jueves, 30 de junio de 2016

El presidente con botas

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Al señor Embajador de Egipto en España no le ha gustado un artículo de Francisco Carrión en el diario El Mundo y así lo ha manifestado a través de una carta dirigida al director del diario que este ha publicado ayer, día 29, en su versión impresa con el título "Aclaración de la embajada egipcia". La sección es "Cartas al director". Esto no tendría que tener más importancia si el embajador fuera, pongamos por caso, el británico o el francés, pero teniendo en cuenta que el corresponsal del diario El País tuvo que dejar Egipto en su momento porque a alguien no le gustaba tampoco lo que escribía, el escrito debe ser contemplado de otra manera. Y el tiempo nos dirá cómo.
Es perfectamente comprensible que al señor Embajador de Egipto no le guste el artículo de Francisco Carrión y así lo manifiesta desde el primer párrafo:

Sr. Director:
Leí con atención el artículo de Francisco Carrión publicado el pasado 8 de junio bajo el título «Vidas aplastadas por las botas del presidente egipcio Al Sisi». El título me causó un gran asombro y tristeza porque me pareció ofensivo para todo un pueblo. Debo recordar que los egipcios, que derrocaron a dos presidentes, (Mubarak y Mursi) en menos de tres años, en defensa de su libertad y dignidad, no pueden admitir que sus vidas sean aplastadas por nadie.*

El señor embajador es muy libre de sentirse asombrado y triste por la lectura del artículo, quizá incluso forme parte de sus obligaciones diplomáticas el hacerlo. Pero a lo que no tienen ningún derecho es a considerarse ofendido. Es más: es él quien está ofendiendo al pueblo egipcio al considerar que lo que se dice de las "botas del presidente" se dice del "pueblo egipcio".


Desde esa demagógica y verdaderamente insultante igualdad, todo lo que haga el presidente es en nombre del pueblo egipcio. Quizá también sea el pueblo egipcio, por el mismo razonamiento igualitario, el que haya entregado las islas de Tiran y Sanafir al rey de Arabia Saudí.
Las botas no son del pueblo egipcio, son las de su gobierno encabezado por "su" presidente. Entrecomillo el posesivo porque el problema parece en no saberse bien quién posee a quien, si el pueblo al presidente o el presidente al pueblo. Pero de lo que no hay duda es de quién son las botas.
No es el pueblo egipcio, al que usa como coartada, el responsable de lo que dice el corresponsal Carrión y que no gusta nada al embajador egipcio, señor Ahmed Ismail Abdelmoeti. Es inaceptable e insultante que considere que las acusaciones contra el presidente y sus acciones se consideren insultos al pueblo egipcio. Solo la retórica hueca y grandilocuente, totalitaria y patriotera establece la equivalencia.


Dice el señor embajador que el pueblo egipcio derrocó a dos presidentes, Mubarak y Mursi. La equiparación de ambos casos es también insultante porque omite decir que los que respaldaban o sostenían a Mubarak —ya que tenía al pueblo en contra— eran el Ejército y la Policía. De la misma forma el hoy presidente de todos los egipcios era ministro de Defensa del Gobierno de Mohamed Mursi y su ministro del Interior, señor Mohamed Ibrahim, ejerció la represión desde diferentes puestos desde la época de Mubarak, en la de Morsi y en la del presidente Morsi hasta que los excesos fueron ya insoportables y las manifestaciones, artículos, etc. para que se libraran de ese profesional de la represión eran continuas. Mucho le debió costar al gobierno desprenderse de un profesional con tanta experiencia en la represión del pueblo egipcio. Era un esmerado limpiabotas.


Es de agradecer que frente a las corrientes oficiales que tienden a expandir la idea de que quienes se levantaron contra los excesos de las botas de Hosni Mubarak después de treinta años en el poder, sean hoy considerados "saboteadores", "agentes extranjeros" al servicio de Occidente, etc. y se pida que se les retire la nacionalidad, como en el caso de Wael Ghoneim, Aquella "primavera", según los oficialistas y limpiabotas fue una maniobra para hundir al mundo árabe con conflictos y hacerles abandonar el paraíso de sus dictadores, en el que todos vivían felices. Los que fueron una vez "mártires" con cuyas efigies se decoraban los murales en las calles, hoy son olvidados o insultados, incluso se censuran los libros que guardaron testimonio fotográfico de aquellos muros.


La madre de Khaled Saeed, el joven torturado hasta la muerte por denunciar los tejemanejes de la policía alejandrina con la delincuencia de la ciudad, se hermana por voluntad propia con la madre del joven estudiante italiano, Giulio Regeni, en la sospecha de que los mismos que torturaron y arrojaron a la calle a su hijo lo hicieron con el doctorando que había cometido el terrible pecado de salir a la calle un 25 de enero, aniversario de la Revolución de 2011, pero en el que ya solo está permitido celebrar oficialmente el Día de la Policía.


