jueves, 23 de mayo de 2019

A un paso de Soylent

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Algunos pasamos por la vida tratando de no molestar; otros tratan de hacerlo con su muerte. Según nos informa el diario El País hasta morir es ya una molestia medio ambiental. En las viejas películas y novelas policiacas, los asesinos tenían algún cadáver enterrado en el jardín y era una escena típica la Policía excavando en el jardín a la búsqueda de las víctimas del psicópata de turno.
Con el jocoso título "Compost humano para criar malvas", el diario nos muestra una fotografía de una señora que nos ofrece, con sus manos en forma de corazón, un puñado de no se sabe muy bien qué. La entradilla del artículo nos da un poco más d información para contextualizarlo todo: "Washington se convierte en el primer Estado que da vía libre a convertir los cadáveres en abono. La ley entrará en vigor en 2020".
Si hace unos días veíamos aquí cómo la ciudad de San Francisco era la primera en prohibir en su área el uso de programas de reconocimiento facial, ahora asistimos a otra forma "sensible" de tratar la perturbación humana del medio ambiente, forma en la que nos consideramos abiertamente. Hemos pasado de la especie dominante a la especie perturbadora no en un sentido existencial sino medio ambiental. Somos la piedra en el zapato de la creación.
El diario nos explica esta nueva conciencia económica ambiental, un equilibrio entre el ahorro exterior y el enriquecimiento interior, es decir, empresarial:

¿Existe un método más natural y respetuoso con el medioambiente que convertir los cadáveres humanos en compost, en tierra fértil y cerrar así el ciclo de la vida? El Estado de Washington, el primero en aprobar una ley que regula esa práctica, no tiene ninguna duda. Su gobernador, Jay Inslee, firmó el martes pasado la nueva norma que entrará en vigor el 1 de mayo de 2020. Las empresas autorizadas podrán acometer esta “reducción orgánica natural” que transforma un cuerpo, mezclándolo con otros productos como astillas de madera y paja, en unas dos carretillas de tierra fértil en unas semanas.
La idea de esta forma de descomponer los cadáveres como alternativa a la cremación y a los enterramientos convencionales surgió de Katrina Spade, que desarrolló el método durante su época de estudiante inspirándose en las técnicas usadas por los agricultores con sus cabañas ganaderas. En la página web de la empresa Recompose, de que Spade es fundadora y gerente, se explica cómo se introducirán los sin embalsamar en unos recipientes hexagonales reutilizables que, según una recreación, se asemeja a un gran panal. “Cuando el proceso haya terminado, las familias podrán llevarse a casa parte de la tierra producida y los jardines recordarán que la vida está interconectada”, explican. Todo ello con el máximo respeto, porque son conscientes de que para muchas personas “la muerte es un acontecimiento espiritual trascendental”.*


Debo reconocer que la jerga es atractiva. No hay negocio sin jerga, sin encontrar las metáforas adecuadas para presentar algo de toda la vida como algo nuevo y atractivo: "los sin embalsamar" es un hallazgo, como los "Walking Deads" y ya da pie a pensar en series en las que alguien logra la recuperación mediante alguna máquina diabólica. "Reducción orgánica natural" es otro hallazgo semántico. Antes lo hacía la Mafia con las bañeras de ácido, pero además del crimen estaba el crimen medioambiental, mucho más peligroso. ¿Qué hacías después con el "reducido"? El problema es similar al del qué hacemos con el aceite de nuestras freidoras cuando tenemos un "punto limpio" lejos o no tenemos ninguno.
Pronto las leyes discriminarán entre crímenes contaminantes y no contaminantes. No contaminar puede suponer una reducción de condena, mientras que haber perjudicado al medio ambiente (además de a la víctima) supondrá un agravante, por lo que se aumentará la pena. ¿Qué es eso de arrojar cadáveres a ríos y mares?
Me deja un poco perplejo la idea de que llevándose a un "sin embalsamar" y usándolo como compost para el jardín o un macetero se saque la conclusión de que "recordarán que la vida está interconectada". No sé si hace falta que nos recuerden estas cosas a golpe de compost en el jardín.


En las películas sobre Mongolia (por ejemplo, El último lobo o en Mongol), vemos que los mongoles —dado que es un pueblo nómada—, se deja el cadáver en la superficie allí donde cae sirviendo de alimento a los animales que merodean. Es el justo trato que equilibra el mundo: te has alimentado de nosotros, ahora nos alimentamos de ti.
En algunas películas sobre el Tíbet (por ejemplo, Himalaya, Éric Valli 1999) asistimos al troceado que los monjes hacen del cadáver que quedará para alimento de los buitres. Lo llaman el "entierro celestial" y es un acto de piedad hacia los otros seres vivos. El cuerpo es solo un envoltorio que debe ser aprovechado al máximo por el resto de los seres vivos. Los buitres son atraídos para que la ceremonia no se prolongue. Después se procesa el resto para que la desaparición sea total.
Desde este punto de vista de la "interconexión de la vida", no estamos descubriendo nada. Solo asistimos a la transformación industrial de lo que en otros pueblos es un viejo principio. Muchas culturas se deshacen de los cuerpos, de los "no embalsamados". No hay embalsamamiento en el mundo tibetano o mongol porque se trata de evitar la conservación y además de evitar el envenenamiento de las especies que se "interconecten" con nosotros tras la muerte.


