lunes, 16 de octubre de 2017

La feminista feliz

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En su conferencia de 2012, editada con el título "Todos deberíamos ser feministas" la autora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, argumenta con razón que las tareas por delante del feminismo son muchas y  necesitan resistir tanto las visiones negativas que muchos tienen y extienden como las de la satisfacción, que considera que ya está todo hecho y hay que descansar un rato.
La conferencia está llena de humor porque es una vía más inteligente que otras y mucho más eficaz en ocasiones. La resistencia y los temores que las palabras "feminismo" o "feminista" siguen sorprendiendo por la cantidad de estereotipos que se levantan contra ellas.
Dice Chimamanda Ngozi Adichie que cuando se es feminista, su vida se llena de advertencias para evitar que caiga en el mal. Ella lo expresa así, tras los consejos que un periodista le dio al leer su primera novela:

Me comentó entonces que la gente decía que mi novela era feminista, y que el consejo que me daba —y me lo dijo negando tristemente con la cabeza— era que no me presentara nunca como feminista, porque las feministas son mujeres infelices porque no pueden encontrar marido.
Así que decidí presentarme como «feminista feliz».
Por aquella época una académica, una mujer nigeriana, me dijo que el feminismo no era nuestra cultura, que el feminismo era antiafricano, y que yo solo me consideraba feminista porque estaba influida por los libros occidentales. (Lo cual me pareció divertido porque gran parte de mis lecturas de juventud eran decididamente antifeministas: antes de los dieciséis años debí de leer todas las novelas románticas de Mills & Boon que se habían publicado. Y cada vez que intentaba leer los que se consideraban «textos clásicos del feminismo» me aburría y me costaba horrores terminarlos).
En cualquier caso, como el feminismo era antiafricano, decidí que empezaría a presentarme como «feminista feliz africana». Luego una amiga íntima me dijo que presentarme como feminista significaba que odiaba a los hombres. Así que decidí que iba a ser una «feminista feliz africana que no odia a los hombres». En un momento dado llegué incluso a ser una «feminista feliz africana que no odia a los hombres y a quien le gusta llevar pintalabios y tacones altos para sí misma y no para los hombres».
Por supuesto, gran parte de todo esto era irónico, pero lo que demuestra es que la palabra «feminista» está sobrecargada de connotaciones, connotaciones negativas.
    Odias a los hombres, odias los sujetadores, odias la cultura africana, crees que las mujeres deberían mandar siempre, no llevas maquillaje, no te depilas, siempre estás enfadada, no tienes sentido del humor y no usas desodorante.

Al final, su autodefinición tiene que convertirse en una larga denuncia de tópicos con los que tratan de atraparla y alejarla de mujeres y hombres, que caerán en una peligrosa trampa si la escuchan.
Estas cosas no solo pasan en Nigeria. Los privilegios son difíciles de remover y lo primero que tratan de crear es un cerco alrededor de la personas, en este caso, mujeres que tratan de explicar porqué el mundo es muy injusto, porque tienen disminuidos sus derechos. Todo esto no son fantasías, como algunos pretenden.
Lo escuchado en Nigeria, en un viaje, no difiere mucho de lo escuchado a su regreso a los Estados Unidos. El escándalo de los abusos sexuales va más allá del último y empezó en su última oleada por Bill Cosby probablemente. En los últimos meses ha sacudido la emisora Fox dejando fuera a varias personalidades, ahora a Amazon y el corazón de Hollywood, con ese depredador llamado Harvey Weinstein.
Una de las cosas más evidentes en estas cuestiones de los abusos sexuales es que forman parte de un telón de fondo social. Habrá más o menos, pero debe haber siempre tolerancia cero. Allí donde se acumule más poder se producirá siempre. Puede ser en una pequeña oficina  o en una gigantesca empresa o institución. El poder es el poder y, si no se impide, tiende al abuso especialmente si sabe que existe el desamparo, el silencio o el miedo para cubrir sus desmanes.
El repertorio de la violencia de género, con todas sus variantes, está agarrado en las culturas y se reproducen a través de las familias, en donde se aprende. Se aprende que el abuso contará siempre con la duda sobre la mujer. Se aprende que es una forma de normalidad, como señala la autora. En efecto, la "normalidad" es el gran enemigo del cambio.

Los ataques al feminismo y, de forma general, a las feministas tienen un fondo de defensa de la injusticia. No se debe molestar socialmente recordando estas cosas que ocurren en la oscuridad del silencio. El tabú esconde muchas perversiones que el silencio acoge. Los transgresores cuentan con la vergüenza social para cometer sus bellaquerías. A ellas les toca demostrar que son inocentes.
Muchas veces se escucha que las feministas son una quinta columna occidental enviada a destruir las idílicas sociedades patriarcales. Allí los hombres son buenos y casan a sus hijas menores por su propio bien. Las pegan cuando no aprenden como deben lo que es la virtud y acaban con su vida cuando no son capaces de comprender que el honor de las familias está por encima de ellas. Lo hemos escuchado miles de veces.
A esto se le llama "tradición" o "cultura". Su defensa es que llevan cientos o miles de años y nadie se ha quejado hasta el momento. Se les llena a las mujeres la cabeza de tonterías y se destruye a las familias. La respuesta dada por la autora a este tipo de defensa es clara:

Hay quien dice que las mujeres están subordinadas a los hombres porque es nuestra cultura. Pero la cultura nunca para de cambiar. Yo tengo unas preciosas sobrinas gemelas de quince años. Si hubieran nacido hace cien años, se las habrían llevado y las habrían matado, porque hace cien años la cultura igbo creía que era un mal presagio que nacieran gemelos. Hoy en día esa práctica resulta inimaginable para todo el pueblo igbo.
¿Qué sentido tiene la cultura? En última instancia, la cultura tiene como meta asegurar la preservación y la continuidad de un pueblo. En mi familia, yo soy la hija que más interés tiene por la historia de quiénes somos, por las tierras ancestrales y por nuestra tradición. Mis hermanos no tienen tanto interés en esas cosas. Y, sin embargo, yo estoy excluida de esas cuestiones, porque la cultura igbo privilegia a los hombres y únicamente los miembros masculinos del clan pueden asistir a las reuniones donde se toman las decisiones importantes de la familia. Así pues, aunque a quien más interesan esas cosas es a mí, yo no tengo voz ni voto. Porque soy mujer.
    La cultura no hace a la gente. La gente hace la cultura. Si es verdad que no forma parte de nuestra cultura el hecho de que las mujeres sean seres humanos de pleno derecho, entonces podemos y debemos cambiar nuestra cultura.

Es tan "sencillo" como eso. Pero hay culturas, sociedades, que no quieren que el mundo cambie, no quieren que los viejos prejuicios se liberen. Negarán entonces todo para poder mantener ese poder que convierte en "rey" todopoderoso al más pobre.
Abominarán de cualquier modernidad que altere ese equilibrio natural que hace que el varón sea el centro del universo, aquel sobre el que cae la responsabilidad de que el mundo marche.
Mientras tanto hay que felicitarse porque mujeres como Chimamanda Ngozi Adichie nos expliquen con claridad a todos porqué tendríamos que ser feministas. Y más felices si logramos traer cada día un poco más de igualdad al mundo.




— Chimamanda Ngozi Adichie (2015) Todos deberíamos ser feministas. Literatura Random House.


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