viernes, 3 de marzo de 2017

Trump y el nacionalismo ruso

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El cariz que está tomando la "cuestión rusa" es cada vez más explosivo. Se ha llevado por delante al consejero de seguridad, Flynn, y ahora ha puesto en la picota al Fiscal General Sessions, un señor que nunca debería haber estado ahí por su pasado manifiestamente racista, algo que no se cura con la edad.
Cuando se estudie este periodo zafio y nefasto de la historia política norteamericana, la gente se hará la gran pregunta que ahora queda atrapada como una mosca chocando contra el cristal de una ventana: ¿por qué tenían lazos con Rusia? o, si no hablaban de nada interesante, ¿por qué se reunían? Como se nos dice de lo que no hablaban pero no de lo que hablaban, nadie se cree que el equipo presidencial de un  candidato a la Casa Blanca hable con los rusos porque no tienen otra cosa que hacer. La pregunta es ¿qué ven en Rusia? ¿Por qué esa fascinación?
No es una pregunta fácil. Es sorprendente que un señor que dice que quiere "hacer más grande a América" tenga esta fascinación por Rusia, que ha sido —desde el fin de la II Guerra Mundial— un enemigo y un rival con el que competir en diversos campos, como por ejemplo las armas y la carrera espacial. Sin embargo, esa Rusia, la Unión Soviética, no existe. La Guerra Fría, como han señalado, cesó y el ganador por puntos, los Estados Unidos, se encuentra buscando alianzas con ella en detrimento de los que fueron sus "aliados".
Una premisa: me resisto a pensar que Donald Trump es el estratega o el ideólogo detrás. Creo que ha sido y es el personaje que ha servido de cara a esta nueva concepción política que necesitaba —claramente— estar desconectada de la política convencional. No tanto como para presentarse como "impoluto" políticamente como por la ausencia de lazos firmes con los  partidos tradicionales. Trump es un caro adorno explosivo en lo alto del pastel y ha seguido las estrategias que le han sabido ofrecer como alternativas para ganar.


¿Qué Rusia ven? En el año 2000, la profesora investigadora en Ciencia Política, Astrid S. Tuminez, doctorada en el MIT y Máter por la Universidad de Harvard en Estudios Soviéticos , y autora de "Russian Nationalism Since 1856: Ideology and the Making of Foreign Policy" (Rowman and Littlefield, 2000), realizaba un interesante análisis del nacionalismo ruso. Las primeras ideas apuntan a la falta de definición nacionalista de rusa en la época zarista, algo paralelo a lo ocurrido en Occidente hasta que los imperios y reinos empiezan a considerar de otra forma a sus pueblos. Para la existencia de nacionalismo tiene que haber una conciencia de "nación" y eso es un concepto muy reciente. Son los nuevos lazos entre las personas y los estados emergentes tras las caídas del absolutismo. Rusia mantuvo siervos de la gleba hasta bien pasada la mitad del siglo XIX, en que se derogó. La nación solo nace cuando aparece el concepto de ciudadano y el individuo tiene que rehacer sus lazos de compromiso con el espacio en el que habita.
El siglo XIX está repleto de los debates entre los eslavófilos y los occidentalistas. Es un complejo espacio dialógico en el que conviven escritores, políticos y todo tipo de intelectuales. Una nobleza distanciada del pueblo y un pueblo que se define por la religión ortodoxa, especialmente ante la inmensidad espacial rusa, poblada por todo tipo de grupos. Así surge el eslavismo, que toma forma de paneslavismo expansivo, forma agresiva para unir territorios considerados hermanos. Todavía hoy se padecen los resultados de esto con los pro rusos o los restos de Yugoeslavia, eslavos del sur, literalmente. Los lazos de Moscú con los serbios son fruto de esta unidad de los pueblos. La caída de los imperios con la I Guerra Mundial dio nuevas alas al nacionalismo, pero la revolución cambio las cosas.


