miércoles, 9 de noviembre de 2016

El terremoto y las réplicas

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Los votos son los votos y una vez que se han abierto las urnas y contado, hay lo que hay. Se pueden hacer especulaciones sobre las causas y mostrar preocupaciones por el futuro que se abre ante todos, pero la decisión de los Estados Unidos está sobre la mesa y los primeros que tendrán que sufrir o disfrutar de su elección son ellos mismos.
Han elegido a un presidente que presume de manosear a las mujeres, que considera delincuentes y violadores a sus vecinos del Sur, que desconoce su propia constitución, que presume de evadir impuestos a través de sus bien pagados abogados, que ha llamado a Alemania "república islámica" y que hoy festejan en Rusia, celebra la extrema derecha antieuropeísta, que ha hecho feliz al Ku Klux Klan y a los poseedores de armas, y que apuesta por deshacer la OTAN, que cree que el cambio climático es un invento para frenar a los Estados Unidos, que carece de cualquier experiencia política... y un sinfín de cuestiones que se irán revelando poco a poco conforme tome posesión de la Casa Blanca.
Ellos sabrán.
The New York Times titula "World Awakes to Shock and Uncertainty at Prospect of a Trump Presidency". No creo que sea exagerado, pues bastaba con ver las caras, los tonos de voz de los comentaristas de las televisiones. Anoche, durante la elección, la única televisión que mostraba simpatía hacía Donald Trump era la RT rusa, cuyo canal en español sostenía que no se había comprendido bien al candidato. Creo que nunca ha habido un candidato al que se comprendiera mejor, que fuera más claro en sus carencias, fobias y filias en todos los campos. Donald Trump ha tenido una opinión sobre casi todo y cada una de ellas ha sido desmenuzada mostrando las enormes falacias cuando no mentiras se escondían detrás de ellas.
Pero ha sobrevivido y ha ganado.


Los temores de muchos sobre lo que Trump representa han sido poco transformados en los temores sobre los que Trump representa. Creo que pronto se pudo ver que no era posible que el voto a Trump fuera solo un voto a favor de sus ideas descabelladas sino que iba aunando un sentimiento en contra de lo que Obama había representado. En este sentido, la aceleración final del presidente en dos casos, Cuba e Irán, han servido para que Trump mostrara ante la sociedad americana una debilidad o un entreguismo que le hizo construir su idea de hacer "grande" a América de nuevo.
Era lógico que así fuera, pues Trump ha carecido de un programa coherente y se ha alimentando de las frustraciones sociales canalizándolo contra lo que ha convencido a la gente que era el "establishment". Esta parece ser la palabra clave para intentar explicar lo ocurrido. ABC titula "La derrota de Hillary Clinton, un golpe al establishment y un freno a las reformas de Obama". El País tituló allá en febrero, de forma clara, "Nadie quiere ser 'establishment'".


Será necesario repensar esta palabra en este momento de la Historia en que, parece ser que se han superado las ideologías como tales (o han adquirido una nueva retórica de encubrimiento) y se crean dos grandes bloques, el que representa el sistema o establishment y el que se presenta bajo las consignas del populismo. La estrategia de la comunicación política consiste en atraer el descontento que el propio sistema produce, canalizar la ira y la frustración contra el oponente y presentarse como alternativa al sistema.
Esto solo es posible en unas sociedades en las que las personas perciban que están desatendidas, que se trabaja en favor de los grupos económicos, políticos o de cualquier otra naturaleza en lugar de por ellas. En España a esto se le ha llamado la "casta" y ha funcionado también. Por Europa lo han hecho desde ideologías distintas, en unos casos canalizando la ira hacia la Unión Europea, responsabilizándola de las crisis, desatención, etc. para regresar a posturas ultranacionalistas, en otro caso lo que se ha utilizado son los diferencias económicas como eje principal, planteándolo como una cuestión de privilegiados y olvidados. Pero funciona, según hemos podido ver, muy bien. Sus argumentos son sencillos y eficaces; se llama la atención y se consiguen resultados rápidamente en función del desapego.
La idea de que nadie quiere ser el establishment es de gran importancia porque implica una percepción de las instituciones públicas y de la política misma realmente problemática. Este esquema funciona y se puede mantener desde el poder, estigmatizando al otro y convirtiéndolo en amenaza para el pueblo, cuya identidad ha sido absorbida. Es el caso venezolano, en donde el populismo se ha quedado sin pueblo, representa ya el establishment pero sigue usando la misma retórica.


