viernes, 12 de octubre de 2018

El mal diagnóstico y la mala cura

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El gobierno egipcio, dentro de su estrategia de refuerzo nacionalista con el Ejército como puntal y ejemplo de los ideales que deben configurar al país, ha estado dando gran importancia a la victoria sobre Israel, que sirve para compensar las buenas relaciones que se mantienen en la sombra para evitar que sean utilizadas con al-Sisi y el régimen. Se celebran las victorias y se olvidan la derrotas, o al menos se intenta.
Esta vez toca recordar la victoria del 6 de octubre. El presidente lo ha hecho en un discurso ante los militares, en la 29 edición del Simposio Educativo de las Fuerzas Armadas. La parte patriótico militar del discurso no tiene mucha importancia; todas se parecen. Sin embargo, ha habido esta vez unas frases que creo que tienen un gran alcance y que reflejan aquello que no se reconoce, al episodio decisivo de la historia más reciente de Egipto, la Revolución de 2011, a la que se trata de enterrar controlando su significado y alcances, además de retorcer sus consecuencia.
El discurso nos lo trae Egypt Independent y las frases significativas, dichas entre el recuerdo de la victoria de 1973 y la noticia de la detención en Libia de un ex militar pasado al terrorismo, son estas:

Sisi then addressed the 25th of January revolution against Hosni Mubarak in 2011, describing the entire process as off-logic.
“2011 was the wrong cure to the wrong diagnosis. People had the wrong vision that if we remove this [president] and bring this [president], the magic wand will solve their problems. Now I am being very honest when I say: now, the enemy is not visible. He lives among us.”*


Son de agradecer estos momentos de sinceridad histórica por parte del presidente al-Sisi. Aclaran mucho su auto percepción de cirujano en jefe del cuerpo social egipcio. Como médico social, al-Sisi comete un enorme error en su diagnóstico: la gente no quería la caída de Mubarak, sino del "régimen", algo muy diferente y que encubre una enorme falacia, como se puede percibir rápidamente.
Es evidente que la caída de Hosni Mubarak no soluciono muchos problemas de la vida práctica. Muchos eran males del régimen, como la situación de la economía o la represión. La llegada del nuevo régimen tampoco los ha solucionado porque en realidad son los mismos.
El gran engaño construido desde los años 50, desde la revolución e independencia, es que el Ejército es el eje de cualquier cambio. No se dan cambios en el país; se dan cambios en el Ejército. Son solo los cambios que se produzcan dentro del Ejército los que tienen repercusión en el país.


Por eso mismo, el pueblo egipcio no pedía la salida de Mubarak, sino el cambio del "régimen", es decir, la caída de Mubarak y de los que lo sostenían o eran sostenidos por él, ya que el poder egipcio se asienta en la alianza de las Fuerzas Armadas y Policía con las instituciones que controlan el país: jueces y administración.
La astucia de los militares egipcios (puede que muchos lo crean honestamente) es creer que cuando sostienen su propio régimen están cumpliendo el destino de la Historia. De ahí que los mitos egipcios necesiten siempre de las conspiraciones. Es la forma de justificar el estado defensivo constante, la vigilancia extrema.

Al-Sisi dice en 1973 teníamos un enemigo visible (Israel); ahora el enemigo está entre nosotros, explica. ¿Quién es el enemigo? Es un ente variable que incluye según el momento o circunstancias a Occidente, Turquía, Irán, Qatar, los Hermanos Musulmanes, Israel, Sudán y Etiopía (por la presa, una amenaza al Nilo)...
Según el presidente al-Sisi, en 2011 se aplicó la cura equivocada para el diagnóstico erróneo. Mubarak no era responsable y su caída fue un error. ¿Cuál era el mal y cuál la cura, según el presidente?
Aquí la realidad y sus tiempos chirrían. El Ejército salvó su propia cabeza cortando la de Hosni Mubarak. Si hubiera intervenido, las masacres habrían sido enormes con toda probabilidad, pues la gente se concentró para aguantar lo que hiciera falta, tras 30 años de dictadura camuflada en la que Mubarak y su familia creaban su tejido de poder y negocios reprimiendo a quien lo criticara. Eso incluye a los negocios militares, permanentemente denunciados como foco de corrupción y de competencia desleal, en la medida en que las empresas militares no pagan impuestos (IVA) y cuentan con mano de obra gratuita, los soldados, que tienen acceso al suelo o a otras materias en condiciones muy diferentes y, sobre todo, a que nadie estaría tan loco como para meterse en un  negocio en el que tuvieran que competir con ellas.
Los militares se presentaron en 2011 como los salvadores del pueblo, como su brazo. Tras días de muerte y represión, salieron a la calle a que les abrazaran, haciendo ver como que estaban del lado del pueblo. Esa es la gran mentira. Retiraron a Mubarak para poder seguir controlando al país, saludados como libertadores. Una enorme hipocresía política y una enorme falsedad histórica.


