jueves, 6 de abril de 2017

El "buen trabajo"

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La última de las piezas que dejan constancia de la visita de Abdel Fattah al-Sisi, presidente de Egipto, a los Estados Unidos de Donald Trump es el editorial de The New York Times, cuyo titular reza "Enabling Egypt’s President Sisi, an Enemy of Human Rights"*.
En estos días hemos tratado de analizar una visita importante, con un gran valor simbólico, en diferentes sentidos. Después de la salida, cogidos de la mano, de Theresa May, la primera ministra británica, se puedo percibir que las relaciones públicas de Trump (no de los Estados Unidos) se iban a clasificar en tres grandes bloques: los "amigos", los "compromisos" y los "enemigos". No me estoy refiriendo con el término de "aliados" porque no se trata de una cuestión de estados, que va paralela, sino del mantenimiento de una imagen pública que quiere contrarrestar los innumerables conflictos que Trump tiene dentro de casa y los "líos" que, como se quejaba hoy mismo respecto a Siria, "ha heredado". La "herencia" se llama "historia", pero Trump la entiende en términos económicos como si se tratara de una empresa que hay que reflotar y se encontrara en peor estado del que se esperaba. Pero la historia es siempre un tren en marcha. Y eso el político debe aceptarlo.
La visita del presidente egipcio, uno de los pocos que aceptaron verle antes de que fuera presidente es resultado de una amistad forzada. Trump no tiene muchos "amigos" —hasta le colgó al primer ministro australiano— y al-Sisi tiene muchos menos. La apuesta egipcia era obligada y tenía forma de plegaria: con Hillary Clinton las relaciones empeoraría, sobre todo por la campaña contra ella favorecida desde los medios estatales y privados, que la hacen responsable de la creación del Estado Islámico y de todo lo que ocurre en la zona.
La reciente visita a la Casa Blanca, por ejemplo, de Angela Merkel ha tenido un tono muy distinto y entra en la categoría de "compromiso". Alemania ha manifestado una actitud bastante firma ante Trump, especialmente porque este la ha tenido en el punto de mira negando su política económica y su política de refugiados. Los medios recogieron la negativa de Trump a dar la mano a Merkel en uno de los encuentros. No quería esa foto. Le hizo un favor a Merkel.
El editorial de The New York Times se condensa en la ilustración que lo encabeza: es la bandera egipcia cuyos colores están representados por líneas de alambre de espino. Es difícil ser más sintético en la representación de la idea. El texto lo desarrollará.

American presidents must sometimes deal with unsavory foreign leaders in pursuit of America’s national interest. But that doesn’t require inviting them to the White House and lavishing them with praise and promises of unconditional support.
Yet that’s what President Trump did on Monday in not just welcoming but celebrating one of the most authoritarian leaders in the Middle East, President Abdel Fattah el-Sisi of Egypt, a man responsible for killing hundreds of Egyptians, jailing thousands of others and, in the process, running his country and its reputation into the ground.
The expressions of mutual admiration that permeated the Oval Office were borderline unctuous. Mr. Trump praised Mr. Sisi for doing a “fantastic job” and assured him he has a “great friend and ally in the United States and in me.” In return, Mr. Sisi, who had been barred from the White House during the Obama administration, and who craved the respect such a visit would afford, expressed his “deep appreciation and admiration” for Mr. Trump’s “unique personality.”
Mr. Trump acknowledged that the two countries “have a few things” they don’t agree on, but he pointedly did not mention the abysmal human rights record of Mr. Sisi’s government, which the State Department and human rights groups have accused of gross abuses, including torture and unlawful killings.*