El populismo adquiere el lenguaje de una oposición constante aunque esté en el poder, de ahí la necesidad de la amenaza exterior, real o ficticia, de sembrar el miedo, otra emoción primaria que se utiliza. El racismo y la xenofobia participan de la misma manera en el populismo: es la amenaza interior, el miedo a perder una ficticia identidad nacional ante la presencia de los extranjeros, los inmigrantes, etc. Eso le ha funcionado a Trump, como lo ha hecho en Reino Unido o en Alemania, Grecia o Francia, cada uno con sus peculiaridades.
Lo que la victoria de Donald Trump demuestra lo hemos ido repitiendo durante la campaña: la necesidad de mantener la idea de la democracia y de la política limpias. La desafección política hace caer en manos del populismo. Se deja de pensar racionalmente y se basa en un sistema de emociones primarias que despiertan lo peor y anulan la convivencia. Estados Unidos son ya dos países compitiendo por un mismo espacio. Es el efecto de las políticas populistas de la divergencia frente a las políticas democráticas que deben buscar la convergencia.
La estrategia de la polarización funciona, no hay duda. Convierte a los partidos en irreconciliables, incapaces de llegar a cualquier tipo de acuerdo, y a los electores en enemigos que se sienten agraviados frente a los otros, que perciben de una forma radicalizada.
La estabilidad de la sociedad pasa por solucionar los problemas e irlos reduciendo. La radicalización es peligrosa. Por eso la política tiene que cambiar, tiene que buscar una mayor conexión con la sociedad, no aislarse, porque hoy es posible agruparla mediante técnicas de comunicación que construyen las polaridades.
La idea del establishment como fuerza opuesta al pueblo es poderosa y fácilmente construible si se carece de prejuicios y si el otro lo favorece. La experiencia de Hillary Clinton, senadora, secretaria de Estado y ex primera dama, se ha vuelto contra ella. Ha sido percibida como parte de un grupo que secuestra el gobierno en su beneficio. Esos mismos argumentos no solo han sido usados por Trump, sino por sus mismos correligionarios, los demócratas seguidores de Sanders, que hicieron lo mismo: Hillary era la "casta". De esta forma, se ha acumulado contra ella toda esa inercia más la fuerza republicana.


También Trump la utilizó durante las primarias republicanas. Él era el "refresco" frente al propio establishment; llegaba desde el pueblo y para el pueblo. Mitt Romney intentó la estrategia del "empresario" de éxito, pero no le funcionó frente a Obama; también era un intento de presentarse como el refresco frente al sistema, pero era un político profesional, gobernador del estado de Massachusetts e hijo del ex gobernador de Michigan. Trump, por ejemplo, se ha enfrentado a un tercer Bush que aspiraba a la Casa Blanca.
La base de todo ello es la desafección política. Ahora Trump está en la Casa Blanca para un periodo en el que veremos cómo funciona y quiénes son las fuerzas que realmente han estado apoyándolo desde dentro y fuera.
Habrá que ver y temer cuáles son sus acciones y especialmente cuál es su retórica una vez que él forma parte esencial del poder. Veremos si los hackers rusos siguen filtrando correos o si el FBI tiene tanto empeño en investigar sus negocios como ha hecho con otros.
El mundo se nos está llenado de figuras autoritarias y populistas, nacionalistas, nada dialogantes. Se nos llena de Putin, Erdogan, Maduro... que consiguen el poder, y muchos otros más que se lanzan al mundo político sosteniendo que está podrido y que ellos son la salvación.
No es casual que sea la ultraderecha europea la que más contenta está con Trump; tampoco que Putin se sienta más contento ante una posible desprotección de Europa que obligue a bajar la presión sobre él. No lo es tampoco que El-Sisi viera en Trump a un líder fuerte en su viaje a Estados Unidos. Admiradores, imitadores, justificadores de las formulas autoritarias, cada vez más. Y menos libertades, menos diálogo, más violencia.


Que los norteamericanos hayan elegido a Donald Trump es un gran fracaso colectivo de los Estados Unidos y un muy mal mensaje al mundo. Estaban en su derecho El respaldo que han recibido los que han admirado su desprecio por mujeres, minorías, la ciencia, la cultura, las relaciones con aliados, etc. les concede un sentimiento de victoria sobre el resto de los norteamericanos que difícilmente se va a poder soportar. Ahora están eufóricos. Veremos cómo son las cifras de los Estados Unidos en poco tiempo.
Es un gigantesco fracaso de los republicanos, que se verán ahora obligados, sin remedio, a enfrentarse al hecho de haber llevado hasta la Casa Blanca a alguien que no ha pertenecido a su partido, que ha destrozado a sus candidatos y sobre el que van a tener serios problemas en cuanto que empiece a tomar decisiones. Es un fracaso de los demócratas que, frente a Trump no han sido capaces de proponer una alternativa que poder respaldar con más entusiasmo.
Los votos son los votos. Los motivos por los que cada uno haya votado serán diferentes, pero todos se suman. Esperan tiempos duros para muchos y de gran incertidumbre ante un presidente sin experiencia política y con ideas que todos han coincidido en calificar como descabelladas e ignorantes. La gran pregunta es, entonces, si no cabe duda de ello, ¿cómo se consigue que sean atractivas frente a lo más razonable?
Una vez producido el hecho, lo que queda es reflexionar sobre el camino recorrido, analizarlo y prever que habrá imitadores aplicando la receta de la división social, de la estigmatización de la política, que necesita ser rescatada por el pueblo representado por populistas de distinto pelaje. La receta es fácil, el coste social muy alto. El modelo norteamericano es único, es cierto, las estrategias se adaptan a las circunstancias.
Mientras partidos políticos y políticos demócratas no entiendan que la democracia es un bien frágil, que se puede deteriorar en los choques que debilitan el sistema, que tienen la obligación no de protegerse ellos, sino de proteger y mejorar el sistema democrático para poder atender mejor a los pueblos, avanzarán las figuras como Donald Trump o grupos que juegan con las mismas tácticas, en la derecha y la izquierda. Todo surgen de aprovechar el distanciamiento de la política y los políticos.
Los más moderados lo han calificado de terremoto mundial. Ahora hay que esperar la llegada de las réplicas.


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