miércoles, 18 de enero de 2017

Los retos de la Europa unida

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El destino de Europa parece que se decidirá por su capacidad de resistir a cuatro tipo de fuerzas que, tirando cada una en una dirección, tratar de cambiar su rumbo, cuando no su propia existencia. La Unión Europea refleja en esas dos palabras su propia esencia: es "unidad" y es "Europa", un concepto con una serie de implicaciones y consideraciones previas y una visión de sí misma y su futuro. En gran parte, este futuro depende de la capacidad de consolidad sus propias virtualidades, nacidas de una visión de su propia historia y especialmente de una voluntad, un deseo de ser de una manera determinada. Por esto mismo, el concepto de "unidad" y de lo que sea "Europa" es frágil, pero no débil, ya que su fortaleza surge de la voluntad de ser.
Estas cuatro fuerzas tratan, pues, de debilitar primero su unidad y después su voluntad conceptual de ser, la imagen que tiene de sí misma. Las cuatro fuerzas son, en estos momentos, 1) las acciones del todavía presidente electo Donald Trump, cuyas declaraciones a The Times no dejan duda ninguna sobre su apoyo a la desintegración de Europa y a su fragmentación encerrada en una visión nacionalista y aislacionista; 2) las acciones impulsadas desde Rusia por Vladimir Putin apoyando (como hace y hará Trump) a las fuerzas que son favorables a la disolución de Europa, estrategia desarrolladas especialmente tras la invasión de Ucrania y las sanciones derivadas con la que la UE les sancionó; 3) esas fuerzas, apoyadas desde fuera (Trump directamente al Brexit; Putin a los euroescépticos y eurófobos), que luchan por evitar que la Unión Europea se consolide preconizando la salida de los países, tanto de los miembros fundadores (Francia) como de los últimos en incorporarse (algunos países del Este de Europa que manifiestan, desde dentro, políticas debilitadoras y centrífugas, como Hungría, Macedonia, etc.); y 4) aquellas circunstancias históricas que se traducen en crisis que someten a la Unión Europea a tensiones, como han sido la crisis económica y del euro recientes y la actual de los refugiados.


Las declaraciones de Donald Trump al diario británico The Times dejan pocas dudas sobre lo que va a ser el futuro próximo. Su apoyo al Brexit ha sido muy claro. Tanto que Theresa May ha salido pocas horas después con nuevos bríos a sabiendas que contará con el respaldo de los Estados Unidos para hacer una alianza. El titular de The Times tras su declaración de hoy es "May to EU: give us fair deal or you’ll be crushed". Las amenazas de la aspirante a "dama de hierro" a la Unión Europea van paralelas a las amenazas del aspirante a ocupar el puesto de su partenaire, Trump, un peor actor que Ronald Reagan.
May ha hecho una presentación local extendiendo las plumas, amenazando con el peso de la City y de los bancos para Europa. La primera ministra se ha olvidado ya de los desastres predichos del Brexit y busca un camino triunfal en el que Reino Unido doblegue a la Unión, establezca una nueva entente con la América de Trump, pueda seguir haciendo lo que siempre ha hecho pero dejar de cumplir con sus obligaciones. El proteccionismo de Trump pasa a ser el británico. ¡Si le funciona!



Pero los primeros que le han contestado no han sido en Europa, que se tiende a ser prudente, sino desde Escocia, que tras escucharla ha decidido por boca de su máxima dirigente volver a poner el referéndum secesionista encima de la mesa. Escocia, ha dicho, no comparte la visión del ala dura del partido conservador. Con esta calificación deja a Theresa May al descubierto. Si la Unión fuera la Rusia de Putin, estaría chantajeando a Reino Unido con coqueteos con Escocia, como los rusos hacen con todo el que manifiesta discrepancia con las políticas de la Unión. La primera visita, como hicieron los griegos, es a hacerse la foto en el Kremlin. Hoy la política griega ya juega a otra cosa.
A los dos, Putin y Trump, les interesa una Europa debilitada y desunida. También a sus seguidores británicos, franceses, holandeses, nórdicos, etc. Todos ellos constituyen esa tercera fuerza centrífuga que mina Europa desde sus parlamentos nacionales y desde sus asientos europeos. Son una fuerza destructiva y muy negativa en cuanto que tienen de exaltación nacionalista, un caldo de cultivo peligroso, imprevisible. El fomento de la xenofobia y el racismo en el seno de Europa atenta contra la convivencia, pero también de forma esencial contra su propia voluntad de ser, que solo puede ser plural y abierta.