El período soviético era, por definición, internacionalista y también carecía de una retórica específica de tipo nacionalista. Es tras la caída del sistema soviético, cuando en Rusia se produce el surgimiento del nacionalismo, explica Tuminez. Podríamos añadir un dato más: fue la invasión ruso-soviética la que fomentó el ultranacionalismo que existe en los países que ocupó. Los grupos violentos ultranacionalistas de países como Ucrania son contrarios a Rusia, pero también a la Unión Europea, que ven como otra forma de difuminación nacional. En los países ex comunistas se ha producido esa deriva ultra nacionalista como resultado de la presión soviética, que percibieron —no sin fundamento, como imperialista y anti nacional—. Esta es la que ha crecido en países como Hungría o Polonia, dando lugar a gobiernos autoritarios, a un populismo nacionalista que vuelve a resurgir y que no está lejos de lo que estamos viendo en la América de Trump, si bien los motivos son otros para su formación.
Astrid Tuminez describe así las tres principales características de ese nacionalismo en la época de Putin:

Putin's moderate statist nationalism is peppered with what may be termed "the good, the bad, and the ugly." On the "good" side, he inspires support with his rhetoric on love of motherland, a "worthy life" (dostoinaia zhizn') for all Russians, and pride in Russian history and achievements. Putin constantly extols the virtue of national pride, without which Russia "will deteriorate as a people" and "no longer have the capacity for great deeds." He has condemned the imperialism of the past--e.g., calling the Soviet invasion of Hungary and Czechoslovakia as "major mistakes whose fruit is the present Russophobia among Eastern Europeans." He stresses the importance of internal needs and welfare over external ambitions, and has argued that the nation's most pressing goals are to restore moral values and national dignity, eliminate poverty, and build a Russia that Russians would not be ashamed to pass on to their children. The "bad" side of Putin's nationalist rhetoric involves pronouncements that show a lack of belief in democracy as an organizing principle for Russian state-society relations. He speaks of liberal values as having no "deep historical roots" in Russia and emphasizes the state as the "source and guarantor of order, the initiator and main driving force of all change." Putin also favors a "super-centralized" state as a desirable feature "laid down in Russia's genetic code, its traditions, and the mentality of its peoples." This overemphasis on the state threatens a repetition of the old path of development of an overbearing state and a weak society in Russia. Finally, the "ugly" aspect of Putin's nationalism is best encapsulated in his conduct of the Chechen war and wholesale characterization of Chechens as "bandits, terrorists, scum [and] dark forces." These pronouncements denote a chauvinism that does not augur well for a Russia whose population is at least a fifth non-ethnic Russian. *

Los tres puntos tienen sus lecturas en el contexto actual de los Estados Unidos y la política de Donald Trump. En primer lugar, la retórica nacionalista del amor a la patria: "América First". La condena del imperialismo ruso, es decir, del desgate del mantenimiento del "imperio", se parece bastante a la nueva retórica en la que "USA se arma, pero no defiende". El crecimiento del gasto militar anunciado no es para defender a los hijos de otros países, sino a los hijos de los Estados Unidos, por usar los términos del Secretario de Estado en su visita a Europa. Todo se justifica dentro del discurso del "América primero", pero sin renunciar al "América primera", es decir, über alles. Es la importancia del "again", aunque no se precise a cuándo se sitúa en el tiempo esa grandeza máxima que hay que recuperar.


