lunes, 24 de diciembre de 2018

Más allá de los tribunos

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Ayer hablábamos de la experiencia traumática que están viviendo los Estados Unidos con Donald Trump al frente. Recordábamos el artículo anónimo que soliviantó a Trump y sirvió para comenzar una caza de brujas por toda la Casa Blanca: ¿quiénes eran aquellos funcionarios que "tranquilizaban" al pueblo americano diciéndole que ellos "vigilaban" desde dentro para evitar desastres? Apuntábamos que la presidencia de Trump está poniendo a prueba los límites de la democracia en una superpotencia en la que sus actos tienen repercusión mundial, más allá de los asuntos puramente domésticos. ¿Es lícito —si quiera "sensato"— pensar que alguien llegará, en el límite del desastre, y logrará salvar al mundo? ¿Es quizá un efecto "marvel"?
The New York Times publica hoy mismo un artículo en términos parecidos, con el título "The Generals Won’t Save Us", firmado por la analista Kori Schake, directora del International Institute for Strategic Studies, en el que se manifiesta en términos similares ante la preocupación despertada por la salida de las personalidades sensatas alrededor de Trump, en especial los militares, tras la salida de Jim Mattis de la Secretaría de Estado de Defensa.

El enfado de Trump por la dimisión de Mattis, además, ha acelerado su salida que ha pasado de estar anunciada para el 1 de febrero al 1 de enero, es decir, en una semana. Con las fiestas navideñas por medio, significa una puesta en la calle inmediata, con el tiempo justo para recoger papeles personales. Significa también una humillación para Mattis que le hará difícil encontrar un sustituto que no quiera verse embadurnado por la porquería de Trump, si es que eso es ya posible.
El presidente se está desprendiendo de la gente que le lleva la contraria. Llevar la contraria, en la presidencia de los Estados Unidos, es algo especial. No se puede hacer lo que se quiera en la presidencia de ningún país. Es parte de la dinámica y la esencia de la política el escuchar  a los que saben de lo que hablan. Pero Trump no nació para escuchar, con el agravante de que su ignorancia de casi todo es realmente notable, especialmente sobre el mundo de las relaciones internacionales.
La esperanza de que se fuera desprendiendo de los más radicales y se fuera rodeando de un cinturón de seguridad de sensatez se ha ido disipando con las dimisiones y salidas de unos y otros. Pero de casi todo se puede uno recuperar, pero la excepción ha llegado: la defensa.
La economía puede crecer más o menos, se puede construir un muro o no..., pero la defensa de los Estados Unidos es otra cosa. Son palabras mayores. Y Trump quiere ser obedecido en algo que ha sido un límite natural. Los líderes políticos se han dejado asesorar en tiempos de guerra, pero Trump..., es Trump.


La política de defensa de los Estados Unidos, además, forma parte de un entramado de compromisos con aliados que se han embarcado en aquello que se les ha pedido como parte de una política común. Ayer, la BBC no hablaba de la sorpresa de los británicos por los anuncios sobre Siria y Afganistán.
El artículo de la señora Schake se mueve en el límite teórico de lo que una democracia debe ser frente a la realidad de aquello en lo que puede llegar a convertirse en manos de un personaje como Trump. Después de cantar las virtudes de James Mattis, el final del artículo entra en algo que no debería ser mencionado:

Moreover, the president has the right to be wrong, and the Department of Defense has the obligation to carry out lawful orders rather than set themselves up as uniquely virtuous arbiters of the good of the country.
As Thomas Jefferson said, the people are the only safe repository for the ultimate powers of society. We do our military and veterans a disservice by treating them all as comic book heroes and shirking onto them responsibility for policies that protect us from our elected officials. They have done enough by securing our liberty.
But perhaps the Trump presidency may end up being good for civil-military relations in America. By selecting so many veterans for high offices, he has given the public a rare view into the executive competence of our former military leaders. We have front-row seats to judge their abilities and compare them to their counterparts who did no military service. The Trump administration is providing a welcome reminder for us that our veterans, like the rest of our fellow Americans, are a diverse bunch. Jim Mattis is a model of Roman virtues; Michael Flynn is now a felon. And perhaps this exposure, after decades in which the military leadership was largely left in the wings of public policy debates, will help Americans — the overwhelming number of whom have no military experience — develop a better sense of what the military can and cannot do in a democracy.
The solution to the dangers posed by the president is not to put our faith in a Roman tribune. Rather, it is to use the legislative and political tools available to us as citizens to hem in the chief executive, and wrest those powers from him at the ballot box.*


No creo que nadie en Estados Unidos desee un conflicto —como se plantea— entre civiles y militares. El "derecho" de Trump a "equivocarse" y la obligación de los militares a ser leales a las órdenes disparatadas de un neófito (por no decir otra cosa) está bien para un argumento de novela especulativa o película de desastres, pero parte de un principio básico de la democracia: se elige al mejor. o se pretende hacerlo.
La elección no es un mecanismo arbitrario o caprichoso, sino un proceso que garantiza que si uno se puede equivocar, muchos no lo hacen. Este principio teórico se ve desmentido en la realidad por las decisiones. Hay otro principio no escrito: los errores de aquellos que no deberían cometerlos (pero los cometen) deben ser impedidos por aquellos que les rodean en funciones asesoras. Y se parte de otro más: nadie desea cometer errores y debe ser capaz de aceptar que los puede cometer. No es el caso de Trump. Donad Trump no comete errores. Él viene —nos ha dicho desde el principio— a arreglar los errores que otros cometieron.
Trump incumple todos estos principios no escritos. Lo hace además desde la sospecha fundada de que llegó a la Casa Blanca con la ayuda inestimable de quienes no quieren lo mejor para los Estados Unidos. Eso está pesando desde el principio y siembra una duda. Su propia incompetencia la hace crecer. 
El final del artículo es un intento de plantear la necesidad de deshacerse del presidente sin recurrir al "tribuno romano" de turno, es decir, a los militares. Las vías políticas para deshacerse de Trump están en el "impeachment", en su destitución política a manos de los mismos que le eligieron, que no fue directamente el pueblo norteamericano, sino los mecanismos políticos que le llevaron a la Casa Blanca aprovechando los huecos políticos del sistema, es decir, el colegio electoral que le proclamó finalmente. Nada "ilegal", claro, pero todo muy forzado. 