Esto es mucho más importante desde el momento en el que la América de Trump ha traicionado sus propios principios fundacionales de "nuevo mundo", un espacio plural y de integración de lo diverso, en favor de la creación de un nacionalismo absurdo que niega su origen diverso y que ve a los recién llegados como una lacra, cuando son los inmigrantes, los colonos, los que han construido los Estados Unidos. ¿Cuándo un inmigrante deja de considerarse tal y comienza a considerar a los nuevos inmigrantes como invasores? Seguramente, antes de lo debido.
El discurso xenófobo que le hemos escuchado a Trump se lo hemos escuchado hoy a Theresa May. Ellos sabrán lo que hacen, pero Europa no debe hacer lo mismo y esa es la base de su nacimiento, el reconocimiento intelectual e histórico de que un espacio común necesita de una identidad común, una identidad emergente, la europea, que no olvide su origen.

Esto nos lleva al cuarto problema, al contextual, quizá el más urgente de todos: la crisis migratoria. Si la respuesta británica y la norteamericana son la xenofobia; si las respuestas de las fuerzas nacionalistas en Europa lo son también, la identidad emergente europea solo puede ser aquella que manifieste el carácter plural y armónico de Europa. La crisis migratoria tiene el valor de una prueba, como lo ha tenido la crisis del euro, de la moneda única. Es ese carácter común el que fuerza a las respuestas solidarias que es lo que debe seguir definiendo el proyecto europeo.
El destino europeo es ir atado al mástil de la nave, como un Ulises tentado, resistiéndose a ceder a las voces cuyas peticiones le harían desaparecer si cediera. Una Europa egoísta podría resolver una crisis, pero no podría sobrevivir a su propio egoísmo. En su triunfo estaría su fracaso. Eso es lo que quieren hacer los británicos de Theresa May y Donald Trump, desde el otro lado del Atlántico. La mejor contestación, por ello, es demostrar que la solidaridad es más cara, más abnegada y más crítica, pero más gratificante y más fundadora de estabilidad futura. Sobrevivir juntos es más importante a que a unos les vaya muy bien y a otros muy mal.
Hasta el momento, la conjunción de las tres primeras fuerzas parece ir triunfando. Pero es solo la apariencia. A la larga, las políticas que siguen están destinadas a ser desmontadas desde el propio interior, desde su disidencia mayoritaria. El Brexit suscito un enorme movimiento en contra dentro del propio Reino Unido: no hablemos de lo que tiene Trump por delante. Los faroles de May amenazado está más destinado a la defensa interna que a una ofensiva contra Europa. Veremos la realidad de lo que ocurre, que va a ser lo que realmente decida. Su discurso ha sido cínico: los que quieren un tratamiento "ejemplar" contra el Reino Unido para evitar fugas, se enfrentarán a las iras británicas de la City. Veremos el papel de la City cuando deje de ser el lugar privilegiado que daba acceso a muchas empresas a Europa y a América, además de sus vínculos asiáticos. Estos últimos también veremos cómo evolucionan si Trump, como ha prometido, se mete en una guerra comercial con China que arrastre al Reino Unido. El mundo es más complejo de lo que la mente simplificada de Trump, el mundo en un post-it, trata de reflejar.


El gran reto que Europa tiene es simbólico y humanitario. No se debe dejar arrastrar por las corrientes egoístas y xenófobas que han llevado a Trump y al Brexit adelante. Debe ser una política que nos haga sentir la diferencia, como lo que está en la mente de muchos europeos. Puede que Trump y May ayuden a la consolidación de Europa como reacción solidaria frente al egoísmo xenófobo y sus consecuencias.
Creo que muchos europeos estamos deseosos de ver una política más justa, solidaria y humanitaria, que demuestre al mundo que la fuerza no son las amenazas, los chantajes ni el egoísmo. Europa tiene que empezar a creer en su propia diferencia, su vía, y practicar lo que salió de su seno: las políticas de derechos humanos como base de loa resolución de conflictos y el logro de soluciones justas frente a las posturas de fuerza y egoístas que se han demostrado equivocadas y contraproducentes. No han arreglado nada y han empeorado muchos problemas. 
Son tiempos de pruebas, tiempos duros. Pero creo que se resistirá y se acabará imponiendo una visión que se necesita y que no acabamos de poder construir, la de un liderazgo europeo unificado. No podemos seguir siendo un coro de voces defendiendo cada uno nuestros intereses, sino una voz que logre incluir una visión conjunta desde esos principios a los que no debemos renunciar. Es ahora cuando comprendemos la importancia que tienen para alcanzar esa definición cultural, humanitaria y justa. Hay que aprovechar las crisis para reafirmar los valores. Los discursos negativos que escuchamos nos deben ayudar a desarrollar los positivos, a comprender nuestros errores, a clarificar nuestras decisiones. Es una lástima que haya que escuchar las palabras de un Donald Trump para comprender cuál no es el camino, pero así es la Historia. A veces los ejemplos de lo que no queremos ser resultan más eficaces.

La Unión Europea debe ser la Europa unida. Es en la superación de retos en donde está su fuerza. La fortaleza de Ulises estuvo en resistir a los cantos de las sirenas.




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