jueves, 30 de julio de 2015

El ministro, la Cultura y la Universidad de Al-Azhar

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Recordamos que el ministro de Cultura egipcio empezó con mal pie. Se acercó por sorpresa a un museo de la ciudad de Alejandría y cuando una funcionaria le preguntó sobre una solicitud de mejora de su puesto que había cursado la llamó "gorda" y recomendó a sus jefes que la tuvieran bajando y subiendo escaleras. Una joya de Ministro. Lo que se dice "una persona con una sensibilidad especial", "refinada", la más adecuada para el puesto de estar al frente de la Cultura en Egipto. Ese fue su comienzo.  Es profesor de la Universidad de Al-Azhar, que no sé si es la procedencia más adecuada para la cartera de Cultura. Había sido director de las Bibliotecas egipcias hasta que los islamistas de Morsi le quitaron. El mundo de los libros se divide en quienes los escriben, los leen, los venden y los colocan. El ministro pertenece a este último ramo.
Ahora Ahram Online nos informa de la petición de su dimisión por parte de intelectuales egipcios, es decir, de los que escriben, hacen películas, pintas cuadros, montan obras de teatro, etc. Han pedido su dimisión porque él, un innovador, está despidiendo a la mitad del ministerio para colocar a sus peones desprendiéndose de los que no son de su cuerda con la excusa de la "renovación", aunque algunos apenas llevaban un año. Nos dice el periódico:

A group of intellectuals met with Egyptian Prime Minister Ibrahim Mehleb on Monday to air grievances about the minister's policy and his 'mismanagement of the cultural scene and the lack of cultural vision.'
The group included writer and scenarist Waheed Hamed, poet Sayyid Hijab, novelists Ibrahim Abdel-Meguid and Youssef El-Qaeed, artist Mohamed Abla, and director Khaled Youssef.
Writer Helmy El-Namnam, the head of the Egyptian Library and Archives, was appointed as acting head of the General Egyptian Book Organization after the minister refused to renew Megahed's tenure.
The sacking campaign that the minister has been undertaking since June reminded the intellectual society in Egypt of a similar scene when the Muslim Brotherhood-affiliated Minister of Culture, Alaa Abdel-Aziz, appointed by the ousted president Mohamed Morsi in May 2013, fired all the heads of the Ministry's sectors, including the current minister, when he was head of the Egyptian National Archives.
Abdel-Aziz fired the heads of the Book Organization, the National Archives, and the Opera House. He also pressured the Secretary General of the Supreme Council for Culture to resign, a move that elicited opposition from the intellectuals who fear that the dismissals are a move towards giving the Brotherhood the key cultural institutions. A group of intellectuals broke into the Ministry of culture and launched an open sit-in on 6 May 2013 until Morsi was ousted in 3 July of the same year.
The similarities echoed the fears of 'religionisation' of culture as El-Nabawy comes from Al-Azhar University, where he teaches history and has been cooperating very closely with the ministry of religious affairs.*


Lo contado por Al-Ahram coincide con lo que venimos señalando hace mucho tiempo, la estrategia del gobierno de dejar en manos ultraconservadoras los elementos sensibles como son la cultura, la educación, etc. Una vez más se plantea una falsa actitud salomónica en la que se sanciona por igual al islamista que al liberal o demócrata. Los intentos de "modernización" se refieren únicamente al paso del control de la religión de los islamistas al Estado, que la controlará desde las instituciones, con centro ideológico en Al-Azhar.
La expresión que se usa en el texto —'religionisation' of culture— no es baladí como tampoco lo es la comparación con lo realizado por los Hermanos Musulmanes cuando llegaron al poder y que provocó las huelgas del sector de la cultura que veían cómo se imponían sus puntos de vista desde el control de las instituciones. Todavía recordamos a los trabajadores de la Ópera de El Cairo sobre el escenario protestando con pancartas por la intervención oficial en sus programaciones.


Llegado de Al-Azhar, la institución que le garantiza a Al-Sisi conectar con la religiosidad egipcia y no ser acusado de "faraón" —reinar sin Dios detrás—, el ministro Abdel-Wahed El-Nabawy ha ido despidiendo a los responsables de Cultura y colocando personas afines. Ante esto, los agentes de la cultura han ido a ver al primer ministro a presentarle su preocupación y solicitar el cese del ministro, cuya política han calificado como "destructiva" y a él de carecer de visión cultural ("lacks any cultural vision").
Quizá en esto último se equivocan. Por lo que se ha visto, lo que tiene El-Nabawy es una muy precisa visión de lo que debe ser la cultura. Lo que ocurre es que su visión está en las antípodas de la que ellos puedan tener.
Se muestra, una vez más, el conflicto interior egipcio, con su uso instrumental de la religión que es de lo mismo que se acusaba a los Hermanos Musulmanes. Por eso la política de ocupación de cargos para tener el control de las actividades, ayudas, planificaciones, etc. es esencial.


