miércoles, 19 de julio de 2017

La caverna turca o la regresión infinita

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Poco a poco, Turquía sigue avanzando hacia su destino carcelario. El autoritarismo de Erdogan no tiene límite y sus iniciativas represivas se aseguran de que Turquía llegue a un punto de no retorno. El islam político muestra su cara y lo que se puede esperar de él: involución.
Sabe que mientras dure la crisis siria puede rentabilizar el fenómeno de los refugiados. No es el único país que hace esto de usar sus fronteras como forma de chantaje. De una forma u otra, siempre reciben para evitar la llegada a Europa de una inmigración masiva. Erdogan es un maestro en los tiempos; sabe medir perfectamente los momentos críticos de Europa para dar sus zarpazos interiores deshaciéndose de la oposición a la que le basta tildar de "terroristas".
Toda oposición al poder es "terrorismo". En esto Erdogan coincide con otros autócratas árabes. La encarcelación de la directora de Amnistía Internacional en Turquía,  Idil Eser, junto con otros miembros de su equipo, es el enésimo escándalo turco.
Turquía sigue siendo miembro de la OTAN y también allí hace sus juegos políticos. Sigue manteniendo sus quejas respectos a la adhesión a la Unión Europea, a sabiendas de que no es ese su destino por sus propias acciones. Por mucho que nos engañemos, Turquía sería una bomba de relojería dentro de la Unión. Las teorías sobre que la adhesión trae estabilidad democrática a los países es solo realidad cuando los países tienen un deseo estable de democracia, algo que el gobierno de Erdogan manifiestamente no tiene.


La involución turca está en la fase ideológica de recriminación a Occidente, de considerarlo una abominación, el mismo juego que los demás países musulmanes que han decidido que la democracia es demasiado arriesgada para el mantenimiento del poder por parte de las minorías intelectuales, ya sean militares o sostenedoras de monarquías absolutas. Es el efecto pendular.
La fase de abominación de Occidente se centra en el repudio de la democracia "liberal", entendiendo que es puramente occidental. La tesis es sostenida también desde muchos sectores occidentales que se entregan al pragmatismo de negociar con dictadores y absolutistas de diferente calaña y boato. La danza de la espada realizada por Donald Trump en su visita a Arabia Saudí es un ejemplo de ese regodeo en el exotismo de un país en el que las mujeres no pueden salir a la calle solas. La mayor preocupación saudí en estos momentos es una mujer que les ha desafiado paseando en shorts y camisa por las dunas del desierto, conduciendo un automóvil y escuchando música tranquilamente. La Policía de la Virtud y de la Prevención del Vicio —categoría totalmente orwelliana— la busca con intensidad, pero ¿cómo identificar a las mujeres a las que no les ven la cara más que sus familiares?


Erdogan ya ha propuesto a las mujeres que se dediquen a tener hijos para la causa. No ha especificado cuál es, pero no necesita mucha explicación. No es, desde luego, la de las libertades. Esos hijos futuros serán educados en la creencia de que el evolucionismo es un enorme pecado que desafía el orden divino y buscarán la forma de restituir el orden otomano, juego escénico con el que Erdogan se construye lujosos palacios. Esos niños creerán, porque Erdogan se lo ha dicho ya y no es cuestión de dudar, que cuando Colón llegó a América se divisaban los minaretes de las mezquitas que allí existían. No se sabe de dónde ha sacado la idea, pero si lo dice Erdogan... Las masas islamistas creerán lo que les diga porque él siempre habla en nombre de Dios, como todos estos autócratas cuyo dedo índice señala con demasiada frecuencia hacia el cielo.

El encarcelamiento de la directora de Amnistía Internacional, Idil Eser, es otra aplicación de la fuerza y la arbitrariedad disfrazada de autodefensa. ¡Cuánto daño ha hecho la doctrina norteamericana de la "guerra al terror"! Tenemos a todos los dictadores del planeta hablando de "terrorismo" como justificación de sus purgas, de sus encarcelamientos, de sus desapariciones.
La prolongación de los estados de excepción —mayor reducción de derechos— implican mayores actos de represión sin explicación. Lo peor de todo es la justificación que escuchamos en boca de estos dictadores ilustrados: ¡Occidente también proclama el estado de excepción! Sí, pero no los aprovecha para hacer desaparecer ciudadanos, acabar con la oposición, etc. En Reino Unido, en Francia, en Bélgica u Holanda, etc. los estados de excepción están regulados por las leyes y los jueces no son sicarios de los gobiernos. Se usan para proteger a los ciudadanos, no para encarcelarlos. La purga llevada a cabo por Erdogan en todas las instancias de la administración, decenas de miles de personas, de maestros a jueces, es el mayor asalto a un estado cometido en décadas. Con el aparato de educación, de justicia y policial ocupado por sus acólitos, ¿qué Turquía queda? ¿Cuál es su futuro? La regresión, el exilio, la cárcel.
De ella se van muchos intelectuales, periodistas, escritores, actores... En febrero, el diario El País escribía sobre el estado de la prensa tras las purgas:

