te puede crucificar socialmente, hundir tu vida. Lo vemos en los casos de acoso escolar o laboral y mucho más allá.


El caso de Navalmoral muestra los síntomas de todo lo peor que estamos viviendo en estos tiempo de pandemias y bulos, de coronavirus y populismos agresivos, de racismo y acosadores. Sí, hay muchos dispuestos a hacer ruido en este tema o en todos aquellos que les permitan ganar espacio y estigmatizar a otros.
Estamos viviendo en un sistema en el que es cada vez más difícil convivir. La intransigencia crece ya sea por la piel, la religión o el género. Hay una ira cada vez más difícil de contener y, sin embargo, más fácil de justificar para muchos. La ira puede provenir de ayer o de hace dos mil años, da igual porque cualquier punto de la Historia es bueno para justificar la violencia, la discriminación y el odio. El coronavirus, el COVID-19, es solo la excusa para que salga lo latente, lo que está ahí encerrado a presión, queriendo hacer volar la convivencia. Lo que supura por esta herida es el viejo racismo que no desperdicia ocasión.
Puede que encontremos una vacuna contra el COVID-19, pero no creo que lo hagamos para el odio, el resentimiento, la discriminación, la amargura en la que muchos parecen querer vivir eternamente.


* Pablo León "Mentiras y racismo tras el rebrote de Navalmoral" El País 28/06/2020 https://elpais.com/sociedad/2020-06-27/mentiras-y-racismo-tras-el-rebrote-de-navalmoral.html




sábado, 27 de junio de 2020

Las cortinas de humo de Trump no esconden el desastre norteamericano

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En la BBC, Mike Hills se preguntaba desde los titulares "Coronavirus: Is the pandemic getting worse in the US?", algo que parece que algunos siguen discutiendo pese a las evidencias de ser así. No hay duda razonable: la situación en los Estados Unidos empeora. Y lo extraño sería que mejorara con las medidas tomadas y las que se han dejado sin tomar.
En Estados Unidos ha ocurrido —probablemente— lo peor que podía ocurrir en el momento menos oportuno: la politización del coronavirus desde el inicio. El responsable —¡cómo no!— ha sido el presidente Trump, cuyo narcisismo le llevó a enfatizar primero que el virus nunca llegaría a Estados Unidos, después que si llegaba estaría controlado, para más tarde decir que era un invento de la prensa liberal e izquierdista con los traidores demócratas, y finalmente responsabilizar a China, al igual que la había felicitado al inicio.


La politización del coronavirus ha tenido dos momentos clave. El primero ha sido poner al frente a su propio vicepresidente, una jugada con la que pretendía controlar políticamente la gestión y después pensar ingenuamente que si el asunto estallaba él estaría protegido. Pero, como era previsible, la gente se preguntó "¿qué diablos sabe el pulcro Mike Pence de esto del coronavirus y las pandemias?" Y tenían razón. Por eso el impaciente Trump decidió dar el salto protagonista confiando en su "carisma" ante sus seguidores. Las declaraciones sobre la ingestión de desinfectantes o el uso de luces internamente para la desinfección como geniales intuiciones expresadas en público por el incontinente Trump mostraron al mundo lo poco bueno que podían esperar del presidente.


El segundo aspecto importante desde la perspectiva política han sido los ataques a la Organización Mundial de la Salud, a la que acusó de estar "vendida a China" y amenazó con cortar las subvenciones a la organización y salir de ella. Cuando más se necesitaba la coordinación mundial Trump deshacía los organismos capaces de dejarle en evidencia señalando lo nefastas (cuando no ridículas) políticas seguidas.
Muchos norteamericanos —y no han sido los únicos— han confundido las libertades con la supervivencia. Contagiarse o no, no es una cuestión de libertad. Podemos debatir el derecho al suicidio, el tema más interesante según Camus, pero el hecho de que se trate de contagiar a los demás elimina mi capacidad (o derecho) de infectar a otros, voluntaria o involuntariamente. Estoy obligado moralmente a proteger a los demás porque mi decisión les afecta.
Sin embargo, si no se quiere ver este principio, se organiza el caos que ahora mismo tienen los Estados Unidos, con liderazgo o con su falta de ellos en todos los órdenes. Desde el "Jesús es mi vacuna" hasta "los viejos debemos sacrificarnos por el futuro de los jóvenes", pasando por "es mi libre decisión", cada uno ha mantenido sus principios en algo que no puede ser llamo "individualismo" sino más bien estupidez fragmentada.