Una parte de la frustración democrática de la juventud se ha volcado en las iniciativas del arte, en donde tratan de volcar esa energía que la política les niega. No es que se hayan vuelto esteticistas, al contrario; lo que ocurre es que están recurriendo a una forma de arte que trate de llegar a la gente, a pie de calle, desconfiando —y hacen bien— de la palabrería oficial y de sus iniciativas.
El contraste con el ministro anterior, claramente laico en su visión de la función del arte, los nuevos cargos públicos están obsesionados con la desaparición de la vida pública de cualquier cosa que se les pueda reprochar como carente de espíritu islámico, por decirlo así. Al-Sisi parece tener una fijación con la idea absurda de que se puede cambiar la religión metiendo en la cárcel a los disidentes y catequizando a los que están fuera. Al-Azhar es el aval que sirve de respaldo a la legitimidad, basada en el cumplimiento religioso, más allá de los votos.


El diario Egyptian Streets publicó hace dos días un interesante artículo titulado "Has Al-Azhar Stifled Egypt’s Intellectual Enlightenment?"**, firmado por Amr Abyad. El texto analiza la función de la universidad islámica y su incapacidad para evolucionar como lo hicieron las occidentales, separando conocimiento científico y religión. Pero más allá de esta evidencia, Abyad analiza el papel político que Al-Azhar fue tomando precisamente desde que Anwar El-Sadat decidió usarla para mantener el poder. El giro a la derecha de Sadat se hizo precisamente con su apoyo religioso, dando entrada a los que Nasser había perseguido y encarcelado, la Hermandad Musulmana, que volvió a tener sitio y poder:

The heavy expansion of the rural middle class in the sixties, the termination of the widely popular social development programs, and then President Sadat’s empowerment of the Muslim Brotherhood and Islamization of the masses elevated the status of Al-Azhar to become the beacon of thought, and both an inspiration and a source of legitimacy for the people.
In the second half of the seventies, Sadat also came up with his revolutionary political philosophy of “listening to the village elders”— ushering the reversal of the quasi-Maoist policies of Nasser, and coming to loggerheads with the Egyptian former royal family’s fixation on emulating the west, not the sclerotic village elders.
In effect, Al-Azhar, with a seemingly moderate Islamic veneer, managed to Islamize the bulk of the middle class that should have been the enlightened locomotive of the Arab world.**


No es necesario insistir demasiado que la historia de Sadat tiene una moraleja en su propio asesinato a manos de los islamistas. Lo que algunos deberían haber aprendido de la historia, se repite como el mal que regresa una y otra vez desde el mismo error: la regresión religiosa frente a la necesaria modernización. Los poderes políticos no han buscado la transformación sino la sumisión a una autoridad que se agranda mediante diversos procedimientos, el principal de ellos el aval religioso. En la tradición, el líder es quien mejor cumple y hace cumplir, es decir, gobierna desde la perspectiva islámica. Si deja de hacerlo, por más que le voten, siempre habrá alguien que le acuse de "faraón" y llame a la insumisión o lance una fatwa pidiendo su cabeza a los buenos musulmanes. Es Al-Azhar quien da ese pedigrí. Si se ensalza su poder, se ensalzan también sus juicios sobre las personas.


Analizamos no hace mucho, las contradicciones que la prensa reflejaba en el análisis de las palabras del presidente Al-Sisi al final del Ramadán. Para Ahram Online, el presidente había acusado, responsabilizado a Al-Azhar de no modernizar el Islam. Para otros, en cambio, sus palabras habían sido que era la Universidad quien debía tener la responsabilidad de modernizar el Islam. Dos interpretaciones casi opuestas.
Por eso el artículo en Egyptian Streets de Amr Abyad tiene sentido en este contexto, tanto en las palabras del presidente en el final del ramadán como en la petición de dimisión del ministro de Cultura por parte de los intelectuales que visitaron al primer ministro. Todo refleja una crisis, podemos decir así, interna en cuanto a los resultados obtenidos y sobre todo los temores de hacia dónde se puede ir por ese camino. Esa crisis aflora y va llegando hasta los más altos niveles.
Es interesante también el análisis del papel de Al-Azhar en la era Mubarak. Escribe Abyad:

The utterly incompetent, parochial and corrupt Mubarak lacked resolution, courage and imagination to go at Egypt’s complex problems head on. Rather, he founded his rule on a freezing-the-status-quo policy.
He peddled moderate Islamic credentials through his alliance with Al-Azhar to the middle class, whereas for Egypt’s rural millions, he was the village elder. He thus rendered legitimacy a derivative of Islam and its patron, Al-Azhar.
Al-Azhar supported the state during the jihadi insurgency in Upper Egypt in the nineties, largely due to its culture of subservience to the government.
Ironically enough, apart from the stance on the use of violence, there are no fundamental differences between Sunni Islamic schools. Accordingly a clear-cut separation between the temporal and the religious has remained an alien concept in Islamic thought. No wonder then that the more independent ones of Al-Azhar students criticized Mubarak by questioning his Islamic credentials and thereby turned to jihadist theoreticians in the eighties. They characterized Al-Azhar as hypocritical- sadly enough, they were right.**


