jueves, 30 de mayo de 2019

El teléfono como arma mortal

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
De nuevo otro caso para la reflexión y la prevención. Me refiero al caso del suicidio de la mujer de quien se difundieron a través de las redes sociales unas imágenes de carácter sexual y que han conducido a su suicidio.
Una vez más nos damos cuenta del poder destructivo que tenemos entre manos. Creo que no usamos el camino correcto cuando hablamos de ese genérico "redes sociales". Esto despersonaliza el acto en sí, una especie de Fuenteovejuna perversa y amoral que es capaz de recibir todo y redistribuirlo con círculos de duplicación, como una piedra lanzada al agua.
La tecnología es el soporte de la maldad humana, como el arma —del palo al misil— , el peligro puesto en manos de personas peligrosas. Sería bueno recordar cómo se percibía el ciberespacio en los años ochenta y noventa. Es en esta última década cuando se convierte en un espacio social abierto cuyo uso acaba siendo incontrolado. Los principales valores de las redes eran la libertad y la colaboración. La primera se percibía como una aspiración frente a los condicionamientos restrictivos del mundo y los poderes; la segunda como una manifestación de la solidaridad humana, la negación del egoísmo competitivo, primando el compartir. ¡Qué lejos, qué lástima!
Hemos entrado en este mundo sin pedagogía. Tampoco creo mucho en ella. Muchos de los grandes canallas han ido a los mejores colegios y universidades. La maldad es difícil de erradicar y la maldad aprovecha todos las herramientas a su alcance, de la carta anónima al mensaje viral. Después simplemente se busca la maldad socializada, la anónima, la que reenvía pensando que lo suyo es diversión mientras que lo de los demás es delito.
Un simple teléfono puede destruir una vida. El mismo acto que realizamos para mandar una felicitación de cumpleaños, quedar con los amigos, buscar una calle que no encontramos... puede acabar con una vida, con cualquier vida. La culpa no es del teléfono o de las redes, sino de nuestro deseo de hacer daño, por un lado, y el disfrute que a muchos les produce sumar a la ola anónima.
En la información de El País leemos:

"Creo que la gente no es consciente de lo que puede llegar a desencadenar lo que para ellos podía parecer una broma", ha comentado a EFE un trabajador. Algo en lo que coincide Andoni Anseán, el presidente de la Fundación Española para la Prevención del Suicidio y de la Sociedad Española de Suicidología: "Estamos muy lejos de ser sensibles al poder de las redes sociales, tan accesibles como peligrosas si son mal utilizadas, y no acabamos de medir la repercusión individual de estas acciones colectivas que, en muchos casos, son también ilegales".*


Creo que sí somos conscientes. Hay que dejar de usar la hipótesis de la gente mal informada. Hay que asumir que hay malas personas, personas que quieren hacer mal a otras. Si les preguntas a ellas te dirán que es solo un juego, pero es un juego de poder, un juego de violencia y dominación donde el objetivo es el daño. Lo vemos desde las páginas dedicadas a burlarse de los profesores a las que difunden imágenes de los ex como venganza, lo que parece ser ha sido el caso. Esperas a que esté casada y con dos hijos. Entonces difundes los vídeos de tu venganza. Demasiado tiempo incubando el mal para presentarlo como juego o reacción espontánea.
No dejan de ser sorprendentes algunos razonamientos jurídicos, como que :

[...] ni el autor de la difusión del vídeo ni quienes lo reenviaron podrán ser castigados por sexting (la difusión de imágenes y vídeos privados sin autorización de la persona afectada, aunque la víctima diera en su día su consentimiento a la grabación), porque es necesaria una denuncia de la víctima, que en este caso no existe. Para estos hechos, explica el experto en Derecho Digital Borja Adsuara, “se podría investigar como un delito contra la integridad moral, que son perseguibles de oficio por la Fiscalía; tanto la primera difusión del vídeo, que supuestamente hizo su expareja, como las sucesivas redifusiones, por sus compañeros de trabajo”.*

No preocupa más el nombre llamativo, el sexting (¡qué gran hallazgo!) que el hecho del suicidio en sí. Después de la moralina, "aunque la víctima diera en su día el consentimiento a la grabación", que siempre permite a una parte de la sociedad decir que "se lo buscó". Es el equivalente a la ropa en la violación, etc.
Los expertos, los técnicos son los que hablan hoy. Explican desde sus jergas porqué la gente se suicida, porqué falla la educación, la perspectiva laboral (ha sido entre sus compañeros), etc. Todo el artículo de El País es una concentración de ellos, una polifonía sobre el hecho del suicido, pero se nos escapa la maldad.


Es la explicación sencilla a la que muchos se resisten. Preferimos que se nos considere idiotas a malos. Sin embargo, hay mala gente. Sin duda. Y la mala gente hace cosas malas, ya sea en la presidencia de los Estados Unidos o en el café de la esquina. El potencial del mal de cada uno está en función de sus herramientas para extenderlo. Un simple teléfono tecleado es una máquina de matar cargada con la municiones más temibles, las palabras, las imágenes.
De todo lo que se lee se desprende una profunda hipocresía. Es fácil rasgarse las vestiduras cuando ya se ha producido la muerte. A las risas, bromas y burlas, le sigue el acto de contrición. La empresa diciendo que era una "cuestión personal" manifiesta impotencia e indiferencia. No puedo pararlo, no es mi caso. Los sindicatos pidiendo que se considere "accidente laboral"... Todo un despropósito porque no hemos asimilado que la maldad y un teléfono son ya un arma de destrucción de personas, de familias. Es tanto poder en un "send" que muchos no lo pueden dejar pasar. Como no podemos categorizarlo con claridad, será un caso más en unos días. Hasta que llegue el siguiente en un colegio, en una empresa en cualquier lado.
Es un caso de violencia. habrá que redefinir el concepto, porque el vídeo ha sido usado como un arma, con plena intención de hacer daño. Es acoso laboral y sexual, es violencia de género. Es venganza. Es machismo tecnológizado, frustración reprimida, impotencia destructiva. Lo misma misma maldad de siempre, pero más sofisticada, difundida  y dañina.
Ni el derecho ni la sociedad han sabido categorizar esto hasta el momento, darle un tratamiento justo. Solo ponerle nombres exóticos, neologismos ingeniosos. Plantearlo como el envío de un archivo que viola la privacidad, y no como la forma de destruir a una persona, no lleva muy lejos. Considerarlo un "accidente laboral" es distorsionarlo, aunque sea por la buena causa de la indemnización y el seguro. Considerarlo "violación de la intimidad" es reducirlo, ignorando la muerte como resultado. Habrá que afinar más para quedarnos con la conciencia tranquila.
"Todos tenemos la culpa", recoge ABC. No. Cada uno tiene la suya, personal, individual, intransferible. Y vivirá con ella. No hay Fuenteovejuna. 



* "La Fiscalía investiga el suicidio de una empleada de Iveco tras la difusión de un vídeo sexual" El País 29/07/2019 https://elpais.com/sociedad/2019/05/29/actualidad/1559112195_230127.html

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