lunes, 1 de junio de 2015

Las cucarachas

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
David Jiménez, el nuevo director de El Mundo, comienza su artículo de los domingos señalando las dificultades que tuvo para entrar en el periódico por haberse dejado la documentación en casa y nadie identificara su cara. Es una anécdota con la que quiere curarse de la vanidad que en España supone ser director de un periódico.
En estos tiempos revueltos en los que más de uno tiene atragantado parte de su futuro mientras otros padecen ardor de estómago por su pasado, está bien que la prensa —al menos alguna— haga ejercicio de humildad, deje de mirarse el ombligo y especular sobre las formas de negocio, para centrarse en lo básico del Periodismo. El artículo de David Jiménez podrían —deberían— firmarlo todos los directores de prensa en España. No digo nada de otros medios porque no sé muy bien los que tienen al frente.
Escribe Jiménez:

Pedimos a partidos e instituciones regeneración, sin plantearnos si deberíamos aplicarnos la medicina que tanto recetamos a los demás.
Las causas de nuestra pérdida de credibilidad pueden encontrarse en las hemerotecas. O, mejor dicho: en lo que no se puede encontrar en ellas. Durante tres décadas, los medios de comunicación ofrecimos inmunidad informativa a la Monarquía, perjudicando en el camino a la institución que queríamos defender al enviar a sus miembros de moral más endeble la señal de que siempre miraríamos a otro lado. En otras ocasiones, pusimos nuestros intereses por encima de los de nuestros lectores, quizás nunca con tanto descaro como en los años de las conocidas como guerras mediáticas. Era cuestión de tiempo que nos durmiéramos en la garita de ese sistema que habíamos prometido vigilar y que lo hiciéramos en el peor de los momentos, en vísperas de la mayor crisis económica de la Democracia. ¿Cuánto dinero habrían ahorrado los contribuyentes si hubiéramos investigado a las cajas de ahorro y sometido a sus directivos a las preguntas pertinentes, antes de que fuera demasiado tarde?*


Sí, la prensa ha hecho unas cosas muy raras en España. Ha tenido, quizá por efecto de la dictadura pasada, un papel distorsionado, poco acorde con lo que deberían ser sus fundamentos. Tenía quizá una vocación conspiratoria a fuerza de convivir con conspiradores de distinto pelaje a lo largo de décadas de no poder escribir lo que se pensaba más que de vez en cuando y actuar de portavoz, en otras ocasiones, de los que no querían dar la cara.
Cuando se produjo el 15-M, los "indignados" de entonces, arremetieron contra la prensa, considerándolos "casta informativa", encubridores de los desmanes y servidores de banqueros y políticos. De uno de sus círculos salió una feroz crítica, justa probablemente, y que ahora, cuatro años después aparece en boca de algunos de nuevo.


Sí, insisto, la prensa ha hecho cosas muy raras en España. Existe un principio complementario entre la prensa y el sistema político. Aquí lo hemos repetido varias veces: hacemos demasiado caso a los políticos. Son ellos los que tienen que hacernos caso a nosotros. Y de esto la prensa tiene su parte de responsabilidad.

Pero, de la misma forma que una parte cada vez más importante de la sociedad reclama una nueva forma de hacer política o negocios, el momento es propicio para que también el periodismo español renueve su compromiso, en mi caso con los lectores de EL MUNDO.
Cuando hagamos una pregunta incómoda a un político, la haremos en su nombre; cuando denunciemos la corrupción o los abusos del poder, lo haremos en su nombre; cuando pidamos medidas de regeneración -no nos cansaremos de hacerlo-, lo haremos en su nombre; y cuando nos equivoquemos, será porque, también en su nombre, busquemos la verdad. Sin militancias ni sectarismos. Defendiendo principios y no partidos. Sin intenciones políticas propias ni de terceros. Con independencia y sin resentimiento, no sólo porque España ya acumula suficiente de esto último, sino porque Kapuscinski tenía razón cuando decía que nuestra labor no consiste en pisar las cucarachas -no somos jueces ni policías-, sino "en prender la luz para que la gente vea cómo las cucarachas corren a ocultarse".*