Lo sorprendente es cómo la visión política se ha seguido manteniendo por encima de los hechos básicos como es la salud y la supervivencia. Todo está híper politizado y en gran medida lo está por la acción de Donald Trump desde la Casa Blanca a lo largo de todo su mandato.
Mike Hills señala en su artículo que el crecimiento de los casos en los Estados Unidos, el empeoramiento de la situación, es un hecho, que los números no engañan. Señala algo más:

[...] the top US health official for infectious diseases, Anthony Fauci, sees the current situation as a continuation of the initial outbreaks.
"People keep talking about a second wave," he told a reporter recently. "We're still in a first wave."*


Esto es importante porque estamos aplicando a los fenómenos naturales metáforas conceptuales que es probable que nos están impidiendo ver la verdadera realidad de la situación al estructurar nuestra percepción de los fenómenos y nuestras interpretaciones sobre estas.
Pensar en términos de "segunda ola" puede hacer creer que se detuvo una primera. Sin embargo, eso no es más que una forma de estructurar la realidad. "Curvas", "olas", "aplanamientos", "escaladas", "desescaladas"... y la favorita, "nueva normalidad", pueden convertirse en formas de ocultación o de malas interpretaciones.
Ahora insisten muchos expertos en que el virus no se había ido a ninguna parte, que ha estado ahí, simplemente esperando a que se le acercara más gente que lo transportara. Un solo contagiado es suficiente para que se inicie la expansión. Hay que tener cuidado con las metáforas porque si no se afina bien, ocultan tanto como revelan. Y muchos las han interpretado de forma muy propicia a sus intereses o deseos. La cruda realidad de los nuevos contagios está ahí, los llamemos como los queramos llamar.


La administración de los Estados Unidos se enfrentó mal al coronavirus dándole una especie de valor simbólico. Al coronavirus le daba igual la nacionalidad del infectado, algo que a los contagiados parece importarles mucho. Los brotes de racismo asociado a la pandemia son muchos.
La Vanguardia de ayer incluía un artículo titulado , en el que señalaba:

Donald Trump, según el presidente Donald Trump, “es la persona menos racista con la que te hayas encontrado jamás”.
Los hechos no parecen darle la razón. Después de pasarse semanas elogiando el esfuerzo y la transparencia de Xi Jinping en la lucha contra el coronavirus, Trump descubrió que la Covid-19, enfermedad que había ninguneado, se lo llevaba por delante y que necesitaba un enemigo al que culpar.
A partir de ahí empezó a hablar del “virus de China” o “el virus de Wuhan”. Ahora ha incorporado la versión más despectiva de Kung (artes marciales chinas) Flu (gripe). Este término lo utilizó por primera vez en un acto de campaña en su aparición el pasado sábado en Tulsa (Oklahoma) y provocó una condena por ser considerado un insulto racista contra los estadounidenses de origen asiático.
Tres días después, en el acto del martes ante unos 3.000 jóvenes en Phoenix (Arizona), Trump volvió a echarle la culpa al “virus de Chinaaaa”. Pero la concurrencia empezó a corear el Kung flu.
Trump se hizo eco de esas voces. “ Kung flu, yeah”, repitió desde el escenario para delirio de los presentes. Esa expresión, rechazada hace escasos tres meses por asesores de la Casa Blanca, ya se ha convertido en el último grito de guerra para el trumpismo.
“Es escalofriante ver a una multitud insultante”, aseguró Chris Lu, que formó parte del gobierno Obama. “Ese deseo primitivo de obtener la afirmación de la multitud –prosiguió Lu en The Washington Post – tiene pésimas consecuencias para los asiáticos americanos, en especial para los niños. Es un chiste para él, pero no lo es para nosotros”.
Muchos asiáticos americanos como Lu han dado un toque de alerta sobre este lenguaje. Desde diversos sectores se acusa a Trump de ahondar aún más la división para su rédito electoral.
Por supuesto, el presidente no hizo ningún gesto para frenar el uso de ese lenguaje peyorativo.**


