viernes, 22 de junio de 2018

La muerte de Koko

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Los medios recogen hoy un hecho triste, la muerte de Koko, la gorila que podía comunicarse con los seres humanos mediante un vocabulario de 1.000 palabras. Entre tanta tristeza que provoca el comportamiento humano, la muerte de Koko trae una tristeza distinta que va más allá de la empatía con un animal. Koko era un puente con la vida más allá de nuestra especie.
La comunicación es un hecho constante a lo largo de lo que supone el abanico la vida. Cada uno a su manera y con mayor o menor complejidad se comunica con sus congéneres, con los otros miembros de su especie. Comunicar significa muchas cosas y no requiere en la inmensa mayoría de los casos un voluntad de hacerlo. Hay comunicación visual por el color, por vibraciones, química por los olores, etc. Cuando aumenta la complejidad de los organismos —de la célula a los humanos— aumenta la complejidad de su intercambio de señales. Nosotros mismos nos comunicamos unos con otros, pero nuestro cuerpo es también un colosal escenario de comunicación celular.
Pero lo de Koko era otra cosa. Koko se comunicaba con nosotros y nos contaba cómo era su vida, distinta a la nuestra y, probablemente, distinta a la de otros gorilas con los no sabemos cómo podría comunicarse dada la distancia que el lenguaje establecía con ellos. Koko compartía muchas cosas con ellos, pero muchas otras cosas solo podía compartirlas con nosotros. La semántica nos muestra que en la misma frase "compartir" significa dos cosas muy distinta: en su primera aparición en la frase significa un modo pasivo —lo que es común con otros especímenes de su especie—; en el segundo implica el deseo de intercambiar información sobre sí misma. Es la diferencia entre el diálogo de la vida orgánica y el de la vida social.


Koko ha podido disfrutar de una vida social fuera de su propia sociedad, lo que la convertía en un ser condenado a vivir fuera de su especie. Los medios, en este caso, se pueden clasificar como aquellos que le ponen comillas a "comunicar" y aquellos que no lo hacen, no dando por buena la idea de que Koko era distinta a otros gorilas y que el aprendizaje la dotara de un lenguaje que estableciera el puente entre especies. Los humanos hemos elevado tanto el listón en esto de la comunicación que despreciamos lo que otras especies hacen. Sin embargo, el heroísmo de Koko es muy superior al de nuestra especie en términos biológicos. Las mil palabras con las que se ha ido de este mundo son su propia odisea, no la de su especie. Koko es una heroína solitaria y grandiosa.
Esas mil palabras eran su repertorio, su forma de modelización del mundo, por usar los términos de la Semiótica de la Cultura. Koko podía transformar su experiencia en signos, dar forma a los estados de ánimo o comunicarnos lo que veía. Era un mundo sencillo en comparación con nuestra complejidad, pero era su mundo, el expresable con las palabras, los gestos que le dieron para expresarse.
El encuentro con el actor Robin Williams muestra un emocionante deseo de compartir, la base de la comunicación. Koko interactúa más allá de los signos; estos son los instrumentos para poder alcanzar sus objetivos, que son emociones a las que quiere llegar, objetos que quiere conseguir u ofrecer, y acciones que realizar. Koko le pide a Williams que le haga cosquillas; le quita sus gafas y se las pone. Identifica al actor en la carátula de un dvd. Finalmente comparten risas, risas muy humanas. La emoción es palpable en el actor que ha quedado fascinado por la experiencia. 


Desde el momento en que Koko comenzó a aprender la lengua de los signos, Koko se alejó de su especie. Entre ellos se sentiría en una inconsolable soledad; notaría la carencia de esa posibilidad de compartir el mundo tal como ella lo veía, que es lo que la modelización hace. Una lengua pone límites al mundo, establece categorías, fracciona lo que ante la vista es un continuo. Crea un espacio semiótico, el de la cultura, y establece un afuera, lo que llaman un espacio alosemiótico, un espacio no significado, real pero sin signos con los que comunicarlos. Ponemos nombres a lo nuevo para poder manejarlo simbólicamente, para poder transmitirlo. En este sentido, la comunicación de Koko ya solo era posible con los humanos, con aquellos con los que podía compartir simbólicamente el mundo surgido en y desde el lenguaje.
Son las dos funciones del lenguaje —modelización y comunicación— las que Koko adoptó o fue enseñada a usar. Para unos teóricos, la función básica es la de modelado, la cognitiva, mientras que la segunda surgiría más recientemente en la evolución humana. Koko ha sido la única gorila capaz de realizar tal hazaña, una verdadera heroicidad biológica.
Koko era humana en un sentido muy especial. Lo era sin dejar de ser gorila. Sus mil signos era un mundo suficiente para poder compartirlo con nosotros y eso la hizo, como los humanos, unos días feliz y otros desgraciada. Pero de lo que no hay duda de que era feliz comunicándose a través de aquella herramienta que le permitía ponerse nombre ella misma y a las cosas.
Koko se ha ido dejando muchos misterios sobre el lenguaje, sobre la evolución y las barreras entre especies que ella traspasó. Pero permitió ver nuevas perspectivas y demostrar lo que a muchos parecía imposible.




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