lunes, 2 de octubre de 2017

Hoy es mañana

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Es la noche de un día sombrío. La ligereza de nuestra clase política ha quedado en evidencia al ver lo poco que les preocupa realmente el meollo del problema. Cada uno ha ido a rentabilizar lo que pueda de este desastre creado. España ha dado un salto atrás de décadas en lo que precisamente había sido un modelo de convivencia.
Desde hace cinco años en España se ha producido un cambio importante en la política española, aunque no sé si es ese el término más adecuado. En 2011 ya hubo una erupción violenta de parte de la ciudadanía que mostraba dos cosas: a una le pusieron nombre, el "desapego"; la otra la dejaron sin etiquetar, pero la podemos llamar el "rencor".
Toda la carga de la crisis económica más los escándalos emergentes de la corrupción se redirigía hacia un punto: la Constitución y su dibujo del Estado de las Autonomías. Con pacto o sin él, confluían así dos fuerzas con objetivos muy definidos, la monarquía y el diseño territorial. De repente nadie parecía tener interés en defender el estado surgido de la Transición, otro blanco indirecto de críticas. La retirada de una generación que había hecho el diseño de nuestra democracia dejaba espacio a unas fuerzas que actuaban no dentro del sistema sino anti sistema, es decir, rechazando las normas del juego constitucional. Sencillamente las despreciaban y así lo voceaban sin que nadie les interrumpiera. A unos por republicanos, le interesaba, y a otros por nacionalistas, también. Otros ya eran ambas cosas, pues es la Corona la que simboliza constitucionalmente la unidad del Reino. En el silencio, se olvida la razón y muchos han callado durante mucho tiempo.
El peculiar diseño del mapa político español contempló el regreso de una "nueva izquierda" que no se sentía comprometida ni con el sistema ni con la propia izquierda oficial, a la que acusaba de contemporizadora y vendida al "sistema". El discurso necesitaba un componente que hiciera de "cola" y fueron los "recortes" los que actuaron en ese sentido unificador. Ahora había que recoger lo sembrado, era el momento.


Empezaron diciendo que estaban en contra del bipartidismo y pusieron a la izquierda contra la pared. Sencillamente, se los tragaban. La crisis económica pasaba factura y era fácil vender el mensaje de la desafección, del rechazo a la "política clásica" (la vieja política lo llamaban), a la política liberal y resurgieron los grupos que enganchan a las víctimas de jubilaciones, "prejubilaciones", recortes de todo tipo y en todos los sectores. Conectaron con los grupos independentistas en una mezcla explosiva que se volverá contra sus propias instituciones. Ya han convocado una huelga general.  Populismo puro y duro; demagogia sin fin. ¿Por qué no saltar al vacío?
¿Hay algún grupo en Europa que diga que se va a "desconectar" del Estado como si fuera una lavadora? ¿Hay alguien que crea que se puede hacer esto violando todos las leyes nacionales e internacionales? ¿Hay alguien que se pueda vender como "colonia" expoliada sin serlo y reclamar la "autodeterminación" en un referéndum patético? Sí, ahora sabemos que sí.


Si a todo esto se suman las carencias comunicativas de la presidencia del gobierno, simples tautologías en la mayoría de las ocasiones, y con el espectáculo bochornoso del día a día político, con una clase política sin categoría ninguna, el cuadro queda completo. La falta de inteligencia se paga.
El editorial del diario El Mundo deja constancia del fracaso doble en mitad del caos:

Y la vergüenza se consumó. El 1 de octubre de 2017 no será recordado como el día en que se celebró un referéndum de independencia en Cataluña, sino como la jornada ominosa en que la irresponsabilidad de una Generalitat ocupada por iluminados y la inoperancia de un Gobierno largo tiempo ausente se confabularon para alumbrar el caos. No puede decirse que ocurriera nada completamente imprevisible, porque cuando las propias instituciones auspician el desborde de los cauces democráticos, es natural que la anárquica riada inunde la calle. Ese exactamente era el plan de Puigdemont y sus socios, una vez emitidas las sentencias de inconstitucionalidad y desmantelada la logística de una consulta mínimamente presentable. Pero en la hora del balance de una insurrección aún en marcha, no todos los actores afrontan la misma responsabilidad.
Los máximos culpables del desastroso espectáculo que las calles de Cataluña ofrecieron este domingo al mundo son aquellos que decidieron tomar a la parte adicta de su propia sociedad como rehén de un proyecto unilateral de segregación, vestido de designio patriótico. Y esos son Puigdemont, Junqueras, Forcadell y el resto de cabecillas cuyo comportamiento ya no puede ser juzgado por un editoral, sino por un tribunal: nuestra democracia no puede mostrar menor fortaleza que la República en su momento.*


Son palabras mayores. La comparecencia de Puigdemont anunciando la próxima desconexión porque ha ganado el "sí" corre el riesgo de hundir en la miseria (literal y metafórica) a Cataluña. El Sr. Puigdemont cree que ha ganado el respeto de Europa, según sus propias declaraciones. Lo que ha demostrado precisamente es la falta de europeísmo del nacionalismo catalán. No se puede hacer Europa contra Europa y España lo es. Y quizá sea eso lo que más ha preocupado al nacionalismo catalán.
Un día triste, sí. Y aun queda mucha tristeza por delante.



* Editorial "La doble derrota del referéndum y del Estado" El Mundo 1/10/2017 http://www.elmundo.es/opinion/2017/10/01/59d149cde2704ef9528b4625.html


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