¿Le va a seguir funcionando la extensión del racismo vinculado al coronavirus? Pues puede que le funcione lo del "kung flu". Es la típica metáfora chistosa que le encanta a Trump y enloquece, como bien se describe, a sus seguidores.
Pero, lo más importante, es que es un gasto de ingenio que debería ser empleado en encontrar formas eficaces de combatir lo esencial, el virus y su expansión. Se desconoce si hay cifras sobre contagios producidos entre los asistentes a los mítines de Trump. Sabemos que la Casa Blanca ha tenido sus contagios, pero no sabemos nada de los seguidores del recorrido de Trump. Sí de algunos contagios entre el personal que organiza el rally presidencial en busca de aplausos.
Con todo esto, Estados Unidos ha mostrado al mundo su peor cara, que tiene los rasgos del trumpismo. El deterioro de su imagen internacional ya había comenzado antes de la pandemia, pero esta ha servido para mostrar la profunda división de la sociedad norteamericana, su incapacidad para enfrentarse a una amenaza que crece con sus propias acciones y omisiones. Puede afirmarse que el peor enemigo de los Estados Unidos está en su interior. Tiene nombre y efectos. La creación del caos político ha llevado a lo contrario de lo que se necesitaba, unidad, confianza y sentido común. Pero es justo lo que ha brillado por su ausencia. Los Estados Unidos son el espejo negativo en el que mirarse. Allí donde se ha imitado, como Brasil, el desastre es el mismo.
Los intentos racistas de enmascarar esta realidad o de echar la culpa a otros, ya sean países, partidos o instituciones internacionales, se muestran cada día más patéticos.

* Mike Hills "Coronavirus: Is the pandemic getting worse in the US?" 26/06/2020 https://www.bbc.com/news/world-us-canada-53088354
* Francesc Peiron "Trump arrecia la retórica racista por efecto de la Covid-19 y las encuestas" La Vanguardia 26/06/2020 https://www.lavanguardia.com/internacional/20200626/481953021785/trump-arrecia-retorica-racista-efecto-covid-19-encuestas.html

viernes, 26 de junio de 2020

El coronavirus, las patatas bravas y el consejo del experto

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En estos momentos estamos recibiendo dos mensajes institucionales distintos: quédate en casa, sal a la calle. Términos como "desescalada", "nueva normalidad", "confinamiento", "brotes" y "rebrotes", etc. se han convertido en manos de los comunicadores en una cosa y en las mentes de los receptores en otra. Los sentidos se han ido ajustando a diversas formas de interpretación del sentido, que es una construcción finalmente del que lo recibe. Yo digo, ellos interpretan. En esas interpretaciones, el significado está abierto al deseo, a la expectativa.
Es muy difícil controlar socialmente de forma unívoca los mensajes. Muchos más si ya de por sí se juega con la ambigüedad y se nos dice que está en la "responsabilidad" individual cómo actuar, como de hecho se nos está diciendo continuamente. Decir "sed responsables" es dejar un amplio margen de interpretación.
Pero ¿qué podemos hacer cuando los gobiernos son tan hipócritas como para decidir rebajar la "distancia social" de "dos metros" a "metro y medio", como lo ha hecho el británico hace unos días? ¿Qué pensar sobre este tipo de variables que solo fingen una falsa precisión para hacer creer que hay racionalidad tras la medida?


El mundo lleva suficiente tiempo con el coronavirus como para saber que las decisiones que se están tomando en la mayoría de los países no son más que brindis al sol para tratar de evitar el desastre económico social. Las noticias de los rebrotes así lo demuestran. Sabemos más del coronavirus, pero parece que hemos llegado a cierto tope de aprendizaje, nuestra curva se aplana y con más información aprendemos menos e, incluso, parece haber cierta saturación que induce al fatalismo de lo que tenga que pasar que pase. Eso se percibe hasta en la calle, en la gente que ignora las medidas elementales.
Leo ahora en La Vanguardia la pregunta que hacen al experto:

¿Es peligroso compartir unas bravas en un bar debido a la Covid-19? "
Axxxx Rxxxx
Lector

Lo más peligroso de compartir unas tapas es estar cerca de otras personas. Vamos, que si una de las personas con las que estamos comiendo está infectada hay muchas más probabilidades de que te transmita la coronavirus vía aérea que no por pinchar del mismo plato. Obviamente, tenemos que minimizar riesgos e intentar no compartir comida.
Justo el ejemplo que nos pones de las bravas no es el más peligroso, dado que las personas pinchamos las diferentes patatas que nos vamos a tomar cada una. Aquí habría que prestar especial atención a las salsas, un típico foco de transmisión de microorganismos cuando comemos con otra gente.
Pero insisto, mucho más cuidado y precaución con la transmisión vía aérea, respetad del uso de la mascarilla y la distancia entre personas.*


