lunes, 9 de febrero de 2015

Un partido sangriendo

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Mientras los discursos oficiales y oficialistas desgranan un llanto constante sobre la incomprensión de mundo para con lo que sucede en Egipto, la protesta airada ante las "inaceptables injerencias" en el armonioso sistema judicial —el mismo que constantemente repite juicios según los cambios de gobierno, que realiza condenas masivas a muerte o a cadena perpetua y libera a los represores y dictadores—, llega un caso más que el mundo tampoco entenderá: las muertes ayer, según las fuentes, de entre 25 y 30 personas a las puertas de un estadio de fútbol. Ahram Online da a estas horas la cifra de 30.
En el centro, de nuevo, la forma de actuación de la policía egipcia. Pocas veces tiene tanto sentido la expresión "estado policial" como en el caso egipcio. La Policía es un condicionante diario de la política y la estabilidad egipcia; también de su imagen internacional, fuertemente dañada. Egipto se rompe por cada intervención brutal de sus fuerzas armadas, en manos de las mismas personas gobierno tras gobierno, sistema tras sistema. Solo la violencia, especialmente la policial, es una constante en Egipto, gobierno tras gobierno.
La ruptura de los firmantes de la hoja de ruta —que supuestamente debería haber traído la democracia tras el derrocamiento de Morsi y la Hermandad Musulmana— se produce tras las matanzas de las sentadas de protesta islamistas. Es la actuación de la Policía la que determina la salida de Mohamed ElBaradei del gobierno, del que era uno de los avales ante la comunidad internacional y una referencia importante interna. Su salida, como sabemos, conlleva todo tipo de insultos y difamaciones sobre su persona y pasa a ser un "enemigo del pueblo" más en la larga lista egipcia. O se aceptan las muertes y sus muchas veces ridículas versiones o no queda más salida que el exilio exterior y el silencio.


El sistema egipcio actual se ha creado sobre la exaltación del militarismo nacionalista y este conlleva la aceptación acrítica de lo que suceda en cuanto al orden público. Al Estado le basta decir que está en guerra para justificar sus actuaciones y culpar a los enemigos. El presidente Abdel Fatah El-Sisi es un militar y la sisimanía no llega por sus dotes como político —cuya única experiencia se dio bajo el gobierno de Morsi, al que derrocó— sino por su capacidad para sacar a Egipto de los peligros que le acechan. El gobierno ha centrado su agenda en la "lucha contra el terror" y lo demás, lo quieran o no, queda relegado por los acontecimientos. El mundo se fija en la política de derechos humanos y eso irrita mucho. Pero ¿cómo mirar hacia otro lado?
Solo recuerdo una discusión sobre la Policía en estos años. Fue durante el gobierno islamista de Morsi. Una parte de los policías pidió que se les permitiera dejarse barba. Aquello, que parecía anecdótico, mostraba la reticencia de los cuerpos de seguridad a dividirse en barbudos y afeitados. Era una forma de evitar la infiltración islamista entre sus efectivos. El que quiera infiltrase, ¡que se afeite!, parecían querer decir. Morsi quería ir desmantelando e islamizando la policía. Pero no le dio tiempo a mucho. Aceptó que el ministerio del Interior y el del Ejército se los dieran ya con dirección incluida dentro de sus pactos de astucia con los militares. No duró un año. Sus errores y su soberbia fueron su perdición.


Cuando se habla de las "dos revoluciones" producidas en Egipto, algo que forma parte del discurso oficial, se soslaya que la del 30 de junio fue una protesta civil contra la islamización de la sociedad de los Hermanos. Pero que tras la intervención militar, que fue jaleada por gran parte de la población, se produjo una "petición de respaldo" mediante una gran manifestación convocada desde el nuevo poder. Allí se pedía "carta blanca" para actuar. Eso viniendo de un derrocamiento solo significa una cosa y así lo manifestamos en su momento. No entendíamos qué sentido tenía pedir "respaldo" a algo que era competencia de cualquier gobierno. El sentido se vio muy pronto en las masacres y redadas masivas. La actuación poco inteligente de los islamistas puso en bandeja el regreso del Ejército que había sido el enemigo número 1 de la revolución y de la etapa represiva de la SCAF tras la caída de Mubarak.