La descripción del presidente egipcio como «one of the most authoritarian leaders in the Middle East» establece los límites entre la admiración que ambas figuras puedan tenerse personalmente y el compromiso que supone para los Estados Unidos respaldar a un dirigente al que se considera responsable de la violación de los derechos humanos, calificándolo de "su enemigo" ya desde el titular.
Egipto está embarcado en una especie de campaña promocional que ha hecho que sus diarios oficiales se llenan de noticias de apariciones de restos arqueológicos por todas partes. Se trata de una campaña que busca romper el cerco informativo mediante la promoción de estos hallazgos. Incluso todavía se mantiene la polémica por el destrozo de una estatua a cargo de una excavadora.
En muchas ocasiones hemos resaltado aquí el despropósito de todas estas campaña promocionales —directas o encubiertas— mientras exista la posibilidad de que hagan su aparición editoriales como el que comentamos de The New York Times o los artículos aparecidos en estos días con motivo de la visita. Cualquiera de ellos tiene un peso enorme sobre la opinión pública de los países en los que sí importa la política de derechos humanos y libertades políticas.
El intento egipcio de silenciar los diferentes incidentes sectarios contra los cristianos haciendo que sean los propios coptos los que se nieguen a comentarlos y se les pida a la comunidad en Estados Unidos que no protesten —algo que ya hemos tratado— como una especie de sacrificio no deja de ser una forma absurda de intentar lo imposible: controlar la imagen del país en el exterior. El gobierno egipcio y los medios que les respaldan trasladan sus propios errores a quienes los critican, estableciendo un círculo vicioso del que es difícil salir porque conlleva la represión de quienes intentan decir lo que ocurre. Un caso evidente, como se ha señalado aquí muchas veces, es el de Giulio Regeni que, como explicábamos ayer, volverá a salir con toda su virulencia con la próxima visita del Papa Francisco a Egipto. No puede ser de otra manera.


Trump ha presentado a al-Sisi como un "reformista religioso". Se le ha olvidado comentar los enfados y conflictos con la Universidad de Al-Azhar, que se niega a hacerlo. Lo moderado no es la moderación, sino la palabra de aquel que está en el poder. La moderación es relativa, por ejemplo, al Estado Islámico, pero no significa que no se encarcele a los que proponen reformas reales y entran en el centro de la cuestión, en la doctrina. Esos son encarcelados con las bendiciones del régimen, que quiere mantener el control burocrático de la religión para no tener más problemas de los justos con una sociedad que respaldó en las urnas a los partidos más islamistas que se presentaban, los Hermanos Musulmanes y los salafistas. Juntos se hicieron con el 70% de los escaños. La sociedad había ido deslizándose hacía el conservadurismo religioso que fue aprovechado por los grupos islamistas para hacerse con el poder social.


La única "reforma" religiosa que al-Sisi ha hecho —no sin polémica con Al-Azhar— es la imposición del sermón único de los viernes, escrito en el Ministerio correspondiente, y que obliga a todas las mezquitas oficiales, bajo pena de sanción, a repetir el mensaje institucional. Sus demás peticiones han sido causa de enfados ante la resistencia del centro teológico musulmán. Pero el peligro no está en esas mezquitas sino en la ocupación intelectual de muchos centros neurálgicos, como el propio sistema educativo (los coptos ya lo denunciaban hace casi diez años), los medios, etc. que esparcen una visión del mundo antioccidental. Este proceso, evidentemente no ha comenzado con el régimen actual, sino que es el resultado de una cadena de errores propios y ajenos a la hora de evolucionar como sociedad. Egipto ha reprimido a sus intelectuales que han sido atacados desde el poder o desde el mundo islamista. Unos lo hacían porque pedían libertades otro porque los consideraban apóstatas. Otros muchos intelectuales se dejaron seducir por la comodidad del oficialismo, renunciando a ser críticos y denunciar los errores, la corrupción y la confusión ideológica.
El resultado es que cuando se produce la primera convulsión social seria reclamando libertades, los que entran —bien posicionados— son los islamistas, los únicos con penetración popular profunda, control de las ciudades y una estructura robusta, fortalecida tras las persecuciones. Su carácter internacionalista, además, ayuda. Los gobiernos islamistas ayudan y apoyan a los que quedan en la sombra esperando para dar el salto.
Al-Sisi llevaba cuatro objetivos: levantamiento del estigma mediante la foto y las palabras de Trump, apoyo económico para salir de un inmenso agujero; el respaldo a su política de represión (el "good job") y  la condena de los Hermanos Musulmanes para que fueran considerados un grupo terrorista. Solo ha sacado la foto y el respaldo a la represión.