El segundo aspecto, la debilidad de la democracia, es especialmente notoria en los días de Trump. Lo es especialmente en sus ataques a la prensa, que como le dijo el republicano John McCain, es el inicio del fascismo, de las dictaduras. Evidentemente, Rusia salía de un sistema dictatorial y Estados Unidos no lo es. Pero la idea de Trump de que todo se resuelve entre "él, el pueblo y Dios", dejando de lado los partidos, no deja de ser una forma autoritaria. Que los Estados Unidos pierden calidad democrática con una administración mentirosa y que toma medidas de fuerza que son frenadas por los jueces, igualmente blancos de ataques por Trump, es algo que se está denunciando todos los días. El ascenso de las personas de ultraderecha, racistas (el fiscal Sessions, por ejemplo), xenófobos, supremacistas blancos, etc. no son precisamente un síntoma de liberalismo.
A diferencia del caso ruso, en el que según Tuminez, se produce un aumento del estatalismo centralizado, en Estados Unidos, el nacionalismo se vincula con los libertarios y la tendencia anti estatalista, cuya concentración retórica la dio Ronald Reagan: el gobierno es el problema.
En el caso de Trump asistimos a un doble movimiento: 1) la desregulación anti estatal, incluida la economía (las prevenciones para evitar otra crisis financiera que Obama impuso a Wall Street), están entre las prioridades de Trump; 2) la concentración personalista del poder. Hay un movimiento contra las instituciones que implican la separación de poderes y el sentido crítico. Jueces y prensa son el mejor ejemplo de esto. La anulación de la crítica forma parte de ese intento de convertir al país en una sola voz. Afortunadamente es muy difícil que lo logre dentro del sistema americano. Pero Putin salía de un sistema sin libertad alguna y lo pudo hacer: no hay voces discrepantes en la Rusia de Putin y si las hay mueren pronto, como han recordado estos días.
El sistema judicial ruso, como se ha señalado, está al temeroso servicio del poder y nadie se atreve a llevar la contraria a los que se les pide. El gobierno tiene su esfera de negocios, en la que los llamados "amigos de Putin" se han hecho con los grandes negocios del estado, del petróleo a la construcción de las sedes de los Juegos Olímpico en Sochi.


El tercer aspecto es el del miedo. Quizá sea el más identificable pues Trump lleva nombrando enemigos "oficiales" del país desde que comenzó la campaña. Los principales dentro son los "inmigrantes", convertidos en un ejército invasor de ladrones, asesinos y violadores; fuera se ha dirigido hacia el mundo islámico, con la prohibición de que entren en los Estados Unidos los ciudadanos de esos países, algo que los jueces le han rechazado. Pero el plan de las expulsiones masivas se intensifica y pronto, si nadie lo impide, serán millones de personas las que sean empujadas al otro lado del futuro muro que se le ha de cobrar a México, otro de los enemigos.
Enemigo interior ha declarado la prensa. "La prensa es el enemigo del pueblo norteamericano", ha dicho en repetidas ocasiones para lanzar a la gente contra los medios y los periodistas. The New York Times, The Washington Post, la CNN, la BBC, entre otros, han sido declarados "enemigos", difusores de las mentiras que niegan sus éxitos y sus bondades. Trump no acepta las críticas. Afortunadamente hasta el momento solo usa los tuits y no Polonio.
Creo que los tres factores del nacionalismo de Putin y cómo ha mantenido al pueblo ruso bajo los efectos narcóticos de su retórica, acallando de forma violenta las protestas, extremando el conservadurismo (leyes anti homosexualidad, por ejemplo) y el nacionalismo, el papel religioso de apoyo al poder (la iglesia ortodoxa es uno de sus apoyos firmes), han funcionado a la perfección. Putin controla Rusia y nada se mueve en ella sin si control. Sus políticas exteriores se han basado, igualmente, en establecer un nuevo cinturón protector con los países que le rodean a los que ha mantenido, por las buenas o las malas, bajo control. Los que no se han plegado han necesitado del apoyo en la Unión Europea, como ha sido Ucrania, y han pagado, como sabemos las consecuencias.
Los parecidos entre en el nacionalismo de Putin y lo que está tratando de hacer Trump son grandes. Especialmente en el ascenso de una clase empresarial a la política con las perspectivas de negocios, más o menos claros. Lo que Trump llamado la mayor concentración de inteligencia es en realidad la mayor concentración de intereses económicos al frente de la administración norteamericana. Son los hombres de empresa, los ejecutivos y los millonarios los que han asaltado el poder con Trump como buque insignia. Es un empresario al frente de los Estados Unidos, con lazos ramificados, con intereses repartidos por todo el mundo en inversiones, con una familia que usa la Casa Blanca de escaparate para hacer negocios encubiertos, y que ha sido situada en las fotografías para promocionar moda u hoteles, según tercie. Que muchos de los que hay en la administración, en puestos clave, tengan negocios con Rusia o en terceros países no tiene nada de particular.