Desde el momento mismo de salir, la SCAF comenzó a trabajar para hacerse con el control del poder o, si se prefiere, para no perderlo. Jugaron tan mal sus bazas que creyeron que con un candidato del régimen, Shafiq, un militar, iban a demostrar al mundo que el pueblo estaba con ellos. Los resultados fueron otros: perdieron estrepitosamente. Entre islamista y salafistas consiguieron hacerse con el 70% de los escaños. Mucha gente que les votó no eran extremistas religiosos, pero no querían hacer una revolución y luego votar en favor de aquellos contra quienes se habían levantado. Recuerdo el dolor de muchos amigos egipcios por no poder votar como su conciencia les pedía.
Pero los islamistas resultaron tan tramposos como los militares. Crecidos por la victoria en las urnas, se dedicaron a hacerse con el poder "hermanizando" al país e instaurando uno poder religioso y absolutista, en contra de todas las promesas hechas en la campaña. Los jueces habían puesto todo tipo de obstáculos a los candidatos para favorecer a Shafiq, pero no fue suficiente, sino que solo lograron enfurecer más a la gente.
Después, los excesos de unos (los islamistas), las zancadillas de otros (los militares y jueces) y la mala comprensión del resto (Estados Unidos, principalmente) acabaron en un golpe de Estado, el "no-coup", que al presidente al-Sisi le gusta considerar como un mandato del pueblo (otra falsedad) y una rectificación de la "revolución" para llevarla por el buen camino (es decir, destruirla y enterrarla).


Lo que hay ahora es una gigantesca farsa, condenada desde todos los rincones como dictadura, que intenta convencer al mundo que su movimiento represivo y retrógrado es un signo de modernidad. No lo es y el síntoma más claro es el rechazo de la juventud y el avance de la abstención en las presidenciales. Se trata ahora de camuflar con signos como la "nueva capital", mientras se dejan hundir los edificios de El Cairo y Alejandría, o el nuevo e innecesario nuevo tramo del canal, signos de la actividad y de la falta de sentido del régimen.
La represión ha aumentado respecto a la época de Mubarak, lo que no deja de ser un enorme fracaso histórico. El parlamento es una farsa, como lo fueron las elecciones en la que le buscaron un opositor amigo, devoto, a al-Sisi después de detener y encarcelar a aquellos que querían competir por la presidencia. Lo peor de todo: el régimen es una nueva mezcla de represión política y represión religiosa, al interpretar que Mubarak era demasiado despreocupado de la religión. Al-Sisi representa así las virtudes religiosas y civiles del egipcio, encarnadas en lo militar. Las denuncias contra la propaganda militar como modelo social son constantes. El régimen aumenta la presión en medios informativos, series, ferias culturales, etc.
La represión se ha dirigido con fuerza inusitada contra ateos, LGTB, feministas, etc. tratando de dar una imagen que contente al mejor amigo egipcio, los saudíes. El mundo intelectual observa cómo desaparecen sus viejas glorias y son reemplazadas por la corte de comunicadores comprados por el dinero empresarial o el de las agencias de información.


El futuro de Egipto, según el gobierno de al-Sisi, está en la obediencia a las instituciones, tomando a los militares como ejemplo. Quieren, aunque no lo han logrado, poner a Al-Azhar a su servicio para hacer ver que se encarna la figura del perfecto dirigente musulmán. Es la forma de ofrecerse como modelo al pueblo.
La economía con el hundimiento de la libra, el aumento espectacular de la inflación, etc. no ayuda a que la situación prospere. La propaganda es continua y los resultados no acaban de ir más allá de las promesas y las campañas de marketing y relaciones públicas.
Son tan altos los intereses que les piden los inversores, que se han ido cerrando las subastas ante la imposibilidad de aceptarlo. Sin embargo, el régimen sigue haciendo sus cuentas y, sobre todo, viviendo del miedo a que la zona se desestabilice más de lo que ya está. Veremos qué ocurre cuando esto, finalmente, se produzca. Cabe la posibilidad de que esto tarde mucho habida cuenta del buen aprovechamiento que algunos está sacando de la situación de violencia y extremismo de la zona.
Ahora, al-Sisi sale con la historia macartista de que el enemigo es invisible y está entre nosotros. Se lo ha dicho a los militares, él sabrá por qué.
No, el diagnóstico era claro después de treinta años: el régimen de Mubarak era lo que había que cambiar, pero no se hizo. La "cura" fue limitada y con muchas contraindicaciones y efectos secundario.


* "2011 revolution ‘was the wrong cure to the wrong diagnosis’: Sisi" Egypt Independent 11/10/2018 https://www.egyptindependent.com/2011-revolution-was-the-wrong-cure-to-the-wrong-diagnosis-sisi/



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