El 27 de julio de 2016, pocos días después del intento de golpe de Estado en Turquía, se vivió una de las jornadas más negras para la libertad de prensa. Con una sincronización apabullante fueron cerrados o expropiados 102 medios, entre ellos 45 diarios, 15 revistas, 16 canales de televisión, 23 emisoras de radio y tres agencias de noticias, además de 29 editoriales.
Era el colofón a la oleada de purgas y represalias llevadas a cabo por el régimen de Erdogan, que castigó de manera cruenta a la prensa. Hoy, Turquía es la mayor cárcel del mundo para periodistas, por delante incluso de China, un viejo enemigo de la libertad de información acostumbrado a estar en lo alto del podio. Las organizaciones profesionales calculan que actualmente 200 profesionales están en prisión preventiva o arrestados en comisarías turcas. Defender la independencia informativa tiene solo dos salidas: el calabozo o el exilio.
Yavuz Baydar, reportero, articulista, corresponsal y presentador de televisión, ha optado por esta última vía, como otra treintena de colegas que han encontrado cobijo en Europa, Canadá y Estados Unidos (de momento y hasta nueva orden del presidente Trump). En su reciente visita a Madrid, invitado por Reporteros Sin Fronteras, Baydar dibujó el desolador panorama que tiene ante sí la prensa independiente en Turquía, donde en los últimos cuatro años han sido despedidos 9.000 profesionales, la mitad de todo el cuerpo informativo. Según su diagnóstico, “los medios están ya genéticamente modificados” y los informadores son criminalizados “con acusaciones de espionaje o terrorismo”.*


Los chantajes de Erdogan no tienen límite. Sus amenazas van desde dejar de vigilar las fronteras a sublevar a los cinco millones de turcos que viven en Alemania. Muchos de ellos están allí para no tener que ver a Erdogan, pero los sicarios —como denunció la prensa alemana— han creado sus propios sistemas de espionaje y vigilancia de la comunidad turca.
Podemos pensar que los países islámicos son incompatibles con la democracia, tal como la entendemos allí donde la hay y funciona. Eso es hacerle el favor a Erdogan, a los autócratas —monarquías y regímenes militares— de otros países que han decido que es un perverso invento occidental para quitarles el poder. Ellos no lo llaman así, claro. Hablan de diferencias culturales, tradiciones, etc. Pero encerrar a la gente en las cárceles, hacerlos desaparecer, las torturas y el absolutismo represivo no son "cultura" sino malas costumbres que también occidente tuvo y de las que se sale.


La estrategia de llamar "cultura" a lo que es represión —de mujeres, de minorías, de disidentes— es una forma de encubrimiento que elude una cuestión: los mecanismos para evitar que haya habido evolución hacia formas más humanitarias y democráticas. La ignorancia del pueblo se ha mantenido mientras una élites ilustradas y políticas ocupaban el poder sin que nadie se lo cuestionara amparándose en diversos mitos que debía ser aceptados obligatoriamente.
Sociólogos y antropólogos dan sesudas explicaciones, pero eluden el principio básico de que las sociedades cambian si se las deja cambiar. Solo el aislamiento ralentiza la evolución. Y ese aislamiento es el que muchas veces garantiza el mantenimiento del poder. Es lo que estamos viendo.
Erdogan en Turquía y otros autócratas en otros países están haciendo retroceder los derechos de las personas, imponiendo de nuevo un férreo control de la sociedad a través del control policial y, lo que es peor, del control a través de la vigilancia social, algo que un periodista egipcio que tuvo que dejar su país llamo el "fascismo social": la presión sobre las personas a través de su entorno más próximo. Tú vida deja de ser tu vida y queda en manos de aquellos que te rodean y observan para que cumplas los requisitos exigidos para cumplir el nuevo "conformismo", el que describió magistralmente el italiano Alberto Moravia.


El conformismo es vencer el deseo de ser uno mismo y actuar como un reflejo ajeno. Es ser el buen hijo, la buena hija, el buen padre, la buena madre, el buen vecino, el buen turco... La idea de "bueno" o "buena" es, por supuesto, para asegurarse que te comportas como el resto, que no comprometerás el "buen nombre" familiar. No lo hace por amor, sino por cobardía, ya que se trata de una cadena en la que unos vigilan y presionan a los otros. Si todos se vigilan, la diferencia se reduce. El disidente es pronto el bicho raro, el perverso, el que ha perdido su esencia y debe ser tratado como un extranjero y, como tal, apartado del grupo o castigado si se puede.
La Unión Europea denuncia hasta un límite. Ha hecho bien en criticar lo que está ocurriendo, pero el chantaje es permanente por parte de Erdogan y del gobierno turco. Otros gobiernos que pisotean los derechos humanos diciendo que son cosas occidentales, han aprendido las misma mañas.
No hay que olvidar estas causas. Los derechos humanos y las libertades no son "costumbres" sino aspiraciones a poder vivir una vida propia. Llamar "tradiciones" a la represión tradicional es jugar con la semántica. Hay que dar notoriedad a lo que ocurre u no pensar que es así, simplemente, en fatalismo que solo beneficia a los que hacen de la represión una costumbre y una forma de gobierno.
La purga de Erdogan comenzó hace ya un año y todavía continúa desmantelando Turquía, despidiendo, encerrando, expulsando del oaís. Lo seguirá haciendo hasta que quede a su gusto islamista, una oscura caverna.



* "Periodistas turcos: a la cárcel o al exilio" El país 12/02/2017 https://elpais.com/elpais/2017/02/11/opinion/1486837888_734590.html



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