Otro pueblos han practicado la cremación antes de que nosotros, occidentales, hayamos descubierto que ahora terreno que se puede dedicar a la construcción, por ejemplo, en vez de a cementerios, una pérdida de espacio y dinero.
En un mundo tan disperso como el actual, con miembros de una misma familia en diversos continentes, no es fácil tener panteones o tumbas familiares. No hay ya donde llevar flores u otras costumbres.
Porque la muerte es una mala costumbre que se trata de compensar con creencias y rituales que le dan cierta transcendencia y la conectan con este mundo (como lo visto de Mongolia o Tíbet) o con el otro en función de nuestra cultura. Lo que nos parece horrendo sobre cómo tratan los demás a sus difuntos, les parece a ellos desde su perspectiva.
Cuando en España se empezó a practicar la cremación, las voces en contra fueron muchas. ¿Y dónde llevo las flores?, se preguntaban algunos. ¿Qué hago con las cenizas?, preguntaban otros. Las escenas de enredos con la urna de las cenizas familiares  es casi un subgénero cinematográfico. El último ejemplo lo tenemos en la película recién estrenada "De la India a París en un armario de IKEA" (Ken Scott 2019). El protagonista, hindú, debe cargar y recuperar las cenizas de su madre. Una película divertida y recomendable, por cierto.


Solo cuando han cambiado las reglas culturales son posibles estos cambios en el tratamiento de los muertos. Nuestra cultura es la del cálculo y de la relación coste / beneficios. Somos ya contables existenciales y nuestra sabiduría se mueve en los tres o cuatro decimales del sabio frente al redondeo del inculto. Solo en estos términos culturales es posible leer sin acritud los siguientes párrafos del diario:

Convertir a los seres humanos en tierra fértil minimiza la basura, evita la polución del agua subterránea con los fluidos del embalsamamiento y los lixiviados, previene las emisiones de dióxido de carbono, el principal gas de efecto invernadero, y de partículas, además de ocupar menos espacio. Dado que cada año mueren en Estados Unidos 2,7 millones de personas, y la mayoría acaba enterrada con un ataúd o quemada, el sistema, que todavía está dando sus primeros pasos, permitiría evitar más de medio millón de toneladas métricas de CO2 en 10 años, según los cálculos de Spande, que equivale a la energía requerida por 54.000 hogares en un año.
El patrocinador de la medida, el senador demócrata Jamie Pedersen, señaló a la agencia Efe que el método “tiene sentido” sobre todo en las zonas urbanas más pobladas. Y en un estado como el suyo en el que la cremación es la forma preferida de despedirse de los fallecidos, el nuevo método reducirá 1,4 toneladas métricas de carbono por persona. Además del compost humano, se ha legalizado la hidrólisis alcalina que disuelve los tejidos corporales con una mezcla de hidróxido de potasio y agua, a altas temperaturas. Unas dos horas después, solo quedan huesos.*

Por seguir con las referencias cinematográficas, toda esta jerga reductiva al prisma de los negocios me recuerda la vieja (siempre actual) película de Richard Fleischer, "Soylent Green. Cuando el destino nos alcance" (1973), con Charlton Heston y Edward G. Robinson en uno de sus últimos papeles, un thriller futurista en el que una humanidad superpoblada es alimentada a base de las galletitas Soylent, elaboradas con los cadáveres reciclados, el secreto que Arguiñano nunca se atrevió a revelarnos.


Sí. Estamos cada día más cerca de esto (si no lo estamos ya sin saberlo, como en la película). A diferencia de lo que ocurría en ella, ya estamos preparados para aceptarlo. Los argumentos medioambientales, la reducción de las emisiones, etc. abren el camino a un amplio margen de iniciativas, como la mostrada por el diario.
Katrina Spade es hija de su tiempo. Solo se plantea problemas propios de su generación. Ve "normal" todo ello porque es su entorno cultural. La decisión de su mirada nos confirma que el futuro es suyo y que los demás somos la materia prima de su negocio. Riega por nosotros.


* "Compost humano para criar malvas" El País 22/05/2019 https://elpais.com/sociedad/2019/05/22/actualidad/1558531110_866057.html





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