Sigue en pie la pregunta de por qué esta necesidad fatal de tener negocios y hacer contactos con Rusia por parte de estos empresarios metidos a la política. La naturaleza de los encuentros con el embajador ruso durante la campaña sigue siendo un elemento clave pero oculto. El hecho de que hayan sido escondidos antes los interrogatorios preceptivos para su nombramiento es solo una parte. Los republicanos —al menos una parte de ellos— debe estar recelosa sobre lo que se les está ocultando en este embrollo. El hecho de que hayan mentido al vicepresidente Pence, el hombre del partido puesto para hacer ver que son los republicanos los que han ganado la Casa Blanca (algo que se podría discutir por lo que hemos visto) en vez de haberse subido al tren una vez que Trump les dejó fuera en la nominación, tiene un valor importante y revela parte del problema político. Algunos republicanos están empezando, con cuentagotas, a desmarcarse públicamente de ciertas cuestiones que no ven claras.
Al final de su informe del año 2000, Astrid Tuminez se planteaba una pregunta:

Should Putin's nationalism be feared? It is too early to conclude. What seems evident is that this nationalism currently serves some necessary purposes. First, it helps to legitimize Putin as a leader. By putting on the nationalist mantle and claiming to speak on behalf of the nation and its core interests, Putin--previously a relatively unknown political entity--is able to legitimize his political position and his exercise of power. Second, in a destroyed empire, nationalism helps offset feelings of humiliation, resentment, and helplessness, and creates some space for generating collective optimism and self-esteem. Nationalism creates a new basis for collective beliefs and consensus, without which it would be extremely difficult for Putin to implement the economic and political measures that he believes necessary to improve Russia's internal welfare and external status. 
Inherent in Putin's nationalism are some dangers. First, by pumping up Russian great power identity and a "super-centralized" state, there is a risk that, as in the past, the goals of internal welfare and civic empowerment may be sacrificed in the name of military glory, regional hegemony, and Moscow-centered authoritarian government. Second, chauvinistic rhetoric (even if limited only to the Chechens) reinforces a nationalism that is against another group rather than for such beneficial purposes as the pursuit of national unity and collective welfare.*

La diferencia entre ambos casos es que Donald Trump ha tenido que inventarse un "imperio caído" frente al real que le sirvió a Putin para producir un liderazgo fiel. Es el "again" de Trump el que asume esa pérdida, es la retórica del "volver a ganar guerras" lo que vemos trasladado a una población a la que se ha hecho creer que ha sido invadida, parasitada, por dentro y por fuera. La retórica anti inmigración es norteamericana. Se ha ido introduciendo con fuerza en estos años por los grupos ultraconservadores haciendo ver que el país esta siendo invadido y perdiendo su identidad. Es el resurgir de la América profunda que sigue considerando el "destino manifiesto", que Dios les entregó a los blancos la tierra de la que tuvieron que cortar malas hierbas e indígenas para poder vivir en ella; Es la América que tuvo que ceder ante el movimiento de los Derechos Civiles y que seguía negando el derecho a la población afroamericana a ser verdaderos "norteamericanos", algo reservado a los blancos de origen anglosajón y protestante.
Si la invasión soviética dio lugar al nacionalismo de los países ocupados, la reacción contra Trump y lo que representa para América ha sido instantánea desde la sociedad misma, incluso por delante de los políticos demócratas, que están todavía descolocados por lo que les ha ocurrido.