Un poco tarde para sacar el látigo. No sé si la sociedad no ha sacado ya el látigo para fustigar a la prensa junto a los políticos, banqueros, etc., metiéndolos a todos en el mismo saco. Reivindicar ahora el papel de la prensa en la democracia, cuando la hemos dejado hecha un asquito entre unos y otros suena un poco ingenuo. Es algo más que renovar el compromiso —a la vista de lo que hay— lo que hay que hacer.
No creo que el papel de la prensa sea solo sacar escándalos o arrinconar a la gente: desde luego no lo es esconderlos ni ser baboso con los poderosos o los amigos, como suele ocurrir. Creo que la prensa se ha sumado a la ceremonia de la confusión de estas décadas en la que se ha ido perdiendo el rumbo.
Creo que, además de esa vigilancia, el papel de la prensa es dar ejemplo de democracia y no dejarse llevar por el exceso al que los políticos han recurrido para lanzarnos la tinta de sus bolsas como maniobras de distracción. La prensa no ha estado mirando para otro lado en este tiempo, como parece sugerir el artículo de Jiménez, sino más bien ha velado por sus propios intereses, ya fueran empresariales, políticos o ambos. La prensa ha sido caja de resonancia y focalizador de los intereses según los casos.
En estos tiempos en los que los resultados económicos son malos, es irónico tener que decidir entre una prensa espectáculo o una prensa escándalo, sin que se puedan distinguir muchas veces una de otra. La apuesta, efectivamente, está por desarrollar un periodismo que no tenga que vivir de las cucarachas, por seguir la analogía de Jiménez, tomada de Kapuscinski. Con debatir sobre si hay que matar cucarachas o solo encender luces para que otros lo hagan se corre el peligro de que uno acabe viviendo de la venta de bombillas.


Hay otras muchas labores que el periodismo puede hacer más allá de la política, muleta que nos tiene fascinados, seducidos. Es esa fascinación, aunque sea en la gresca, lo que nos hace perder fuerza social y al periodismo vitalidad para extender su función formativa a la sociedad, jerarquizando y ordenando la oferta informativa.  El mundo periodístico no debe ser llamativo, sino de interés real; no debe ser distracción, sino atracción por lo realmente importante. El periódico no es el fin, sino el medio, algo que hay que recordar.
La mejora de una sociedad no depende solo de la vigilancia política. Una sociedad que produce mejores ciudadanos también producirá probablemente mejores políticos. Y científicos y artistas. Una sociedad honesta no tolerará sinvergüenzas al frente ni de partidos ni de bancos ni de patronales o sindicatos ni de clubes de fútbol. Sencillamente: habrá más y mejor donde elegir.
Hay muchos campos por explorar para que el periodismo satisfaga las necesidades de una sociedad con la esperanza de que mejore. Si Jiménez se plantea que no es su función matar las cucarachas, sí lo es en cambio ayudar a mantener la casa limpia para que no proliferen en la suciedad del día a día.
Por supuesto que no es solo una responsabilidad del Periodismo, sino de la sociedad en su conjunto, pero la información es un eje vertebrador. Y es ahí donde tiene su función amplia, dirigiendo esa luz más allá de los rincones.
En estos momentos, la sociedad española está volcada en la política y especialmente enfadada con sus representantes. No hace falta una prensa iracunda, que lave sus pecados rasgando las vestiduras. Necesitamos más que nunca una prensa sensata, equilibrada, y no la promesa de apagar el fuego con gasolina. La prensa que necesitamos es la que traiga cordura además de luz.
La combinación de noticias exóticas y escándalos no debería ser nuestro futuro. Entiendo que un mundo en el que nadie muerde a nadie, ni el perro al hombre ni el hombre al perro, puede ser un mundo muy aburrido, pero es el mundo ideal. Como ideal es un mundo sin cucarachas.
Periodismo nada más, sí; pero también nada menos.


* David Jiménez "Periodismo, nada más" El Mundo 31/05/2015 http://www.elmundo.es/opinion/2015/05/31/556a4d04ca47417c048b457e.html


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