La teoría que se aplicó después es la de la "mano firme" para evitar la desestabilización de Egipto por sus enemigos. Pero no se reconoce algo obvio, que los intentos por evitar la desestabilización son fuente primaria de inestabilidad. Egipto está gobernado por un militar y, algo peor, por una mentalidad militar, un estratega cuyo forma de razonar es en términos de polarización amigo-enemigo. Desde esta perspectiva maniquea, la sociedad que reclamaba diversidad se unifica desde el estado, que tiende a restringir todo aquello donde pueda surgir la divergencia, como es característico de las sociedades que aspiran a mayor grado de libertad. Todo queda reducido a un problema de "orden público" porque todo, absolutamente todo, se traslada a las calles como enfrentamiento, como conflicto.
Egipto ha dado poderes absolutos a un presidente que lleva gobernando por decreto demasiado tiempo. No hay parlamento y cuando por fin se han fijado fecha para las elecciones, muchos se están planteando el boicot, pues se van dando cuenta ya de que su participación constituye un aval de una situación de control parlamentario antes de que se celebren los comicios. Se ha diseñado un parlamento absurdo, que estará manejado directamente desde el poder. Es la ocasión de oro para que regresen los mubarakistas, que eran quienes controlaban las redes clientelares de votos y la corrupción electoral. Recordamos aquí, por ejemplo, la dimisión del encargado de la campaña presidencial en Alejandría denunciando que estaba rodeado de partidarios de Mubarak, algo que recogimos en su momento.

La prensa egipcia da cuenta de la masacre producida ante el estadio. Como hoy todo queda grabado por alguien, no resulta fácil hacer que prevalezcan las versiones engañosas. El escándalo por la muerte de Shaimaa al-Sabbagh y los intentos de cargarla a uno de sus correligionarios, frente a la claridad de las imágenes de la manifestación y los testimonios de los presentes, no se ha apagado todavía y ya tenemos otro escandaloso caso de actuación desproporcionada. Las imágenes nos muestran a la multitud llevada por el cerco policial hasta un callejón sin salida y, una vez allí, a un policía recibe las órdenes de un superior de que dispare las granadas de humo.  De eso no hay duda alguna, se hizo bajo el balcón desde el que se grabó y se ve a la perfección. Se puede apreciar como después son recogidos del suelo los restos de cartuchos.
No faltan ya algunos medios señalando la participación de islamistas. Es la forma en que se justifica todo, cualquier muerte producida en una actuación policial. A Shaimaa la mataron sus correligionario, el joven DJ escogió suicidarse al paso de una manifestación y ahora, ¿por qué no?
Una policía de un país que dice encaminarse hacia la democracia debe tener otra valoración de la vida humana. Debe tener claro que aunque tenga que disolver disturbios, preservar la vida de aquellos que tienen delante, aunque sean manifestantes, es su obligación. Si no, las calles se convierten en el lugar de los juicios sumarísimos. Quien dio la indicación al agente que disparó las granadas esperó a que no tuvieran lugar por dónde salir, con lo que la estampida les obligaba a matarse entre ellos. Esta vez eran las víctimas perfectas.


Tras la masacre del partido de Fútbol en Port Said, con más de setenta muertos, más otros cuarenta producidos en las protestas, se suscitaron dudas y se dijo que la no intervención de la Policía fue la causante de las muertes en el enfrentamiento de las dos aficiones. A raíz de aquello, se limitaron las entradas a los estadios, por lo que el problema se ha trasladado a los aledaños, donde se agolpa la gente sin entradas intentando colarse.
No voy a pensar que estaba programado ni que era una venganza de nuevo contra los grupos de hinchas de ningún equipo. No es necesario. Con una hipótesis más sencilla se puede explicar Es un caso grave de negligencia policial, de pésima forma de actuación al causar una estampida después de haberlos encajonado. Si había otras intenciones, que los historiadores la saquen a la luz si es posible. Lo que está claro hoy es que es la Policía la que decide en las calles quién vive y quién no. Puedes morir por una bomba terrorista y en eso se basa la justificación de muchos para estas y otras muertes. El miedo y la seguridad, pero ¿no hay miedo e inseguridad con esta forma de actuar?
Me ha impactado profundamente la caricatura valiente de Andeel en la publicación Mada Masr:


Police officer: Die, you son of a bitch.
Father: Long live Egypt.. Long live Egypt.