Esos más de tres millones de votos de más que sacó Hillary Clinton sobre él juegan un papel muy importante en la cuestión moral, que será la que muchos se planteen finalmente y permitirá actuar en nombre del pueblo.
En las últimas semanas crece el descontento de los republicanos que ven que la aventura que llevó a la Casa Blanca a Trump tiene demasiados recovecos y les puede costar demasiado.
Desde que Trump fue elegido, se multiplican los esfuerzos para deshacerse de él. El mismo Trump se multiplica para ofrecer nuevos motivos para que deseen echarle de la Casa Blanca antes de que sea demasiado tarde y acabe con los Estados Unidos, sus aliados y lo que le pongan por delante. Si ha servido de algo es para demostrar a todos el poder destructivo que la presidencia puede tener más allá de sus fronteras al desmontar o cuestionar todo el sistema de alianzas y acuerdos, de la OTAN al cambio climático, del orden económico al migratorio. De las investigaciones sobre la ayuda rusa para su elección a los negocios con los mismos rusos o los saudís, se ahonda tratando de encontrar un resorte que le haga saltar de la Casa Blanca antes de que se produzca un desastre irreversible. Algo de los que pocos albergan dudas.


El artículo mantiene un tono doméstico sobre la democracia, como algo americano. No parece que las consecuencias para la periferia se tengan en consideración, si bien han sido muchas y graves. Oriente Medio y Afganistán, los efectos económicos en cadena sobre la economía mundial por su proteccionismo, el apoyo a determinadas dictaduras y los incidentes consecuentes, su apoyo a los populismos internacionales (como en el caso del Brexit) han mostrado que si los norteamericanos conscientes están preocupados, el resto del planeta no lo está menos.
Es poco probable que Trump termine el mandato si sigue esta línea. De lo que se trata es de sacarle de la Casa Blanca sin que los norteamericanos padezcan un trauma democrático para el resto de su historia y pierdan la inocencia... y los argumentos. 
El dilema es comprensible. Los norteamericanos se han desprendido de sus presidentes de formas variadas, de los atentados al "impeachment" y dejando de votarlos cuando no están satisfechos. Pero no ha habido ningún golpe de Estado y menos militar. La cuestión a la que contesta indirectamente el artículo  es la si debe existir un "secretario de defensa" opuesto al presidente ("...the president’s opponents make the same dangerous mistake when they demand a secretary of defense who acts to oppose his or her own president", escribe la señora Schake), lo que técnicamente sería una especie de "insubordinación". Pero esta perspectiva está vetada en el análisis norteamericano de su propia democracia. Es mejor no pensar lo impensable.


Si Donald Trump sigue cometiendo errores en la política de Defensa, lo que ocurrirá es que se acelerarán los mecanismos de búsqueda de una salida inmediata del presidente. La zona de Oriente Medio está preguntándose ahora mismo por las consecuencias en cadena que las retiradas de Siria y Afganistán tendrán. Lo mismo Europa.
El daño que Trump está haciendo a la democracia norteamericana es enorme. Lo está haciendo además en otro sentido: está afianzando las políticas autoritarias en el exterior en aquellos regímenes que lo usan como muestra de las debilidades e imperfecciones de la democracia. La democracia siempre ha sido ejemplar, para bien o para mal. Si beneficios son mostrados, pero también sus defectos. Y estos se usas para hacer ver a los que no la tienen que no se están perdiendo mucho. Con un agravante en el caso de Trump: fuera se hace ver que los militares son más patriotas y competentes que sus políticos, por lo que habrá algunos que lo están usando como propaganda negativa.
En la CNN, Peter Bergen habla de James Mattis como el hombre que le dijo al emperador que iba desnudo. En el caso de un exhibicionista como Donald Trump, la cuestión no es tan sencilla. Su desnudez para él es virtud y si ignorancia su mayor energía. Si venía a acabar con los profesionales de la política, ¿por qué no con los militares? Se nuevo apelará al pueblo directamente y se les ofrecerá como remedio.
Los norteamericanos se están enfrentando a situaciones y dilemas morales o profesionales de gran envergadura. En su concepción de un "comandante en jefe" no ha entrado un Trump como perspectiva, aunque sí algunos aventuraron la llegada del gran demagogo y los peligros que traería. Ahora lo tienen.
La salida, en efecto, debe estar más allá de los "tribunos". Son los políticos los que deben resolver el problema que han creado al llevar a Trump en volandas a la Casa Blanca.

  
* Kori Schake "The Generals Won’t Save Us" The New York Times 24/12/2018 https://www.nytimes.com/2018/12/24/opinion/mattis-trump-civil-military-relations.html




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