miércoles, 8 de julio de 2015

Las palabras son mías (y la religión también)

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La presión bajo la que se encuentra el gobierno egipcio debido a las críticas abiertas tras el primer año de mandato de Al-Sisi y el desinflamiento de la sisimanía como euforia que todo lo iba a resolver, la guerra abierta en el Sinaí, las críticas internacionales y las protestas de los medios de comunicación —que ven cada vez más restringidas sus críticas—, le hace cometer errores absurdos que demuestran poca capacidad para enfrentarse a los problemas si no es desde el autoritarismo. La mentalidad militar no se olvida pronto.
De no ser porque la noticia provenía de una fuente como Ahram Online, las dudas sobre el origen del texto publicado podrían atribuirse a los peores enemigos del régimen egipcio. Su titular llamaba la atención desde los lugares preferentes de la página virtual: "Alleged official document stipulates terrorism terminologies for Egypt-based journalists".
Es difícil encontrar un despropósito mayor, aunque todo tiene su explicación. El gobierno egipcio —a falta de cosas mejores— está haciendo girar su política sobre el hecho de que se encuentra en "estado de guerra", por un lado, y que ellos constituyen la verdadera y única religión posible. El intento de controlar la forma como se llame a los actos y a los activistas es de una puerilidad infinita y de unos efectos contraproducentes. Señalan en el periódico:

Some Cairo-based foreign correspondents widely shared Sunday through their social media accounts an alleged official document that defines different terrorism-linked terminologies.
A foreign correspondent in Cairo, who preferred to remain anonymous, told Ahram Online that many foreign journalists received the document Saturday during a presser held by the Ministry of Foreign Affairs.
The document stipulated that the foreign correspondents should not use terminologies that are "religiously based or faith oriented, carry in its fold negative connotations that are largely based on heinous stereotypes and ill-informed predispositions."
The document listed several terminologies "not to be used in describing terrorist groups," with a brief definition of each, such as: Islamists, Islamic groups, jihadists, jihadis, shiekhs, emirs, ISIS, ISIL, Islamic State, fundamentalists, puritans and literalists.
Other terminologies to be used in describing terrorists were also present in the document, as long as they aren't "associated with any religion or affiliated with any faith, even if these groups falsely claim to base their horrifying acts on religion."
The document urged correspondents to use the terms "terrorists, extremists, criminals, savages, murderers, killers, radicals, fanatics, rebels, slaughterers, executioners, assassins, slayers, destroyers and eradicators."*


La falta de sentido común del Ministro de Asuntos Exteriores egipcio es demostrada con cierta frecuencia. También es cierto que le toca el aspecto menos agradable de la política egipcia: intentar convencer a los que vive fuera de que todo es perfecto. De los de dentro ya se encargan otros con mayor o menor éxito. Pero el Ministro de Exteriores fracasa constantemente. Este intento de explicar al mundo entero por qué están equivocados se ve rechazado por todos aquellos (con la excepción de Viktor Orban, famoso liberal que añora líderes fuertes de uniforme) que no tienen inteligencia suficiente como para comprender sus motivos.
El argumento es que aunque los terroristas del Estado Islámico se consideren la perfección religiosa, lo suyo no es un fenómeno religioso, concepto que debe ser sabiamente administrado por el socio de coalición de Al-Sisi, la Universidad de Al-Azhar y el Gran Muftí. Se ha de excluir la hipótesis religiosa de cualquier acción empleada por el Estado Islámico. Hay que llamarles "terroristas", "criminales", "carniceros" y todo lo que se nos ocurriría si fuéramos el Capitán Haddock, pero hay que eliminar cualquier referencia religiosa.


Hay dos partes en este absurdo. La primera es el autoritarismo de la explicación unilateral. El gobierno egipcio puede decretar cómo se habla, de quién se habla y cómo interpretar, denominar, etc., lo que tenemos delante. Lo dice sin rubor y poseído por una fuerza legal y religiosa. Es decir: puedes acabar en la cárcel, como ya han acabado algunos, si interpretas lo que ves de forma diferente a la oficial. Después está el otro facto, de mayor profundidad y gravedad: el estado asume la interpretación de lo religioso. Como esta es una hipótesis que hemos estado barajando desde que se produjeron las primeras cruzadas morales y religiosas que le llevó a encarcelar ateos, homosexuales o disidentes simplemente porque se considera autorizado por el pueblo, la religión y la tradición, en su interpretación. De no ser así, ¿cómo hubiera sido posible que el general Al-Sisi hubiese tenido sueños premonitorios sobre su ascenso al poder? Si Dios te llama, llévale bien el negociado.


El intento foucaultiano de controlar los discursos para controlar las mentes está adquiriendo en Egipto el grado de obsesión. Hemos visto gobiernos crueles, pero con tal grado de ceguera por no llamarlo de otra manera, muy pocos. Mentes, cuerpos y realidades, todo debe obedecer a la clara nomenclatura que el gobierno, por mano de su ministro de Exteriores, hace llegar al mundo. Con ello cae en el ridículo más allá de lo previsto, más incluso que cuando acusan al resto del mundo de ignorancia, de ser incapaces de entender lo único de su situación histórica. Es una retórica con la que se intenta paliar la situación real, pero que agrada al ego de muchos.

