miércoles, 3 de octubre de 2018

El hombre alternativo o la fake new era él

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Cuando dentro de unas décadas se analice este periodo de la historia norteamericana, los historiadores profesionales tendrán muchas dificultades. Tratarán de comprender en qué momento de la Historia la gente se abona al mito antes que a la realidad, al sueño que acaba en pesadilla. Descubrirán que una época eligió la pendiente vertiginosa de la estupidez antes que el equilibrio ponderado. Tendrán dificultades para entender cómo una democracia consolidada eligió a un fullero narcisista como presidente.
Me gusta recordar el momento en el que The New York Times mostraba sus escrúpulos ante sus lectores preguntándose cómo iba a ser capaz de tratar con el respeto debido al nuevo inquilino de la Casa Blanca. Sus dudas surgían de la comprensión profunda de lo que suponía hablar con respeto de la presidencia de los Estados Unidos y de la falta de consideración que les provocaba un personaje como Donald Trump. El periódico suponía que el primero en comprender la importancia del cargo que ocupaba sería Donald Trump, pero nadie estaba preparado para lo que habría de llegar. Nadie estaba preparado para ver pisotear la dignidad de un cargo; nadie estaba preparado para ver cómo la Asamblea de Naciones Unidas en pleno se carcajeaba hace apenas unas horas de las palabras del presidente de los Estados Unidos, un momento convertido en una sitcom en directo, con chistes que no tenían intención de serlo pero funcionaban.


El diario El Mundo recogía este incidente cómico alternativo en un artículo sobre su popularidad. Señala el diario:

Donald Trump suele decir que, desde que él es presidente de Estados Unidos, "nuestro país es respetado de nuevo". La última vez que lo dijo fue el 21 de septiembre, en un mitin en el estado de Missouri. Exactamente cuatro días después, la Asamblea General de Naciones Unidas pareció cuestionar esa afirmación al recibir con carcajadas las afirmaciones del jefe del Estado y del Gobierno de EEUU en su intervención ante el pleno de la organización.*


Puede que hayan intentado mantener la seriedad, son personas entrenadas para ello. Pero es difícil resistirse a alguien cuyo sentido de la realidad es nulo, su conocimiento escaso  y tiene una visión de sí mismo que se aleja en demasía de lo que los demás ven en él.
Los periódicos del mundo, siguiendo a The New York Times, titulan es sus páginas principales, en sus lugares destacados, la salida a la luz de la verdadera historia económica de Donald Trump, el hombre que se hizo a sí mismo con una ayudita familiar.
El País titula "Trump amasó parte de su fortuna a base de fraude fiscal, según asegura ‘The New York Times’"; El Mundo "Trump, millonario tras desviar cientos de millones de dólares de sus padres"; el ABC "Trump evadió impuestos por 413 millones heredados"; La Vanguardia "Una investigación atribuye parte de la fortuna de Trump a fraude fiscal"... Es un bonito repertorio para alguien que quiere pasar a la Historia como el mejor presidente de los Estados Unidos y le gustaría verse esculpido en el Monte Rushmore y, ¿por qué no? en los billetes y monedas. In Trump we trust.


Hace tiempo dijimos aquí que los dos peores enemigos de Donald Trump eran él mismo y sus negocios. Era cuestión de tiempo que estos salieran a la luz. Él lo hizo hace tiempo, Y ahora la investigación sobre sus finanzas, realizada por The New York Times, le ha conseguido otra buena ración de titulares. Puede que no sean los que más le gustan, pero son titulares.
El editorial de The New York Times es tan insólito como lo es todo lo que procede del presidente. Y no puede ser de otra manera cuando se trata de una persona que se considera tangencial con la realidad, que trata de convencer al universo y atraerlo hacia su lado alternativo. Esta "alternatividad" es la que los historiadores tendrán más dificultades en explicar para encajar el texto con el contexto. Con Trump no decae solo en realismo, se hunde la realidad en favor de un mito. De ese mito habla The New York Times en uno de sus párrafos editoriales:

Veterans of New York news media still laugh to recall how Mr. Trump would call them up, pretending to be a publicist named John Barron, or sometimes John Miller, in order to regale them with tales of Mr. Trump’s glamorous personal life — how many models he was dating, which actresses were pursuing him, which celebrities he was hanging out with. As gross and tacky and bizarre as this all seemed, it was aimed squarely at fostering the image of Donald Trump as a master of the universe who, as the cliché goes, women wanted and men wanted to be.
This mythos was burnished and expanded by Mr. Trump’s years on “The Apprentice,” where he played the role of an all-powerful, all-knowing business god who could make or break the fortunes of those who clamored for his favor. Occasionally he could be harsh or even insulting, but it was always in the context of delivering the tough love that the contestants so needed to hear. And who was more qualified to deliver those lessons than Donald Trump? As with all reality TV, it was total bunk. But it promoted precisely the golden image that Mr. Trump — with a multimillion-dollar assist from his father — had carefully cultivated for his entire life.**


Nada de lo dicho en esos dos párrafos es nuevo. El problema es querer escucharlo primero y aceptarlo después. Probablemente se puedan contar anécdotas así de mucha gente, pero poco llegan tan alto y pocos se distancian tanto de la pobre realidad. 
Hace unos días, un compañero de la Facultad me contaba que había visto la estupenda película de Elia Kazan, "Un rostro en la multitud" (A face in the crowd, 1957) e inmediatamente me decía "¡Es Trump!". Sí, es una de sus formas alternativas, una de las múltiples variables del guión de una presidencia anunciada, anticipada por una parte de la sociedad, que la ha hecho suya. Los orígenes humildes del demagogo manipulador del film de Kazan, el maestro televisivo, hace que nuestra memoria cultural haga saltar los ecos. Es el proceso de reconocimiento de patrones en el que comprendemos sus raíces. El arte explica la vida y, en ocasiones, le da forma. A Trump no lo explica la política, que no le importa. Lo explica ese narcisismo que hace desaparecer la realidad hasta convertirla es un espejo. "Power! He love it!", dice el cartel de la película de Kazan.

Trump queda expuesto a la desmitificación del hombre de éxito, del triunfador que se hizo rico con su inteligencia para los negocios. Pero el gran éxito de Trump ha sido convencer al mundo de que era un "hombre de éxito". Esa era su gran victoria y lo que señala The New York Times por encima de los datos sobre el dinero que ha estado recibiendo de su padre no por sus méritos, sino para evadir impuestos. El secreto mejor guardado, aquello de lo que Trump nunca habla, son sus impuestos, su declaración fiscal que sigue eludiendo las miradas.
La personalidad de Trump es como su declaración, la verdad se esconde esquiva en beneficio de lo "alternativo". La fake new era él, de principio a fin. Les ha costado algún tiempo entender a este ser, mutante informacional, hombre de papel y rayos catódicos, sombra platónica cavernícola producida por neones y autobombo.
Se dice que la sociedad norteamericana ha vivido décadas traumáticas a causa de  la guerra de Vietnam o del escándalo Watergate. Cuando, al contar tres, despierte de su sueño hipnótico, el trauma al que se va a enfrentar va a ser centenario.


* "Donald Trump tiene el mismo respaldo popular en España que en Estados Unidos" El Mundo 2/10/2018 http://www.elmundo.es/internacional/2018/10/02/5bb3a9a446163f80978b4672.html
** The Editorial Board "Donald Trump and the Self-Made Sham" The New York Times 2/10/2018 https://www.nytimes.com/2018/10/02/opinion/donald-trump-tax-fraud-fred.html




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.