El hecho de producirse la pregunta es ya desconcertante. El sentido común de la respuesta no oculta que la pregunta busca una confirmación del acto en sí. ¿Cómo lo ha interpretado la respuesta el lector en este caso? La información institucional se preocuparía por el total del aforo y el porcentaje permitido, la distancia social con las otras mesas, si los que comparten el plato son de la misma unidad familiar, de si se ha desinfectado la cocina adecuadamente, etc. Pero el hecho cierto es que compartir un plato (de patatas bravas) depende solo de si alguno de los que están cerca está infectado. Y eso, desgraciadamente, no se sabe a primera vista.
Ahora se nos dice —increíblemente— que la toma de temperatura no detecta todos los casos y que, además, da muchos falsos positivos. Esto se nos dice para justificar que no se moleste a los turistas, que son tan necesarios, y se coman las bravas, las gambas y las lonchitas de jamón, que bailen y beban, se abracen cuanto quieran y se bañen con tranquilidad.
En estos siglos insufriblemente largos que vivimos, hubo un tiempo terrible en el que se nos decía que no era necesario llevar mascarilla. Las mascarillas las compraban los ciudadanos chinos residentes en España siguiendo las indicaciones que les llegaban desde su país para que no se las quitaran al ver el comportamiento escandaloso de los españoles en las imágenes de televisión que les llegaban.  Como los fotógrafos necesitaban imágenes claras de la pandemia, fotografiaban a quienes las llevaban, que eran siempre —¡qué casualidad!— asiáticos, fueran las imágenes tomadas en Londres o en Valencia. Los demás, siguiendo las instrucciones de sus expertos nacionales, no las llevábamos por inútiles o porque, como dijo el ministro Illa, no se puede exigir lo que no hay. El argumento para no llevar mascarilla, finalmente, es que las pocas que había las necesitaban los sanitarios. Aun así, España es el país con más personal sanitario infectado. Los hemos visto haciendo trajes con bolsas de basura como protección.


Ahora, en cambio, la mascarilla es imprescindible porque se nos pide que salgamos a la calle, vayamos a trabajar, empiecen las escuelas, vayamos a la iglesia, al fútbol, al teatro, a los gimnasios..., que, en fin, vayamos a la "nueva normalidad", que se parece mucho a la normalidad de siempre, a la vieja. Se nos dan normas para encubrir una realidad dura: el coronavirus sigue ahí. En vez de prometer "sangre, sudor y lágrimas", como Churchill, nos prometen una normalidad que se agota a los primeros síntomas de la enfermada, con cierre de negocios, escuelas, torneos. ¿Cuál era la "nueva normalidad" de Djokovic y sus amigos?
Volvamos a la pregunta inicial, ¿está funcionando la comunicación; son útiles los mensajes que se nos dan destinados sobre todo a vender una imagen de seguridad hacia el exterior, a recuperar la actividad social interior? Mucho me temo que no.
El "quédate en casa" está ya socialmente en el olvido. Solo aquellos que pueden mantenerse en casa por su tipo de trabajo, su falta de trabajo o el final de su vida laboral pueden hacerlo. A los demás se les dice que vayan a la calle, a sus trabajos, a sus lugares de ocio... con cuidado. Mientras no haya vacuna, hay poco más que hacer que estar vigilantes y ser responsables.


Si solo fuera así, sería sencillo. Pero se trata de una epidemia. El problema no son las "bravas", sino con quién te las comes. Y en esto el virus lleva las de ganar. La naturaleza le ha dotado de herramientas poderosas: puede entrar en un organismo y contagiar antes de mostrar síntomas que lo hicieran detectable o puede ser transportado por los asintomáticos. Si todos nos pusiéramos azules treinta segundos después de ser contagiados, todo sería sencillo. Pero no es así.
En estos términos y a la espera de una vacuna (no de un tratamiento), todos somos potencialmente peligrosos para los demás. Sabiéndolo o sin saberlo, somos el vehículo del coronavirus. Lo duro es entender que esa figura amigable y querida —un padre, una madre, unos hijos, unos nietos, amigos...— tienen en su interior el coronavirus a la espera de un abrazo, un beso, un apretón de manos... unas bravas.
Amor, afecto, deseo... son fuerzas poderosas que nos atraen desde la naturaleza propia. Son más fuertes a través de las emociones que el pensamiento racional, como nos apuntan desde hace algún tiempo los neurocientíficos y desde hace mucho los filósofos.