El día en que los egipcios salieron a la calle, quien los reprimió brutalmente fueron las fuerzas de seguridad, las mismas que lo hacen hoy, como sería el glorioso Ejército egipcio el que lo haría oficialmente poco después, como siempre, en el periodo de la SCAF, con el mariscal Tantawi al frente.
Si el señor embajador leyó con "interés" el artículo sobre el presidente El Sisi, seguro que le interesará también leer todos aquellos textos periodísticos, artículo y entrevistas, en los que se recogen las firmes declaraciones del entonces ministro de Defensa y hoy presidente en el que se afirmaba que no tenía ninguna aspiración al "poder" de Egipto y que el Ejército tampoco. Con esa confianza, la mayoría de los egipcios respaldaron al amplio espectro de fuerzas políticas y sociales, de coptos a salafistas, de liberales a socialistas, que asumió el poder tras la negativa de Morsi a renunciar al cargo y a convocar nuevas elecciones, que es lo que se le pedía. Nadie pidió nunca un golpe porque el argumento esgrimido era "evitar una guerra civil". No es fácil creer esto después de ver la forma de "resolver" el conflicto, con cerca de mil muertos y otros muchos miles de personas encarceladas o desaparecidas.
El cierre de la carta del señor embajador Abdelmoeti concluye:

La transición egipcia está en manos de un presidente elegido democráticamente, que colgó su uniforme y está cumpliendo el mandato de instaurar un sistema democrático y civil.


La "transición" ha concluido con un monumental fiasco, no solo no se ha ido hacia las libertades sino que ha aumentado la represión y se construyen más cárceles para esos inexistentes presos. El gobierno de Egipto ha hecho caer todos los indicadores que miden la salud democrática, la transparencia, la libertad de expresión, etc. hasta niveles por debajo de la época de Mubarak. Se encierra a periodistas, intelectuales, ateos que invocan su libertad de conciencia y que la constitución que lo recoge. Ni "democrático" ni "civil", como denuncian los comités de instituciones de todos los rangos. Las declaraciones sobre los "derechos humanos", hechas por el presidente El Sisi, señalando que no son adecuadas para la moral egipcia, son un insulto al propio pueblo egipcio.


En estos momentos hay miles de encarcelados pendientes de que se celebren sus juicios, que se retrasan una y otra vez, por años. Es una forma antidemocrática de ejercer la justica, ya que se usa como castigo contra las personas no dejando que se defiendan en un juicio. Ha batido el triste récord de periodistas encarcelados, presionados, etc. Ayer mismo informábamos de la deportación fulminante de la periodista libanes Liliane Daoud, en cuyo programa era posible criticar las políticas de Sisi. Se prohíbe la entrada o se expulsan los periodistas molestos. A las mismas presiones están sometidos muchos miembros de las universidades que osen ser críticos y no se dejan intimidar por las consignas dadas desde la propia institución, controlada férreamente, de los profesores a los estudiantes, cuyas elecciones no se han reconocido por salir independientes.


Los conflictos con los profesionales han sido constantes: abogados, funcionarios, médicos (por las intimidaciones policiales), periodistas (con la cabeza del sindicato detenida), escritores detenidos por "atentar contra la sagrada moralidad egipcia", editoriales cerradas, medios comprados por los magnates que apoyan al gobierno... De todo ello damos cumplida cuenta aquí cuando se produce, por lo que quien esto lee puede dirigirse a la columna de la derecha y buscar los datos, fechas, hechos, nombres...
Los apoyos que le quedan a El Sisi son los miembros del antiguo régimen, que han recuperado protagonismo al pasar la tormenta contra ellos y poder sentarse incluso en el parlamento en representación del pueblo egipcio, y los nuevos emprendedores de una situación política de nuevo centralizada en la figura del presidente a través de una operación de aislamiento de Egipto convenciéndolos de que son objeto de conspiraciones. La única real hasta el momento es la que ha supuesto la entrega de las islas a un país extranjero, algo que los jueces acaban de frenar para consternación del gobierno y alegría de muchos millones de egipcios, a los que el embajador representa.


Nada de lo que ocurre en Egipto puede ser llamado "transición" y menos todavía "hacia un estado democrático y civil". La represión por motivos religiosos ha aumentado mucho más que en la época de Mubarak, adquiriendo Al-Azhar un protagonismo censor perfectamente calculado para ofrecer la imagen "piadosa" y convertir a los opositores en enemigos de la religión.
Son los propios hechos del gobierno, su comportamiento muy poco democrático, los que definen esta situación y no los discursos del presidente y sus ministros o la carta del embajador.
Nadie ha insultado al pueblo egipcio. En cambio sí se le reprime y encarcela mediante la operación retórica excluyente: todo el que no está del lado del presidente "no es egipcio", es más, es su enemigo. Shaimaa al-Sabbagh sí era demócrata y llevaba flores para conmemorar a los muertos en el día que se ha prohibido celebrar, para recordar a los que cayeron por esa dignidad de la que el embajador habla. Pero esa dignidad no está en quienes, entonces y ahora, han apretado el gatillo. Y son siempre los mismos.


Nadie ha ofendido al pueblo egipcio. Hay otro tipo de ofensas a su dignidad y libertad que se repiten y que no pueden ser ignoradas ni si quiera en nombre de la diplomacia. Los embajadores representan a los pueblos y no a los gobiernos. La ofensa es hacer pasar las faltas de los presidentes como "virtudes" de los pueblos. Que cada cual aguante su vela.
Aunque el presidente El Sisi colgó el uniforme, se dejó las botas puestas.



* "Aclaraciones de la embajada egipcia" Cartas al director, El Mundo, 29/06/2016.




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