La economía egipcia es capaz de tragarse todo lo que se destine, devorarlo sin que realmente haya ningún progreso para la sociedad. Está contaminada por la corrupción y la ineficacia de décadas. Tiene un doble peso: la presencia militar en la economía (forma de mantener el poder) y la subvenciones (forma de mantener la calma por la dependencia). Es una visión obsoleta de la función de la economía y de la propia sociedad que ha mantenido los índices de pobreza actuales y una inmensa separación entre los que tienen mucho y los que apenas tienen nada. La crisis última ha destrozado a la testimonial clase media, que se ha visto atacada por la inflación y los impuestos.
La cuestión de los Hermanos Musulmanes ya se había mostrado peliaguda para la administración norteamericana. Bajo Obama, al-Sisi era un golpista aunque se negara a calificar como "golpe de estado" el "no-coup" que le llevó al poder. Bajo Trump, al-Sisi es el "fantastic guy" que realiza un "good job". No se ha ganado nada y se ha perdido mucho. Los islamistas seguirán teniendo cancha en el exterior, justificada precisamente por la represión.
La estrategia islamista es siempre la misma y solo varía en su velocidad. Mientras están fuera son demócratas y se ofrecen como solución a situaciones de violencia radical. Se presentan como lo mejor de "dos mundos". Sin embargo, como estamos apreciando en Turquía de Erdogan, eso funciona hasta que tienen el poder suficiente o, por el contrario, lo están perdiendo. Los islamistas no admiten lo que es una "alternancia" y que para ellos es regresión. Sus cambios son para siempre. Los Hermanos musulmanes de Morsi salieron rápidamente del agujero a tomar posiciones. Lo demostraron en su intransigencia en la redacción de la constitución, excluyendo a los demás, en su prepotencia política y en la regresión en temas de derechos de las mujeres y minorías. El malestar social estaba justificado y las protestas —con ayuda o sin ella— eran reales. Salir de una dictadura militar y meterse en una religiosa es un pobre equipaje para una revolución.
El gran "error" de al-Sisi y de los militares, auténtico poder egipcio, fue la matanza de islamistas, que motivo la salida de los apoyos políticos democráticos que podrían haber dado alguna credibilidad al régimen en su transición hacia una democracia real. Cayó Mubarak, pero no el régimen, que se hizo con el poder pronto. Y ahí murieron las esperanzas.


El gran problema es cómo se puede crear una democracia en estas condiciones de precariedad de libertades y enfrentamiento social. La respuesta del régimen es la represión. Finalmente solo podrán disfrutar de libertades aquellos que estén de acuerdo en que estas no son necesarias, increíble paradoja política, pero perfectamente posible en términos de autoengaño. Al-Sisi echó un órdago cuando ordenó la matanza. El drama egipcio es que ninguno de los que luchan por el poder tiene interés ninguno en la democracia, solo en el mantenimiento del poder. A Mubarak le importaba poco y a Morsi poco más o menos lo mismo.
Por ello es muy importante la actitud internacional para tratar de amparar a las personas que realmente quieran algún día que Egipto deje de ser una dictadura aplaudida por sus partidarios. Lo que critica The New York Times es precisamente esto. Antes todavía tenían lo posibilidad de hacer gestos que dieran a entender el desacuerdo por la ausencia de democracia y falta de respeto a los derechos humanos. El abrazo de Trump es un mensaje de que se haga lo que se haga se calificará como un "good job". Y se hará desde la perspectiva de Trump, no desde lo mejor para la propia sociedad egipcia y su futuro.
Los dos párrafos finales del editorial —tras recordar las matanzas que le llevaron al poder— hacen hincapié precisamente en lo que de mala señal tienen las palabras de Trump:

Mr. Trump has now made it transparently clear that human rights and democracy are not his big concerns and that he places more value on Egypt as a partner in the fight against the Islamic State. What he does not grasp is that, while Egypt is an important country, it cannot be a force for regional stability nor the partner Mr. Trump imagines on counterterrorism or anything else if Mr. Sisi does not radically change his ways. Mr. Sisi’s repression against enemies real and imagined, his management of the economy and inability to train, educate and create jobs for his nation’s youth can only fuel more anger and unrest.
Mr. Sisi’s task is to undertake economic and political reforms that benefit all Egyptians, not just the military. The White House spectacle might have been worth it if Mr. Trump had tried to make these points to his guest.*

Es malo para los Estados Unidos, que pierde su pretensión de liderar el llamado "mundo libre" o los países democráticos; es malo también para Egipto que se ve condenado a que se piense que su estado natural es el de "dictadura" cuya existencia se justifica externamente en evitar la expansión del terrorismo hacia Occidente, que es quien paga la factura,  e internamente en mantener el control de su propia sociedad. Como le han dicho hasta el aburrimiento, ambos planteamiento solo lleva al crecimiento del terrorismo, que es la alternativa antioccidental (quien paga) y antimilitarista (están al servicio de Occidente y no de su pueblo). Con esta misma actitud fue porque que crecieron los islamista en Egipto, haciendo ver que sus dirigentes estaban al servicio de Occidente (e Israel), que eran malos musulmanes y buscaban la destrucción de los buenos. La radicalización no es solo tomar las armas, sino otra forma de ver el mundo.
El resultado ha sido que los países con mayor índice de antiamericanismo son Egipto y Turquía, además de Jordania, todos ellos, en teoría, aliados. Es precisamente el carácter de dependencia de los Estados Unidos lo que las oposiciones —o el propio gobierno, como Turquía— han sabido manipular para generar rechazo.


El ataque descarnado que el presidente egipcio ha recibido en su visita a Estados Unidos ha sido en gran medida debido al propio presidente Trump, en guerra con la prensa. No sé qué efecto habrá tenido sobre sus seguidores.
Lo más preocupante sigue siendo la ausencia de alternativas democráticas a militares e islamistas. No hay forma de consolidar un movimiento democrático que pueda ofrecer un futuro en paz  una sociedades condenadas a la intransigencia y cuya radicalización se concreta en la creación de bandos, pero también en la dedicación a la violencia de un porcentaje pequeño pero suficiente para mantener crisis de seguridad abiertas por todo el mundo.
La estrategia seguida hasta el momento no ha funcionado y, lo que es peor, nos y les condena a vivir bajo una espiral de violencia hacia el futuro, de auto radicalización que justificará la violencia y la represión sin fin. Por más que se nos quiera decir que esta situación no será muy duradera, lo cierto es que no parece cercana a terminar por la razón sencilla de que no tiene fin. Es un principio.
No es una guerra; no hay territorio que conquistar. Son mentes que deben salir del bloqueo en que se las tiene mediante otro tipo de apertura hacia ideas de convivencia. Eso es lo que no se vislumbra por ningún lado. Mientras esto no se afronte así y solo se haga militarmente o policialmente no acabará.
Trump ha respaldado una política que no ha dado resultado; solo una falsa sensación de seguridad en medio de una fortísima crisis económica y social. El régimen egipcio carece de ideas y de soluciones porque niega el problema mismo: la división social que arrastra en contra de las libertades a unos y a otros. Todo lo que no sea trabajar en ello es tirar piedras al propio tejado. Hasta que el tejado se hunda y sepulte a todos los que disputan bajo él.
Hay que encontrar interlocutores y diseñar un mundo posible. Hoy no se ven ni los interlocutores ni ese mundo al que deberíamos todos aspirar, un mundo en paz honesta y digna. Por eso vender la represión como un "buen trabajo" es inmoral. Eso es lo que han dicho.




* "Enabling Egypt’s President Sisi, an Enemy of Human Rights" The New York Times  4/04/2017 https://www.nytimes.com/2017/04/04/opinion/enabling-egypts-president-sisi-an-enemy-of-human-rights.html



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