Es difícil sintetizar de una forma más directa una situación que se está haciendo insostenible. Ese triángulo formado por un "padre", un "hijo" y un siniestro "policía" forman una dramática relación en la que está el trasfondo real de la cuestión egipcia: la distancia generacional entre los que hicieron la revolución contra un dictador y aquellos que han confundido el amor a su país con la llegada de otra dictadura. Lo que ha entrado en conflicto es la retórica nacionalista con su propio pueblo, concepto que es asumido unilateralmente. Decía Bertrand Russell que es característico de las sociedades modernas buscar la diversidad antes que la unanimidad. Hoy la idea de "Egipto" es altamente excluyente, no solo de los enemigos oficiales del Estado, los islamistas, sino de cualquiera que trate de manifestar otra idea de Egipto. Egipto se aisla.
La distancia se agrava entre ambas generaciones, la que se quejaba de Mubarak pero no hizo nada por corregir la situación, y la de los jóvenes que salieron a la calle a realizar una revolución que se quedó a medias porque no se imaginaban que la resistencia de sus propios padres sería tan fuerte. La paternidad la encarnaba aquel Mubarak que se ofrecía a hablar como un padre a los hijos e hijas de Egipto, según su expresión, sin entender que aquellos "hijos" no lo eran voluntariamente, que querían dejar de serlo, reivindicando su derecho a un futuro distinto. Egipto sigue buscando figuras paternas —y el suministrador es el Ejército, el atento galán de Misr—, cuando debería buscar ciudadanos que no lo requieran.


En su momento la llamamos "la revolución de los hijos" y espero que viendo esa caricatura terrible se comprenda en toda su profundidad trágica. Lo que siguió al 30 de junio fue el regreso colérico del padre a poner en orden la casa que los hijos habían dejado empantanada. Lo hizo contra los islamistas, pero también contra los sembradores de desorden, los partidarios de la revolución y del cambio real en Egipto. La revolución acumuló mala prensa y se hizo ver que se trataba de una revuelta contra Mubarak, no contra el sistema en sí. Se fomentó el rechazo social contra los grupos que denunciaban que muy poco había cambiado.
Hoy solo queda la baza del miedo y del nacionalismo entremezclados; el uno refuerza al otro. Cuantas más agresiones, más conspiraciones internacionales, más incomprensión internacional, etc., más se estimulará un aislacionismo suicida que deja en unas únicas manos el destino de Egipto.
La muerte absurda de 30 personas más, de forma absurda, con la excusa oficial de proteger las propiedades queda como un ejemplo más del problema de tener que demostrar quién manda en el país. Y tener que hacerlo de forma constante y en todo lugar y ocasión. Es un caso más en espera del siguiente. ¿Por qué iba a cambiar algo?
Hace unos días, un joven publicaba una carta en la prensa egipcia diciendo que lo que más le había llamado la atención del vídeo que mostraba la muerte de Shaimaa al-Shabbag, el que mostraba a un hombre cargando con el cuerpo herido primero y después muerto, de la activista era la indiferencia de las personas junto a las que se pasaba. Le había impactado el ver quea la gente que no se levantaba de sus sillas, tomando un té, al paso de la mujer herida. 
Ayer no se suspendió el partido pese a lo que estaba ocurriendo fuera. Solo cuando uno de los jugadores se negó a seguir sobre el terreno, jugando como si no ocurriera nada, se suspendió el partido. Algunos regresaron enfadados a su casa; otros no regresaron.
Egipto está jugando un partido sangriento que llega al tiempo de descuento con un resultado incierto. Solo queda ver qué ocurre en las elecciones legislativas. Si una vez terminada la hoja de ruta no se ha avanzado, el futuro será complicado y puede que insostenible con estos métodos.


 











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