El coronavirus ha aprovechado un animal sociable y confiado, al que le cuesta pensar en lo que no ve o lo transforma en mito; un animal tan inteligente que ha inventado en su evolución el autoengaño y la imaginación para no privarse de lo que le gusta, ocultar lo que no le gusta y olvidarse de todo lo demás. El coronavirus eligió bien, la mejor opción disponible sobre el planeta: un animal sociable y rápido, vanidoso por el conocimiento y confiado.
Hay que cambiar de nuevo los argumentos, la comunicación, las estrategias, las medidas. Los rebrotes en cuanto se ha relajado el confinamiento así lo aconsejan. Nuestras bizantinas y grotescas discusiones sobre la casuística, como las bravas, muestran que pese a todo lo dicho, solo retenemos lo que nos interesa y aprendemos lo que nos gusta.
Podemos firmar acuerdos con otros países para no hacer cuarentena con los llegados de otros países. Todo es papel mojado desde el punto de vista sanitario. Lo veremos en poco tiempo, como se está viendo ahora con otros sectores que necesitamos y que ayudan a la transmisión. Seguiremos confinando pueblos o barrios, fábricas o albergues, aulas o teatros. Es cuestión de tiempo. De poco tiempo si no se toman las medidas preventivas o ni no se las toma en serio.


Los datos globales nos dan un rápido crecimiento de la pandemia en el mundo. El tiempo que tarda en haber un millón de contagios es mucho menor que hace unos meses. Antes se trataba de que no se colapsaran las UCI; ahora de que no se pare la vida económica. Los expertos de cada vez más áreas dan su visión. Si se prohíben las visitas a la residencias —la mayor fuente de los nuevos contagios en estos centros—, nos sale un experto a avisarnos que si no reciben visitas se deprimen. De acuerdo, elija: ¿muerto o deprimido? De nuevo el recordatorio de que esto no es una decisión individual, que la irresponsabilidad la pagan otros, por más que sea la irresponsabilidad cariñosa de un beso o un abrazo.
Los medios parecen gustar de los reencuentros emotivos. Besos, abrazos, llantos por el reencuentro. ¡Muy bonito, pero peligroso, poco ejemplar! La realidad del dolor infinito, lo que no se nos muestra, de saber que has sido tú quien ha contagiado a tu padre, a tu hijo, a tu esposa, a tus amigos. Algunos testimonios me han llegado: é que he contagiado a tres personas y ahora tengo que vivir con ello.
Como país social y que vive de ello, España es más proclive a la transmisión, como ocurría con Italia. La forma de vida, la intensidad de la socialización del ocio, el gusto por la diversión en grupo, etc. son factores esenciales. Nuestra estructura económica está basada en eso, en tener más bares que toda Europa junta, las playas abarrotadas, tomatinas, fallas y sanfermines... son nuestro trabajo. No tomarse esas bravas tiene algo de huelga.


Los expertos se quejan de que seremos los más perjudicados, pero no nos explican (o no quieren explicar) el por qué. No tiene mucho problema entenderlo si vemos que el mundo se va a mover menos, del turismo a las universidades. Se moverá menos por seguridad, por inseguridad y por empobrecimiento general por las pérdidas de empleo y reducción de las ganancias. Necesitamos mucho dinero para sostener el ocio, tanto chiringuito, un modelo barato e inexportable.
Se escuchan muchas quejas sobre lo mal que salimos de la crisis económica anterior y cómo nos afecta esta. Mientras no equilibremos y dependamos tanto del exterior, seguirá ocurriendo. Pero nadie le dice a los españolitos que el camino más fácil es el más peligroso cuando se modifica la situación y aumenta el riesgo. Las compañías aéreas lo están pagando, los hoteles lo están pagando.


Ahora se han puesto de moda los artículos sobre los efectos estresantes de las plataformas de videoconferencia. ¡Qué casualidad! Pero otros nos cantan sus bondades para la enseñanza ante el temor de lo que llega. De nuevo, ¡qué casualidad!
Al igual que cuando no había mascarillas no eran importantes, los metros de separación se transforma no sobre la distancia sobre la rentabilidad o no de mantenerla. Igual ocurre con los aforos, etc. La idea engañosa es que esas medidas, esas distancias, esos porcentajes realmente son útiles para la salud. Esto tarda más de la cuenta y las vacunas no llegan; por más que escuchemos los redobles de tambor que anuncian su llegada, no salta a la pista, bajo los focos.
Consejo: coma la bravas, pero cuidado con quién las comparte. Tenía razón el experto nutricionista. Aprendamos a ser celosos guardianes de nuestra seguridad, lo que implica relacionarnos de otra manera y excluir rápidamente a los que creen que esto no va con ellos.