Es en esa reacción de mujeres, de minorías y de mayorías que han salido en defensa de ellas en donde está el futuro de la resistencia y el cambio. La visión de una América de acogida, un país crisol, donde la gente puede mantener sus raíces como tradición y desarrollar un nuevo sentido de comunidad y compromiso es diferente al fortín atrincherado que Trump y los suyos ven.  
El peligro, como señaló Astrid Tuminez para Rusia, es que se pretenda reforzar el sentimiento de poder mediante la violencia o las imposiciones, como ha intentado a golpe de teléfono Trump desde su primera semana en la Casa Blanca. Sus propios peones están descolocados encontrándose en situaciones como durante la visita a México y tener que decir una cosa mientras escuchan al presidente decir lo contrario.
Lo que para muchos es una evidencia es que Trump es la cabeza visible, no la cabeza pensante. Es precisamente el vacío intelectual de Trump lo que ha hecho que se rellenen esos huecos con las ideas entrantes. De ahí vienen sus enfados —su narcisismo soberbio no lo admite— cuando señalan que la Casa Blanca tiene sus rasputines. Esto va a ser pronto fuente de complicaciones para Trump y el equipo en la sombra respecto a los más visibles, los que han asumido las carteras políticas.
El caso del Fiscal General Jeff Sessions es especialmente grave porque es la persona que debe investigar lo que se debe investigar, es decir, los lazos con Rusia de muchos de sus miembros. El hecho de que la persona colocada en la Fiscalía General se tenga que revocar a sí misma en estos asuntos es un revés enorme y, sobre todo, una evidencia de que Trump le había colocado allí para controlar las investigaciones.
El diario El País señala hoy:

El apartamiento del fiscal general supone un descalabro para Trump. El presidente pierde a su hombre de confianza en el sitio donde más lo necesita. Con Sessions maniatado, es difícil que la Casa Blanca pueda interferir en futuras indagaciones, pese a que cada día que pasa son mayores las probabilidades de que el escándalo derive en una explosión incontrolada. El FBI y el Senado ya persiguen desde el año pasado la trama. Y el comité de inteligencia de la Cámara de Representantes acordó el mismo miércoles iniciar sus pesquisas y centrarlas en el punto neurálgico: “Investigar las acusaciones de colusión rusa con la campaña de Trump”.
Cualquiera que sea el rumbo que tome el caso, Trump ha perdido otra de sus protecciones. La caída de Flynn demostró que no hay muros suficientemente altos para protegerlo. Y el presidente sabe que los servicios de inteligencia, a los que ha vapuleado con insistencia, desconfían de él. Sus constantes elogios a Vladímir Putin y su apelación en plena campaña a que siguiera jaqueando los correos de los demócratas forjaron este distanciamiento. Las consecuencias ya se están viendo.**


¿Qué lazos tiene un político racista con la Rusia de Putin antes de que se produzca la elección de Trump? Muchos de los que se siente "nacionalistas" abrazan una ideología primaria de la raza y los lazos de sangre, una visión estrecha de la religión contra otras. Y todos tienen unos enemigos comunes: lo contrario del nacionalismo, la universalidad. En la universalidad se encuentra contenida la "igualdad", los derechos individuales, el respeto a las diferencias. Contra esto es lo que va ideológicamente el nacionalismo estrecho que se practica. Necesita del tradicionalismo, que una mirada hacia el pasado, ya sea para verse como héroes o víctimas y proyectar los sueños hacia el futuro. No es casual que Trump y los suyos nieguen los valores de la ciencia, los derechos de las mujeres (las primeras que salieron a la calle), etc. Son obstáculos que se encarnan en sus oponentes políticos, cuya visión del mundo es distinta. El nacionalismo se basa en mitos dogmáticos y necesita un clima de enfrentamiento, como bien se ha señalado, para mantener sus discursos y su cohesión.
Trump se enfrenta a un reto: 1) sus peones no le informaban y actuaban por su cuenta, en cuyo caso queda como un tonto; y 2) la información llegaba hasta él al final de la cadena, en cuyo caso es responsable. En el primer caso, se habría equivocado al seleccionar traidores; en el segundo...




*  Astrid Tuminez "Russian Nationalism and Vladimir Putin's Russia" April 2000 PONARS Policy Memo 151 American International Group, Inc. and Council on Foreign Relations

** JAN MARTÍNEZ AHRENS "Las reuniones con el embajador ruso fuerzan a Sessions a apartarse del caso de los ciberataques del Kremlin" El País 3/03/2017 http://internacional.elpais.com/internacional/2017/03/02/estados_unidos/1488491753_346000.html












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