Los treinta años de Mubarak, más los anteriores de Sadat, no tuvieron voluntad de cambio, como lo tuvo Nasser. Fueron años de pragmatismo y de aprovechar las debilidades sociales para gobernar, entendiendo bajo este concepto la ineptitud y la desidia que produjo un retroceso de Egipto en todos los órdenes, incluido el religioso, que fue comido por los islamistas, a los que siempre se pensó poder controlar, dejándoles espacios reducidos. Pero los islamistas tenían otras intenciones que resultaron más eficaces: el aumento del conservadurismo religioso y su presentación como los mejores cumplidores frente a los corruptos poderosos.
El fracaso de una modernización que no ha conseguido deshacer la relación entre los dos poderes se hace más grave y evidente con la llegada de la revolución en 2011. Cuando analiza el periodo de la Primavera Árabe, señala el autor del artículo:

As we noted earlier, the failure of modernization projects in Egypt left the millions with no alternative but Islamism, including the seemingly moderate brands. Hence, the ideological carriers of subversion are being rooted, and the mutated D.N.A of Jihad induced by the ISIS phenomenon is replicable throughout the Arab world.**

Creo que es, en efecto, esa barrera a la modernización, tanto por causas económicas como intelectuales y políticas, la que acaba produciendo el estallido islamista actual que es algo más que una cuestión de terrorismo. Es precisamente el intento de evitar el deseo de modernización que afloró durante las revoluciones. La revolución solicitada —la revolución de los "jóvenes"— se habría visto como una amenaza tanto desde el punto de vista político (frente al poder respaldado por el ejército y la clase dominante) como económico (el deseo de acabar con la corrupción de la oligarquía) y religioso (la pérdida de influencia y control sobre la sociedad). La revolución se secuestra y desarma con eficacia mientras se celebra oficialmente. Hoy han logrado convencer a muchos de que eran los islamistas los que querían la revolución. ¡Gran paradoja!
En cuanto a la salida, señala Amr Abyad:

Egypt’s economy is backwards and dominated by oligarchs— a dwindling middle class with an Islamic core and backward hinterland, a fertile ground for all sorts of Islamist thought. Rural Egypt is being swallowed by a hideous urban sprawl that is creating entities which are neither rural in the classical sense nor urban— ‘ashwa’eyyat.
This massive polarization can suddenly boil over into widespread chaos and turmoil in case of an economic failure- which is not a far-fetched scenario.
Radical socioeconomic reform is the only way out of Egypt’s current dilemma, and the tip of that iceberg would be declawing Al-Azhar.**


Y son esas "garras" las que han entrado desde Al-Azhar en el campo de la Cultura y donde se pide la dimisión del ministro. La conjunción de los poderes reales —militar, económico y religioso— es demasiado potente como para que resquebraje. Pero si lo hace por algún sitio es por la apertura del pensamiento crítico, de la renovación intelectual, sin el cual, la dependencia de los poderosos se seguirá produciendo.
La batalla por la cultura es decisiva para salir de ese callejón cerrado al que se está llevando a la sociedad egipcia al desastre en gran parte por su propio lastre antimoderno creado durante décadas de desidia y adoctrinamiento islamista en la sombra o a plena luz. Tanto el poder económico como el militar, profundamente relacionados en Egipto, pensaban poder controlar al país. El poder político que se le está dando a Al-Azhar sirve para crear el marco de fondo.

El plante de los intelectuales pidiendo la dimisión (que es poco probable que se produzca) del Ministro de Cultura es un aviso para el poder y una señal (una más) de que hay una parte de la elite egipcia que está empezando a perder la paciencia señalando que así lo único que se hace es contribuir a la propagación del islamismo, forzando la represión y entrando un ciclo de violencia.
La única forma de salir es modernizarse en las ideas y en la economía, en la judicatura, etc., en todos aquellos puestos en los que están asentadas las garrapatas del doble tradicionalismo, el elitista y el de los ignorantes, que impide el desarrollo del país y la modernización de las mentes de quienes lo habitan.
El ministro de Asuntos Exteriores acaba de declarar que no le importan las críticas que se hagan desde fuera del país. Esperemos que sí le importen las que se hacen dentro. Aunque no tengo tampoco muchas esperanzas.



* "Minister of culture stirs fears of 'religionisation of culture'" Ahram Oline 29/07/2015 http://english.ahram.org.eg/NewsContentP/18/136376/Books/Minister-of-culture-stirs-fears-of-religionisation.aspx
** "Has Al-Azhar Stifled Egypt’s Intellectual Enlightenment?" Egyptian Streets 27/07/20125 http://egyptianstreets.com/2015/07/27/has-al-azhar-stifled-egypts-intellectual-enlightenment/





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