* Aitor Sánchez"¿Es peligroso compartir unas bravas en un bar debido a la Covid-19?" La Vanguardia 26/06/2020 https://www.lavanguardia.com/comer/tendencias/20200626/7237/peligroso-compartir-bravas-bar-covid-coronavirus.html

jueves, 25 de junio de 2020

Tres malos ejemplos

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Los dos titulares que encabezan en este momento la página principal de la edición digital de La Vanguardia son "La UE cierra fronteras a estadounidenses, rusos y brasileños" y "Europa deja al desnudo el fracaso de la gestión de la pandemia en EE.UU.".  El COVID-19 es una máquina de laminar egos nacionales y narcisismos personales. Los tres países bajo vigilancia baten récords cada día en varios niveles, el de contagios y el de obcecación de sus dirigentes. Una referencia del mal ejemplo.
Si tras el tiempo transcurrido hay que tomar medidas contra los que no toman medias o las toman pero no se toman, es que algo falla en la dirección de los países. No es casual que estos tres países, con enorme peso internacional, tengan un tipo de dirigentes calcados, cuyo estilo de liderazgo excede el del tecnócrata o el del político tradicional y se adentre en las sendas místico-autoritarias de un Bolsonaro, pragmático-narcisistas de un Trump y nacional-personalistas de un Putin. Los tres se basan en un elemento común, la creación de un aura de invencibilidad que usan para promover una fe ciega que puede arrastrar a la muerte cantando. Sus personalidades autoritarias y la ausencia de autocrítica o rectificación, que perciben como una debilidad, son comunes.


La celebración de sus mítines u otros actos públicos tiene un efecto euforizante en sus seguidores ante la pandemia, que parecen conjugar. Nada motiva más que reunirse para echar por tierra todas las medidas de seguridad. Es claramente una forma de negación, por un lado, pero también de reafirmación comunal a la sombra del líder. La presencia de otros no se ve como un peligro, sino como una especie de acto de exorcismo colectivo. Hay algo (mucho) de primitivo en este planteamiento que nos lleva a los orígenes del líder tribal.


El comportamiento agresivo ante los que quieren defenderse del coronavirus mediante mascarillas, higiene o distanciamiento es una característica que suelen compartir sus fanáticos seguidores. Con fecha del 1 de mayo, Antena3 publicaba un breve texto sobre la presencia de Jair Bolsonaro en actos multitudinarios sin medida alguna de protección:

Jair Bolsonaro sigue en el centro de la polémica. El presidente de Brasil ha acudido a un acto militar en Porto Alegre, donde no ha dudado en abrazar y besar a un grupo de simpatizantes.
Bolsonaro, que ya consideró el coronavirus como una "gripecita", se dirigió a un grupo de ciudadanos que le gritaban "mito, mito, mito", sin ninguna protección ante el virus.
Al mismo tiempo, otro grupo de brasileños mantenían una cacerolada en la región brasileña para protestar contra la gestión de la crisis del covid-19 por parte del mandatario carioca.
Recientemente, tras ser preguntado por el aumento de muertes por coronavirus en Brasil, Bolsonaro contestó así: "¿Y qué? Lo lamento, pero ¿qué quieren que haga?".*



Ese grito de "mito, mito, mito" lanzado por los seguidores es revelador del clima creado por los seguidores negacionistas. No se sabe bien cuántos muertos son necesarios para dejar de negar o abandonar teorías extrañas. La respuesta dada por Bolsonaro es, igualmente, una señal del planteamiento realizado, esta especie de fatalidad, de juego social de la ruleta rusa en la que cada uno, cuestión del destino, cuando le toca, le toca.
No es casual que hay una manipulación religiosa en paralelo en los tres casos comentados. La idea de "Dios lo ha querido" parece exonerar de responsabilidad a los dirigentes, como bien muestra la respuesta del "¿y qué?" o "¿qué quieren que yo le haga?", palabras que viniendo de un político —del presidente de un país— no dejan de ser sorprendentes.
El mismo mecanismo es planteado por el Estado Islámico; es la voluntad de Dios. Solo hay aceptación de su voluntad, de la fatalidad o fortuna. Cuando se piensa que todo está escrito es difícil que la gente acepte resistirse a lo que supuestamente le espera. Aquí comentamos el caso del islamista egipcio que desde los Estados Unidos pedía a través de YouTube que se aceptara la enfermedad como un arma que Dios te daba para que fueras a contagiar, mediante abrazos o toses, a los enemigos.