Lo que se oculta realmente es la maniobra que los socios de los militares, los clérigos de Al-Azhar, quieren llevar a cabo. El Ejército necesita el respaldo religioso de los clérigos para evitar que los islamistas monopolicen el discurso religioso llamándoles impíos. Es la guerra de los piadosos por competir en quién está más cerca de Dios. El gobierno no quiere que el vocabulario les contamine su idea de un estado de control religioso: es decir, un Estado islámico, que es lo que pretender en realidad crear eliminando la posibilidad de una libertad religiosa que les haga perder el control de cuerpos y almas.
Las acusaciones contra los que reclamaban la apertura religiosa y no el control social han estado presentes desde el principio. La revolución reclamaba una sociedad abierta, inclusiva en la que fuera posible una convivencia frente a los que totalitarismo militares o religiosos. Sin embargo, la estrategia de Al-Sisi tras el golpe fue doble: echar a los islamistas de los Hermanos Musulmanes del poder y construir un nuevo poder en el que se fundiera lo religioso y la autoridad militar. La dejadez del periodo de Mubarak había dejado menos presión sobre los que querían vivir con más libertad en lo personal. No era liberalismo, era dejadez y la necesidad de mantener cierta cara de apertura frente a los socios occidentales, especialmente los Estados Unidos.


Pero la llegada de los islamistas al poder por la vía electoral planteo esta nueva estrategia para el Ejército: controlar la sociedad como Mubarak (Policía, Ejército, jueces, medios públicos) y la religión a través de la Universidad de Al-Azhar, la institución de referencia en el mundo suní.
Es el mundo clerical el que quiere una sociedad sin fisuras, depurada de "extremismos" pero sin libertad religiosa, lo cual constituye ya en sí mismo una forma de extremismo autoritario. Los ataques constantes a la prensa, a la que acusan de tergiversar "su verdad", sembrando el desconcierto dentro y fuera, fraccionando a la sociedad. Se equivocan hasta límites insospechados.
De no ser por la situación internacional inestable, las críticas sobre la situación represiva en Egipto arreciarían y sería difícil que alguien, más allá de Putin, Orban o similares, la diera por buena.


Intentar manipular las mentes para que no se entienda el fenómeno del "estado islámico" como algo vinculado con la religión es una muestra más de esa incapacidad para resolver los problemas sin crear cientos más.
No hace muchos días, un medio egipcio hacía el repaso de la famosa foto tras el golpe con autoridades religiosas, políticas y personalidades de la sociedad civil tras el derrocamiento de Morsi en 2013. Se preguntaban dónde estaban ahora aquellos que apoyaron la salida de Morsi del poder y creyeron a un militar, su ministro de defensa, cuando les dijo que él no tenía aspiraciones políticas y que, por supuesto, jamás aspiraría a la presidencia. En Egipto hay cosas que no cambian y otras que lo hacen de la noche a la mañana.


Los que analizan el origen del autoritarismo islámico saben que es precisamente ese revestirse de un aura religiosa, de príncipe protector de la religión, lo que gusta a los más tradicionalistas. Y mucha gente lo ve así. Fue así como los islamistas se fueron haciendo con el control social: haciendo ver que aquellos faraones que les gobernaban se alejaban de Dios y permitían a los infieles hacerse dueños del país. El estado religioso c'est moi.
Hay una cosa cierta: si las sociedades islámicas no se abren y mantienen una presión menor sobre los que las integran —no solo ellos, las autoridades coptas apuestan por el mismo modelo de control—, dejándoles elegir su modo y modelo de vida, creer o no creer, o se condenan a ser cárceles en las que pensar diferente es causa de encierro, exilio o de un vivir constante en la hipocresía.


Da igual que quien te obligue sean los yihadistas del Estado Islámico o un estado islámico llevado con mano firme desde Al-Azhar y los cuarteles. Lo que se reivindica, y es a lo que se llama libertad, es al derecho a pensar independientemente. Pero esos acaban siempre en la cárcel. El gobierno egipcio piensa que decapitar gente es un acto horrendo, pero que es un acto justo detener ateos y homosexuales. Allá ellos con sus creencias, pero muchos pensarán que ese error también proviene de una mala interpretación anacrónica de la religión y un exceso.
El gobierno egipcio tendrá que elaborar —como ya ha hecho— un diccionario más allá del yihadismo. También son "terroristas" los periodistas o los hinchas de un equipo de fútbol. Por supuesto los ateos, porque también pretenden acabar con el estado, la religión y la tradiciones.
Con este intento de controlar las palabras que los demás deben usar, el gobierno egipcio ha subido un peldaño más en la escalera del absurdo.




* "Alleged official document stipulates terrorism terminologies for Egypt-based journalists" http://english.ahram.org.eg/NewsContent/1/0/134630/Egypt/0/Alleged-official-document-stipulates-terrorism-ter.aspx


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