A las cifras escandalosas de los Estados Unidos, Brasil y Rusia hay que añadir la actitud escandalosa que supone, el soporte ideológico y personalista que hay detrás. Los gobiernos se pueden equivocar en las medidas, pero lo que no pueden es negar el problema. Es el "¿y qué?". Lo que "no se puede resolver" no es un "problema", es solo destino puro.
Sin embargo, esa es la gran mentira que se transmite, convirtiendo la incapacidad en imposibilidad. El COVID-19 ha sido y es una de esas pruebas de resistencia a las que se somete a múltiples objetos antes de ponerlos a la venta. Unos países han resistido mejor que otros. Se han mostrados las fortalezas y también las debilidades de los sectores implicados, que han sido prácticamente todos.
La BBC se molestó a mediados de mayo en numerar los "7 errores" cometidos por Brasil y que le hace triste merecedor de récords en Suramérica. El error número cuatro está dedicado en exclusiva a Bolsonaro, "La confusa actitud del presidente", en donde el término "confuso" es demasiado suave para lo que se cuenta después:

Desde el comienzo de la pandemia en Brasil, el presidente Jair Bolsonaro ha ignorado abiertamente las reglas de distanciamiento social, alentando, participando e incluso causando aglomeraciones en la capital federal.
El 15 de marzo, cuando el Ministerio de Salud recomendó evitar las multitudes y la Organización Mundial de la Salud (OMS) ya había recomendado el asilamiento social, Bolsonaro celebró en su cuenta de Twitter los actos que ocurrían en todo el país, después de negar que él los hubiera convocado.
Llamó al covid-19 "gripezinha" (una gripecita), minimizando la enfermedad en la televisión nacional el 24 de marzo.
El 29 de marzo, el día después de que el ahora exministro Mandetta abogara por el aislamiento social y recomendara que la gente no saliera a la calle, Bolsonaro dio un paseo por varias partes de Brasilia.
Entró en una farmacia y una panadería, causando una aglomeración y tomándose fotos con sus seguidores, entre ellos, personas mayores de 60 años, parte del grupo de riesgo de coronavirus.
Después de eso, en otras dos ocasiones, los días 9 y 10 de abril, volvió a caminar en Brasilia, causando otra concentración de multitudes y abrazándose y estrechándose la mano con sus partidarios.
La postura del presidente no contribuyó a fomentar el aislamiento social de la población brasileña.
El presidente también participó en una manifestación. El 19 de abril, respaldó y estuvo presente en una protesta con pancartas que llamaban al cierre del Congreso y la Corte Suprema. El presidente incluso habló en la manifestación.
Una de sus últimas apariciones violando claramente las recomendaciones de la OMS y su propio Ministerio de Salud fue el domingo 3 de mayo, cuando fue a la rampa del Palacio de Planalto para hablar con sus partidarios. Sin mascarilla protectora y sin respetar el distanciamiento social, puso niños en su regazo para tomar fotos.
Además, desde el comienzo de la pandemia, el presidente ha estado haciendo una serie de declaraciones minimizando la enfermedad causada por el coronavirus y rechazando las medidas para contener su propagación en todo Brasil. "¿Y qué? Lo siento. ¿Qué quieres que haga?", declaró cuando el país pasó el umbral de los 5.000 muertos, hace unas semanas.
"Es un gran perjuicio e influye mucho en la población", opina Stucchi.
"Por un lado, vemos noticias en la televisión sobre la pandemia, sobre el coronavirus. Por otro lado, vemos al presidente dando besos, abrazos, caminando sin máscara y atrayendo multitudes", dice, comparando la actitud del presidente brasileño con la de la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Arden, y sus pronunciamientos sobre el coronavirus y la importancia de la distancia social.
Para ella, "la postura del presidente ha obstaculizado el trabajo de todos los que intentan mostrar, en el área de la salud y la prensa, cuál es el camino que funcionó en otros lugares y qué es importante para controlar la transmisión".
"Ciertamente no es un camino a seguir con esta falta de ejemplo, esta lucha contracorriente que ha hecho el presidente", valora.**



Si tenemos en cuenta que esto se publicó hace más de un mes y que el siguiente "error", el número 5, también se vincula con Bolsonaro y su relación con los gobernadores, hay que reconocerle un nefasto protagonismo que hace inexplicable que siga besando niños y dando abrazos. Pero, ¿hasta qué punto ven como "errores" estos actos sus seguidores? Evidentemente, Bolsonaro y sus seguidores lo ven de otra manera. Ya sea gritando "mito" o ignorando las medidas por creerse tocados por alguna fuerza divina protectora, para ellos no existe el mismo escenario. Lo mismo ocurre en amplios grupos norteamericanos o en Rusia.
No deja de ser un "modelo", pero no el más adecuado. Es un mal ejemplo, por decirlo claramente. Los cambios de ministros de Sanidad han sido continuos; uno de ellos duró un mes. Y eso es parte de los problemas que hoy vive Brasil, con ministros que le dicen que sí al presidente o van a la calle.
No se puede negar que la preocupación actual va más allá de los dirigentes y se centra en el hartazgo, aburrimiento o rechazo social que una situación tan larga, que lo será mucho más previsiblemente. Por eso el mal ejemplo es un acelerador de las malas prácticas sociales. Cuando se dio la noticia del contagio de Boris Johnson, recibí un mensaje con una sola palabra: karma. No le deseo mal a nadie.


Deberíamos analizar más allá de los límites habituales de estudio del liderazgo esta nueva tropa de mesías del autoritarismo populista que contagian de cegueras adherentes a millones de personas.
Todo lo que se insista en que hay que aprender, rectificar, modificar, arreglar como  resultado de esta pandemia será siempre poco. Es lo único que podemos hacer por los miles de fallecidos, aprender para evitar que se repita.
Los cierres de las fronteras a los norteamericanos, brasileños y rusos, tal como se planteaba por parte de la UE, es el resultado de algo más que de la enfermedad. Es el miedo a premiar a los que no respetan las normas internacionales, a los que se han desmarcado en su mesianismo del conjunto en una pandemia claramente global.
Dicen bien en la BBC cuando señalan (el 7º error) que estos personajes suelen jugar con la proximidad de una vacuna o de un medicamento milagroso:

Las promesas de tratamientos que "curarían" el covid-19, la enfermedad causada por el coronavirus, también pueden haber dado la impresión de que el confinamiento obligatorio no era necesario, según los especialistas consultados.

La hidroxicloroquina, por ejemplo, fue anunciada por Bolsonaro como la solución de Brasil a la enfermedad. El presidente recomendó el uso de la droga, que aún no se ha demostrado científicamente que sea efectiva contra covid-19, en sus redes sociales e incluso en un comunicado en la radio y televisión nacional.
"Brasil y Estados Unidos han hecho un uso inapropiado de las promesas de tratamientos curativos y milagrosos. Esto significa que posiblemente muchas personas comenzarán a automedicarse y tardarán más en ir al hospital", señala Stucchi. "El uso político de la cloroquina fue perjudicial y puede haber tenido un impacto negativo en el aislamiento. La gente piensa que tiene una cura, un medicamento barato que cualquiera puede comprar, y que todo estará bien".




Más allá de la automedicación, el problema es sobre todo psicológico, de valoración diferente del riesgo que se asume en cada acción. Esto ocurre cuando se está jugando a favor de la ausencia de medidas. Por el contrario, si el gobierno trata de jugar a la contención, la promesa ayuda a intentar ver como que la situación restrictiva será pronto superada. El problema es que el uso de estas expectativas del milagro se vuelven contra quienes las usan.
El cierre de las fronteras no es ninguna injusticia. Lo han hecho todos los países como protección ante los que llegaban de zonas de alto contagio. Pero esto es algo más. La falta de medidas provoca el pánico en aquellos que sí tienen conciencia del peligro que se aíslan o se van como alternativas a la inacción sanitaria. Lo hemos visto ya y lo seguimos viendo en aquellas zonas en las que se huye a lugares más seguros.
Los que no tomaron medidas, no rectifican. Ahora les toca que sean los demás los que tomen medidas por ellos. esto es global y quien no lo entienda sufrirá doblemente los efectos, los del contagio en sí y las medidas defensivas que obligan a tomar a los demás.


Veremos cómo afecta al ego y a las relaciones entre países y si se abre una guerra en diversos frentes. Hay un peligro importante, el de condicionar a la reciprocidad los intercambios (lo que nos va a ocurrir con los británicos, con altos niveles de contagio y relajación de medidas, pero con peso importante en nuestro turismo). Vamos a ver qué ocurre en las fechas próximas que son decisivas para todos, en medio de los grandes llamamientos de la OMS a la cordura y con un verano peligroso.
Al final, Trump puede tener su muro, pero no como él esperaba. Más complicado es el caso de Brasil, con fronteras con muchos países y el de Rusia, igualmente, con fronteras con Europa y China, entre otros países. Todo se complica si hay quienes no avanzan. Tampoco podemos bajar la guardia y, desgraciadamente, lo estamos haciendo. Esperemos que no seamos un cuarto mal ejemplo y tengan que protegerse de nosotros.


* "Jair Bolsonaro desafía al coronavirus repartiendo besos y abrazos durante un acto militar en Brasil" Antena 3 Noticias 1/05/2020 https://www.antena3.com/noticias/mundo/jair-bolsonaro-desafia-coronavirus-repartiendo-besos-abrazos-acto-militar-brasil_202005015eac66db42a4c30001a77a5d.html